el perimetro de la sala. En una pared habia una fila de fregaderos con una manguera amarilla enrollada; en la otra una superficie de trabajo ancha, una tabla de cortar metalica y una vitrina de cristal llena de instrumentos, algunos paquetes de pilas Duracell y recuerdos truculentos que nadie mas queria y que habian extraido de las victimas - principalmente marcapasos.
Junto a la vitrina habia un grafico de pared en el que figuraba el nombre del fallecido, con columnas para el peso del cerebro, los pulmones, el corazon, el higado, los rinones y el bazo. De momento, lo unico que aparecia escrito en el era: Anon. Mujer.
La sala era bastante grande, pero esa tarde parecia abarrotada, como siempre que un patologo del Ministerio del Interior practicaba una autopsia.
– Hay tres empastes -dijo Christopher Ghent a nadie en particular-. Una incrustacion de oro. Un puente, superior derecho, del sexto al quinto. Un par de empastes de composite. Una amalgama.
Grace escuchaba, intentando recordar que tipo de arreglos odontologicos se habia hecho Sandy, pero la explicacion era demasiado tecnica para el.
De un maletin grande, Joan Major estaba sacando una serie de modelos de escayola. Estaban ahi, en pedestales cuadrados de plastico negro, como fragmentos arqueologicos rotos recuperados de una excavacion importante. Los habia visto antes, pero siempre le habia costado comprender las diferencias sutiles que ilustraban.
Cuando Christopher Ghent acabo de recitar su analisis odontologico, Joan comenzo a explicar de que manera cada modelo mostraba la comparacion de las distintas etapas del desarrollo oseo. Concluyo declarando que los restos pertenecian a una mujer de unos treinta anos de edad, tres anos arriba, tres abajo.
Asi que todavia encajaba con la franja de edad que tenia Sandy cuando desaparecio.
Grace sabia que debia apartar aquella idea de su cabeza, que no era profesional dejarse influir por su vida personal. Pero ?como podia evitarlo?
30
11 de septiembre de 2001
El suelo temblaba. Docenas de llaves ciegas, colgadas en filas de unos ganchos en la pared de la tienda, tintineaban. Varias latas de pintura cayeron de una estanteria. La tapa de una salto al chocar contra el suelo y la pintura de magnolia se derramo. Una caja de carton se volco y los tornillos de laton se retorcieron como gusanos por el linoleo.
Estaba oscuro en la ferreteria estrecha y profunda situada a unos cientos de metros del World Trade Center en la que Ronnie se habia refugiado siguiendo al policia alto. Unos minutos antes se habia ido la corriente, solo habia encendida una luz de emergencia conectada a una bateria. Un tornado de polvo rugiente paso por delante del escaparate, mas negro por unos momentos que la noche.
Una mujer descalza que llevaba un traje caro, y que no parecia haber estado en una ferreteria en su vida, lloraba. Una figura delgada con un mono marron y pelo gris atado en una coleta estaba detras del mostrador que ocupaba todo el largo de la tienda, presidiendo la penumbra en un silencio lugubre e impotente.
Ronnie todavia sujetaba con fuerza el asa de su trolley. Milagrosamente, el maletin todavia descansaba encima.
Fuera, un coche patrulla paso girando boca abajo, como una peonza, y se detuvo. Tenia las puertas abiertas y la luz de dentro estaba encendida. Dentro no habia nadie y el microfono de la radio pendia del cable enrollado.
Una grieta aparecio de repente en la pared a su izquierda y un grupo de estanterias, cargada de cajas de pinceles de distintos tamanos, cayo al suelo. La mujer que lloraba grito.
Ronnie retrocedio un paso pegandose al mostrador, pensando. Una vez estaba en un restaurante en Los Angeles y hubo un terremoto pequeno. Su companero le dijo que los marcos de las puertas eran las estructuras mas resistentes. Si el edificio se desmoronaba, la mejor opcion para sobrevivir era ponerse debajo de uno.
Se dirigio hacia la puerta.
– Yo no saldria ahora, amigo -dijo el policia.
