mujer.

– Usted es mala -le dijo-. Ese hombre fingio bien, y si hizo trabajar a mi hermana gratis, tendria que compadecerse de nosotras y no reirse. -Se volvio y cogio de la mano a Leila-. Vamos.

Se dirigian hacia el ascensor cuando la mujer las llamo.

– Vosotras dos, venid aqui. -Ellas la ignoraron. Entonces, la mujer les grito-: ?Os dije que vinieseis aqui!

Dos minutos despues estaban en su oficina privada.

– Tienes posibilidades -le dijo la mujer a Leila-. Pero esa ropa… No sabes nada de maquillaje; necesitaras un buen corte de pelo y un album de fotografias. ?Posaste desnuda para esa basura?

– Si.

– Muy bien. Si eres buena, te pondre en una publicidad para un jabon, y entonces apareceran tus fotografias en una de esas revistas «especiales». ?Te filmo tambien?

– No, por lo menos, no lo creo.

– Esta bien, de ahora en adelante yo me ocupare de todos los contratos.

Salieron de alli atontadas. Leila tenia una lista de citas en el salon de belleza al dia siguiente. Despues, tenia que encontrarse con esa mujer en el estudio del fotografo.

– Llamame Min -le habia dicho la mujer-. Y no te preocupes por la ropa. Yo te llevare todo lo que necesitas.

Elizabeth se sentia tan feliz que sus pies apenas tocaban el suelo, sin embargo Leila permanecia muy tranquila. Caminaron por Madison Avenue. Personas bien vestidas pasaban junto a ellas mientras el sol brillaba con esplendor. Habia puestos de emparedados de salchicha y pretzel en casi cada esquina; autobuses y taxis que tocaban el claxon; casi todo el mundo ignoraba la luz roja y esquivaba el trafico. Elizabeth se sentia como en casa.

– Me gusta este lugar -dijo.

– Tambien a mi, Sparrow. Y tu me salvaste el dia. Te juro que no se quien se ocupa de quien. Y Min es una buena persona. Pero, Sparrow, he aprendido algo de ese asqueroso padre que tuvimos y de los apestosos novios de mama y ahora tambien del bastardo ese que conocimos ayer.

»Sparrow, nunca volvere a confiar en un hombre.

2

Elizabeth abrio los ojos. La limusina se deslizaba silenciosamente junto al «Pebble Beach Golf Club» por la carretera de tres carriles, desde donde podian verse las grandes mansiones a traves de las buganvillas y azaleas. Desacelero la marcha al llegar a una curva donde estaba el cipres que le daba el nombre a «Cypress Point».

Desorientada por un momento, se quito el cabello de la frente y miro alrededor. Alvirah Meehan estaba junto a ella con una sonrisa feliz en el rostro.

– Debes de estar cansada -le dijo Alvirah-. Has dormido practicamente durante todo el viaje. -Meneo la cabeza mientras miraba por la ventanilla-. ?Esto si que es hermoso! -El automovil atraveso las ornamentadas puertas de hierro y siguio por el camino hacia el edificio principal, una mansion color marfil de tres pisos con persianas azules. Habia varias piscinas esparcidas por el parque cerca de los grupos de bungalows. En el extremo norte de la propiedad habia una terraza con mesitas y sombrillas que rodeaban una piscina olimpica. A ambos lados de ella habia dos edificios iguales pintados de color lavanda.

– Uno es el gimnasio de hombres y el otro de mujeres -explico Elizabeth.

La clinica, una version mas pequena de la mansion principal, estaba situada a la derecha. Una serie de senderos rodeados de altas ligustrinas floridas conducian a entradas individuales. Estas puertas daban a los cuartos para tratamientos y quedaban lo bastante alejadas unas de otras como para que los huespedes no tuvieran que cruzarse con nadie.

Luego, cuando la limusina tomo una curva, Elizabeth contuvo el aliento y se inclino hacia delante. Mas atras, entre la clinica y la mansion principal, se levantaba una nueva y enorme estructura, toda de marmol negro acentuada por columnas macizas que la hacian parecer como un volcan a punto de estallar. «O como un mausoleo», penso Elizabeth.

