Del lado izquierdo, el Pacifico brillaba, claro y hermoso, bajo el radiante sol de la tarde. No era seguro nadar alli, pues las corrientes internas eran muy fuertes, pero que hermoso hubiera sido zambullirse y sentir que lo empapaba el agua salada. Se pregunto si alguna vez volveria a sentirse limpio y a dejar de ver la imagen de Leila destrozada. Esas imagenes siempre estaban en su mente, agrandadas como los anuncios en una autopista. Y en esos ultimos meses, habian comenzado las dudas.
– Deja de pensar lo que estes pensando, Ted -le dijo Craig con suavidad.
– Y deja de tratar de leer mis pensamientos -le respondio Ted. Luego, logro insinuar una debil sonrisa-. Lo siento.
– No hay problema. -El tono de Craig era sincero.
«Craig siempre sabe como manejar situaciones», penso Ted. Se habian conocido en Dartmouth durante el primer ano de facultad. Entonces, Craig era regordete. A los diecisiete, se convirtio en un alto sueco rubio. A los treinta y cuatro, todo vestigio de gordura habia desaparecido y la carne se habia convertido en solidos musculos. Los rasgos pesados le iban mejor a un hombre maduro que a un nino. Craig habia obtenido una media beca para cursar la universidad y ademas ocuparse de cuanto trabajo se le presentaba: como lavacopas en un restaurante, camarero en una hosteria de Hannover, o asistente en el hospital de la universidad.
«Y sin embargo, siempre estuvo cuando lo necesite», recordo Ted. Despues de la universidad, se sorprendio al encontrarse con Craig en los lavabos de la oficina ejecutiva de «Winters Enterprises».
– ?Por que no hablaste conmigo si querias trabajar aqui? -No estaba seguro de sentirse complacido con ello.
– Porque si soy bueno, lo lograre solo.
No se podia discutir sobre eso. Lo habia logrado, habia llegado a convertirse en el vicepresidente ejecutivo. «Si voy a prision -penso Ted-, el dirigira el
Pasaron junto al «Pebble Beach Lodge», el campo de golf, el «Crocker Woodland» y por fin divisaron los campos de «Cypress Point».
– Pronto entenderas por que quisimos venir aqui -le dijo Craig a Henry. Miro directamente a Ted-. Juntos elaboraremos una buena defensa. Sabes que este lugar siempre te ha traido suerte. -Despues, al mirar por la ventanilla se puso tenso-. Oh, Dios, no puedo creerlo. El descapotable; Cheryl y Syd estan aqui.
Con una mueca de desaprobacion se volvio hacia Henry Bartlett.
– Comienzo a pensar que tenias razon. Tendriamos que haber ido a Connecticut.
5
Min le habia asignado a Elizabeth el bungalow que solia ocupar Leila. Era una de las unidades mas costosas, pero Elizabeth no estaba segura de sentirse complacida. Todo en esos cuartos parecia gritar el nombre de Leila: las fundas de color verde esmeralda que Leila adoraba, el mullido sillon con el sofa otomano haciendo juego. Leila solia recostarse en el despues de una extenuante clase de gimnasia. «Dios mio,
Poco despues, Elizabeth se reunio con Min y Helmut, mientras una de las camareras deshacia sus maletas. Sobre la cama yacia un traje color azul y una bata de toalla. En la bata estaba prendido por un alfiler el programa para esa tarde: a las cuatro, masaje; a las cinco, limpieza y masaje facial.
Las instalaciones para las mujeres quedaban al final de la piscina olimpica: una estructura de un piso que se parecia a una casa de adobe espanola. Tranquila por fuera, por lo general su interior hervia de actividad mientras mujeres de todas las edades y formas corrian de un lado a otro sobre el suelo de baldosas, enfundadas en sus batas de toalla, para llegar a tiempo a la siguiente cita.
Elizabeth se preparo para encontrar caras conocidas, algunas de las dientas habituales que iban a «Cypress Point» cada tres meses y que habia llegado a conocer bien durante los veranos en los que trabajo alli. Sabia que seria inevitable recibir condolencias y ver cabezas haciendo gestos negativos: «Nunca hubiera creido que Ted Winters…»
Sin embargo, no encontro a nadie conocido entre las mujeres que salian de las clases de gimnasia y corrian a los tratamientos de belleza. Tampoco parecia estar tan lleno como siempre. En los momentos de mayor actividad albergaba a unas sesenta mujeres; y el pabellon de hombres, otro tanto. Pero no esa vez.
Recordo los codigos de colores de las puertas: rosado, para los tratamientos de belleza facial; amarillo para masaje; orquidea, para los tratamientos corporales con hierbas; blanco, para los cuartos de vapor. Los salones de gimnasia quedaban detras de la piscina cubierta y parecian haber sido ampliados. Habia tambien mas
Se prometio que esa noche nadaria durante un buen rato.
La masajista que le asignaron era una de las antiguas. No muy robusta, pero con brazos y manos fuertes. Gina se alegro de verla.
– ?Volveras a trabajar aqui? Claro que no. No existe tanta suerte.
Los gabinetes de masaje habian sido remodelados. ?Acaso Min nunca dejaria de gastar dinero en ese lugar? Las nuevas camillas eran acolchadas y bajo las manos expertas de Gina, comenzo a sentir que se relajaba.
Gina le masajeaba los musculos de la espalda.
– Estas hecha un nudo.
– Supongo que si.
– Y tienes toda la razon.
Elizabeth sabia que esa era la manera de Gina para expresar sus condolencias. Y tambien sabia que a menos que comenzara una conversacion, Gina se mantendria en silencio. Una de las estrictas reglas de Min era que si los huespedes deseaban hablar, podian conversar con ellos. «Pero no los carguen con sus problemas -les recomendaba Min en las reuniones semanales con el personal-. Nadie quiere escucharlos.»
Seria util obtener las impresiones de Gina sobre como le estaba yendo a «Cypress Point».
– No parece haber mucha actividad hoy -le sugirio-. ?Estan todos jugando al golf?
– Eso quisiera. Hace mas o menos dos anos que este lugar no se llena. Relajate, Elizabeth, tienes los brazos muy duros.
– ?Dos anos! ?Que ha sucedido?
– ?Que puedo decir? Todo empezo con ese estupido mausoleo. La gente no paga tanto dinero para ver montones de basura o para escuchar martilleos. Y todavia no lo han terminado. ?Para que quieren un bano romano aqui, puedes explicarmelo?
Elizabeth penso en los comentarios de Leila acerca del bano romano.
– Eso es lo que decia Leila.
– Y tenia razon. Vuelvete, por favor. -Con manos expertas, la masajista estiro la sabana-. Y escucha, fuiste tu quien la nombro. ?Te das cuenta de todo el encanto que ella le dio a este lugar? La gente queria estar cerca de ella. Venian aqui con la esperanza de verla. Ella era una propaganda viviente para «Cypress Point». Y siempre hablaba de reunirse con Ted Winters aqui. Ahora, no lo se. Hay algo muy diferente. El baron gasta como un maniatico, ya habras visto los nuevos
La cosmetologa era nueva, una mujer japonesa. La relajacion que habia comenzado con el masaje, continuaba con la mascara tibia que le habia aplicado, despues de la limpieza y el vapor. Elizabeth dormito y se desperto al oir la voz suave de la mujer.
– ?Ha tenido una buena siesta? La deje cuarenta minutos mas. Parecia estar tan tranquila y yo tenia mucho tiempo.