algun taxi en la calle, pero nada mas.
Entonces empezo a moverse. Sabia donde guardaba sus papeles; Ellen habia sido muy precisa con sus detalles. Hopkins vacio el bolso de Sally encima de la alfombra; pesaba mas de lo que esperaba. Y entonces encontro la pistola.
Primero la miro boquiabierto, pensando que habia entrado en una habitacion equivocada. Pero alli estaba Sally, durmiendo a tan solo unos metros… Cogio el arma y la observo detenidamente.
– Que preciosidad -musito-. Ahora eres mia.
Se la metio en el bolsillo, como todos los papeles que encontro. Se levanto y miro a su alrededor. ?Y ahora que? ?Tendria que registrar todos los cajones? Quiza estaban llenos de papeles… ?Que se suponia que debia hacer, entonces? Al fin y al cabo, de todas las malditas y estupidas cosas que se le podian pedir que robara a un hombre, un trozo de un maldito papel ya era el colmo de los colmos. Y ahora la pistola, aunque esta si que valia la pena tenerla.
No iba a matar a Sally por todo eso. La miro. «Una chica hermosa -penso-; solo una chiquilla. Sera una pena cuando la senora Holland la atrape. Ya se ocupara ella de simular sus propios accidentes; yo no voy a seguir mas su juego.»
Se fue tan silenciosamente como habia entrado y ni un alma le oyo salir.
Pero no fue muy lejos. Al doblar una esquina, dentro del obscuro laberinto de calles detras de Holborn, un brazo rodeo su cuello, una patada le tiro al suelo y un fortisimo rodillazo se le incrusto en su barriga. Todo sucedio en un instante; el cuchillo que se clavaba entre sus costillas era frio, muy frio, y le helo el corazon de golpe; solo tuvo tiempo de pensar: «No, en el desague, no, mi abrigo nuevo, el barro…».
Unas manos desgarraron su abrigo nuevo y buscaron en los bolsillos. Un reloj y una cadena; una petaca de plata; un soberano de oro y algunos peniques; un alfiler de diamantes en la corbata; algunos papeles; y ?que era eso? ?Un arma? Una voz rio ligeramente y unos pasos se alejaron.
Al cabo de poco tiempo se puso a llover. Aun quedaba una brizna de angustia en el cerebro de Henry Hopkins, aunque poco a poco iba desapareciendo. Su sangre, lo unico que lo mantenia con vida, se escapaba a borbotones por el orificio que tenia en el pecho, mezclandose con el agua sucia del desague, para despues sumergirse en las alcantarillas y en la obscuridad…
– ?Vaya! -dijo la senora Rees a la hora del desayuno-, nuestra querida senorita ya se ha decidido a bajar. Se hace extrano verte tan pronto; ni siquiera estan preparadas las tostadas. Normalmente todo esta ya frio cuando bajas. Pero bueno, tenemos beacon, ?te gustaria comer un poco de beacon? ?O es que te las ingeniaras para no dejarlo en el plato, como los rinones de ayer? El beacon no rueda tan bien como los rinones y me atrevo a decir que…
– Tia Caroline, me han robado -dijo Sally.
La vieja mujer la miro intensamente, muy sorprendida.
– No te entiendo -dijo la mujer.
– Alguien ha entrado en mi habitacion y me ha robado algo. Bueno, muchas cosas.
– ?Has oido eso, Ellen? -dijo la senora Rees a la sirvienta, que acababa de traer las tostadas-. La senorita Lockhart afirma que ha sido robada en esta casa. ?Y culpa a mis sirvientes? ?Culpa a mis sirvientes, senorita Lockhart?
Habia formulado la pregunta con tanta rabia que Sally estuvo a punto de arrugarse ante ella.
– ?No se a quien he de echarle las culpas! Pero cuando desperte encontre todas las cosas que habia en mi bolso desperdigadas por el suelo, y algunas ya no estaban. Y…
La senora Rees estaba furiosa. Sally no habia visto nunca a nadie tan enfadado; penso que la anciana se habia vuelto loca y retrocedio un paso, asustada.
– Fijate, Ellen, ?lo ves? Asi es como nos paga nuestra hospitalidad, ?fingiendo que le han robado! Dime, Ellen, ?alguien ha entrado esta noche en casa? ?Has encontrado huellas o ventanas forzadas? ?Han entrado en otras habitaciones? Dime, nina. Estoy perdiendo la paciencia. ?Contestame ya!