– ?Que es eso? -pregunto Alvirah.

– Es una replica de un bano romano. Empezaban las excavaciones cuando estuve aqui hace dos anos. Jason, ?ya lo abrieron?

– No esta terminado, senorita Lange. Siempre siguen construyendo.

Leila se habia burlado abiertamente de los planes para la casa de banos.

«Otro de los grandes planes de Helmut para quitarle a Min su dinero -habia dicho-. No estara contento hasta dejarla sin un centavo.»

La limusina se detuvo frente a la escalera de la casa principal. Jason bajo del vehiculo y corrio a abrirles la puerta. Alvirah Meehan volvio a ponerse los zapatos y, con dificultad, logro levantarse de su asiento.

– Es como estar sentada en el suelo -comento-. Oh, miren, aqui vienen el senor y la senora Von Schreiber. Los conozco por fotos. ?O debo llamarla baronesa?

Elizabeth no respondio. Extendio los brazos mientras Min bajaba la escalera, con pasos rapidos pero majestuosos. Leila siempre habia comparado a Min en movimiento con el Queen Elizabeth II entrando en el puerto. Min llevaba un atuendo decepcionantemente simple. Su brillante cabello oscuro estaba recogido en un rodete. Se abalanzo sobre Elizabeth y la abrazo con fuerza.

– Estas muy delgada -le susurro-. Apuesto a que en traje de bano debes de ser puro hueso. -Otro abrazo y Min volvio su atencion a Alvirah-. Senora Meehan. La mujer mas afortunada del mundo. ?Estamos encantados de tenerla con nosotros! -Estudio a Alvirah de arriba abajo-. En dos semanas, el mundo creera que nacio con una cuchara de cuarenta millones de dolares en la boca.

Alvirah Meehan reboso de alegria.

– Asi es como me siento ahora.

– Elizabeth, ve a la oficina. Helmut te espera. Yo acompanare a la senora Mechan a su bungalow y luego me reunire con vosotros.

Obediente, Elizabeth se dirigio a la casa principal; atraveso la fria recepcion de marmol, el salon, la sala de musica, los comedores privados y subio por la serpenteante escalera que conducia a las habitaciones privadas. Min y su esposo compartian un conjunto de oficinas que miraban a ambos lados de la propiedad. Desde alli, Min podia observar los movimientos de los huespedes y del personal mientras iban de un lado a otro de los centros de actividad. Durante la cena, solia llamar la atencion de alguno de sus huespedes: «Lo vi leyendo en el jardin cuando tendria que haber estado en su clase de aerobic.» Tambien poseia una percepcion especial para saber cuando un empleado dejaba esperando a uno de los huespedes.

Elizabeth golpeo con suavidad la puerta de la oficina privada. Como no obtuvo respuesta, la abrio. Al igual que todas las habitaciones de «Cypress Point», las oficinas estaban decoradas con gusto exquisito. Una acuarela abstracta de Will Moses pendia de la pared sobre el sofa blanco. El escritorio de la recepcion era un autentico Luis XV, pero no habia nadie sentado alli. De inmediato sintio una gran desilusion, pero recordo que Sammy regresaria a la noche siguiente.

Se acerco entonces a la puerta entreabierta de la oficina que Min y el baron compartian y contuvo el aliento, sorprendida. El baron Helmut von Schreiber estaba de pie junto a la pared del lado opuesto donde estaban colgadas las fotografias de los clientes mas famosos. La mirada de Elizabeth lo siguio y tuvo que contenerse para no gritar.

Helmut estaba estudiando el retrato de Leila, para el que habia posado la ultima vez que estuvo alli. El vestido verde de Leila era inconfundible, su brillante cabellera pelirroja enmarcandole el rostro, la manera en que sostenia una copa de champana como si ofreciera un brindis.

Elizabeth no queria que Helmut se diera cuenta de que lo habia estado observando. Sin hacer ruido, regreso al salon de recepcion, abrio y cerro la puerta para que la oyera y pregunto:

– ?Hay alguien aqui?

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