como paralizado y con la sensacion de que la mayor experiencia de mi vida acababa de pasar y, si ahora moria, no se produciria ningun cambio. Y esta indefension mia era como el tacito silencio del triunfo.
Pero por la manana todo volvio a ser igual. En las primeras horas ella seguia avergonzada, ?o era tal vez desprecio hacia mi? Lo ignoro; quiza se despreciaba a si misma por lo sucedido.
Hacia mediodia logre convencerla para dar un pequeno paseo. Seguimos la carretera de la gigantesca playa. El Pacifico reposaba al sol como un gigante languido, surcado por franjas de espuma blancas y doradas y repleto hasta el horizonte de pequenas velas. Detuve el coche en el lugar donde terminaba la playa y aparecia un promontorio de rocas, La carretera describia alli una curva pronunciada: a un metro de distancia podian verse directamente las violentas oleadas. Luego volvimos para comer.
Todo era igual que la vispera; pero en mi se extinguia todo cuando pensaba en la noche.
Porque no queria aquello, no lo queria asi. Cuando no la miraba, sentia sus ojos fijos en mi.
Trate de adivinar el significado de su ceno nuevamente fruncido y sus miradas ausentes; y de pronto — no se como ni por que, fue como si alguien me hubiera abierto el craneo —, lo comprendi todo. Senti deseos de golpearme la cabeza con los punos. ?Que estupido egoista era, que cerdo insensible! Me quede quieto, aturdido, con esta tormenta rugiendo en mi interior. De improviso la frente se me perlo de sudor y me senti muy debil.
— ?Que tienes? — pregunto ella.
— Eri — dije con voz ronca —, yo… no he comprendido hasta ahora, ?te lo juro! que has venido conmigo porque tenias miedo de que yo…, ?verdad que si?
Sus ojos se abrieron llenos de asombro; me miro con atencion, como si temiera un engano, una comedia. Asintio.
Salte de la silla.
— Nos vamos.
— ?Adonde?
— A Klavestra. Haz el equipaje. Dentro de — consulte el reloj —, dentro de tres horas estaremos alli.
No se habia movido.
— ?En serio? — interrogo.
— ?En serio, Eri! No lo habia comprendido. Si, ya se, parece imposible. Pero hay limites. Si, limites. Eri, todavia no comprendo del todo como he podido; me he mentido a mi mismo.
Bueno, no lo se, pero es igual, ahora ya no importa.
Hizo el equipaje ?tan de prisa…! Todo en mi estaba roto y destrozado. Sin embargo, exteriormente parecia casi tranquilo. Cuando estabamos sentados en el coche, me dijo:
— Hal, te pido perdon.
— ?Por que? ?Ah! — comprendi —. ?Creias que yo lo sabia?
— Si.
— Bueno. No hablemos mas de ello.
Y nuevamente pise el acelerador; a los lados pasaban casitas lilas, blancas, azules, la carretera se curvaba, aumente mas la velocidad, el trafico era muy intenso y luego empezo a escasear, las casitas perdieron sus colores, el cielo se tino de azul oscuro, las estrellas aparecieron y nosotros corriamos en el prolongado silbido del viento.
Todo el paisaje se volvio gris; las colinas dejaron de ser abultadas y se convirtieron en siluetas, en una hilera de gibas, y la carretera, en la penumbra, era fosforescente. Reconoci las primeras casas de Klavestra, el caracteristico recodo de la carretera, los setos. Detuve el coche frente a la entrada, entre sus cosas en el jardin bajo la baranda.
— Prefiero no entrar en la casa comprendelo.
— Si.
No queria despedirme de ella, asi que me limite a dar media vuelta. Ella rozo mi mano; me estremeci como si me hubiera quemado.
— Hal, gracias…
— No digas nada. Por el amor de Dios, no hables.
Me aleje corriendo, salte al coche y pise el acelerador. El ruido del motor parecio calmarme durante un rato. Llegue a la recta sobre dos ruedas. Era para reir. Naturalmente, ella tenia miedo de que la matara; habia presenciado como intentaba matar a Olaf, que era totalmente inocente, y solo por esto, porque el no me permitia… ?Oh, no importaba…, no importaba! Grite solo en el coche, podia hacer lo que quisiera, el motor cubria mi demente furia… y una vez mas ignoro en que momento supe lo que tenia que hacer. Una vez mas — como antes — me invadio la paz. No la misma, claro. Porque el hecho de que hubiera aprovechado tan vulgarmente la situacion y la hubiese obligado a ella a seguirme, y todo hubiese ocurrido solo por este motivo… era lo peor de todo cuanto podia imaginarme, pues me robaba incluso los recuerdos, los pensamientos sobre nuestra noche… sencillamente todo. Yo mismo la habia destruido con mis propias manos por medio de un egoismo ilimitado, de una ceguera que no me dejaba ver lo mas visible y evidente; desde luego ella no habia mentido cuando dijo que no tenia miedo de mi. Tampoco temia por ella, claro. Solo por el.
