Cuando Dora estaba por partir, Elizabeth la abrazo.
– Tu no crees que Ted sea culpable, ?verdad, Sammy?
– ?De asesinato premeditado? No, no puedo creerlo. Y si estaba interesado en otra mujer, no tenia motivos para matar a Leila.
De todas formas. Dora tenia que regresar a la oficina. Habia dejado las cartas desparramadas sobre el escritorio y la bolsa de plastico con la correspondencia sin revisar, en la oficina de recepcion. Min podia sufrir un ataque si lo veia.
La bandeja con su cena seguia sobre una mesa cerca del escritorio sin que la hubiera probado. Era gracioso el poco apetito que tenia en esos dias. Setenta y un anos no eran tantos. Era solo que con la operacion y la muerte de Leila se habia apagado una chispa, el entusiasmo con el que recibia las bromas de Leila.
La fotocopiadora estaba disimulada en un armario de nogal. Abrio la parte superior y encendio la maquina; saco la carta del bolsillo y le quito el envoltorio de plastico tomandola con cuidado por las puntas. Sus movimientos eran rapidos. Existia siempre la posibilidad de que Min se diera una vuelta por la oficina. Helmut, sin duda, estaria encerrado en su estudio. Sufria de insomnio y leia hasta muy tarde.
Miro por la ventana entreabierta. El rugido truculento del Pacifico y el olor a sal eran vigorizantes. No le molestaba la rafaga de aire frio que la hacia temblar. Pero ?que le habia llamado la atencion?
Todos los invitados ya estaban en sus bungalows y podia ver la luz a traves de las cortinas. Contra el horizonte pudo ver las siluetas de las mesas con sombrilla alrededor de la piscina olimpica. A la izquierda el contorno de la casa de banos se recortaba contra el cielo. La noche comenzaba a cubrirse de niebla. La vision se hacia dificil. Luego, Dora se inclino hacia delante. Alguien caminaba oculto bajo la sombra de los cipreses, como si temiera ser visto. Se ajusto los lentes y logro ver que la silueta llevaba un equipo de buceo. ?Que estaria haciendo alli? Parecia dirigirse hacia el sector de la piscina olimpica.
Elizabeth le habia dicho que iria a nadar. Dora sintio una oleada de irracional temor. Guardo la carta en el bolsillo de la chaqueta y salio corriendo de la oficina. Bajo la escalera con toda la rapidez que le permitia su cuerpo reumatico, atraveso el vestibulo a oscuras y salio por una puerta lateral que rara vez se utilizaba. El intruso iba ya por la casa de banos. «Seria probablemente uno de los estudiantes que paraban en la posada de Pebble Beach», se dijo. Cada tanto, se colaban en «Cypress Point» para nadar en la piscina olimpica. Pero no le gustaba la idea de que ese se encontrara con Elizabeth mientras ella estaba alli.
Se volvio y se dio cuenta de que la figura la habia visto. Las luces del carrito del guardia de seguridad se acercaban desde la loma cerca de las puertas de acceso. La figura con el traje de buceo corrio hacia la casa de banos. Dora pudo ver que la puerta estaba entreabierta. Ese tonto de Helmut no se habia molestado en cerrarla aquella tarde.
Le temblaban las rodillas cuando corrio detras del hombre. El guardia pasaria por alli en cualquier momento y no queria que el intruso escapara. A tientas, dio unos pasos dentro de la casa de banos.
El vestibulo de entrada era una extension enorme con dos escaleras en el extremo. La luz que se filtraba de los faroles externos la ayudo a comprobar que estaba vacio. Las obras habian avanzado bastante desde la ultima vez que habia estado alli, unas semanas atras.
Por una puerta entreabierta de la izquierda, alcanzo a ver el haz de luz de una linterna. La arcada conducia a los armarios y mas atras, se encontraba la primera de las piscinas con agua salada.
Por un instante, la indignacion dejo paso al temor. Decidio salir y esperar al guardia.
– ?Dora, aqui!
La voz familiar hizo que se sintiera aliviada. Con cuidado, avanzo por el vestibulo a oscuras, atraveso el area de los armarios y llego a la piscina cubierta.
