– Si.
– En Sydney, Australia.
Ella asintio.
?Como se llamaba su tia?
– Anne Jennings.
– ?Y tiene algo para demostrarme la cadena de titulo?
– ?Que necesita?
– Una copia de su testamento. Tal vez pudiera pedirle a su abogado que se lo mandara por fax. No se que hora sera ahora alli. -Miro su reloj-. De noche, creo. Podria hacerlo manana.
– ?Y cuanto me pagaria por la coleccion?
– ?Con una cadena de titulo? Estaria dispuesto a pagarle dos y medio. Millones.
– ?Y sin ella? ?A tocateja, ahora?
Hegarty dijo que no con la cabeza sonriendo ironicamente.
– Me temo que conmigo no funciona asi.
– Me habian dicho que usted era el hombre al que tenia que acudir.
– No, ya no. Mire, senorita, le dare un consejo: divida la coleccion. Es demasiado grande, la gente le hara preguntas. Dividala ya. Hay algunos comerciantes aqui en el Reino Unido. Lleve una plancha a uno, otra a otro. Tal vez pueda verse con algunos comerciantes del extranjero, regatee con ellos. No tiene que aceptar sus precios si no le gustan. Vendalos sin hacer ruido, durante un par de anos, y asi no llamara la atencion de nadie.
Hegarty recogio los sellos con cuidado, de un modo casi reverencial, y volvio a guardarlos todos en sus hojas protectoras.
Destrozada, Abby dijo con voz debil:
– ?Puede recomendarme algun comerciante aqui en el Reino Unido?
– Si, a ver, dejeme pensar. -Recito de un tiron varios nombres mientras metia los sellos en el sobre acolchado. Abby los apunto. Luego anadio, como si se le ocurriera de pronto-: Naturalmente, se me ocurre alguien mas.
– ?Quien?
– He oido que Chad Skeggs esta en la ciudad -dijo, mirandola fijamente.
Y ella no pudo evitarlo. Se puso roja como un tomate. Luego, le pidio si podia llamarle un taxi.
Hugo Hegarty acompano a Abby a la puerta. Hubo un silencio gelido entre ellos y a ella no se le ocurrio nada que decir para romperlo mas que un triste:
– No es lo que usted piensa.
– Ese es el problema con Chad Skeggs -replico el hombre-. Que nunca lo es.
Cuando Abby se marcho, Hegarty fue directamente a su despacho y llamo al sargento Branson. No tenia mucho mas que anadir a su conversacion anterior, salvo darle el nombre de la tia de la joven, Anne Jennings.
En su opinion, todo lo que pudiera hacer, cualquier cosa, para devolversela a Chad Skeggs no seria suficiente.
104
Octubre de 2007
Abby abrio la puerta trasera del taxi, profundamente afligida por el encuentro con Hugo Hegarty, y lanzo una mirada sombria a la lluvia torrencial que caia en Dyke Road Avenue.
La furgoneta de British Telecom todavia estaba alli y el coche pequeno azul oscuro seguia aparcado un poco mas adelante. Se subio al taxi y cerro la puerta.
– ?Al Grand Hotel? -pregunto la taxista para confirmar el destino.
Abby asintio. Era la direccion erronea, la que habia dado a proposito al llamar desde el despacho de Hegarty, porque no queria que el supiera donde se hospedaba. Se bajaria en algun sitio antes de llegar.
Se recosto en el asiento, pensativa. Ni una palabra de Ricky. Dave se equivocaba: vender los sellos seria mucho mas complicado de lo que le habia dicho, y, ademas, les llevaria mucho mas tiempo.
Su telefono empezo a sonar. La pantalla le dijo que era su madre. Contesto muerta de miedo, agarrando el movil bien pegado a la oreja, consciente de que la conductora estaria escuchando.
– ?Mama!-dijo.
Su madre parecia desorientada y muy angustiada. Respiraba entrecortadamente.
– Por favor, Abby, por favor, tengo que tomar mi medicacion, estoy cada vez mas… -Callo y respiro con brusquedad, luego solto un jadeo sofocado-. Los espasmos. Yo… por favor… No tendrias que habertelos llevado. Esta mal… -Solto otro jadeo.
Entonces la llamada se corto.
Abby volvio a llamar desesperada, pero salto directamente el contestador, como antes.
Temblando, miro la pantalla del movil, esperando que volviera a cobrar vida en cualquier momento con una llamada de Ricky. Pero permanecio en silencio.
Cerro los ojos. ?Cuanto tiempo mas podia aguantar su madre? ?Cuanto mas podia hacerla sufrir?
«Cabron. Cabron, cabron, cabron, cabron, cabron.»
Ricky era listo. Demasiado listo, joder. Estaba ganando. Sabia que no podria vender los sellos tan facilmente y que, por lo tanto, casi seguro que seguia teniendolos en su poder. Su plan de quitarselo de encima con una pequena suma de dinero, diciendole que habia transferido la mayor parte a Dave, se habia ido al garete.
Ya no sabia que debia hacer.
Volvio a mirar el telefono, deseando que sonara.
En realidad, habia algo que si podia hacer y tenia que hacerlo cuanto antes. Debia poner fin al sufrimiento de su madre, aunque significara llegar a un trato con Ricky. Lo que significaria darle lo que queria, o al menos casi todo.
Luego se le ocurrio una idea. Inclinandose hacia delante para hablar con la conductora, dijo:
– ?Conoce usted alguna tienda de sellos en la ciudad?
El nombre que figuraba en la licencia de conduccion decia «Sally Bidwell».
– Hay una en Queen's Road, justo bajando la estacion, llamada Hawkes. Creo que hay otra en Shoreham. Y tambien estoy segura de que hay una en los Lanes, en Prince Albert Street -respondio Sally Bidwell.
– Lleveme a Queen's Road -dijo Abby-. Es la mas cercana.
– ?Es usted coleccionista?
– Me interesa el tema -dijo Abby, se metio la mano dentro del abrigo y se desabrocho el cinturon.
– Siempre he pensado que era mas una aficion de hombres.
– Si -dijo Abby con educacion.
Extrajo el sobre acolchado, lo mantuvo abajo, fuera del campo de vision del retrovisor, y repaso el contenido, buscan algunos de los ejemplares menos valiosos. Saco un bloque d cuatro sellos con cruces de Malta que costaban unas mil libras. Tambien habia algunos sellos con el puente del puerto de Sydney que valian unas cuatrocientas libras la plancha. Dejo estos fuera, luego metio el resto en el sobre y volvio a guardarselo debajo del jersey bien atado con el cinturon.
Al cabo de unos minutos, el taxi se detuvo delante de Hawkes. Abby pago y se bajo, conservando los sellos bien secos, en su celofan, dentro del abrigo. Paso un autobus, luego advirtio fugazmente que la adelantaba un coche pequeno azul, con dos hombres sentados delante, un Peugeot o un Renault, penso. El pasajero hablaba por el movil. El coche parecia muy similar al que habia visto aparcado cerca de la casa de Hegarty. ?O se estaba volviendo paranoica?
No habia ningun cliente en la tienda. Una mujer de pelo rubio y largo estaba sentada a una mesa, leyendo un ejemplar de un periodico local. A Abby le gusto bastante el ambiente ligeramente destartalado del lugar. No parecia afectado, no daba la sensacion de ser uno de esos sitios donde seguramente formularian todo tipo de preguntas