reviso los papeles que habia extraido de su maletin. Ted se puso de pie y se acerco a la ventana. Tenia planeado ir al gimnasio y hacer un poco de ejercicio. Pero Bartlett habia insistido en tener esa reunion. Ya veia limitada su libertad.

?Cuantas veces habia ido a «Cypress Point» con Leila durante los tres anos que duro la relacion? Ocho, tal vez diez. A Leila le encantaba ese lugar. Le encantaba ver como mandoneaba Min y la presuncion del baron. Tambien habia disfrutado de largas caminatas junto a los acantilados. «Muy bien. Halcon, si no quieres venir conmigo, juega a tu maldito golf y nos veremos luego en mi cama.» Aquel guino malicioso, esa deliberada mirada de soslayo, los dedos delgados sobre sus hombros. «Mi Dios, Halcon, tu si que me excitas.» Estar recostado con ella en sus brazos sobre el sofa mirando alguna pelicula. «Min sabe damos algo mejor que esas malditas antiguedades. Sabe que me gusta estar acurrucada con mi companero.» Alli habia descubierto a la Leila que amaba; la Leila que ella misma queria ser.

?Que estaba diciendo Bartlett?

– O bien contradecimos lo que dicen Elizabeth Lange y la testigo ocular o tratamos de volcar el testimonio a nuestro favor.

– ?Y eso como se hace?

«Dios, como odio a este hombre -penso Ted-. Esta alli sentado, fresco y comodo como si estuviera discutiendo una partida de ajedrez y no el resto de mi vida.» Una furia irracional casi lo ahogo. Tenia que salir de alli. Estar en una habitacion con alguien que odiaba tambien le producia claustrofobia. ?Como podria compartir una celda con otro hombre durante dos o tres decadas? No podria. A cualquier precio, no podria.

– Recuerdas haber llamado un taxi y el viaje a Connecticut.

– No, no recuerdo nada en absoluto.

– Vuelve a contarme el ultimo recuerdo consciente de aquella noche.

– Habia estado con Leila durante varias horas. Estaba histerica. Todo el tiempo me acusaba de estar enganandola.

– ?Y la enganabas?

– No.

– ?Entonces, por que te acusaba?

– Leila era… muy insegura. Habia tenido malas experiencias con los hombres. Estaba convencida de que jamas podria confiar en nadie. Yo pense que no era asi, en lo que a nuestra relacion se referia, pero cada tanto tenia un ataque de celos. -Esa escena en el apartamento. Leila lanzandose sobre el, aranandole la cara; sus terribles acusaciones. El la tomo de las munecas para detenerla. ?Que habia sentido? Rabia. Furia. Y disgusto.

– ?Trataste de devolverle el anillo de compromiso?

– Si, y ella lo rechazo.

– ?Y luego que sucedio?

– Llamo Elizabeth. Leila comenzo a sollozar por telefono y a gritarme que me fuera. Yo le dije que colgara. Queria llegar al fondo de lo que habia provocado todo eso. Vi que era inutil y me fui. Llegue a mi apartamento. Creo que me cambie la camisa e intente llamar a Craig. Luego sali. Pero no recuerdo nada mas hasta el dia siguiente que desperte en Connecticut.

– ?Teddy, te das cuenta de lo que el fiscal hara con tu historia? ?Sabes cuantos casos hay de personas que mataron en un ataque de rabia y que luego sufren un brote psicotico donde no recuerdan nada porque bloquean el hecho? Como abogado, tengo que decirte algo: esa historia apesta. No es una defensa. Claro que si no fuera por Elizabeth Lange, no habria problema… Diablos, ni siquiera habria un caso. Podria destrozar a esa tal testigo ocular. Esta loca, loca de verdad. Pero con Elizabeth que jura que estabas en el apartamento peleando con Leila a las nueve y media, la loca se vuelve creible cuando dice que arrojaste a Leila por el balcon a las nueve y treinta y uno.

– ?Y entonces que podemos hacer? -pregunto Craig.

