ulder.

— Vaya, vaya — dije —, que bonitas vacaciones te he organizado.

— Si yo no me quejo, tu tampoco has de hacerlo. Quiza saque algo de todo esto. Y ahora, basta. Vamos.

El desayuno transcurrio en un ambiente singular. Olaf hablo mas que de costumbre, pero mas bien al aire. Eri y yo apenas pronunciamos una palabra. Entonces el robot blanco trajo un glider, con el cual Olaf se fue a Klavestra a recoger el coche. Se le ocurrio en el ultimo momento. Al cabo de una hora el coche ya estaba en el jardin; puse en el todo mi equipaje y Eri tambien se llevo sus cosas — no todas, segun me parecio, pero no hice ninguna pregunta-; en realidad, no nos hablabamos. Y en el dia soleado, que ya empezaba a ser caluroso, fuimos primero a Houl — que estaba algo apartado de la carretera —, donde Olaf se apeo; hasta que nos encontramos en el coche no nos explico que ya habia alquilado una casita para nosotros.

No hubo una despedida en toda regla.

— Escucha — le dije —, si algun dia te escribo…, ?vendras?

— Claro. Te enviare mi direccion.

— Escribe a la lista de Correos de Houl — observe. Me alargo su mano endurecida. ?Cuantas manos como esta quedarian en toda la Tierra?

La estreche hasta que me crujieron los huesos. Sin volverme, volvi al coche. Viajamos apenas una hora; Olaf me habia indicado donde estaba la casa. Era pequena — cuatro habitaciones, sin piscina, pero junto a la playa y al mar —. Cuando pasamos por un trecho mas elevado, bordeado de casitas policromas que estaban diseminadas por las colinas, vimos el oceano desde la carretera. Ya antes de verlo habiamos oido su distante y sordo rumor.

De vez en cuando, miraba a Eri. Callada, muy erguida, no volvia la cabeza para contemplar el paisaje. La casita — nuestra casita — era azul con un tejado color naranja. Cuando me pase la lengua por los labios, note sabor a sal. La carretera describio una curva y siguio paralela a la linea de la playa. El oceano, con olas que parecian inmoviles desde lejos, mezclaba su voz con el ruido del potente motor.

La casita era una de las ultimas. Un pequeno jardin, con arbustos grises por la sal, mostraba las huellas de una reciente tormenta. Las olas debian de haber llegado hasta la valla; aqui y alli se veian aun conchas vacias. El techo inclinado se elevaba en la parte delantera, formando una especie de ala muy caprichosa, que daba mucha sombra. La casita vecina asomaba detras de una duna grande y de escasa vegetacion, a unos seiscientos pasos de distancia. Abajo, en la playa en forma de media luna, se veian diminutas siluetas humanas.

Abri la portezuela del coche.

— Eri…

Se apeo en silencio. Si pudiera adivinar que pasaba tras su frente un poco arrugada.

Camino a mi lado hacia la puerta.

— No, asi no — dije —. No puedes cruzar por tu pie el umbral ?sabes?

— ?Por que?

La levante.

— Abre — pedi. Toco la placa con los dedos y la puerta se abrio. Cruce el umbral llevandola en brazos, y entonces la deje resbalar hasta el suelo —. Es una costumbre. Trae… suerte.

Primero fue a recorrer todas las habitaciones. La cocina estaba atras; era automatica y tenia un robot, pero no un robot verdadero, sino un muneco electrico para la limpieza.

Tambien podia servir las comidas. Obedecia ordenes, pero solo hablaba un par de palabras.

— Eri — dije —, ?quieres ir a la playa?

Nego con la cabeza. Nos hallabamos en medio de la habitacion de mayor tamano: blanca y dorada.

— ?Que quieres? Tal vez…

Antes de que terminara la frase, el mismo movimiento de cabeza. Vi lo que significaba.

Pero la suerte estaba echada y habia que seguir jugando.

— Traere las cosas — dije. Espere por si decia algo, pero se sento en uno de los sillones verdes como la hierba y comprendi que no queria decir nada. Este primer dia fue espantoso. Eri no hizo nada demostrativo, ni siquiera me evito intencionadamente e incluso intento estudiar un poco despues de la comida, cuando le pedi que me dejara permanecer en su habitacion para poder contemplarla.

Le prometi no decir una sola palabra y no estorbarla. Pero despues de un cuarto de hora (?tan rapida fue mi intuicion!) comprendi que mi presencia le pesaba como una piedra. La linea de su espalda, sus gestos pequenos y precavidos y su disimulada tension me lo revelaron. Por lo tanto, sali corriendo, cubierto de sudor, y empece a pasear arriba y abajo de mi habitacion.