Tras las ventanillas pasaban volando pequenas luces, quedaban atras, se desvanecian; la comarca era indescriptiblemente hermosa. Y yo, destrozado, mutilado, corria a toda velocidad sobre chirriantes neumaticos de una curva a otra, hacia el Oceano Pacifico, hacia las rocas; en un momento en que el coche patino con fuerza mayor de la esperada y rozo 'a cuneta con las ruedas del lado derecho, senti miedo, pero solo por una fraccion de segundo; en seguida rei como un loco…, porque habia tenido miedo de morir precisamente aqui, cuando me habia propuesto morir en otra parte. Y esta risa se convirtio de pronto en un sollozo. «Debo hacerlo cuanto antes — pense —, pues ahora ya no soy el mismo. Lo que me ocurra ya no es horrible, sino repugnante.» Y aun me dije algo mas: que debia avergonzarme de mi mismo. Pero ahora estas palabras ya no tenian sentido ni importancia.
Era ya oscuro, la carretera estaba casi vacia, ya que por la noche no circulaba casi nadie — hasta que observe que me seguia un glider negro a no mucha distancia. Se deslizaba con ligereza y sin el menor esfuerzo, mientras yo forcejeaba con los frenos y el acelerador, porque los gliders se mantienen sobre el asfalto gracias a la fuerza de atraccion o de la gravedad — el diablo lo sabe. En suma, me podia alcanzar facilmente, pero permanecia a unos ochenta metros detras de mi; una vez se acerco un poco mas, pero volvio a reducir la marcha. En las curvas pronunciadas, donde yo barria la carretera con toda la parte posterior del coche y patinaba hacia la izquierda, el se quedaba atras, aunque yo no creia que no pudiera mantener mi ritmo. Tal vez el conductor tenia miedo. Pero, no, claro, en el no iba ningun conductor. Y ademas, ?que me importaba a mi aquel glider?
Algo si me importaba, pues sentia que no se mantenia tan cerca de mi sin un motivo. De pronto se me ocurrio pensar que podia ser Olaf. Olaf, quien, con toda la razon, no se fiaba en absoluto de mi, y que debia de haber esperado en los alrededores para vigilar el curso de los acontecimientos. Y al pensar que alli se encontraba mi salvador, mi viejo y querido Olaf, que una vez mas no me dejaba hacer lo que yo queria, como un hermano mayor, como mi pano de lagrimas… me invadio la colera. Durante un segundo, la ira me impidio ver la carretera.
«?Por que no me dejan en paz?», pense, y empece a exigir del coche sus ultimas fuerzas, sus ultimas reservas. Como si no supiera que el glider podia alcanzar el doble de mi velocidad. Y asi corrimos en plena marcha, entre las colinas llenas de luces, y el penetrante silbido del viento que cortaban nuestros vehiculos dejaba ya percibir el rumor creciente, gigantesco y como surgido de profundidades insondables del oceano Pacifico.
«Sigue conduciendo — pense —, conduce tranquilo. Tu no sabes lo que yo se. Me persigues, me olfateas, no me dejas en paz… ?Estupendo! Pero yo correre mas que tu, saltare ante tus mismas narices antes de que tengas tiempo de parpadear; hagas lo que hagas, no te servira de nada, pues el glider no puede salirse de la carretera. De este modo, hasta en el ultimo segundo podre tener la conciencia tranquila. Fabuloso.» Pase por delante de la casita donde habiamos vivido; sus tres ventanas iluminadas me dijeron al pasar que no hay ningun sufrimiento que no pueda incrementarse. Y entonces llegue al trecho de la carretera que seguia paralelo al oceano. Ante mi alarma, ahora el glider aumento de pronto la velocidad y quiso adelantarme. Le corte brutalmente el paso, girando hacia la izquierda. El se quedo atras, y continuamos maniobrando de esta manera; cada vez que intentaba adelantarme, le cerraba el paso ocupando el lado izquierdo de la carretera; creo que fueron cinco veces.
De repente, aunque yo no le dejaba sitio, empezo a adelantarme; mi coche estuvo a punto de rozar la negra y reluciente superficie del proyectil sin ventanas y al parecer sin conductor; en ese momento supe seguro