– Negociemos -respondio Bartlett-. Ted esta de acuerdo con la historia de Elizabeth. Ahora recuerda haber vuelto a subir. Leila seguia histerica, colgo el telefono de un golpe y salio corriendo a la terraza. Cualquiera que haya estado en «Elaine’s» la noche anterior puede dar testimonio del estado emocional en que se encontraba. Su hermana admite que habia estado bebiendo. Se sentia desanimada con su carrera. Habia decidido romper la relacion que tenia contigo. Se sentia acabada. No seria la primera en saltar ante una situacion asi.

Ted parpadeo. Saltar. Dios, ?todos los abogados eran tan insensibles? Y luego, la imagen del cuerpo deshecho de Leila; las fotos de la Policia. Sintio su cuerpo banado en sudor.

Craig parecio esperanzado.

– Podria funcionar. Lo que vio esa testigo fue a Ted luchando por salvar a Leila y cuando Leila cayo, el perdio la memoria. Fue entonces que sufrio el brote psicotico. Eso explica por que fue tan incoherente en el taxi.

Ted miro a traves de la ventana, hacia el oceano. Estaba tranquilo, pero sabia que pronto subiria la marea. «La calma que antecede a la tormenta -penso-. Ahora estamos en una discusion clinica. En diez dias, estare en el juicio. El Estado de Nueva York contra Andrew Edward Winters III.»

– Hay un enorme bache en tu teoria -dijo-. Si admito haber regresado al apartamento y estado en la terraza con Leila, estoy poniendo la cabeza en el lazo. Si el jurado decide que estuve en el proceso de su asesinato, podrian hallarme culpable de asesinato en segundo grado.

– Es un riesgo que tendras que correr.

Ted regreso a la mesa y comenzo a guardar los legajos abiertos en el maletin de Bartlett. Su sonrisa no era de complacencia.

– No estoy seguro de poder correr ese riesgo. Tiene que haber una solucion mejor, y voy a encontrarla cueste lo que cueste. No ire a prision.

8

Min suspiro con impetu.

– Ah, que bueno. Te juro que tienes mejores manos que todas las masajistas de aqui.

Helmut se inclino y la beso en la mejilla.

– Liebchen, me encanta tocarte, aunque sea para darte un masaje en la espalda.

Estaban en su apartamento, que cubria el tercer piso de la mansion principal. Min estaba sentada delante de su tocador, con un quimono suelto. Se habia desatado el largo cabello negro que ahora le cubria los hombros. Miro su imagen en el espejo. Ese dia, no era ninguna publicidad para el lugar. Tenia ojeras. ?Cuanto hacia que se habia retocado los ojos? ?Cinco anos? Era dificil de aceptar lo que le estaba sucediendo. Tenia cincuenta y nueve anos. Hasta el ano anterior, habia aparentado diez menos. Pero ya no.

Helmut le sonreia a su imagen en el espejo. Deliberadamente, apoyo el menton sobre la cabeza de Min. El azul de sus ojos siempre le recordaba el mar Adriatico que rodeaba Dubrovnik, donde ella habia nacido. Ese rostro largo y distinguido, con su bronceado perfecto no tenia una sola linea, las largas y oscuras patillas no mostraban ni una sola cana. Helmut era quince anos mas joven que ella. Durante los primeros anos de matrimonio, no habia importado. ?Pero ahora?

Lo habia conocido en un establecimiento de descanso en Baden-Baden, despues de la muerte de Samuel, Cinco anos de complacer a aquel anciano habian valido la pena. Le habia dejado doce millones de dolares y su propiedad.

No fue estupida ante la repentina atencion que Helmut le prestaba. Ningun hombre se enamora de una mujer quince anos mayor a menos que quiera algo. Al principio, habia aceptado sus intenciones con cinismo, pero al cabo de dos semanas se dio cuenta de que comenzaba a interesarse demasiado en el y en su sugerencia de que convirtiera el hotel «Cypress Point» en un establecimiento de gimnasia y cuidados… Le habia costado una fortuna, pero Helmut le habia dicho que lo considerara una inversion y no un gasto. El dia en que inauguraron el nuevo «Cypress Point», el le propuso matrimonio.

Ella suspiro aliviada.

– ?Minna, que te sucede?

?Cuanto tiempo habia estado mirandose en el espejo?

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