– ?Que sabes de Selby? -pregunto Frederick-. Estas obsesionado, pequeno monstruo.

– Me apuesto lo que quieras -dijo Jim enseguida-, me apuesto media corona a que esta muerto.

– Trato hecho. Escucha Sally, vendre contigo si quieres. El hombre no podra hacer nada si yo tambien estoy.

– ?Y si es una trampa del senor Temple? -pregunto Sally-. Parece que olvides que se supone que estoy escondida. El es legalmente mi tutor, asi que seguro que esta poniendo en practica todo tipo de estratagemas para encontrarme otra vez.

– Pero podria ser algo que tiene que ver con tu padre… -dijo Rosa-. Ten en cuenta que, para empezar, te ha llamado Sally, y no Veronica.

– Es verdad. ?Y ahora que hago? Es que no se, no se… Y ademas tenemos mucho trabajo. Venga, sigamos con esta fotografia…

El domingo por la tarde, Adelaide y Trembler fueron a dar un paseo. Pasaron por delante del Museo Britanico, despues por Charing Cross Road y contemplaron al almirante Nelson en su pedestal; luego pasearon por el centro comercial. Mas tarde, intentaron visitar a Su Majestad la Reina, pero desgraciadamente no estaba en casa aquel dia. Lo supieron simplemente observando si estaba izada la bandera situada en la parte mas alta de Buckingham Palace; y no era el caso.

– Debe de estar en Windsor -dijo Trembler-. Es normal. Bueno. Vamos a comprar unas castanas calentitas.

Se compraron un cucurucho de castanas, pasearon por el parque y desmenuzaron unas cuantas para darselas a los patos, que se deslizaban hacia los trocitos, peleandose, como si fueran pequenos buques de guerra. Adelaide nunca hubiese sonado una tarde como esa. Reia y bromeaba como si se hubiera olvidado de todas sus desgracias. Tambien Trembler estaba contento. Le enseno a lanzar piedras de forma que rebotaran sobre la superficie del agua, hasta que un guarda del parque les llamo la atencion y les informo de que eso estaba prohibido. Justo cuando el guarda volvio la espalda, Trembler le saco la lengua y los dos se echaron a reir de nuevo.

Fue entonces cuando los vieron. Un joven trabajador de un aserradero, situado detras de Wapping High Street, estaba paseando con su chica, una camarera de Fulham. En una ocasion el chico habia entrado en contacto con uno de los inquilinos de la senora Holland, con motivo de un cargamento de tabaco robado de un almacen. Recordo que la mujer ofrecia una recompensa por saber algo del paradero de Adelaide. El joven tenia vista de lince y reconocio a la chiquilla al instante. Arrastro a su novia fuera del camino, decidido a seguir a Adelaide y a Trembler.

– ?Eh! ?Donde me llevas? -le pregunto la camarera.

– Actua con naturalidad -respondio el joven-. Tengo mis razones.

– Ya conozco «tus razones» -dijo la chica-. No voy a ir contigo detras de los matorrales. ?Para ya! ?Volvamos atras!

– Pues adios -dijo el, dejandola sorprendida a pocos metros del camino.

Los siguio fuera del parque, mientras caminaban hacia Trafalgar Square. Luego los perdio de vista al final de St. Martin's Lane y entonces casi se los encontro de cara en Cecil Court, donde se pararon a mirar el escaparate de una tienda de juguetes. Volvio a seguirlos a una cierta distancia, hasta que llegaron al Museo Britanico, y estuvo a punto de perderlos de nuevo en Coptic Street; no podia acercarse mas a ellos para no ser descubierto, porque habia mucha menos gente en la calle. Al final tuvo que arriesgarse porque estaba obscureciendo, y consiguio ver que doblaban la esquina de Burton Street. Cuando llego a esa calle, habian desaparecido… pero la puerta de una tienda de fotografia se estaba cerrando.

«Bueno, mejor eso que nada», penso; y regreso rapidamente a Wapping.

