limpia, Adelaide, mientras que la mia es toda corrupcion y obscuridad. Es un sacerdote anglicano. Nicholas, el reverendo Nicholas Bedwell… ?Tienes hermanos?
– No, senor. Ninguno.
– ?Esta viva tu madre? ?Tu padre, quiza?
– No tengo madre. Pero tengo padre. Es sargento del Ejercito.
Era mentira. Nadie sabia quien era el padre de Adelaide, ni siquiera su madre, que tambien habia desaparecido quince dias despues de su nacimiento; pero Adelaide se habia inventado un padre, y se habia creado la imagen de que era el mas maravilloso y galante de los hombres que jamas habia visto en su desgraciada vida.
En una ocasion, uno de esos hombres arrogantes, que llevaba una gorra graciosa ladeada y tenia un vaso en la mano, le guino el ojo mientras estaba con unos companeros en la entrada de un pub y se rio escandalosamente de algun chiste grosero. Ella no habia oido el chiste. Lo unico que retuvo su mente fue la imagen de un hombre, de esplendor heroico, apareciendo subitamente en su obscura e insignificante vida como un rayo de sol. Ese guino ya habia sido suficiente para inventarse un padre.
– Buena gente -murmuro Bedwell-. Un buen grupo de gente.
Sus ojos se cerraron.
– Deberia dormir, senor -susurro Adelaide.
– No se lo digas, Adelaide. No le digas nada de lo que te he contado. Es una mujer malvada.
– Si, senor…
Y entonces, de nuevo empezo a delirar y la habitacion se lleno de fantasmas y demonios chinos, y visiones de torturas y extasis envenenados, y abismos que se abrian angustiosamente bajo sus pies. Adelaide permanecio a su lado, cogiendole la mano, y se puso a pensar.
Mensajes
Desde la muerte de Higgs, la vida en la oficina se habia vuelto aburrida. Las rencillas entre el conserje y Jim, el chico de los recados, se habian diluido; el conserje ya no tenia mas escondites y el muchacho ya no tenia mas revistas baratas. Jim no tenia nada mejor que hacer esa tarde, de hecho, que lanzar trocitos de papel con una goma elastica al retrato de la reina Victoria, que estaba encima de la chimenea, en conserjeria.
Adelaide llego y dio un golpecito en el cristal, pero Jim al principio no se dio cuenta. Estaba enfrascado intentando mejorar su punteria. El viejo conserje abrio la ventanilla y le dijo:
– ?Si? ?Que quieres?
– ?Esta la senorita Lockhart? -susurro Adelaide.
Jim aguzo el oido y la miro.
– ?La senorita Lockhart? -dijo el conserje-. ?Estas segura?
Ella asintio.
– ?Por que la buscas? -dijo Jim.
– ?Y a ti que te importa, energumeno! -dijo el anciano.
Jim lanzo una bolita de papel a la cabeza del conserje luego esquivo el cachete que este pretendia propinarle como respuesta.
– Si tienes un mensaje para la senorita Lockhart, yo se lo hare llegar -dijo el chico-. Ven aqui un momento.
Llevo a Adelaide al pie de la escalera, fuera del alcance del oido del conserje.
– ?Como te llamas? -le pregunto.
– Adelaide.
– ?Por que buscas a la senorita Lockhart?
– No lo se.
– Vale, ?quien te envia?
– Un senor.
Se agacho hacia ella, muy cerca, para escuchar lo que le iba decir, y percibio el aroma de la Pension Holland en su ropa, y en ella, que iba muy sucia. Pero no era quisquilloso y se habia acordado de algo importante.
– ?Has oido alguna vez hablar -dijo el- de algo llamado Las Siete Bendiciones?
En las ultimas dos semanas se lo habia preguntado a varias personas, excepto a Selby; y siempre habia obtenido la misma respuesta: no, no lo habian oido.
Pero ella si. Estaba asustada. Parecio encogerse dentro de su raida capa y sus ojos se tornaron mas obscuros que nunca.
– ?Sabes algo? -susurro ella.
– Tu si, ?verdad?
Ella asintio.
– Bueno, ?que es? -prosiguio el chico-. Es importante.
– No lo se.
– ?Donde has oido hablar de eso?
Torcio la boca y aparto la mirada. Dos empleados salieron de sus despachos en la parte superior de las escaleras y los vieron.
– ?Eh! -dijo uno de ellos-. Mira como liga Jimmy.
– ?Quien es tu amorcito, Jim? -dijo el otro.
Jim miro hacia arriba y disparo tal rafaga de insultos y palabrotas que habria hundido incluso a un acorazado. El chico no respetaba a los oficinistas; eran una clase de gente muy baja y vulgar.
– Cor, escucha eso -dijo el primer empleado, mientras Jim retomaba el aliento-. ?Que elocuencia!
– Esa forma de expresarse es lo que mas admiro -anadio el otro-. ?Le pone una pasion tan inhumana!
– Inhumano, tu lo has dicho -dijo el primero.
– Callate la boca, Skidmore, y ocupate de tus asuntos -dijo Jim-. No puedo perder el tiempo escuchandoos. ?Ejem! -carraspeo, dirigiendose a Adelaide-, vayamos fuera.
Ante los silbidos e insultos crecientes de los dos oficinistas, cogio la mano de Adelaide y tiro de ella violentamente mientras atravesaban el pasillo, hasta que salieron a la calle.
– No les hagas caso -dijo Jim-. Oye, me tienes que contar lo de Las Siete Bendiciones. Un hombre murio aqui dentro por eso.
Jim le conto lo que habia sucedido. Ella no alzo la mirada, pero sus ojos se abrieron, sorprendidos.
– Tengo que encontrar a la senorita Lockhart, porque el me lo dijo -dijo ella cuando el chico habia acabado-. Pero no le tengo que contar nada a la senora Holland; si no, me matara.
– Cuentame que diantres te dijo, ?venga! Ella se lo conto, vacilante, poco a poco, ya que no tenia la fluidez verbal de Jim y, como no estaba acostumbrada a que la escucharan, no sabia el tono de voz que debia usar. Jim le tuvo que pedir varias veces que le repitiera lo que decia.
– De acuerdo -dijo al fin-. Ire a buscar a la senorita Lockhart y asi podras hablar con ella. ?Vale?
– No puedo -dijo ella-. No puedo salir nunca. Solo cuando la senora Holland me manda a buscar algo.
– ?No digas tonterias! Quiza tengas que volver a salir…
– No puedo -dijo la nina-. Mato a la ultima chica que tuvo. Le arranco todos los huesos. Me lo dijo.
– Bueno, y entonces ?como vas a encontrar a la senorita Lockhart?
– No lo se.
– ?Maldita sea! A ver… Pasare por Wapping por las noches cuando vuelva a casa; nos encontraremos en algun sitio y entonces me cuentas lo que sepas. ?Donde quedamos?
– Junto a las Escaleras Viejas -contesto ella.
– Vale. Al lado de las Escaleras Viejas, todas las noches, a las seis y media.
– Me tengo que ir ya -dijo ella.
– No te olvides -insistio el chico-. A la seis y media.
Pero Adelaide ya se habia ido.
J 3, Fortune Buildings