abrochado bien fuerte un cinturon alrededor de la cintura para impedir que el paquete cayera y evitar que alguien lo viera. Y notaba el bulto tranquilizador del spray Mace en el bolsillo delantero de sus vaqueros.
El taxista giro a la derecha en el paseo maritimo de Hove junto a la estatua de la reina Victoria y subio por el Drive, una calle ancha flanqueada a ambos lados por bloques de pisos caros. Sin embargo, ella no veia nada por las ventanillas del vehiculo. En realidad, apenas veia nada de nada. Solo tenia una imagen delante de sus ojos doloridos; una imagen grabada a fuego en su mente.
La fotografia en su movil de la cabeza de su madre asomando por la alfombra enrollada. Y las palabras debajo: «Comoda y enrolladita en la alfombrita».
La invadia un torbellino de emociones. Oscilaba entre la furia ciega hacia Ricky y el miedo mas atroz por la vida de su madre.
Y el sentimiento de culpa por haberlo provocado.
Estaba tan cansada que le costaba trabajo pensar con claridad. Habia pasado la noche en vela, nerviosa, escuchando el trafico interminable en el paseo maritimo, a un tiro de piedra de la ventana de su hotel. Sirenas, camiones, autobuses, la alarma de un coche que no dejaba de saltar, los chillidos de las gaviotas a primera hora de la manana. Habia visto caer lentamente cada hora. Cada media hora. Cada cuarto de hora.
Esperando a que Ricky llamara, o al menos que mandara un mensaje para decir algo mas, pero no habia recibido nada. Le conocia. Sabia que esta clase de juego psicologico era tipico de el. Le gustaba hacer esperar. Recordaba la segunda vez que habia ido a su apartamento. Era su segunda cita secreta, o eso creyo el, y Abby fue tan estupida -o tan inocente- como para acceder a practicar una sesion de bondage. El cabron la ato desnuda, en una habitacion fria, la llevo casi al orgasmo con un vibrador, luego le dio un bofeton y la dejo en el cuarto seis horas, amordazada. Luego regreso y la violo.
Despues le dijo que era lo que ella habia querido.
Y aquel dia Abby fracaso estrepitosamente porque no logro sacarle lo que ella -o, mejor dicho, Dave- queria. Para eso hizo falta mucho mas tiempo.
En esos momentos lo que le preocupaba era no conocer los limites de Ricky; sospechaba que no tenia. Le creia muy capaz de matar a su madre para recuperarlo todo. Y de matarla a ella tambien.
Y disfrutar con ello, seguramente.
Intentaba imaginar la angustia que estaria sufriendo su madre en estos momentos cuando se percato, sobresaltada, de que habia llegado a la imponente casa de Hegarty.
Pago al taxista, miro con cautela por el parabrisas trasero del coche y luego por el delantero. Vio un camion de British Telecom a poca distancia que parecia estar llevando a cabo algun tipo de reparacion y, un poco mas adelante, un coche pequeno azul aparcado parcialmente sobre la acera. Pero no habia rastro del Ford Focus de Ricky ni de el.
Volvio a comprobar el numero de la casa, deseando haber traido su paraguas pequeno. Luego, con la cabeza agachada para protegerse de la lluvia, cruzo corriendo la verja abierta, paso por delante de los coches aparcados y se resguardo en el porche oscuro. Se quedo un momento alli, se saco el paquete de su cintura, se arreglo la ropa y luego llamo al timbre.
Al cabo de un par de minutos estaba en el estudio de Hegarty, sentada en un sofa grande color carmesi. El comerciante, vestido con una camisa de cuadros ancha, pantalones de pana de pata de elefante y zapatillas de cuero, se sento a su escritorio y empezo a examinar cada sello con una lupa enorme de carey.
Siempre le emocionaba ver los sellos, porque habia algo mistico en ellos. Eran minusculos, antiguos, delicados, y, sin embargo, su valor era incalculable. La mayoria eran negros o azules o de un color rojo ladrillo, con la imagen de la reina Victoria, pero los habia en otros colores o con las efigies de otros soberanos.
