La tarde siguiente, Frederick acompano a Sally al East End.
El ano anterior habia ayudado a su tio en un proyecto, y juntos habian fotografiado escenas de la vida londinense con una lampara de magnesio experimental. La iluminacion no habia funcionado tan bien como esperaban, pero Frederick habia hecho numerosas amistades durante el proyecto, entre las que estaba la propietaria de un fumadero de opio, en Limehouse: una mujer llamada Madame Chang.
– La mayoria de estos lugares son deplorables -dijo Frederick mientras se sentaban en el autobus-. Una tabla para tumbarse, una manta mugrienta y una pipa, y nada mas. Aunque Madame Chang cuida a sus clientes y mantiene el lugar limpio. Creo que es porque ella no se droga.
– ?Siempre son chinos? ?Por que el Gobierno no los detiene?
– Porque el Gobierno tambien esta implicado en la produccion de opio; lo vende y saca pingues beneficios.
– ?No puede ser!
~?No sabes nada de historia?
– Pues… no.
– Luchamos en una guerra contra el opio hace treinta anos. Los chinos se negaban a que los comerciantes ingleses pasaran opio de contrabando a su pais e intentaron prohibirlo; por esta razon fuimos a la guerra y los forzamos a aceptarlo. Ahora lo plantan en la India bajo supervision gubernamental.
– ?Pero es horrible! ?Y nuestro Gobierno aun hace eso? No me lo puedo creer.
– Pues mejor que se lo preguntes a Madame Chang. Bajamos en la proxima; iremos andando hasta alli.
El autobus paro en la estacion Muelle de las Indias Occidentales. Mas alla de la entrada que daba acceso al muelle, se extendia una hilera de almacenes a lo largo de casi un kilometro, a la izquierda; por encima de sus tejados, los mastiles de los barcos y los brazos de las gruas apuntaban hacia el cielo gris, como si fueran autenticos dedos esqueleticos.
Giraron a la derecha, hacia el rio. Pasaron por la gran plaza en la que estaban las oficinas del puerto; la chica penso que su padre debia de haber ido alli muchas veces por trabajo. Luego se encaminaron hacia abajo por un callejon, en medio de un laberinto de patios y callejuelas. Algunas de ellas ni siquiera tenian nombre, pero Frederick conocia perfectamente el camino y no dudo en ningun momento. Ninos descalzos, andrajosos y mugrientos jugaban entre la basura y los densos riachuelos de agua pestilente que corrian por encima de los adoquines. Las mujeres que estaban en los portales se quedaban en silencio cuando pasaban por delante de ellas y los miraban fijamente con expresion hostil, cruzadas de brazos, hasta que se habian ido. Parecian muy viejas, penso Sally; incluso los ninos tenian cara de viejos, con la frente arrugada y los labios muy apretados.
Al cabo de un rato, vieron a un grupo de hombres en la entrada de un patio estrecho. Algunos estaban apoyados en la pared y otros estaban sentados en los escalones de las casas. Sus ropas estaban agujereadas y mugrientas; sus ojos, llenos de odio. Uno de ellos se levanto y otros dos se separaron del muro cuando Frederick y Sally se aproximaron, como si no quisieran dejarlos pasar. Frederick no acelero el paso. Siguio andando sin detenerse hasta llegar a la entrada, y los hombres se apartaron en el ultimo instante, mirando hacia otra parte.
– No tienen trabajo, pobre gente -dijo Frederick cuando habian doblado la esquina-. O se quedan en las esquinas, o van al asilo de pobres, y ?quien escogeria el asilo?
– Pero debe de haber trabajo en los barcos, o en el muelle o en alguna parte. La gente necesita trabajadores, ?verdad?
– No, no los necesitan. ?Sabes, Sally?, hay cosas en Londres que hacen que el opio parezca casi tan inofensivo como el te.
Sally supuso que se referia a la pobreza, y viendo lo que los rodeaba se dio cuenta de que tenia razon.
Entraron por una puerta baja, situada en una pared de un sucio callejon. Habia un cartel al lado de la puerta, con algunos caracteres chinos de color negro sobre un fondo rojo. Frederick tiro de la campanilla y, tras un minuto, un anciano chino les abrio la puerta. Llevaba un vestido holgado de seda negra, un solideo y una trenza. Les hizo una reverencia y se aparto mientras entraban.