Aun no la conocia, aunque ya sabia que no era una chica tonta, sino tal vez todo lo contrario. En la situacion recien creada, esto podia ser tanto una ventaja como un inconveniente. Ventaja: si no lo comprendia, por lo menos podia pensar quien era yo y no ver en mi a un barbaro ni a un salvaje.

Inconveniente: si esto era cierto, entonces carecia de valor el consejo que me diera Olaf en el ultimo momento. Me cito un aforismo del Libro Hon, que yo tambien conocia: «Para que la mujer sea como una llama, el hombre ha de ser como el hielo.» Asi pues, veia mi unica posibilidad en la noche, no en el dia. No me gustaba esto y me atormentaba de forma horrible pensarlo. Pero comprendia que en el breve tiempo de que disponia, no lograria ningun contacto por medio de las palabras. Dijera lo que dijese; todo quedaria sin efecto, porque no llegaria hasta sus motivos, hasta su corto y bien justificado arranque de colera cuando empezo a gritar: «?…no lo quiero, no lo quiero!». Tambien el hecho de que entonces pudiera dominarse tan pronto me parecia una mala senal.

Al atardecer sintio miedo. Trate de ser mas sereno que el agua y mas bajo que una brizna de hierba, como Woow, ese pequeno piloto que sabia callar mas tiempo que nadie; era capaz, sin decir una palabra, de expresar con claridad lo que queria y tambien hacerlo.

Despues de la cena — no comio nada, lo cual provoco gran alarma en mi — senti que me Dominaba la ira, hasta el punto de que muchas veces casi la odie por culpa de mi propio tormento. Y la terrible injusticia de este sentimiento no hacia mas que incrementarlo.

Nuestra primera noche verdadera, cuando, todavia muy enardecida, se durmio en mis brazos y su respiracion jadeante se fue serenando con suspiros cada vez mas debiles, me senti seguro de haber vencido. Ella habia luchado sin cesar, no conmigo, sino con su propio cuerpo, que ahora yo empezaba a conocer. Desde las finas unas, dedos diminutos, palmas de las manos, pies, fui abriendo y despertando a la vida con mis besos cada una de sus pequenas partes y curvas, penetrandolas con.mi aliento, a pesar de ella misma, con infinita paciencia y lentitud, para que las transiciones fueran apenas perceptibles.

Y cuando senti una protesta creciente, como la muerte, me aparte, empece a susurrarle palabras pueriles, dementes, sin sentido, calle de nuevo y solo la acaricie, la asalte durante horas con las caricias, hasta que senti como se abria, como su rigidez se convertia en el temblor de la ultima resistencia… y entonces temblo de otra manera, ya vencida, pero yo seguia esperando, sin hablar, ya que esto estaba mas alla de todas las palabras. En la oscuridad sostuve sus hombros esbeltos y su pecho, el izquierdo, porque alli latia el corazon, mas de prisa, cada vez mas de prisa… Respiraba con fuerza, despues con desesperacion, y entonces — ocurrio; ni siquiera fue deseo, sino la gracia de la extincion y la fusion, una tormenta mas alla de nuestros cuerpos, para que en esta violencia se fundieran en uno solo. Nuestros alientos jadeantes, nuestros ardores terminaron en un desmayo; ella grito una vez, debilmente, con voz alta e infantil, y me abrazo.

Mas tarde sus manos fueron resbalando lejos de mi, como con una gran verguenza y tristeza, como si ella hubiese comprendido de repente cuan horribles habian sido mis subterfugios y mentiras. Y lo empece todo de nuevo: los besos entre los dedos, los juramentos mudos, toda esta campana de ternura y tambien crueldad. Todo se repitio como en un sueno oscuro y calido. Y de improviso note que su mano, oculta entre mis cabellos, apretaba mi cabeza contra su brazo desnudo con una fuerza que jamas habria adivinado en ella. Y entonces, agotada, respirando con rapidez, como si quisiera librarse del calor creciente y el temor repentino, se durmio. Yo permaneci inmovil, como un muerto, tenso hasta el punto maximo, e intente comprender si lo sucedido lo significaba todo o absolutamente nada. Poco antes de dormirme tuve la impresion de que estabamos salvados.

Y entonces llego la paz, la gran paz, tan grande como en Kerenea cuando yacia sobre la calida placa de lava con Arder inconsciente, pero al que veia respirar tras el cristal de su escafandra y asi sabia que no todo habia sido en vano. Pero ya no me quedaban fuerzas, aunque solo fuera para abrir el grifo de su botella de repuesto; yacia

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