seguro, pero ?y Selby? ?Y quien era ese hombre desconocido, el del Hotel Warwick, que habia asustado tanto a Selby con su carta?
Y luego el mensaje de su padre, antes de morir: «Ten la pistola a punto». Preparate; eso es lo que significaba.
Lo habia estado haciendo hasta entonces, y lo seguiria haciendo, pero el mensaje no iba mas alla de esa advertencia. Sally deseaba que Bedwell pudiera recordar todo lo que Lockhart le habia dicho; cualquier pista, por insignificante que pareciese, era mejor que nada. Bedwell estaba al cuidado de su hermano y eso le daba esperanzas de que podria recuperarse y, quiza, recordar algo. Lo deseaba con toda su alma.
Llego al Museo Britanico y subio, absorta en sus pensamientos, un tramo de las escaleras. Las palomas picoteaban bajo las columnas; tres chicas un poco mas jovenes que ella, acompanadas por la institutriz, subian las escaleras armando alboroto. Sally, perturbada por escenas de muertes repentinas y armas, se sentia muy lejos de la tranquilidad, la calma de ese lugar tan civilizado.
Decidio volver a Burton Street. Le iba a pedir algo a Trembler.
Le encontro en la tienda, poniendo en orden los marcos de fotografias que tenia en el escaparate. La muchacha oyo la risa de Rosa, que provenia de la cocina, y Tembler le dijo que el reverendo Nicholas habia llegado.
– Sabia que le habia visto antes -dijo el-. Hace dos o tres anos, en el gimnasio Sleeper, justo cuando cambiaron las reglas del boxeo y se empezaba a pelear con guantes, por las nuevas normas del marques de Queensberry, ?sabe? Fue un combate con Bonny Jack Foggon, que era uno de los mejores a puno desnudo. Duro quince asaltos, el con los guantes puestos y Foggon sin ellos… y gano Bedwell, aunque quedo muy magullado.
– ?El otro peleaba sin guantes?
– Si, por eso perdio. Los guantes protegen las manos y tambien la cara del contrincante, y despues de quince asaltos, Bedwell pegaba mucho mas duro que Foggon, aunque es cierto que Bonny Jack siempre habia tenido buenos punos. Recuerdo que le dio un punetazo que lo dejo tieso, un magnifico derechazo, y asi termino el combate. Fue el triunfo de las nuevas reglas del boxeo. El senor Bedwell aun no era reverendo, claro. ?Queria alguna cosa, senorita?
– Pues si… Trembler, ?sabes donde puedo conseguir un arma? ?Una pistola?
El hombre miro hacia un lado echando un resoplido por debajo del bigote, un gesto que solia hacer cuando estaba sorprendido.
– Depende del tipo de arma que desee -contesto-. Supongo que se refiere a una de las baratas.
– Si. Me quedan pocas libras. Y, claro, yo no puedo ir a una armeria… probablemente no querrian vendermela. ?Me podrias comprar una?
– Supongo que sabe como se utiliza una pistola.
– Si. Tenia una, pero me la robaron. Ya te lo conte.
– Es verdad. Bueno, veremos lo que puedo hacer.
– Si prefieres no hacerlo, puedo pedirselo a Frederick. Pero pense que quiza conocerias a alguien…
– ?A alguien metido en asuntos ilegales?
Ella asintio.
– Bueno, puede ser. Ya veremos.
Se abrio la puerta y Adelaide entro con nuevas estereografias, acabados de imprimir. La expresion de Trembler cambio y dibujo una sonrisa de oreja a oreja, mostrando todos sus dientes bajo el bigote.
– Aqui esta mi encantadora muchachita -dijo con satisfaccion-. ?Donde estabas?
– Con el senor Garland -respondio la nina que, al ver a Sally, anadio-: Buenos dias, senorita.
Sally sonrio y fue a saludar a los demas.
El miercoles por la tarde, dos dias despues de que el desconocido hubiera desembarcado, la senora Holland recibio la visita de Selby.
Era una visita inesperada; la mujer no sabia como comportarse con una victima del chantaje, asi que lo hizo lo mejor que supo.