La esposa de Hegarty, una mujer guapa de unos sesenta anos que vestia con elegancia y lucia un peinado distinguido, llevo a Abby una taza de te y un plato de galletas digestivas y volvio a salir.
Habia algo en la conducta del hombre que la incomodaba. Dave le habia dicho que los trajera aqui, que Hugo Hegarty era el comerciante que le ofreceria el mejor precio y le haria pocas preguntas, asi que debia confiar en sus palabras. Pero le despertaba unas malas vibraciones que no podia acabar de concretar.
Necesitaba venderlos urgentemente. Cuanto antes ingresara el dinero, mejor seria su posicion para negociar con Ricky. Mientras los tuviera en su poder, el tendria algo contra ella. Si se cabreaba de verdad, podia acudir a la policia. En ese caso acabarian todos perdiendo, pero Abby creia que era lo bastante rencoroso para hacerlo antes que dejarse joder.
Sin los sellos, sin embargo, Ricky no tendria nada con lo que apoyar su historia. Y mientras tanto, ella tendria el dinero a buen recaudo, oculto tras una barrera de fideicomisarios en un banco de Panama, un paraiso fiscal que no colaboraba con las autoridades.
En cualquier caso, la posesion era una novena parte de la condena.
Esperar habia sido un error. Tendria que haberlos vendido en cuanto llego a Inglaterra, o a Nueva York. Pero Dave habia querido esperar a estar seguros de que Ricky no tenia ni idea de donde se encontraba ella. Ahora esta estrategia habia fracasado estrepitosamente.
De repente, el telefono de Hegarty sono.
– ?Diga? -contesto el hombre. Entonces su voz se tenso de repente y parecio un poco incomoda. Lanzo una mirada a Abby y dijo-: Espere un segundo, ?de acuerdo? Hablare desde otra habitacion.
Glenn Branson estaba sentado a su mesa, el auricular pegado a la oreja, esperando a que Hugo Hegarty volviera a ponerse al telefono.
– Disculpeme, sargento -dijo Hegarty despues de un par de minutos-. La senorita estaba en mi despacho. Imagino que llamara por ella.
– Podria ser, si. Resulta que acabo de comprobar el registro de incidentes de esta manana (el programa donde se anota todo) y he encontrado algo que tal vez sea importante. Naturalmente, podria no ser nada de nada. Ayer nos dio un nombre, senor. Un tal Chad Skeggs.
Preguntandose que le diria el sargento, Hegarty respondio con un vacilante «Si».
– Bueno, pues acabamos de saber que un vehiculo alquilado por alguien que responde a ese nombre, un australiano de Melbourne, ha sido visto delante del piso donde vive Katherine Jennings.
– ?En serio? Que interesante. ?Es muy interesante, si!
– ?Cree que podria haber alguna relacion, senor?
– Yo diria que si, sargento, seguro, del mismo modo que relacionaria un pescado podrido con el mal olor.
102
3 de noviembre de 2001
En algun momento a primera hora de la manana, mientras Lorraine yacia despierta en la cama, escuchando los ronquidos de Ronnie, la alegria y el alivio que sentia por que estuviera vivo comenzaron a transformarse en ira.
Despues, cuando el se desperto e insistio en no descorrer las cortinas del dormitorio ni subir las persianas de la cocina, se encaro a el en la mesa del desayuno. ?Por que la habia hecho sufrir tanto? Podria haberle hecho una llamada rapida, ?no?, para explicarselo todo y entonces no habria vivido en un infierno durante casi dos meses.
Entonces se echo a llorar.
– No podia arriesgarme -dijo Ronnie, acunandole la cara en sus brazos-. Tienes que entenderlo, nena. Una sola llamada desde Nueva York en tu factura podria haber suscitado preguntas. Y tenia que cerciorarme de que interpretabas el papel de viuda desconsolada.
– Si, pues si lo interprete muy bien, joder -dijo ella, secandose los ojos. Entonces saco un cigarrillo-. Tendrian que darme un puto Oscar.
– Te mereceras uno cuando acabemos.