sacaria. Lo haria.

– Bueno, pues no la dejaremos -dijo Sally.

– Tambien te persigue a ti, ?verdad? Ella dijo que iba a matarte. Envio a Henry Hopkins para prepararte un accidente, pero al final alguien le mato.

– ?Henry Hopkins?

– Ella le dijo que te robara unos papeles. Y el tenia que preparar un accidente para acabar contigo.

– Asi consiguio la pistola -dijo Sally desanimada-. Mi pistola…

– Tranquila -dijo Trembler, de forma poco convincente-. Ella no la encontrara aqui, senorita.

– Si -volvio a repetir la nina-. Lo sabe todo. De todos. Lleva un punal en su bolso y partio por la mitad a una nina. Me lo enseno. No hay nada que no conozca, o nadie. Todas las calles de Londres y todos los barcos del muelle. Y ahora que me he escapado, afilara su cuchillo. Dijo que lo haria. Tiene un afilador y un ataud para ponerme dentro y un lugar en el patio para enterrarme. Me enseno donde me pondria cuando me hubiera cortado a trocitos. La otra nina que tuvo esta en ese patio enterrada. Odio salir alli afuera.

Los demas se quedaron en silencio. La vocecita de Adelaide se detuvo y la nina se sento, inclinada, apoyando los codos sobre sus piernas y mirando al suelo.

Trembler extendio la mano por encima de la mesa.

– Toma -dijo el-. Comete el bollo, se buena chica.

Adelaide lo cogio y comio un poco.

– Voy a ver como esta mi hermano -dijo Bedwell-, con vuestro permiso.

Sally se puso de pie inmediatamente.

– Le mostrare donde esta -dijo ella, y le llevo escaleras arriba.

– Completamente dormido -dijo cuando salio-. Le he visto asi otras veces. Probablemente dormira durante al menos veinticuatro horas.

– Bueno, se lo enviaremos cuando se despierte -dijo Frederick-. Al menos sabe donde esta. ?Se quedara esta noche? Bien. ?Vaya por Dios, tengo un hambre atroz! Trembler, ?nos traes unos arenques ahumados? Adelaide, ya que vas a vivir con nosotros a partir de ahora, si quieres podrias ayudarnos con las tazas, los platos y todo lo demas. Sally…, necesitara algo que ponerse. Hay una tienda de ropa de segunda mano a la vuelta de la esquina… Trembler ya os ensenara donde esta.

Fue un tranquilo fin de semana. Rosa, sorprendida por la rapidez con que la casa se habia llenado de inquilinos, se hizo rapidamente amiga de Adelaide, y ademas parecia que supiera algunas cosas que Sally ignoraba: como hacer que la nina se lavara, a que hora debia irse a la cama y como desenredarle el pelo y escoger su ropa. Sally queria ayudar; tenia muy buenos sentimientos, pero no sabia como expresarlos, mientras que Rosa abrazaba y besaba a la nina sin dudarlo, o le arreglaba el pelo, o le hablaba sobre teatro; y Trembler le contaba chistes y le ensenaba juegos de cartas. Asi que Adelaide enseguida les tomo confianza, pero se sentia incomoda con Sally y guardaba silencio cuando estaban las dos a solas. Sally hubiera podido sentirse herida por esa situacion, pero, para evitarlo, Rosa siempre intentaba que participara en todas las conversaciones y que diera su opinion sobre el futuro de Adelaide.

– Oye, no sabe nada de nada -le dijo Rosa el domingo por la noche-. No sabe los nombres de ningun sitio de Londres, excepto de Wapping y Shadwell… ?Ni sabia el nombre de la Reina! Sally, ?por que no le ensenas a leer y a escribir y todo eso?

– Creo que no podria…

– Pues claro que si. Seria perfecto.

– Me tiene miedo.

– Esta preocupada por ti, por lo que la senora Holland dijo. Y por Bedwell. Le ha ido a visitar muchas veces, ?sabes? Ella tan solo se sienta, le coge la mano y entonces se vuelve a marchar…

Matthew Bedwell no se desperto hasta el domingo por la manana, y habia sido Adelaide quien lo habia hecho. Estaba tan desorientado que no podia asimilar donde estaba o lo que habia sucedido. Sally fue a verle despues de que el hubiese tomado algo de te, pero el hombre no le hablaba. «No se», le decia, o «Me he olvidado» o «No me acuerdo»; y por mucho que Sally se esforzara en hacerle reaccionar nombrando a su padre, la compania, el barco, el senor Van Eeden -el agente de la compania-, Bedwell no dijo una sola palabra. Solo la frase «Las Siete Bendiciones» le provocaba alguna reaccion, que no era muy alentadora; su cara enrojecia de golpe y empezaba a sudar y a temblar. Frederick le aconsejo que dejara pasar al menos un dia.