Las escaleras del rey Jaime

El representante de Impresiones Chainey se presento el lunes, tal como Sally lo habia acordado. Frederick, en un discurso bien ensayado, insistio en obtener unos derechos de autor del veinte por ciento, que se incrementarian hasta el veinticinco por ciento despues de la venta de diez mil fotografias. El impresor se quedo sorprendido, ya que habia ido a la tienda con la intencion de realizar un pago unico para comprar las fotografias en ese mismo momento, pero Sally, que ya lo habia pensado, le dijo a Frederick que no cediera. El impresor acepto y les encargo las series de sucesos historicos, de crimenes famosos y escenas de Shakespeare. Tambien acepto que Garland apareciera como el autor de las fotografias, y no Chainey; y el fotografo les indico el precio fijo de venta al publico por cada serie. Ademas, el impresor debia hacerse cargo de los gastos publicitarios.

El impresor se marcho, un poco perplejo, pero el contrato ya se habia firmado. Frederick se froto los ojos, incredulo, incapaz de asimilar lo que acababa de hacer.

– ?Lo has hecho muy bien! -le felicito Sally-. Lo estaba escuchando todo. Te has mostrado firme en todo momento y sabias justo lo que tenias que decir. ?Y esto solo es el principio! ?Estamos en el buen camino!

– Estoy hecho un manojo de nervios -dijo Frederick-. Realmente los negocios no son lo mio. ?Por que no te encargas tu, Sally?

– Lo hare, cuando tenga la edad suficiente para que me tomen en serio.

– Yo te tomo en serio. Ella le miro. Estaban solos en la tienda; los demas habian salido.

El estaba sentado encima del mostrador; ella estaba a menos de un metro, con las manos apoyadas en el soporte de madera, construido por Tembler, destinado a exponer las estereografias.

En ese instante Sally se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Y bajo la mirada al suelo.

– ?Como una verdadera mujer de negocios? -dijo la chica, intentando mantener clara la voz.

– Te tomo en serio en todo. Sally, yo… Justo en ese momento se abrio la puerta y entro un cliente. Frederick bajo de un salto del mostrador y fue a atenderlo, mientras Sally se dirigio hacia la cocina, con el corazon palpitando aceleradamente. Lo que sentia por Frederick era tan confuso y arrebatador que no podia ser expresado en palabras; no se atrevia ni a pensar en lo que el habia estado a punto de decirle… Un minuto mas y lo hubiera descubierto.

La puerta de la cocina se abrio de golpe, Sally se volvio y alli estaba Jim.

– ?Jim! -dijo ella-. ?Que haces aqui? ?No tendrias que estar en el trabajo?

– He venido a recoger mis ganancias -dijo el-. ?Recuerdas que hice una apuesta con el jefe? Bueno, pues tenia razon. ?El viejo Selby esta muerto!

– ?Que?

Frederick entro y se paro en seco.

– ?Que haces aqui, granujilla?

– He venido para darte la noticia. Para empezar, me debes media corona. El viejo Selby ha estirado la pata. Lo pescaron en el rio el sabado. Ha venido un policia esta manana… y la empresa esta cerrada. Estan investigando. Asi que… mas vale que me des mi dinero.

– ?Que sabe la policia? -pregunto Frederick.

– Se fue el viernes para inspeccionar una goleta, en alguna parte de los alrededores de Bow Creek. Subio a un esquife en el embarcadero Brunswick y nunca regreso. Y tampoco el barquero. Ese maton de la senora Holland le acompano hasta el embarcadero, pero el no llego a subir al esquife. Hay un testigo que dice que le vio esperandole alli todo el rato. ?Que os parece, eh?

– ?Caray! -exclamo Frederick-. ?Y crees que fue el hombre del Hotel Warwick?

– Pues claro que fue el. Es logico.

– ?Y se lo has contado a la policia?

– ?Para que? -dijo Jim con desden-. ?Que se espabilen ellos solitos!

– Pero Jim, es un asesinato…

– Selby era un sinverguenza -dijo Jim-. Envio al padre de Sally a la muerte, ?recuerdas? Se lo merecia. Esto no es un asesinato, es cuestion de ley natural.

Los dos miraron a Sally. Y la chica sabia que si decia: «Si, vamos a la policia», los otros dos accederian. Pero algo en su interior le repetia insistentemente que, si lo hacian, nunca sabria toda la verdad.

– No -dijo ella-. Aun no.

– Es peligroso -anadio Frederick.

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