A las seis y media sono el telefono en el bungalow de Elizabeth. Era Min.
– Quiero que esta noche cenes conmigo, y con Helmut. Ted, su abogado, Craig, Cheryl y Syd se iran a comer fuera. -Por un momento parecio la Min de siempre imperiosa, sin aceptar nunca una negativa. Pero luego, antes de que Elizabeth pudiera responder, su tono se suavizo-. Por favor, Elizabeth. Te iras a casa manana por la manana. Te hemos extranado.
– ?Es otro de tus juegos, Min?
– Me equivoque al forzar el encuentro de anoche. Solo puedo decir que lo siento.
Min parecia cansada y Elizabeth sintio pena por ella. Si habia elegido creer en la inocencia de Ted, era su problema. Su plan para que se encontraran habia sido atroz, pero asi era Min.
– ?Estas segura de que ninguno de ellos estara en el comedor?
– Lo estoy. Ven con nosotros. Te iras manana y casi no te hemos visto.
No era tipico de Min tener que rogar. Esa seria la unica ocasion para estar con ella y, ademas, a Elizabeth no le entusiasmaba demasiado la idea de cenar sola.
Habia tenido una tarde completa en el salon, incluyendo un tratamiento de belleza, dos clases de gimnasia, pedicuro, manicura y, por ultimo, una clase de yoga en la que habia tratado de liberar su mente, pero por mas que se concentrara, no podia obedecer las relajantes sugerencias del instructor. Una y otra vez, contra su voluntad, escuchaba la pregunta de Ted: «Si admito haber regresado a su apartamento, ?no pude haber estado tratando de salvarla?»
– ?Elizabeth…?
Elizabeth apreto con fuerza el telefono y miro alrededor, observando el monocromatico decorado de ese costoso bungalow. Min lo llamaba «verde Leila». Habia sido bastante despotica la noche anterior, pero ciertamente habia amado a Leila. Elizabeth se oyo aceptar la invitacion.
El espacioso bano incluia una profunda banera,
Volvio a maravillarse de lo costoso del lugar. Min debio de haber gastado los millones que heredo. Era notorio que los empleados mas antiguos estaban preocupados por lo mismo. Rita, la manicura, le habia contado la misma historia que la masajista.
– Te digo algo, Elizabeth, «Cypress Point» no es lo mismo desde que Leila murio. Ahora, los que siguen a las celebridades van a «La Costa». Por cierto que ves a algunas estrellas por aqui, pero te aseguro que ninguna de ellas paga la cuenta.
A los veinte minutos, el vapor se apagaba en forma automatica. Elizabeth se dio una ducha fria rapida y luego se envolvio en un esponjoso toallon y se puso una toalla en la cabeza. Pero habia algo que paso por alto debido a su furia por hallar a Ted alli. Min habia amado a Leila de verdad. Su angustia despues de su muerte no fue ficticia. ?Pero Helmut? La forma hostil en que observaba la fotografia, la sutil sugerencia de que estaba perdiendo su belleza…, ese odio… No podian ser las bromas que Leila le hacia llamandolo «soldadito de juguete». Siempre se reia cuando las oia. Recordo la vez en que se presento a cenar en el apartamento de Leila llevando un viejo sombrero de soldadito de juguete.
– Pase por una tienda de disfraces, vi el sombrero en el escaparate y no pude resistirme -explico mientras todos lo aplaudian. Leila rio hasta el cansancio y lo beso.
– Sois un buen muchacho, mi Lord… -le dijo…
?Que habia provocado entonces su ira? Elizabeth se seco el cabello con la toalla, se lo cepillo hacia atras y lo recogio en un rodete. Mientras se maquillaba y se aplicaba brillo en los labios y las mejillas, le parecia oir la voz de Leila: «Por Dios,
El ano anterior habia participado en el repertorio de verano. Cuando el espectaculo llego a Kentucky, fue al diario mas importante de Louisville y busco referencias de Everett Lange. Su necrologia de cuatro anos antes, daba detalles de su familia, medio ambiente, educacion, su casamiento con una mujer de la alta sociedad, sus logros en el Congreso. En la fotografia, descubrio una version masculina de sus rasgos… ?Su vida hubiera sido diferente de haber conocido a su padre? Descarto ese pensamiento.
