asiatica de pelo blanco con un andador de aluminio. A la una, Sachs abandono temporalmente su puesto para buscar algo de comer, pero regreso a los veinte minutos y consumio su almuerzo de comida rapida en los escalones. Contaba con que ella volviese a las cinco y media o las seis, confiando en que hubiese ido a su trabajo como siempre, en que continuara haciendo su vida normal. Pero eso era solo una suposicion. No sabia si tenia trabajo, y aunque lo tuviese, no era en absoluto seguro que aun estuviese en la ciudad. Si la mujer habia desaparecido, su plan no valdria nada, y, sin embargo, la unica manera de averiguarlo era continuar sentado donde estaba. Durante las ultimas horas de la tarde sufrio un ataque de ansiedad, viendo como las nubes se oscurecian sobre su cabeza mientras el crepusculo daba paso a la noche. Las cinco se convirtieron en las seis, las seis en las siete, y a partir de entonces lo mas que consiguio fue no sentirse abrasado por la decepcion. Se fue a buscar mas comida a las siete y media, pero regreso de nuevo a la casa y continuo esperando. Ella podia estar en un restaurante, se dijo, o visitando a unos amigos, o haciendo cualquier otra cosa que explicara su ausencia. Y si volvia, o cuando volviera, era esencial que el estuviera alli. A menos que hablase con ella antes de que entrase en la casa, podia perder su oportunidad para siempre.

A pesar de todo, cuando finalmente aparecio, cogio a Sachs por sorpresa. Pasaban unos minutos de la medianoche, y como ya no la esperaba, habia permitido que su vigilancia se relajara. Habia apoyado el hombro contra la barandilla de hierro forjado, habia cerrado los ojos y estaba a punto de adormilarse, cuando el sonido del motor de un coche le hizo volver al estado de alerta. Abrio los ojos y vio el coche aparcado en un espacio justo al otro lado de la calle. Un instante despues, el motor quedo silencioso y las luces se apagaron. Aun dudoso de si se trataba de Lillian Stern, Sachs se puso de pie y observo desde su posicion en los escalones, el corazon latiendo con fuerza, la sangre cantando en su cerebro.

Ella fue hacia el con una nina dormida en los brazos, sin molestarse en mirar a la casa mientras cruzaba la calle. Sachs oyo que murmuraba algo en el oido de su hija, pero no pudo entender lo que era. Se dio cuenta de que el no era mas que una sombra, una figura invisible oculta en la oscuridad, y que en el momento en que abriera la boca para hablar, la mujer se llevaria un susto de muerte. Vacilo durante unos momentos, luego, sin poder ver aun su cara, se lanzo al fin, rompiendo su silencio cuando ella estaba a medio camino del jardin.

– ?Lillian Stern? -dijo.

En el mismo momento en que oyo sus palabras, supo que su voz le habia traicionado. Habia querido que la pregunta tuviera cierto tono de cordialidad, pero le habia salido torpemente, sono tensa y beligerante, como si pensara hacerle dano.

Oyo que un rapido y tembloroso jadeo escapaba de la garganta de la mujer, la cual se detuvo en seco, acomodo a la nina en sus brazos y luego respondio en una voz baja que ardia de colera y frustracion:

– Larguese de mi casa. No quiero hablar con nadie.

– Solo quiero decirle algo -dijo Sachs, comenzando a descender los escalones. Agito las manos abiertas en un gesto de negacion, como para demostrar que venia en son de paz-. Estoy esperandola aqui desde las diez de la manana. Tengo que hablar con usted. Es muy importante.

– Nada de periodistas. No hablo con ningun periodista.

– Yo no soy periodista. Soy un amigo. No necesita decirme una palabra si no quiere. Solo le pido que me escuche.

– No le creo. Usted no es mas que otro de esos asquerosos pelmazos.

– No, esta usted equivocada. Soy un amigo. Soy amigo de Maria Turner. Es ella quien me ha dado su direccion.

– ?Maria? -dijo la mujer. Su voz se habia suavizado de modo repentino e inconfundible-. ?Conoce usted a Maria?

– La conozco muy bien. Si no me cree, puede entrar en casa y llamarla. Yo esperare aqui hasta que termine.

El habia llegado hasta el ultimo escalon, y la mujer volvia a andar hacia el, como si se sintiese libre de moverse ahora que se habia mencionado el nombre de Maria. Estaban de pie en el camino de baldosas a medio metro el uno del otro y, por primera vez desde su llegada, Sachs pudo distinguir sus facciones. Vio la misma cara extraordinaria que habia visto en las fotografias en casa de Maria, los mismos ojos oscuros, el mismo cuello, el mismo pelo corto, los mismos labios llenos. El era casi treinta centimetros mas alto que ella, y mientras la miraba, la cabeza de la nina descansando sobre su hombro, se dio cuenta de que a pesar de las fotografias no esperaba que fuese tan hermosa.

