Tras recibir una patada, Berry asintio con firmeza y, furtivamente, se froto el tobillo.

– Si, madre -dijo el.

Despues de intercambiar un gran guino con la senora Holland, el propietario los dejo pasar detras de la barra y les indico el camino.

– Bajad las escaleras -dijo el-. Echad un vistazo por la ventana y lo vereis.

La puerta del sotano estaba en un pequeno pasillo, en la parte trasera del establecimiento. La escalera estaba a obscuras y no se veian los peldanos. La senora Holland encendio una cerilla y miro a su alrededor.

– Cierra la puerta -le susurro a Berry.

El hombre obedecio, pero mientras lo hacia estuvo a punto de caerse encima de ella.

– ?Cuidado! -exclamo ella. Soplo la cerilla y se quedaron en la escalera, a obscuras.

– ?Que estamos buscando? -musito el.

– «Un lugar en la obscuridad» -susurro ella-. Eso es este sotano. «Bajo una cuerda anudada», eso es La Cabeza de Turco.

– ?Que?

– Una cabeza de turco es un tipo de nudo. ?No sabias eso? No, claro que no. «Tres luces rojas»… Hay una boya alli fuera en la cala que destella tres veces. «Cuando la luna se refleja en el agua», cuando la marea esta alta. ?Ves? Todo encaja. Ahora todo lo que tenemos que hacer es buscar una luz…

– ?Es esa de alli, senora Holland?

Berry senalaba un pequeno recuadro vagamente iluminado en la obscuridad.

– ?Donde? -dijo ella-. No veo nada. Quitate de en medio.

El hombre subio un peldano para dejar sitio a la senora Holland, que se esforzo en mirar por la pequena ventana.

– ?Eso es! -exclamo ella-. ?Eso es! Ahora, rapido: «Tres luces rojas brillan claramente en un punto»…

Dio media vuelta. Por un fenomeno extrano, uno de los cristales de la ventanita hacia de lente, enfocando los destellos del exterior en un mismo punto sobre la pared de piedra. Se dio cuenta que en ese punto la piedra cedia, asi que puso sus ansiosas garras en la argamasa blanda.

Saco la piedra. Era del tamano de un ladrillo; se la dio a Berry e introdujo la mano en el agujero.

– Hay una caja -dijo ella, con voz temblorosa-. Enciende una cerilla, rapido. ?Rapido!

Berry dejo la piedra en el suelo e hizo lo que le mando, y vio que sacaba una cajita con incrustaciones de laton del agujero de la pared.

– ?Agarrala fuerte, condenada! -se dijo, insultandose a si misma.

Busco la tapa a tientas, intento abrirla, forzar el cierre. Y justo en ese momento se apago la cerilla.

– Enciende otra -susurro la mujer con un grunido-. El maldito propietario puede bajar en cualquier momento…

La luz brillo otra vez entre los dedos del hombre y le acerco la llama. La senora Holland intento, violentamente, romper el cierre. Finalmente logro abrirla.

La caja estaba vacia.

– ?Ha desaparecido!

Su voz era tranquila y sorprendida a la vez.

– ?Desaparecido, senora Holland?

– El rubi, cabeza de chorlito. Estaba aqui, en esta caja, y alguien se lo ha llevado.

Con amargura metio la caja otra vez dentro del agujero, despues de comprobar que no habia nada mas alli, y encajo la piedra en su sitio, justo cuando la puerta se abrio y la luz de una vela aparecio en la escalera.

– ?Todo bien? -se oyo la voz del propietario.

– Si, gracias, carino. He visto la luz, y tambien mi hijo. ?Verdad, Alfred?

– Si, madre. La he visto perfectamente.

– Se lo agradecemos mucho -dijo la senora Holland mientras salian del sotano-. ?Sabe si ha bajado alguien aqui ultimamente?

– No desde que el comandante Marchbanks bajo hace uno o dos meses. Estaba mirando los cimientos de los Tudor -dijo-. Un buen tipo. Murio la semana pasada.

