departamento de historia. Solo entonces se entero de que Dimaggio habia dejado su puesto en la universidad. La semana pasada, le dijo la secretaria, el mismo dia en que entrego las notas finales del semestre. Le habia dicho al director que le habian contratado para un puesto en Cornell, pero cuando Lillian llamo al departamento de historia de Cornell, le dijeron que nunca habian oido hablar de el. Despues de eso, jamas volvio a ver a Dimaggio. Durante los dos anos siguientes fue como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra. No escribio, no llamo, no hizo un solo intento de ponerse en contacto con su hija. Hasta que se materializo en el bosque de Vermont el dia de su muerte, la historia de esos dos anos eran un completo vacio.

Mientras tanto, Lillian y Maria continuaron hablando por telefono. Un mes despues de la desaparicion de Dimaggio, Maria le propuso a Lillian que hiciese la maleta y se fuese a Nueva York con la pequena Maria. Incluso se ofrecio a pagar el billete, pero, considerando que Lillian estaba completamente arruinada entonces, ambas decidieron que seria mejor utilizar el dinero para pagar facturas, asi que Maria le giro a Lillian un prestamo de tres mil dolares (hasta el ultimo centavo que podia permitirse), y el viaje fue pospuesto para alguna fecha futura. Dos anos mas tarde aun no habia tenido lugar. Maria siempre imaginaba que iria a California a pasar un par de semanas con Lillian, pero nunca encontraba un buen momento, y lo mas que podia hacer era cumplir sus plazos de trabajo. Despues del primer ano empezaron a llamarse menos. En un momento dado Maria le envio otros mil quinientos dolares, pero habian transcurrido ya cuatro meses desde su ultima conversacion y sospechaba que Lillian estaba en muy mala situacion. Era una forma terrible de tratar a una amiga, dijo, cediendo nuevamente a un ataque de llanto. Ni siquiera sabia que hacia Lillian, y ahora que habia sucedido esto tan terrible, veia lo egoista que habia sido, se daba cuenta de que le habia fallado miserablemente.

Quince minutos despues Sachs estaba tumbado en el sofa del estudio de Maria, deslizandose hacia el sueno. Podia ceder a su agotamiento porque ya habia trazado un plan, porque ya no tenia dudas respecto a lo que iba a hacer. Despues de que Maria le contase la historia de Dimaggio y Lillian Stern, habia comprendido que la coincidencia de la pesadilla era en realidad una solucion, una oportunidad en forma de milagro. Lo esencial era aceptar el caracter sobrenatural del suceso; no negarlo, sino abrazarlo, aspirarlo como una fuerza sustentadora. Donde todo habia sido oscuridad para el, ahora venia una claridad hermosa e impresionante. Iria a California y le daria a Lillian Stern el dinero que habia encontrado en el coche de Dimaggio, no solo el dinero, sino el dinero como un simbolo de todo lo que tenia que dar, de su alma entera. La alquimia de la retribucion asi lo exigia, y una vez que hubiese realizado este acto, quiza habria un poco de paz para el, quiza tendria una excusa para continuar viviendo. Dimaggio habia quitado una vida; el le habia quitado la vida a Dimaggio. Ahora le tocaba a el, ahora tenian que quitarle la vida a el. Esa era la ley interior y, a menos que encontrase el valor para eliminarse, el circulo de la maldicion no se cerraria nunca. Por mucho que viviese, su vida nunca volveria a pertenecerle; entregandole el dinero a Lillian Stern, se pondria en sus manos. Esa seria su penitencia: utilizar su vida para darle la vida a otra persona; confesar; arriesgarlo todo en un insensato sueno de piedad y perdon.

No hablo de ninguna de estas cosas con Maria. Temia que no le entendiera y le horrorizaba la idea de confundirla, de causarle alarma. Sin embargo, retraso su marcha lo mas que pudo. Su cuerpo necesitaba descanso, y puesto que Maria no tenia prisa por deshacerse de el, acabo quedandose en su casa tres dias mas. En todo ese tiempo no puso los pies fuera del loft. Maria le compro ropa nueva; compro comida y la cocino para el; le suministro periodicos manana y tarde. Aparte de leer los periodicos y ver las noticias de la television, Sachs no hizo casi nada. Dormia. Miraba por la ventana. Pensaba en la inmensidad del miedo.

El segundo dia salio un breve articulo en el New York Times que informaba del descubrimiento de dos cadaveres en Vermont. Asi fue como Sachs se entero de que el apellido de Dwight era McMartin, pero la noticia era demasiado esquematica para dar algun detalle acerca de la investigacion que al parecer se habia iniciado. En el New York Times de esa tarde habia otro articulo que ponia el enfasis en lo desconcertadas que estaban las autoridades locales, pero nada de un tercer hombre, nada acerca de un Toyota blanco abandonado en Brooklyn, nada acerca de una prueba que estableciera un lazo entre Dimaggio y McMartin. El titular decia misterio en los bosques del norte. Esa noche, en las noticias de ambito nacional una de las cadenas recogia la historia, pero aparte de una breve e insulsa entrevista con los padres de McMartin (la madre llorando delante de la camara, el padre inexpresivo y rigido) y una fotografia de la casa de Lillian Stern (“Mrs. Dimaggio se niega a hablar con los periodistas”), no habia nada significativo. Salio un portavoz de la policia y dijo que las pruebas de parafina demostraban que Dimaggio disparo la pistola que mato a McMartin, pero aun no habian encontrado explicacion a la muerte del propio Dimaggio. Estaba claro que habia un tercer hombre implicado, anadio, pero no tenian ni idea de quien era o adonde habia ido. Practicamente, el caso era un enigma.