Todos se vestian de gala para la cena en «Cypress Point». Habia elegido una tunica de seda blanca con un cinturon anudado y sandalias plateadas. Se pregunto si Ted y los demas habrian ido al «Cannery» en Monterrey. Era su lugar favorito.
Una noche, tres anos atras, cuando Leila tuvo que salir inesperadamente para rodar algunas escenas adicionales, Ted la habia llevado al «Cannery». Se quedaron conversando durante varias horas y el le conto acerca de los veranos que habia pasado en Monterrey en casa de sus abuelos, del suicidio de su madre cuando el tenia doce anos, de cuanto habia odiado a su padre. Y tambien del mortal accidente que le costo la vida a su esposa y a su hijo.
– No podia funcionar -le dijo-. Durante dos anos estuve como un
Al dia siguiente, Ted le dijo:
– Sabes escuchar.
Sabia que se sentia incomodo por haber revelado tantas cosas intimas sobre su vida.
Ella aguardo deliberadamente a que la hora del coctel hubiera terminado para salir del bungalow. Cuando llego hasta el sendero que conducia a la casa principal, se detuvo para apreciar la escena que se desarrollaba en la galena. La casa iluminada, las personas elegantes reunidas en grupos de dos o tres, bebiendo sus cocteles sin alcohol, riendo, conversando, separandose, reuniendose en nuevas unidades sociales.
Era consciente de la deslumbrante claridad de las estrellas contra la oscuridad del cielo, de los faroles situados con gracia para iluminar los caminos y acentuar las flores de los setos, del sonido placido del Pacifico al banar el borde de la playa, de la sombra vaga de la casa de banos, con su exterior de marmol negro que brillaba bajo el reflejo de la luz.
«?Adonde pertenecia?», se pregunto Elizabeth. Mientras trabajaba en Europa le habia resultado mas facil olvidar su soledad. En cuanto la pelicula estuvo terminada, regreso de inmediato a su apartamento, segura de que alli encontraria el Paraiso, y que la familiaridad de Nueva York le daria una calida bienvenida. Pero a los diez minutos, la asalto la imperiosa necesidad de huir de alli y se aferro a la invitacion de Min como una ahogada a un salvavidas. Ahora, contaba las horas que le faltaban para regresar a Nueva York. Se sentia como si no tuviera hogar.
?Seria el juicio como una purga para sus emociones? ?El hecho de saber que habia colaborado en el castigo del asesino de Leila la ayudaria a relajarse, a comunicarse con otras personas, a comenzar una nueva vida?
– Disculpe. -Una joven pareja estaba detras de ella. Elizabeth reconocio al muchacho: era un conocido jugador de tenis. ?Durante cuanto tiempo habia estado bloqueandoles el camino?
– Lo siento. Estaba distraida. -Elizabeth se hizo a un lado y los jovenes pasaron junto a ella con las manos entrelazadas. Ella los siguio lentamente hasta la terraza al final del sendero. Un camarero le ofrecio una bebida. La acepto y se acerco al extremo mas alejado. No sentia deseos de conversar banalidades.
Min y Helmut caminaban por entre sus invitados con la habilidad de veteranos anfitriones. Min llevaba una tunica de seda color amarillo y pendientes de diamantes que caian en cascada. Un tanto sorprendida, Elizabeth noto que en realidad Min era delgada y que era su abundante pecho y su andar soberbio lo que la convertia en una figura imponente.
Como siempre, Helmut estaba impecable con una chaqueta de seda azul marino y pantalones de franela color borgona. Exudaba encanto, se inclinaba al tomar las manos, sonreia, levantaba una ceja perfectamente arqueada… El caballero ideal. Pero ?por que odiaba a Leila?
Esa noche, los salones del comedor estaban decorados de tonos rosados: manteles, servilletas, centros de mesa y una delicada porcelana «Lenox» engamados en el mismo color. La mesa de Min estaba preparada para cuatro personas. Cuando Elizabeth se acerco, vio que el