– Espera aqui -dijo Rosa.
Subio las escaleras corriendo y volvio en menos de un minuto. Dejo caer algo encima de la mesa, algo pesado, envuelto en un panuelo; algo que brillaba en los pliegues de lino.
– No me lo puedo creer -dijo Trembler.
Sally la miro completamente sorprendida.
– Fue Jim -explico Rosa-. El, ya sabes esas historias que siempre lee, creo que piensa como un novelista sensacional. Lo resolvio hace algun tiempo. Estaba en un pub, en Swaleness, parece… No puedo recordar los detalles, pero te lo oculto porque penso que tenia un maleficio y no queria que te causara ningun dano. ?Sabes lo que piensa de ti, Sally? Te adora. Lo trajo el otro dia y me lo dio porque penso que yo sabria que hacer con el. Me conto toda la historia justo antes de que me fuera al teatro…, por eso no tuve tiempo de explicartelo antes. Es a Jim a quien tienes que estarle agradecida. De todas formas…, aqui esta.
Sally alargo la mano y abrio el panuelo. En el centro de aquella blancura arrugada se encontraba una cupula de sangre, una piedra del tamano de la articulacion superior de un dedo pulgar, que contenia todas las tonalidades de rojo que podian existir en el mundo. Parecia que atraia la luz de la lampara, que la aumentaba y la cambiaba, que la expulsaba luego como si fuese una especie de calor visible; y dentro escondia el reluciente e indescriptible paisaje hipnotico de cavernas, barrancos, abismos, que tanto habia fascinado al comandante Marchbanks. Sally sintio que su cabeza flotaba y que se le cerraban los ojos. Entonces envolvio con su mano la piedra. Era dura, pequena, fria. Se levanto.
– Trembler -dijo Sally-, coge un taxi ahora mismo y ve al Muelle del Ahorcado. Dile a la senora Holland que tengo el rubi y que me encontrare con ella en el Puente de Londres, dentro de una hora. Eso es todo.
– Pero…
– Te dare el dinero. Hazlo, Trembler. Tu… te quedaste dormido durante la Pesadilla; te lo ruego, hazme este favor.
Sally se horrorizo cuando acabo de decirlo. Odiaba haberle hecho recordar su error. Trembler inclino la cabeza y se puso el abrigo.
Rosa se levanto de un salto.
– Sally… ?No lo hagas! ?No debes! ?Que pretendes hacer?
– Ahora no te lo puedo explicar, Rosa. Pero pronto lo hare. Pronto entenderas por que tengo que verla.
– Pero…
– Por favor, Rosa, confia en mi. Esto es muy importante, lo unico importante, no puedes entenderlo… Yo no lo podia entender tampoco antes…
Sally senalo las cenizas de opio y se estremecio.
– Al menos dejame venir contigo -dijo Rosa-. No puedes ir sola. Cuentamelo por el camino.
– No. Quiero verla a solas. Trembler, tampoco tu puedes venir. Dile solamente que acuda a la cita.
Trembler alzo la vista con sentimiento de culpabilidad, asintio y se marcho.
Rosa siguio:
– Te dejare sola en el puente, pero ire hasta alli contigo. Creo que estas loca, Sally.
– No lo sabes… -empezo a decir Sally, y nego con la cabeza-. De acuerdo. Gracias. Pero prometeme que me dejaras sola cuando tenga que hablar con ella. Me tienes que prometer que no vas a interponerte, pase lo que pase.
Rosa asintio.
– Muy bien -dijo ella-. Me muero de hambre. Me comere un bocadillo por el camino.
Rosa corto una rebanada de pan y la unto generosamente con mantequilla y mermelada.
– Ya estoy preparada para cualquier cosa. Y tambien completamente empapada. Estas loca, loca de remate. Eres una lunatica. Venga, tenemos un largo camino andando.
Sally oyo los relojes de la ciudad cuando daban la media: la una y media. Caminaba lentamente haciendo eses, sin hacer caso de los pocos peatones que habia por la calle ni de los taxis que, con menos frecuencia, pasaban de vez en cuando.