El estaba esperandola con la linterna en la mano. La oscuridad del traje mojado, las gruesas gafas para el agua, la inclinacion de la cabeza, el repentino movimiento convulsivo de la linterna, la hicieron retroceder con inseguridad.
– Por Dios, no me apuntes con esa cosa que no me deja ver -le dijo ella.
Una mano gruesa y amenazadora con el pesado guante negro se extendio en direccion a su garganta. La otra le apuntaba la linterna directamente a los ojos, cegandola.
Horrorizada, Dora comenzo a retroceder. Levanto las manos como para protegerse sin darse cuenta de que habia tirado la carta que llevaba en el bolsillo. Casi no sintio el vacio debajo de sus pies antes de que su cuerpo cayera hacia atras.
Su ultimo pensamiento antes de que su cabeza golpeara contra el suelo de cemento de la piscina fue que por fin sabia quien habia matado a Leila.
10
Elizabeth nadaba de un extremo a otro de la piscina a un ritmo furioso. La niebla comenzaba a cubrir, por momentos, los alrededores de la piscina, pero era un vapor oscuro que aparecia y volvia a desaparecer. Ella preferia la plena oscuridad. Podia forzar cada centimetro de su cuerpo sabiendo que el esfuerzo fisico borraria, de alguna manera, la ansiedad emocional.
Llego al extremo norte de la piscina, toco la pared, inhalo, giro, reboto y con una furiosa brazada, comenzo a correr hacia el extremo contrario. Le latia el corazon con fuerza por el ritmo que se habia impuesto. Era una locura. No estaba en condiciones para ese tipo de esfuerzo. Sin embargo, siguio nadando a ese ritmo, con la esperanza de que ese gasto de energia fisica borrara sus pensamientos.
Por fin sintio que empezaba a calmarse entonces, se volvio de espaldas y comenzo a flotar impulsada por leves movimientos de los brazos.
Las cartas. La que tenian; la otra que alguien habia robado; las demas que podian encontrar en la saca de correspondencia que aun quedaba por abrir. Aquellas que Leila seguramente habia visto y destruido. «?Por que Leila no me hablo de ellas? ?Por que no confio en mi? Siempre me utilizaba como tabla de salvacion. Decia que yo podria convencerla de que no tomara las criticas demasiado en serio.»
Leila no se lo habia dicho porque creia que Ted salia con otra mujer, y no habia nada que pudiera hacerse. Pero Sammy tenia razon: si Ted salia con otra, no tenia motivos para matar a Leila.
Pero no me equivoque con respecto a la hora de la llamada.
?Y si Leila habia caido, se le habia resbalado de los brazos, y el habia perdido la memoria? ?Y si esas cartas la habian llevado al suicidio? «Tengo que encontrar a quien las haya enviado», penso Elizabeth.
Era hora de regresar. Estaba muerta de cansancio y por fin, mas calmada. Por la manana, revisaria el resto de la correspondencia con Sammy. Le mostraria la carta que encontraron a Scott Alshorne. Tal vez, el le aconsejaria que la llevara directamente al fiscal de distrito de Nueva York. ?Le daria asi una coartada a Ted? ?Y con quien habria estado saliendo?
Mientras subia por la escalerilla de la piscina, comenzo a temblar. El aire que soplaba era helado y habia permanecido en el agua mas de lo que habia pensado. Se puso la bata y busco el reloj que habia dejado en el bolsillo. La esfera luminosa le indico que eran las diez y media.
Creyo oir algun ruido proveniente de los cipreses que bordeaban la terraza.
– ?Quien esta ahi? -pregunto con voz nerviosa.
No hubo respuesta. Camino entonces hasta el extremo del patio para tratar de divisar algo por entre los setos y los arboles. Las siluetas de los cipreses se veian grotescas en la oscuridad, pero no habia otro movimiento que el suave balanceo de las hojas. La brisa fria del mar era cada vez mas fuerte. Era eso, claro.
Hizo un gesto con la mano como si desechara las malas ideas, se envolvio en la bata y se coloco la capucha.
Sin embargo, la sensacion de incomodidad persistia y acelero la marcha a lo largo del sendero que iba hasta su bungalow.