– ?Lo que son las cosas! -exclamo ella-. Y despues de el, ?nadie mas ha estado aqui, entonces?

– Puede ser que mi hija haya dejado entrar a alguien, pero no lo se, no esta aqui ahora. ?Por que lo dice?

– No, por nada -dijo la senora Holland-. Es un lugar muy pintoresco, eso es todo.

– ?Eso es todo? -dijo el-. Muy bien, entonces.

La senora Holland debia darse por satisfecha. Pero le comento a Berry, mientras esperaban el tren:

– Solo hay una persona que sabia donde estaba el rubi: la chica. Hopkins esta muerto y Ernie Blackett no cuenta… Es la chica. La encontrare, Berry. La encontrare y la destripare, te juro que lo hare. Se me ha acabado la paciencia…

Proteger la propiedad

El viernes 8 de noviembre, Selby dio una vuelta por el rio. Era parte de su trabajo, ocasionalmente, hacer inspecciones en los barcos del puerto, de los cargamentos de los almacenes y expedir certificados y conocimientos de embarque. Antes habia sido un buen agente maritimo. Era activo y energico, y sabia determinar perfectamente el valor de las mercancias de todo tipo, del mismo Londres y tambien procedentes del extranjero. Tenia buen ojo para los barcos, y eran pocos, en aquel tiempo, los que sabian hacer negocios mejor que el.

Asi que, cuando surgio la oportunidad de inspeccionar una goleta para reemplazar a la perdida Lavinia, Selby la aprovecho enseguida, con un gran sentimiento de alivio. Este era un trabajo que no comportaba ningun problema, sin asuntos turbios ni nada que ver con los negocios orientales: simplemente una inspeccion normal y corriente. El viernes por la tarde se dirigio hacia la estacion de tren Blackwall, bien abrigado, para contrarrestar el frio, y con una petaca de conac en un bolsillo interior, para poder valorar mejor la embarcacion.

Le acompano Berry. El anterior guardaespaldas habia tenido problemas por un desafortunado asunto con un policia, un pub y un reloj robado; y como no habia nadie mejor, la senora Holland habia enviado a Berry a Cheapside.

– ?Donde vamos, senor Selby? -pregunto mientras bajaban del tren.

– Al rio -dijo Selby, con absoluta brevedad.

– Ah.

Caminaron hasta el embarcadero de Brunswick, donde debia esperarlos una barca de remos para llevarlos a los astilleros, en la desembocadura de Bow Creek. La goleta estaba amarrada alli. El embarcadero estaba desierto; solo habia un esquife que se balanceaba al pie de las escaleras, con alguien que cogia los remos, con un abrigo verde en mal estado y un gran gorro.

Cuando llegaron, el barquero salio del esquife y ayudo a bajar a Selby. Entonces se volvio hacia Berry.

– Lo siento, senor, el barco solo tiene capacidad para dos.

– Pero se supone que debo ir con el -dijo Berry-. Me lo han dicho. Son ordenes.

– Lo siento, senor. No hay espacio.

– Pero ?que haces ahi parado? -grito Selby-. Muevete, venga. Soy un hombre ocupado.

– Dice que solo hay sitio para dos, senor Selby -dijo Jonathan Berry.

– Bueno, sube a la barca y rema tu mismo -dijo Selby-. Pero llevame alli sin perder el tiempo.

– Lo siento mucho, senor -dijo el barquero-. Es politica de la empresa no alquilar barcas sin un empleado a bordo. Lo siento, senor.

Selby gruno con impaciencia.

– De acuerdo. ?Tu, como sea que te llames, quedate aqui! No te alejes del embarcadero.

– Muy bien, senor Selby -dijo el guardaespaldas.

Se sento en un noray, encendio una pipa corta y miro placidamente como Selby se alejaba sobre la barca, deslizandose lentamente hacia las aguas turbias del rio.

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