Un policia la paro en una ocasion y le pregunto si se encontraba bien, evidentemente pensando que era otra de las pobres desgraciadas que creian que el rio iba a ser la solucion a todas sus penas; pero ella sonrio, le tranquilizo y el policia siguio su camino.
Paso un cuarto de hora. Un taxi llego a la parada donde estos se cogian, al principio del puente, el que daba al norte, pero nadie bajo. El conductor se echo el abrigo por encima de los hombros y echo una cabezada, esperando a que llegara algun pasajero.
El rio seguia su curso por debajo de ella. La muchacha se fijo en la marea, que subia, haciendo que los barcos tambien se elevaran, atados a los dos lados de las orillas, con sus luces de situacion brillando. Unos instantes despues escucho el motor de una lancha de vapor de la policia, desplazandose rio abajo desde del puente de Southwark. Sally observo como se acercaba y desaparecia por debajo de sus pies, y entonces se dirigio al otro lado del puente para ver como volvia a aparecer y seguia su trayectoria hacia abajo, lentamente, pasando por delante de la sombra obscura de la Torre de Londres y virando, al final, hacia la derecha. Se pregunto si la abarrotada orilla que tenia a su izquierda era Wapping, y si era asi, cual de esos negros muelles escondia la Pension Holland.
El tiempo transcurrio; empezaba a hacer mas frio. Los relojes dieron la hora otra vez.
Y entonces una figura aparecio bajo la lampara de gas, en el extremo norte del puente, una figura rechoncha y regordeta, vestida de negro.
Sally se enderezo y empezo un bostezo que se quedo a medio camino. Estaba de pie justo en medio del puente, para poder ser bien vista y, tras un momento de duda, la figura se dirigio hacia ella. Era la senora Holland. Sally la podia ver claramente. Incluso a esa distancia, los ojos de la vieja parecia que brillaran. Se iba acercando cruzando tramos de sombra y luz mientras avanzaba, cojeando un poco, respirando con dificultad, con una mano en la cintura, decidida, sin parar en ningun momento.
Avanzo hacia Sally y se quedo a tan solo tres metros. El sombrero ladeado que llevaba la anciana ensombrecia la parte superior de su cara, dejando solo al descubierto la barbilla y la boca. Movia la boca sin parar como si estuviera masticando algo pequeno y resistente. Pero aun asi sus ojos seguian resplandeciendo en la obscuridad.
– ?Y bien, carino? -dijo la vieja, por fin.
– Usted mato a mi padre.
Los labios de la senora Holland se abrieron un poco, dejando ver su gran dentadura. Una lengua como de cuero, puntiaguda, se arrastro sobre todos esos dientes y se la recoloco.
– Bueno, bueno -dijo ella-. No puedes hacer tales acusaciones, senorita.
– Lo se todo. Se que el comandante Marchbanks… que el comandante Marchbanks era mi padre. Lo era, ?verdad?
La senora Holland no respondio.
– Y me vendio, ?verdad? Me vendio al capitan Lockhart, el hombre que creia… el hombre que creia que era mi padre. Me vendio a cambio del rubi.
La senora Holland permanecia inmovil y en silencio.
– Porque el Maharaja regalo el rubi a mi… al capitan Lockhart como pago por protegerle durante el Motin. Es cierto, ?verdad?
La vieja mujer asintio lentamente.
– Por eso los rebeldes creian que el Maharaja estaba ayudando a los britanicos. Y mi p… y el capitan Lockhart dejo al comandante Marchbanks vigilando al Maharaja en… en algun lugar obscuro…
– En los sotanos de la Residencia Oficial del Representante del Gobierno Ingles en las Colonias -dijo la senora Holland-. Con algunas mujeres y ninos.
– Y el comandante Marchbanks habia estado fumando opio, y tuvo miedo, y huyo, y mataron al Maharaja y cuando volvio con mi… con el capitan Lockhart… se pelearon. El comandante Marchbanks le reclamo el rubi. Tenia deudas y no las podia pagar…
– El opio. ?Que pena! Fue el opio lo que le mato.
– ?Usted le mato!
– Bueno, bueno. Quiero que me des el rubi, nina. Por eso he venido. Tengo derecho a recuperarlo.
– Se lo puede quedar… cuando me haya contado el resto de la historia. La verdad.