miedo, y la sacudio para que reaccionara.
– Venga, no seas tonta -dijo el-. Levantate ahora mismo. ?Tenemos que escalar el muro!
– No puedo -dijo ella.
– Levantate de una vez, ?puneta! ?Levantate!
La puso de pie de un tiron y la obligo a subirse al barril. Estaba temblando como un conejo asustado. Jim penso que seria mejor decirselo con mas suavidad:
– Si conseguimos pasar al otro lado, podremos regresar a Burton Street, con Trembler. Pero tienes que intentarlo, ?de acuerdo?
Jim se agarro a la parte superior del muro y subio. El muro era grueso, por lo que habia mucho sitio para ponerse de pie una vez arriba, sin tocar los pinchos de hierro; entonces se volvio y se inclino hacia delante para ayudar a Adelaide.
– Remangate la falda para que no se enganche -dijo.
La nina obedecio, sin que pudiera parar de temblar ni un instante. Jim le tendio la mano y tiro de ella: era mas ligera que una pluma.
Un segundo despues se encontraban en el cementerio de la iglesia: las obscuras lapidas inclinadas, aquel cesped repugnante, las verjas retorcidas que las rodeaban y ese enorme edificio, el de la iglesia, que se alzaba ante ellos. Dentro tocaban el organo; parecia que hubiera un ambiente calido y acogedor alli dentro y Jim tuvo la tentacion de entrar. Prosiguieron su camino a traves de las tumbas; rodearon la iglesia hasta que llegaron a la puerta principal, donde habia una lampara de gas sobre un soporte, que iluminaba debilmente ese espacio. Jim se dio cuenta de que estaban muy sucios.
– Sera mejor que te bajes la falda -dijo el chico-. Estas ridicula.
Lo hizo. El chico miro a derecha e izquierda; la calle estaba vacia.
– Creo que sera mejor que no volvamos por la misma calle por donde hemos venido -prosiguio-. El puente esta demasiado cerca de su casa. ?Sabes si se puede cruzar este maldito muelle por otro camino?
– Por la Darsena del Tabaco hay un puente -susurro la nina-. Subiendo por Old Gravel Lane.
– Vamos, entonces. Muestrame el camino. Pero acuerdate: mantente en la obscuridad.
Adelaide le llevo hasta la fachada de la iglesia. Doblaron a la derecha y pasaron por delante de un asilo de pobres abandonado. Esas calles eran mas estrechas que High Street, y lo que habia a ambos lados parecian mas casas adosadas que muelles y almacenes. Habia poca gente por la calle; tambien pasaron de largo un
Mientras continuaban andando apresuradamente, Jim volvio a tener esperanzas de que conseguirian salir de alli. Aun les quedaba un largo camino por recorrer, a pie, hasta Burton Street, pero eso no importaba; una hora y media mas no les iba a hacer dano. Al fin y al cabo, no les habia ido tan mal.
Al llegar a la esquina de Old Gravel Lane, se pararon. Era una calle mas ancha y mejor iluminada que la callejuela de la que salian. Empezaba a llover; Jim intento divisar la salida, poniendo una mano sobre su frente, encima de sus ojos, y consiguio ver la sombra de dos o tres almacenes muy altos y, al fondo de la calle, un puente.
– ?Es ese? -pregunto.
– Si -dijo la nina-. Es el puente de la Darsena del Tabaco.
Con extrema cautela, doblaron la esquina y se dirigieron hacia el puente. Un carro paso por delante de ellos, con una lona impermeable por encima del cargamento, pero ya habia desaparecido antes de que Jim pudiera llamar al conductor y suplicarle que los llevaran. Uno o dos transeuntes los miraron con curiosidad -la nina asustada con una capa demasiado grande acompanada de un chico sin abrigo ni sombrero en esa noche lluviosa- pero la mayoria seguian su camino, con las cabezas gachas por la lluvia.
Casi ya habian conseguido llegar al puente cuando los descubrieron.
Habia una caseta de vigilancia nocturna a la derecha. En la entrada, un fuego ardia en un brasero, silbando y chisporroteando por las dispersas gotas de lluvia que caian sobre el y que lograban eludir el toldo de lona, colgado de forma tosca, que lo cobijaba.