– Entre, senor Selby -dijo sonriendo, con su tez amarillenta y brillante-. ?Desea tomar un te?
– Muy amable -murmuro el caballero-. Gracias.
Durante algunos minutos intercambiaron cumplidos, hasta que la senora Holland perdio la paciencia.
– Bien, vayamos al grano -dijo ella-. ?Adelante! Veo que se muere de ganas de contarme algo, e intuyo que son buenas noticias.
– Es una mujer inteligente, senora Holland. Le tengo una gran admiracion, aunque haga poco tiempo que nos conocemos. Usted sabe algo sobre mi, no lo negare…
– No puede negarlo -dijo la senora Holland.
– No lo haria si pudiera. El hecho es que usted debe saber que hay peces mas gordos que yo. Usted tiene en su poder solo el extremo de algo. ?Que le pareceria tener todo lo demas?
– ?Yo? -pregunto mostrando una falsa sorpresa-. Yo no soy la parte implicada, senor Selby. Solo soy la intermediaria. Debere hacer la propuesta a mi interlocutor.
– Bien, de acuerdo -dijo Selby, con impaciencia-, debera consultarselo a ese caballero, si usted insiste. Aunque no entiendo por que no le deja de lado y se ocupa usted directamente del asunto… pero es su decision.
– Exacto -dijo la mujer-. Bueno, ?me lo va a contar todo?
– No todo a la vez, por supuesto que no. ?Por quien me ha tomado? Tambien yo debo tomar mis precauciones.
– ?Que desea entonces?
– Proteccion. Y el setenta y cinco por ciento.
– La proteccion se la garantizo; el setenta y cinco por ciento, ni hablar. El cuarenta, si.
– Venga, afloje. ?Cuarenta? Al menos el sesenta…
Acordaron que cada uno se llevaria el cincuenta por ciento, ya que asi los dos sabian que aceptarian el trato. Y entonces Selby empezo a hablar. Su discurso duro un buen rato y al terminar la senora Holland se quedo en silencio, ensimismada, mirando fijamente la parrilla vacia que habia en la chimenea.
– ?Y bien? -le pregunto el.
– Oh, senor Selby. Usted esta solo. Me parece que esta atrapado en algo mas grande de lo que esperaba.
– No, no… -replico de forma poco convincente-. Simplemente estoy un poco cansado de como van las cosas ahora. El mercado no es lo que era.
– Y usted quiere escapar mientras aun pueda, ?verdad?
– No, no… Solo pense, y tambien que podria ser ventajoso para usted, que podriamos unir nuestras fuerzas. Seria como si nos asociaramos.
La mujer se golpeo la dentadura con la cucharilla del te.
– Le dire algo. Si usted me hace un favor, yo aceptare su propuesta.
– ?Que quiere que haga?
– Su socio, Lockhart, tenia una hija. Ahora debe de tener unos… unos dieciseis o diecisiete anos.
– ?Que es lo que sabe de Lockhart? Me parece que usted sabe demasiado sobre algunos malditos asuntos.
Ella se levanto.
– Entonces, adios -dijo ella-. Le enviare la factura de mi interlocutor por la manana.
– ?No, no! -dijo rapidamente-. Le pido disculpas. No queria ofenderla. Lo siento, senora Holland.
Selby estaba sudando, lo que llamo la atencion de la mujer, ya que aquel dia hacia frio. Fingiendo que se calmaba, la senora Holland se sento de nuevo.
– Bien, teniendo en cuenta que se trata de usted -ella prosiguio- no me importa decirle que yo y los Lockhart, padre e hija, somos viejos amigos. Conozco a esa chica desde hace anos, aunque es cierto que ultimamente hemos perdido el contacto. Enterese de donde vive ahora y hare lo posible para que usted no salga perdiendo.
– Pero ?como voy a descubrirlo?
– Ese es su problema, y es mi precio. Eso y el cincuenta por ciento.
El fruncio el ceno, gruno, retorcio los guantes y golpeo el sombrero; pero estaba atrapado. Entonces se le ocurrio otra cosa.