El sabado por la tarde acudio a la cita que tenia con Jim, para decirle donde estaba viviendo y por que. Cuando se entero del rescate de Bedwell y Adelaide, casi lloro de frustracion por haberselo perdido. Jim juro que pasaria por alli tan pronto como pudiera para comprobar si sus nuevos amigos eran gente de fiar.

Durante ese mismo fin de semana hicieron las primeras estereografias artisticas y dramaticas. Realizar una estereografia era mucho mas sencillo de lo que Sally habia imaginado. Una camara estereografica era como una normal, aunque tenia dos objetivos, separados a la misma distancia que los ojos de una persona, que servian cada uno de ellos para tomar una imagen independiente. Cuando las dos imagenes se imprimian una al lado de la otra y se visualizaban a traves del estereoscopio, que solo era un instrumento con dos objetivos situados en el angulo derecho para mezclar las imagenes en una, el espectador veia una fotografia en tres dimensiones. El efecto era casi magico.

Frederick preparo primero algunas fotografias divertidas, para verlas por separado. El titulo de una de ellas era Un descubrimiento horrible en la cocina, y lo protagonizaban Rosa como la mujer que se desmaya, y Trembler como el marido conmocionado. Era la reaccion a lo que Sally, como cocinera, les estaba ensenando: un armario repleto de escarabajos negros, casi tan grandes como un ganso. Adelaide habia recortado escarabajos de papel marron y los habia pintado de negro. Trembler tambien queria una fotografia de Adelaide, asi que lo disfrazaron, pusieron a la nina sobre su regazo y les hicieron una fotografia para ilustrar una cancion sentimental.

– Estais muy guapos -dijo Frederick.

Y asi paso el fin de semana.

En otra parte de Londres, las cosas no estaban tan tranquilas. Berry, por ejemplo, las estaba pasando canutas. La senora Holland le habia hecho arreglar todo el desorden que se habia producido en el vestibulo, y luego tuvo que reparar las barandillas rotas. Cuando se atrevio a protestar, ella le dejo bien claro lo que pensaba de el:

– ?Un hombre tan grande y fuerte, dejandose abatir por un simple domador de circo! ?Y encima drogado! Cielos, me gustaria verte luchando como un animal salvaje, ?no como una cucaracha!

– Oh, pare el carro, senora Holland -protesto el hombreton, nervioso, mientras clavaba un liston en la puerta rota-. Seguro que era un profesional. No es ninguna verguenza que me ganen con tecnica. Debe de haber luchado con los mejores, ese.

– Bien, pues ahora ha luchado con el peor de todos. Incluso la pequena Adelaide se hubiera sabido defender mejor. Oh, Berry, tienes mucho que darme a cambio, si, si… Continua y termina la puerta. Despues te toca ir a pelar patatas.

Berry murmuro algo, pero sin permitir que ella le oyera. No se habia atrevido a decirle que los habia dejado pasar por la cocina. La vieja pensaba que Adelaide se habia esfumado, pero la aparicion repentina del fotografo de Swaleness le habia recordado otra vez a Sally. Asi que tambien tenia interes en Bedwell, ?verdad? La senora Holland creyo que Sally habia obrado astutamente y que habia cambiado las verdaderas instrucciones, claras y explicitas, para encontrar el rubi por aquellos papeles sin sentido. Y ahora Sally ya tenia el rubi… Sin lugar a dudas. Pues bien, la senora Holland la encontraria. Y donde ella estuviera, tambien estaria el fotografo, y Bedwell, y una fortuna.

Su descontento fue aumentando progresivamente, como el numero de tareas que encargo a Berry. El fin de semana, en su caso, fue realmente mucho peor.

Pero quiza el hombre mas preocupado de todo Londres ese fin de semana era Samuel Selby. Se sentia abochornado por el hecho de haber pagado ya cincuenta libras a la senora Holland, solo obteniendo a cambio la promesa de volver a ponerse en contacto con el, pronto, para hacer mas negocios.

Y por eso refunfunaba delante de su mujer y su hija, gritaba enojado a sus sirvientes, daba patadas al gato y se encerro, el sabado al anochecer, en la sala de billar de Laburnum Lodge, su casa en Dalston. Se puso un batin de terciopelo carmesi, se sirvio una gran copa de conac e hizo algunas jugadas de billar mientras intentaba pensar en

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