Durante todo el tiempo que Sachs paso con Maria, ella no paro de llamar al numero de Lillian en Berkeley. Al principio, nadie contesto al telefono. Luego, cuando lo intento de nuevo una hora mas tarde, oyo la senal de comunicar. Despues de varios intentos mas, llamo a la operadora y le pregunto si habia averia en la linea. No, le informo esta, el telefono habia sido descolgado. Cuando vieron el reportaje en la television la tarde siguiente, la senal de comunicar se hizo comprensible. Lillian se estaba protegiendo de los periodistas, y durante el resto de la estancia de Sachs en Nueva York Maria no logro comunicar con ella. A la larga, tal vez fuera mejor asi. Por muchas ganas que tuviese de hablar con su amiga, Maria se habria visto en apuros para contarle lo que sabia: que el asesino de Dimaggio era un amigo suyo que estaba a su lado en aquel mismo momento. Las cosas ya eran demasiado espantosas sin tener que buscar las palabras para explicar todo eso. Por otra parte, a Sachs le hubiese sido util que Maria hubiese conseguido hablar con Lillian antes de que el se fuera. Eso le habria allanado el camino, por asi decirlo, y sus primeras horas en California habrian sido considerablemente menos dificiles. Pero Maria no podia saberlo. Sachs no le dijo nada acerca de su plan, y aparte de la breve nota de agradecimiento que dejo sobre la mesa de la cocina cuando ella salio a comprar la cena el tercer dia, ni siquiera se despidio. Le avergonzaba comportarse asi, pero sabia que ella no le dejaria partir sin una explicacion y lo ultimo que deseaba era mentirle. Asi que cuando salio a hacer la compra, reunio sus pertenencias y bajo a la calle. Su equipaje consistia en la bolsa de los bolos y una bolsa de plastico en la que habia metido sus trastos de afeitar, el cepillo de dientes y las pocas prendas que Maria habia encontrado para el. Desde alli fue andando a West Broadway, paro un taxi y le pidio al chofer que le llevara al aeropuerto Kennedy. Dos horas mas tarde, tomaba un avion hacia San Francisco.

Ella vivia en una pequena casa de estuco rosa en la planicie de Berkeley, un barrio pobre de jardines descuidados, fachadas desconchadas y aceras agrietadas y llenas de malas hierbas. Sachs aparco su Plymouth alquilado poco despues de las diez de la manana, pero nadie abrio la puerta cuando llamo al timbre. Era la primera vez que estaba en Berkeley, pero en lugar de irse a explorar la ciudad y volver mas tarde, se sento en los escalones de la entrada y espero a que Lillian Stern apareciese. El aire palpitaba con una inusitada dulzura. Mientras hojeaba su ejemplar del San Francisco Chronicle, le llegaba el olor de los arbustos de jacaranda, la madreselva y los eucaliptus, el impacto de California eternamente en flor. No le importaba cuanto tiempo tuviera que estar alli sentado. Hablar con aquella mujer se habia convertido en la unica tarea en su vida, y hasta que eso sucediera era como si el tiempo se hubiera detenido para el, como si nada pudiera existir ante la ansiedad de la espera. Diez minutos o diez horas, se dijo: con tal que apareciera, le daria igual.

En el Chronicle de esa manana habia un articulo sobre Dimaggio, y resulto ser mas largo y completo que nada de lo que Sachs habia leido en Nueva York. De acuerdo con las fuentes locales, Dimaggio habia pertenecido a un grupo ecologista de izquierdas, un pequeno grupo de hombres y mujeres comprometidos con el cierre de las centrales nucleares, las companias madereras y otros “saqueadores de la tierra”. El articulo especulaba con la posibilidad de que Dimaggio hubiese estado cumpliendo una mision encomendada por este grupo en el momento de su muerte, una acusacion energicamente negada por el presidente de la seccion de Berkeley de los Hijos del Planeta, el cual afirmaba que su organizacion era ideologicamente contraria a cualquier forma de protesta violenta. El periodista sugirio a continuacion que Dimaggio podia haber actuado por iniciativa propia, haber sido un miembro renegado de los Hijos que estaba en desacuerdo con el grupo en cuestiones tacticas. Nada de esto quedaba probado, pero fue un duro golpe para Sachs enterarse de que Dimaggio no era un delincuente comun. Habia sido algo completamente diferente: un idealista enloquecido, un creyente en una causa, una persona que habia sonado con cambiar el mundo. Eso no eliminaba el hecho de que habia matado a un muchacho inocente, pero de alguna manera agravaba la situacion. El y Sachs habian defendido las mismas cosas. En otro tiempo y otro lugar, incluso pudieran haber sido amigos.

Sachs paso una hora con el periodico, luego lo echo a un lado y se quedo mirando a la calle. Pasaron docenas de coches por delante de la casa, pero los unicos peatones eran o los muy viejos o los muy jovenes: ninos pequenos con sus madres, un negro viejisimo que caminaba con pasitos menudos apoyado en un baston, una mujer

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