Dos hombres estaban sentados en la caseta y, de reojo, Jim vio que se levantaban cuando Adelaide y el se acercaron; y solo pudo pensar: «?Por que se levantan?» cuando escucho que uno de ellos decia:
– Venga, ?es ella! ?Es ella! ?Es la nina que buscamos!
Sintio que Adelaide retrocedia y que luego se quedaba paralizada otra vez. Le agarro la mano mientras los hombres salian de la caseta, daban media vuelta y salian disparados por donde habian venido. No se podia girar por ningun lugar: los muros de los almacenes se alzaban diafanos y obscuros a ambos lados.
– ?Corre, por favor! ?Corre, Adelaide! -grito Jim.
Vio una abertura a su izquierda y se metio en ella sin pensarlo dos veces, arrastrando a la nina; doblaron la esquina a la izquierda y luego a la derecha hasta que perdieron de vista a aquellos hombres.
– Y ahora, ?hacia donde vamos? -dijo Jim jadeando-. Venga, rapido…, los puedo oir.
– Hacia Shadwell -respondio casi sin aliento-. Oh, aquellos hombres me quieren matar… ?Voy a morir, Jim…!
– Callate y no seas estupida. No te van a matar. Nadie te va a matar. Solo te lo dijo para asustarte, esa vieja bruja. Quiere a Sally, no a ti. Venga, ?como podemos llegar hasta Shadwell?
Se encontraban en un pequeno lugar llamado Pearl Street, que era tan estrecho como un callejon. La nina miro a izquierda y derecha, indecisa.
– ?Alli estan! -Se oyeron unos gritos detras de ellos y fuertes pasos resonaron en las paredes.
Una vez mas escaparon. Pero Adelaide estaba agotada y Jim se estaba quedando sin resuello; otra esquina, y otra, y otra y aun se oian esos horribles pasos persiguiendoles.
Desesperado, Jim se metio precipitadamente en un pasaje tan estrecho que casi no podia pasar por el, empujando a Adelaide para que no se detuviera. La nina tropezo. El chico se cayo encima de ella e intentaron recuperar el aliento en silencio.
Algo se movio en el callejon, un sonido fugaz, como si se deslizara una rata. Adelaide cerro los ojos y se aferro a Jim.
– Hola amigo -oyeron que decia una voz en la obscuridad.
Jim alzo la vista. Se encendio una cerilla y entonces Jim observo la cara sonriente de aquel tipo.
– ?Gracias, Dios mio! -exclamo Jim-. Adelaide, ?No pasa nada! ?Es mi amigo Paddy!
Adelaide no podia ni hablar y estaba tan muerta de miedo que casi no podia ni moverse. Abrio los ojos y vio el rostro sucio y despierto de un chico que debia de tener la misma edad que Jim, vestido con algo que parecia un saco. No dijo nada y apoyo la cabeza en la pared mojada.
– ?Esta es la nina que busca la senora Holland? -pregunto Paddy.
– Te has enterado, ?verdad? -dijo Jim-. Tenemos que sacarla de Wapping. Pero esa malvada bruja ha bloqueado todos los puentes con sus hombres.
– Tienes suerte, amigo. Has encontrado a la persona que necesitas -dijo el chico-. Conozco perfectamente esta zona. Todo lo que se puede conocer, lo conozco.
Paddy era el cabecilla de la banda de los
– Pero ?que haces en esta zona? -susurro Jim-. ?Creia que aun estabas en las orillas del rio!
– Negocios, amigo. Eche el ojo a un barco carbonero en la Cuenca Vieja. Has tenido suerte, ?eh? ?Sabes nadar?
– No. ?Y tu, Adelaide?
Ella nego con la cabeza. Todavia tenia la cara pegada al muro.
El callejon estaba cubierto y los protegia de la lluvia, que en esos momentos estaba cayendo con fuerza, pero un riachuelo helado bajaba por el callejon, procedente de un canalon, y estaba dejando el vestido de Adelaide empapado. Paddy, que iba descalzo, ni se dio cuenta.
– La marea esta bajando -dijo el-. Tenemos que marcharnos.
– Venga -dijo Jim tirando de Adelaide. Siguieron a Paddy mas alla del callejon, en la mas absoluta obscuridad.
– ?Donde estamos? -susurro Jim.