– ?Quien demonios es usted? -pregunto ella.

– Me llamo Benjamin Sachs.

– ?Y que quiere de mi Benjamin Sachs? ?Que esta usted haciendo aqui delante de mi casa a medianoche?

– Maria trato de hablar con usted. Ha estado llamandola varios dias, y como no pudo comunicar con usted, decidi venir yo.

– ?Desde Nueva York?

– No tenia otra eleccion.

– ?Y por que queria verme?

– Porque tengo algo importante que decirle.

– No me gusta como suena eso. Lo ultimo que necesito es otra mala noticia.

– Esto no es una mala noticia. Una noticia extrana, quiza, incluso increible, pero decididamente no es mala. En lo que a usted concierne, es muy buena. Asombrosa, de hecho. Toda su vida esta a punto de cambiar para mejor.

– Esta usted muy seguro de si mismo, ?no?

– Solo porque se lo que me digo.

– ?Y no puede esperar hasta manana?

– No. Tengo que hablar con usted ahora. Concedame media hora y luego la dejare en paz. Se lo prometo.

Sin decir una palabra mas, Lillian Stern saco un llavero del bolsillo de su abrigo, subio los escalones y abrio la puerta de la casa. Sachs cruzo el umbral tras ella y entro en el recibidor a oscuras. Nada estaba sucediendo como el lo habla imaginado, e incluso despues de que ella encendiera la luz, incluso despues de verla subir la escalera para llevar a su hija a la cama, se pregunto como iba a encontrar el valor de hablar con ella, de decirle lo que habia ido a decirle.

Oyo que cerraba la puerta del dormitorio de su hija, pero en lugar de volver abajo entro en otra habitacion y utilizo el telefono. El oyo claramente que marcaba un numero, pero luego, justo cuando pronunciaba el nombre de Maria, cerro la puerta de un portazo y el no pudo oir la conversacion que siguio. La voz de Lillian se filtraba por el techo como un rumor sin palabras, un erratico murmullo de suspiros y pausas y estallidos ahogados. A pesar de que deseaba desesperadamente saber lo que decia, no lograba entenderlo por mas que aguzara el oido, y abandono el esfuerzo despues de un minuto o dos. Cuanto mas duraba la conversacion, mas nervioso se ponia. Sin saber que hacer, dejo su puesto al pie de la escalera y empezo a vagar por las habitaciones de la planta baja. Habia solo tres y todas estaban en un lamentable desorden. Habia platos sucios amontonados en el fregadero de la cocina; el cuarto de estar era un caos de cojines tirados por el suelo, sillas volcadas y ceniceros rebosantes; la mesa del comedor se habia venido abajo. Una por una, Sachs encendio las luces y luego las apago. Era un lugar miserable, descubrio, una casa de infelicidad y zozobra, y le aturdia solo mirarla.

La conversacion telefonica duro quince o veinte minutos mas. Cuando oyo que Lillian colgaba, Sachs estaba de nuevo en el recibidor, esperandola al pie de la escalera. Ella bajaba con expresion cenuda y malhumorada, y por el ligero temblor que detecto en su labio inferior, Sachs dedujo que habia estado llorando. El abrigo que llevaba antes habia desaparecido y habia sido sustituido el vestido por unos vaqueros y una camiseta blanca. Se fijo en que iba descalza y llevaba las unas pintadas de un rojo vivo. Aunque el la miraba directamente todo el tiempo, ella se nego a devolverle la mirada mientras descendia la escalera. Cuando llego abajo, el se aparto para dejarla pasar, y solo entonces, cuando iba camino de la cocina, se detuvo y se volvio hacia el, hablandole por encima del hombro izquierdo.

– Maria dice que le de saludos de su parte -dijo-. Tambien dice que no entiende que hace usted aqui.

Sin esperar una respuesta, continuo y entro en la cocina. Sachs no sabia si queria que le siguiera o que se quedara donde estaba, pero decidio entrar. Ella encendio la luz del techo, solto un leve gemido al ver el estado de la habitacion y luego le dio la espalda y abrio un armario. Saco una botella de Johnnie Walker, encontro un vaso vacio en otro armario y se sirvio un whisky. Habria sido imposible no ver la hostilidad que se escondia en aquel gesto. Ni le ofrecio una copa, ni le pidio que se sentara, y de pronto Sachs comprendio que estaba a punto de

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