que solo podia ser Olaf, ya que nadie mas se atreveria a hacer algo semejante. Pero yo no podia matar a Olaf; eso si que no podia hacerlo. Asi pues, le cedi el paso, y pense que ahora seria el quien me lo cerrara. Pero solo se mantuvo a unos quince metros de mi radiador. «Bueno — pense —, no importa.» Y empece a conducir mas lentamente, con la debil esperanza de que el se alejara.
Pero no era su intencion alejarse; aminoro asimismo la marcha.
Aun faltaba un kilometro para la ultima curva junto a las rocas, cuando el glider disminuyo todavia mas la marcha; ahora conducia por el centro, a fin de que yo no pudiera adelantarle. Pense: «?Tal vez ahora lo logre, ahora mismo!» Pero no habia ninguna roca, solo la arena de la playa, y el coche se habria encallado en la arena al cabo de cien metros, sin llegar siquiera al oceano; no era cuestion de hacer semejante tonteria. No tenia mas remedio que seguir adelante.
El glider iba ahora con mayor lentitud, y observe que iba a detenerse; su carroceria negra brillaba a la luz de las senales del freno como salpicada de sangre. Intente adelantarle con un giro repentino, pero me cerro el paso. El era mas rapido y flexible que yo; al fin y al cabo, era conducido por otra maquina. La maquina siempre tiene un reflejo mas rapido. Pise el freno; demasiado tarde. Un ruido espantoso, una masa negra apretada contra el parabrisas; fui proyectado hacia delante y perdi el conocimiento.
Abri los ojos como despues de un sueno; sonaba que estaba nadando. Algo frio y humedo me paso por la cara, senti manos que me sacudian, y oi una voz.
— Olaf — murmure —, Olaf, ?por que? ?Por que?
— ?Hal!
Me estremeci; me apoye sobre el codo y vi el rostro de ella muy junto al mio. Cuando me sente, tan confuso que no podia pensar, ella se deslizo lentamente sobre mis rodillas, sus hombros temblaban convulsivamente, y yo aun no podia creerlo. Mi cabeza parecia tener proporciones gigantescas y estar hecha de algodon.
— Eri — dije con labios entumecidos, grandes, pesados, y como muy distantes de mi —, Eri, ?eres tu… o…?
De pronto me volvieron las fuerzas, la agarre por los hombros, la levante, me levante yo de un salto, nos tambaleamos los dos y caimos sobre la arena blanda y todavia caliente. Bese su cara humeda y salada y llore por primera vez en mi vida, y ella tambien lloro. Durante mucho rato no pronunciamos una sola palabra, y poco a poco fuimos cogiendo miedo — no se de que —, y ella me miro con ojos muy abiertos.
— Eri — repeti —, Eri, Eri…
No sabia nada mas. Me eche en la arena, muy debil de pronto, y ella se asusto; trato de levantarme, pero no tenia suficiente fuerza para hacerlo.
— No, Eri — murmure —, no me ha pasado nada… Es solo…
— ? Hal! Entonces, habla, ?habla!
— ?Que quieres que diga…, Eri…?
Mi voz la calmo un poco. Se fue corriendo y en seguida volvio con un recipiente plano; me mojo el rostro de agua — era salada —, claro, era agua de mar. «Yo queria beber mucha», me paso por la mente, y parpadee. Recupere el dominio de mi mismo, me sente y movi la cabeza.
Ni siquiera una herida; los cabellos habian amortiguado el golpe; solo tenia un chichon como una naranja, un poco de piel levantada, en las orejas aun notaba un zumbido, pero ya me sentia bien. Por lo menos, sentado. En cuanto trate de levantarme, las piernas no quisieron obedecerme.
Ella se arrodillo junto a mi y me miro con los brazos caidos.
— ?Eres tu? ?De verdad? — pregunte. Ahora empece a comprenderlo; me volvi y, en medio de un terrible mareo provocado por este movimiento de cabeza, vi a la luz de la luna nueva, a pocos metros de distancia, dos siluetas negras al borde de la carretera, una empotrada en la otra. Me fallo la voz cuando dirigi la mirada hacia ella.