– No, senora -dijo la sirvienta con un susurro angelical, sin atreverse a mirar a Sally-. Se lo prometo, senora Rees. Todo esta en su sitio, senora.
– Al menos puedo fiarme de tu promesa, Ellen. Entonces dime, Veronica -se volvio hacia Sally; su cara parecia ahora una especie de mascara de alguna tribu perdida, desencajada, con sus claros ojos, severos, casi saliendose de las orbitas, y los labios, como de pergamino, mostrando todo el desprecio que sentia-, explicame, ?como es que estos supuestos ladrones, que evidentemente no entraron en la casa, decidieron dedicarte precisamente a ti todas sus atenciones? ?Que es lo que tienes tu que alguien desearia?
– Algunos papeles -dijo Sally, que en esos momentos estaba temblando de arriba abajo. No podia entenderlo: la senora Rees parecia poseida.
– ?Algunos papeles? ?Algunos papeles? Maldita nina, papeles, ?pues vayamos a ver la escena del crimen! ?Vayamos a verla! No, Ellen, puedo levantarme sin ayuda. Aun no soy una vieja desvalida de la que puedan aprovecharse, ?quitate de en medio, nina, quitate de en medio!
Se lo dijo a Sally, chillando. La muchacha estaba desconcertada, inmovil entre la mesa y la puerta. Ellen, solicita, se aparto con astucia; la senora Rees se tambaleaba mientras subia las escaleras. Se detuvo delante de la habitacion de Sally y espero a que alguien le abriera la puerta. Y como no, una vez mas Ellen acudio para satisfacerla, Ellen la cogio de la mano mientras entraba; la misma Ellen que por primera vez le dirigio a Sally, que las habia seguido, una odiosa mirada de triunfo.
La senora Rees miro a su alrededor. La ropa de cama estaba amontonada en desorden; el camison de Sally estaba por el suelo, al fondo de la habitacion, y dos de sus cajones estaban abiertos, con la ropa metida en ellos sin ningun orden, de forma precipitada y a la fuerza. El patetico montoncillo de cosas que estaba junto al bolso de Sally, en el suelo -un monedero, una moneda o dos, un panuelo, una agenda de bolsillo-, casi ni se veia. A Sally no le hizo falta esperar las palabras de la senora Rees para darse cuenta de que no le iba a creer.
– ?Y bien? -fueron sus palabras-. ?Y bien, senorita?
– Me he debido de equivocar -dijo Sally-. Le ruego que me perdone, tia Caroline.
La chica hablo de un modo muy respetuoso porque se le acababa de ocurrir una idea: algo diferente. Se agacho para recoger sus cosas y empezo a sonreir de forma burlona.
– ?De que te ries, senorita? ?Por que sonries de esa forma tan insolente? ?No permitire que te burles de mi!
Sally no dijo nada; empezo a doblar su ropa y a ponerla cuidadosamente encima de la cama.
– ?Que estas haciendo? ?Respondeme! ?Respondeme ahora mismo! ?Eres una fresca! ?Una maleducada!
– Me voy -dijo Sally.
– ?Como? ?Que dices?.
– Me voy, senora Rees. No puedo quedarme aqui por mas tiempo… No puedo ni quiero.
Tanto la senora Rees como la sirvienta se quedaron boquiabiertas y se apartaron cuando Sally se dirigio decidida hacia la puerta.
– Hare que vengan a recoger mis cosas -dijo ella-. Espero que tenga la amabilidad de enviarmelas cuando le comunique mi nueva direccion. ?Que pasen un buen dia!
Y se fue.
De nuevo se encontro en la calle, sin saber que era lo que debia hacer a continuacion.
Sally ya no podia echarse atras, lo sabia perfectamente. No podria volver nunca mas a la casa de la senora Rees… ?Adonde podria ir entonces? Siguio andando sin parar; salio de Peveril Square y paso por delante del vendedor de periodicos; y eso le dio una idea. Con casi todo el dinero que le quedaba -tres peniques- compro un ejemplar del
Despues de haber escrito algunas notas en el margen del periodico, se dirigio con paso ligero al despacho del senor Temple, en Lincoln's Inn. Le parecio que esa manana era esplendida, despues de la persistente llovizna que habia caido la noche anterior, y el sol le levanto el animo.
El empleado del senor Temple la dejo pasar. El abogado estaba muy ocupado en esos momentos, pero seguro que accederia a atenderla al menos cinco minutos. El senor Temple la recibio en su despacho; era un hombre calvo, flaco y energico. Se levanto para estrecharle la mano.