– ?Adelaide! -grito la mujer desde el vestibulo-. Voy a salir. No dejes entrar a nadie.

– ?Un alfiler de diamantes, senora? -dijo el viejo prestamista-. Precisamente tengo por aqui uno que es precioso. ?Es un regalo para su amigo? -pregunto mirando con los ojos bien abiertos a Berry.

Como respuesta, Berry le agarro de la bufanda de algodon que colgaba alrededor de su cuello y tiro de el violentamente hasta tirarlo de bruces sobre el mostrador.

– No te vamos a comprar ninguno, queremos saber quien te lo trajo ayer -dijo el maton.

– ?Como usted diga, senor! ?Ni se me ocurriria no decirselo! -dijo el viejo cogiendo aire, agarrado debilmente de la chaqueta de Berry para evitar ser estrangulado. El senor Berry le solto y se estampo en el suelo.

– ?Oh! Por favor, por favor no me hagan dano, por favor, senor, no me golpee, ?se lo ruego, senor! Tengo esposa…

El prestamista estaba temblando y tartamudeaba sin cesar mientras se agarraba a los pantalones de Berry. El maton le aparto de un golpe.

– Trae a tu mujer aqui y le arrancare las piernas -dijo con un grunido. Busca ese alfiler, ?rapido!

Al prestamista le temblaban las manos; abrio un cajon y saco el alfiler.

– ?Es este, senora? -dijo Berry, cogiendolo.

La senora Holland lo examino atentamente.

– Si, este es. Digame ahora quien lo trajo, senor Lieber. Ya sabe que si no lo recuerda, el senor Berry podria refrescarle la memoria.

Berry dio un paso hacia el y el viejo asintio rapidamente.

– Por supuesto que me acuerdo -dijo el-. Su nombre es Ernie Blackett. Un chaval joven, de Croke's Court, Seven Dials.

– Gracias, senor Lieber -dijo la senora Holland-. Veo que es un hombre con sentido comun. Tiene que ir con cuidado a quien le presta su dinero. No le importa que me lleve el alfiler, ?verdad?

– Es que… quiero decir que solo hace un dia que lo tengo… Es que no me esta permitido venderlo aun…, es la ley, senora -dijo desesperado.

– Bueno, no lo estoy comprando -dijo la mujer- entonces ya esta bien, ?verdad? Buenos dias, senor Lieber.

La senora Holland se fue, y Berry, despues de haber vaciado unos cuantos cajones en el suelo como si no quisiera, de romper media docena de paraguas y de darle algunas patadas en las piernas al senor Lieber, tambien salio de la pequena tienda.

– Seven Dials -dijo ella-. Vamos a coger el autobus, Berry. Mis piernas ya no son lo que eran.

– Tampoco las suyas -dijo Berry, grunendo de admiracion por la rapidez de su propio ingenio.

Croke's Court, en la zona de Seven Dials, era el laberinto mas abarrotado e infame que se podia encontrar en todo Londres; pero su infamia era diferente de la de Wapping. La proximidad al rio daba un cierto caracter nautico a los crimenes que se producian en los alrededores del Muelle del Ahorcado. En cambio, Seven Dials era simplemente un lugar sordido en el centro de una metropolis. Ademas, alli la senora Holland estaba fuera de su territorio. Sin embargo, la enorme presencia de Berry lo compensaba.

Utilizando sus encantos persuasivos, pronto encontraron el lugar que estaban buscando: un bloque de pisos habitado por un irlandes, su mujer y sus ocho hijos, un musico ciego, dos floristas, un vendedor de baladas impresas y de las ultimas confesiones de asesinos, y un titiritero. La mujer del irlandes les indico la habitacion en cuestion. Berry derribo la puerta y, al entrar, vieron a un joven gordo durmiendo en un catre. Se movio, pero no se desperto.

Berry olfateo el ambiente.

– Es un borracho -dijo-. Un asqueroso borracho.

– Despiertale, Berry -ordeno la senora Holland.

Berry levanto el pie de la cama y la volco, con el hombre encima, las mantas, el colchon y todo lo demas.

– ?Que pazzzza? -dijo el joven, con la almohada en la boca.

Berry le respondio recogiendole del suelo y lanzandole contra el unico mueble que habia en la habitacion, una cajonera desvencijada que se partio de inmediato, y el joven quedo tendido en el suelo, refunfunando, entre los restos del mueble.

– ?Vamos, levantate! -ordeno Berry-. ?Es que no tienes modales?

El joven se levanto con dificultad, apoyandose en la pared. El miedo, sumado a lo que debia de ser una resaca considerable, habia hecho que su cara adquiriera una curiosa tonalidad verdosa. Miro somnoliento a sus visitantes.

– ?Quienng sois? -consiguio decir.

La senora Holland chasqueo la lengua, enfadada.

– Bueno, por fin -dijo ella-, ?Que sabes sobre Henry Hopkins?

– Nara -contesto el joven, y Berry le golpeo-. ?Irooooz! ?Ay! ?Dejarme en paz!

La senora Holland saco el alfiler de diamantes.

– ?Que me dices de esto, eh?

Sus pequenos ojos se fijaron, con un gran esfuerzo, en el objeto.

– No lo he visto en mi vida -dijo el, y retrocedio.

Pero esta vez Berry solo se limito a hacer un gesto negativo con el dedo.

– Sera mejor que te esfuerces en recordar -dijo el-. Nos estas decepcionando, ?sabes?

Y entonces Berry le golpeo. El hombre cayo de rodillas, lloriqueando.

– Vale, vale, lo encontre. Se lo lleve a Lieber y me dio cinco libras. No se mas, ?de verdad! -declaro gimiendo.

– ?De donde lo sacaste?

– ?Ya os lo he dicho, lo encontre!

La senora Holland suspiro profundamente. Berry movio su cabeza mientras pensaba en la estupida e inutil tozudez de la naturaleza humana, y luego le volvio a golpear. Esta vez el joven perdio los nervios. Atraveso rapidamente la habitacion, como una rata, y rebusco en la cajonera partida, hasta encontrar una pistola.

Los dos visitantes se quedaron mudos.

– Acercate y te juro que disparo -le amenazo el chico.

– Venga, vamos, adelante -dijo Berry.

– ?Lo hare, lo hare!

Berry se acerco a el y le arrebato el arma como si cogiera una manzana de una arbol.

El joven se desplomo.

– ?Le vuelvo a dar, senora? -pregunto Berry.

– ?No! ?No! ?Basta ya! -grito temblando-. ?Os lo dire todo!

– Dale de todas formas -dijo la senora Holland, cogiendo la pistola. Una vez acabo con esta formalidad, prosiguio-: ?Que mas le robaste a Henry Hopkins?

– El alfiler. La pistola -sollozo-. Un par de soberanos. Un reloj… y una cadena… y una petaca de plata.

– ?Que mas?

– Nada mas, senora, se lo juro.

– ?Ningun trozo de papel?

El joven abrio la boca.

– ?Aja! -dijo la senora Holland-. Berry, dale una buena paliza, pero que pueda hablar.

– ?No, no! ?Por favor! -grito Ernie Blackett, mientras Berry levantaba el puno-. ?Estan aqui! ?Estan aqui! ?Tomad!

Hurgo en un bolsillo, saco tres o cuatros pedazos de papel y se aparto, temblando. La senora Holland se los arrebato de un golpe y los examino mientras Berry esperaba.

Ella alzo la vista.

– ?Esto es todo? ?No hay nada mas?

– Nada de nada, lo juro, ?de verdad!

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