Entonces una avalancha de cascotes, cristales y escombros se desplomo justo delante del escaparate y sepulto el coche patrulla. La alarma antirrobo de la tienda se disparo, un aullido penetrante y quejumbroso. El tipo de la coleta desaparecio un momento y el sonido callo, igual que el tintineo de las llaves.
El suelo ya no temblaba.
Hubo un silencio muy largo. Fuera, la tormenta de polvo comenzo a despejarse bastante deprisa, como si despuntara el alba.
Ronnie abrio la puerta.
– Yo no saldria ahi fuera, ?sabe que quiero decir? -repitio el policia.
Ronnie lo miro, dudando. Entonces empujo la puerta y salio, arrastrando el trolley tras el.
Salio a un silencio total. El silencio de un alud al amanecer. Habia nieve gris por todas partes.
Silencio gris.
Entonces empezo a oir los sonidos: alarmas de incendio, alarmas antirrobo, alarmas de coches, gritos de personas, sirenas de vehiculos de emergencias, helicopteros.
Figuras grises pasaban tropezandose en silencio a su lado, una fila interminable de mujeres y hombres con rostros inexpresivos y hundidos. Algunos caminaban, otros corrian; muchos pulsaban freneticamente las teclas de sus telefonos. Los siguio, tambaleandose a ciegas a traves de la niebla gris que hacia que le picaran los ojos y le obstruia la boca y la nariz.
Simplemente los siguio, arrastrando la maleta. Los siguio, manteniendo el ritmo. Las vigas de un puente se elevaban a ambos lados. «El puente de Brooklyn», penso, segun sus escasos conocimientos de Nueva York. Corriendo, tambaleandose, cruzando el rio. Cruzando un puente interminable a traves de un infierno gris interminable, revuelto, asfixiante.
Ronnie perdio la nocion del tiempo y de adonde se dirigia.
Simplemente siguio a los fantasmas grises. De repente, por un instante fugaz, percibio el olor a sal, y luego otra vez los olores a quemado, a carburante, pintura, goma. En cualquier momento podia chocar otro avion.
Comenzaba a asimilar la realidad de lo que habia sucedido. Esperaba que Donald Hatcook estuviera bien. Pero ?y si no era asi? El plan de negocio que habia ideado era formidable. Podian ganar millones en los proximos cinco anos. ?Millones, joder! Pero si Donald habia muerto, ?que?
Vio siluetas a lo lejos, altas e irregulares. Brooklyn. No habia estado en Brooklyn en su vida, solo lo habia visto desde el otro lado del rio. Se acercaba mas a cada paso que daba. El aire tambien era mejor, bocanadas mas prolongadas de aire salado del mar. La bruma se diluia.
Y de repente, se encontro bajando por una pendiente hacia el otro extremo del puente. Se detuvo y se dio la vuelta. Algo biblico le vino a la mente, un recuerdo sobre la mujer de Lot dandose la vuelta, convirtiendose en una estatua de sal. Es lo que le parecia la fila interminable de personas que pasaban delante de el: estatuas de sal.
Se agarro a una barandilla metalica con una mano y volvio a mirar. Abajo, la luz del sol moteaba el agua. Un millon de puntitos brillantes blancos bailaban sobre las ondas. Luego, mas alla, todo Manhattan parecia estar en llamas. Una cortina de columnas de humo gris, marron, blanco y negro se elevaba hacia el cielo azul intenso y envolvia los rascacielos.
Ronnie temblaba sin control y necesitaba desesperadamente ordenar sus pensamientos. Hurgo en los bolsillos, saco el paquete de Marlboro y encendio uno. Dio cuatro caladas profundas y rapidas, pero no le supieron bien por todo lo que tenia en la garganta, asi que tiro el cigarrillo al agua. Estaba mareado, todavia notaba el cuello mas reseco.
Se reincorporo a la procesion de fantasmas, siguiendoles hasta una calle donde parecieron dispersarse en distintas direcciones. Volvio a detenerse cuando le vino un pensamiento a la cabeza y, mientras lo asimilaba, de repente quiso paz y tranquilidad. Se desvio y camino por una calle lateral que estaba desierta. Paso por delante de una hilera de edificios de oficinas, las ruedas del trolley seguian trotando detras de el.
Totalmente absorto, anduvo mucho rato por calles practicamente desiertas antes de encontrarse frente a la