— Hal…
— Dime.
— Trata de levantarte…, te ayudare…
— ?Levantarme?
Mi cerebro aun no parecia funcionar bien. Comprendia y no comprendia lo ocurrido. ?Era Eri la que conducia el glider? Imposible.
— ?Donde esta Olaf? — pregunte.
— ?Olaf? Lo ignore.
— ?Como…? ?No estaba aqui?
— No.
— ?Tu sola?
Asintio. Y de pronto me sobrecogio un temor horrible, espantoso.
— ?Como pudiste! ?Como pudiste!
Su rostro temblaba, su boca tambien; no era capaz de pronunciar una sola palabra.
— Era… preciso…
Volvio a llorar. Muy lentamente, fue tranquilizandose. Me toco la cara, la frente, y yo seguia repitiendo:
— En…, ?eres tu?
Delirio de la fiebre. Entonces, muy despacio, me levante, ella me ayudo como pudo.
Llegamos a la carretera. Alli vi el estado en que habia quedado el coche: el radiador, toda la parte delantera parecia un acordeon. En cambio el glider apenas habia sufrido danos — ahora comprendi su superioridad —, a excepcion de una pequena abolladura en el 'lado del choque; nada mas.
Eri me ayudo a subir, dio marcha atras hasta que el coche, con un prolongado chirrido de hojalata, cayo a la cuneta, y nos alejamos. Volviamos a la casa. Yo callaba, las luces pasaban de largo. La cabeza me colgaba sobre el hombro, cada vez mas grande y pesada. Nos apeamos ante la casita. Las ventanas seguian iluminadas, como si nosotros aun estuviesemos dentro. Me ayudo a entrar. Me eche en la cama. Ella fue hacia la mesa, la rodeo y se dirigio a la puerta. Me incorpore con fuerza.
— ?Te marchas?
Corrio hacia mi, se arrodillo junto a la cama y dijo con la cabeza:
— No.
— ?No?
— No.
— ?Y no te marcharas nunca?
— Nunca, La abrace. Ella puso la mejilla contra mi cara, y ahora me abandono todo: los ultimos vestigios de mi testarudez, colera y demencia de las ultimas horas, el temor, la desesperacion. Me quede vacio, como muerto; solo apretandola contra mi, cada vez mas fuerte, como si hubiera recuperado las fuerzas. Reinaba el silencio, la luz resplandecia en el tapizado dorado de la habitacion. En algun lugar de la lejania, casi como en otro mundo, al otro lado de la ventana abierta, rumoreaba el oceano Pacifico.
Puede parecer extrano, pero no hablamos ni aquel atardecer ni aquella noche una sola palabra. Nada. Solo al dia siguiente, ya tarde, me entere de como habia ocurrido: cuando yo me fui en el coche, ella adivino para que y me siguio poco despues; estaba asustada, no sabia que debia hacer; primero penso en llamar al robot blanco, pero comprendio que esto no serviria de nada. Tampoco «el» — nunca le llamaba de otro modo — podria ayudarla. Tal vez Olaf. Seguramente Olaf. Pero no sabia donde buscarle, y ademas no habia tiempo que perder.
Asi que tomo el glider de la casa y me siguio. Pronto me alcanzo y se quedo detras de mi, pensando que aun habia una posibilidad de que yo quisiera volver a la casita.
— ?Hubieras entrado? — pregunte.
Titubeo.
— No lo se. Creo que si. Ahora creo que si, pero no estoy muy segura.
Entonces, cuando vio que yo pasaba de largo la casita, se asusto aun mas. Yo ya conocia el resto.
— No, no comprendo absolutamente nada — dije —. Todavia no lo comprendo. ?Como pudiste hacerlo?
— Yo… pense que no podia permitir que pasara nada.
— ?Y sabias que queria hacer yo, y donde?