VII

Una noche, ya muy tarde, descansabamos despues de hacer el amor, y el rostro de Eri se apoyaba de lado sobre mi brazo. Si miraba hacia arriba, podia. ver a traves de la ventana abierta las estrellas brillando entre las nubes. No habia viento, el visillo de la ventana parecia un fantasma blanco; pero del mar abierto venia una oleada muerta, oi el prolongado zumbido que la anunciaba, luego un rumor irregular cuando rompio en la playa, despues un silencio que duro varios latidos del corazon, y en seguida volvieron las aguas invisibles a acometer la lisa playa. Pero apenas escuchaba este recuerdo incesante repetido de la existencia terrena, pues contemplaba con los ojos muy abiertos la Cruz del Sur, cuya Beta habia sido nuestra guia; yo habia empezado cada dia con sus meditaciones, de manera que al final ya las hacia automaticamente y pensando en otras cosas; nos conducia de modo infalible, aquel fanal del vacio que jamas se extinguia. Casi notaba en mis manos la presion de los mangos de metal, que empujaba para colocar el punto luminoso, la cima de la oscuridad, en el centro del punto de mira, y mientras lo hacia, sentia la blanda goma del ocular en torno a las cejas y las mejillas. Esta estrella, una de las mas distantes, apenas habia cambiado al final del vuelo, mientras la Cruz del Sur se habia desvanecido hacia tiempo y dejado de existir para nosotros, ya que nos dirigiamos hacia el interior de sus brazos; y entonces aquel punto blanco, aquella estrella gigantesca dejo de ser lo que habia parecido al principio: un desafio; su igualdad perenne nos revelo su verdadero significado: era testigo de la insignificancia de nuestras acciones, de la indiferencia del vacio, del espacio, con la cual nadie se reconciliara jamas.

Pero ahora intente distinguir la respiracion de Eri entre el rumor del Pacifico, y me resulto dificil creer en tales cosas. Podia repetir para mis adentros: «He estado alli, si, he estado alli realmente», pero esta afirmacion no debilitaba mi infinito asombro. Eri se movio. Quise apartarme para hacerle mas sitio, pero de pronto senti su mirada.

— ?No duermes? — susurre. Me incline sobre ella y ya iba a rozar su boca con la mia cuando me puso sobre los labios las yemas de los dedos. Asi permanecio un momento, y despues deslizo los dedos hacia mis omoplatos y mi pecho, rodeo un profundo hueco entre las costillas y lo cubrio con la palma.

— ?Que es esto? — murmuro.

— Una cicatriz.

— ?Como ocurrio?

— Tuve un accidente.

Guardo silencio. Senti que me miraba. Levanto la cabeza. Sus ojos eran solo oscuridad; sin luz, yo apenas veia el contorno de su brazo, blanco y palpitante.

— ?Por que no dices nada? — volvio a murmurar.

— Eri…

— ?Por que no quieres hablar?

— ?De las estrellas? — comprendi de repente. Ella callo. Yo no sabia que decir.

— ?Crees que no lo comprenderia?

La mire muy de cerca en la oscuridad, entre el rumor del oceano, que llenaba la habitacion y volvia a alejarse, y aun no sabia como debia explicarselo.

— Eri…

Quise abrazarla, pero ella se solto y se sento en la cama.

— No es preciso que hables, si no quieres. Pero dime por que.

— ?No lo sabes? ?De verdad?

— Ahora ya lo se. ?Querias… ahorrarmelo?

— No. Tengo miedo, simplemente.

— ?De que?

— Ni yo mismo lo se bien. No quiero remover todo aquello. No lo olvido, seria imposible.

Pero hablar… creo que significaria… encerrarme en todo ello. Apartarme de lo… actual…

— Comprendo — dijo en voz baja. La mancha blanca de su rostro desaparecio cuando bajo la cabeza —. Quieres decir que yo no lo considero im…

— No, no — trate de interrumpirla.

— Espera, ahora estoy hablando yo. Una cosa es lo que yo opine de la astronautica y tambien el hecho de que nunca abandonare la Tierra. Pero esto no tiene nada que ver contigo y conmigo. O puede que si, ya que estamos juntos. De otro modo, no lo estariamos. Para mi la astronautica es… tu. Por eso me gustaria tanto…, pero es mejor que no hables, si te sientes como dices.

— Hablare.

— Pero no hoy.

— Hoy.

— Acuestate, por favor.

Cai sobre la almohada. Ella se levanto y camino de puntillas, blanca en la oscuridad.

Corrio el visillo. Las estrellas desaparecieron; solo quedo el prolongado ruido del Pacifico, volviendo siempre con ciega testarudez. Yo ya no veia casi nada. Un soplo de aire revelo sus pasos, la cama cedio.

— ?Has visto alguna vez una nave espacial de la clase del Prometeo?

— No.

— Es muy grande. En la Tierra alcanzaria un peso de mas de trescientas mil toneladas.

— ?Y vosotros erais tan pocos?

— Doce. Tom Arder, Olaf, Arne, Thomas: los pilotos. Ah, y yo tambien. Y siete cientificos.

Pero si te refieres a que habia mucho espacio libre, te equivocas. El combustible ocupaba las nueve decimas partes de la masa. El conjunto de aparatos fotograficos, los almacenes, las provisiones, las piezas de reserva… la parte de vivienda no es grande. Cada uno de nosotros tenia su camarote, aparte de la camara comun. En el centro del casco habia los pequenos cohetes de aterrizaje y las sondas, todavia menores, para tomar las pruebas Korona…

— ?Sobrevolaste Arturo en una de ellas?

— Si. Con Arder.

— ?Por que no volasteis juntos?

— ?En un cohete? Porque esto reduce las posibilidades.

— ?Por que?

— La sonda es la refrigeracion, ?sabes? Es como… una nevera volante. Con el sitio justo para poder sentarse. Se va metido en una coraza de hielo. Este hielo se derrite por fuerza y vuelve a helarse en los tubos. Los compresores pueden estropearse. Basta un segundo, un atascamiento, porque fuera hay ocho, diez o incluso doce mil grados. Por lo tanto, si el cohete fuese doble, tendrian que morir dos. De este modo, solo muere uno. ?Comprendes?

— Si, comprendo. — Mantenia la mano sobre el lugar insensible de mi pecho —. ?Fue alli donde… ocurrio esto?

— No. Eri, ?y si primero te cuento otras cosas?

— Bueno.

— No creas que… Esto no lo sabe nadie.

— ?Esto?

La cicatriz cambiaba bajo el calor de sus dedos… como si recobrara la vida.

— Si.

— ?Como es posible? ?Y Olaf?

— Olaf tampoco. Les menti, Eri. Ahora tengo que contartelo, ya he dicho demasiado. Eri…, esto ocurrio el sexto ano. Ya regresabamos, pero dentro de una nube de polvo cosmico no se puede ir tan de prisa. Es una imagen esplendida: cuanto mas veloz avanza la nube, tanto mas violenta es la luminiscencia de la nube; detras de nosotros iba una cola, no como una cola de cometa sino mas bien como la luz polar, que tremola a ambos lados y en las profundidades del cielo, miles y miles de kilometros hacia Alfa Eridani… Arder y Ennesson ya no estaban.

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