Sally miro a su alrededor. Estaban en un recibidor tapizado con un papel delicadamente pintado; la madera estaba lacada con un color rojo intenso y lustroso, y del techo colgaba un farol adornado. En el aire flotaba un olor dulzon y penetrante.
El sirviente se retiro y volvio luego con una senora china de mediana edad vestida con un atuendo exquisitamente bordado. Llevaba el pelo bien recogido hacia atras, pantalones de seda negra bajo la bata y zapatillas rojas en sus diminutos pies. Se inclino para saludarlos y les indico que pasaran hacia una habitacion.
– Les ruego que accedan a entrar en mi humilde lugar de trabajo -dijo ella.
Hablaba con una voz baja y musical, y casi sin acento.
– Ya lo he reconocido, usted es el senor Frederick Garland, el artista fotografico, pero no he tenido aun el honor de conocer a su encantadora amiga.
Entraron en la habitacion. Mientras Frederick le explicaba quien era Sally y lo que querian, la muchacha miraba a su alrededor con sorpresa. La iluminacion era escasa; solo provenia de dos o tres faroles chinos, en aquella obscuridad llena de humo. Todo lo que estaba pintado o lacado en la habitacion era del mismo color rojo intenso, y los marcos de las puertas y las vigas del techo estaban grabadas con dragones enfurecidos y retorcidos, destacados en oro. A Sally le parecio de una ostentosidad opresiva: era como si la habitacion hubiera tomado la forma de los suenos colectivos de todos aquellos que habian ido alguna vez alli en busca de olvido.
A intervalos, en las paredes -era una habitacion grande y alargada- habia divanes a ras de suelo y en cada uno de ellos estaba tumbada una persona, aparentemente dormida, ?pero que en realidad no lo estaba!
Habia una mujer, no mucho mayor que Sally; y alli otra, de mediana edad; tambien vestida de forma elegante. Y entonces uno de los durmientes se agito y el viejo sirviente se acerco con una larga pipa y se arrodillo en el suelo para prepararla.
Frederick y Madame Chang hablaban en voz baja detras de ella. Sally busco un lugar para sentarse; se sentia mareada. El humo de la pipa que se acababa de encender flotaba hacia ella, dulce, tentador y curioso. Inhalo una vez y entonces otra y…
Todo se volvio negro de golpe. Un calor sofocante.
Estaba en la Pesadilla.
Se quedo quieta, con los ojos bien abiertos, buscando en la obscuridad. Un indescriptible temor convulsivo le oprimia el corazon. Intentaba moverse, pero no pudo… y a pesar de ello no sentia que estuviera atada; simplemente sus extremidades estaban demasiado debiles para moverse. Y sabia que, tan solo hacia un momento, estaba despierta…
Estaba tan asustada… El miedo fue creciendo mas y mas. Era peor que nunca esta vez, porque lo veia todo con mucha mas claridad. Sabia que en cualquier momento, junto a ella en la obscuridad, un hombre comenzaria a gritar. Sally chillo absolutamente aterrorizada. Y entonces empezo.
El grito rasgo la obscuridad como una espada afilada. Penso que moriria de miedo. ?Pero se oian voces! Eso era nuevo… No hablaban en ingles, y a pesar de ello las pudo entender.
– ?Donde esta?
– ?No esta conmigo! Se lo ruego… Por el amor de Dios, lo tiene un amigo…
– ?Que vienen! ?Deprisa!
Y entonces un ruido horrible, el ruido de un objeto afilado hundiendose en la carne…, una especie de sonido desgarrador, seguido de un grito sofocado y un gemido como si al hombre le hubieran sacado de golpe todo el aire de sus pulmones; y entonces el chorro de un liquido derramandose, que pronto se convirtio en un goteo.
Luz. Habia una pequena chispa de luz en alguna parte. (Oh, ?pero ella estaba despierta, en el fumadero de opio! No podia ser…)
Y no pudo escapar del sueno. Todo sucedia sin parar y tenia que vivirlo. Sabia lo que venia a continuacion: una vela parpadeante, una voz de hombre…
– ?Mira! ?Mirale! Dios mio…
?Era la voz del comandante Marchbanks!
Siempre se habia despertado justo ahi…, pero esta vez paso algo mas. La luz se acerco; alguien la sostenia. Vio la cara de un hombre joven, mirandola: altivo, con bigote obscuro, ojos brillantes y un hilo de sangre sobre su mejilla.
Se sintio presa del panico. Se estaba volviendo loca. Penso: «Voy a morir… Nadie puede estar tan asustado sin