– Teddy, yo…
Ted se puso de pie. Hizo a un lado la bandeja del desayuno. Miro al otro hombre con actitud amenazadora.
– Dejame explicarte algo. Teddy es el nombre de un nino de dos anos. Te lo describire. Asiera como mi abuela llamaba a un pequeno rubio, de pelo muy, muy claro. Era un ninito fuerte que comenzo a caminar a los nueve meses y a los quince ya decia oraciones. El era mi hijo. Su madre era una joven muy dulce que lamentablemente no pudo adaptarse a la idea de que se habia casado con un hombre muy rico. Se negaba a tomar un ama de llaves. Hacia las compras ella misma y no tenia chofer. Tampoco queria conducir un automovil costoso. Kathy temia que la gente de Iowa creyera que se habia vuelto engreida. Una noche lluviosa ella volvia de hacer las compras en el supermercado y pensamos que una maldita lata de tomates se le cayo de la bolsa y fue a parar bajo su pie. Asi que no pudo detenerse cuando vio la senal de
A Ted le brillaban los ojos.
– Ahora planea mi defensa. Para eso te pago. Yo ire al gimnasio. Craig, haz lo que prefieras.
– Ire contigo.
Salieron del bungalow y se dirigieron al sector de hombres.
– ?De donde lo sacaste? ?Por Dios!
– Tranquilizate, Ted. Es el mejor criminalista del pais.
– No, no lo es. Y te dire por que. Porque vino con una idea preconcebida y trata de amoldarme para que sea el acusado ideal. Y es estupido.
El jugador de tenis salia del bungalow con su novia. Saludaron a Ted con amabilidad.
– Te eche de menos la ultima vez en Forest Hills -le dijo el jugador.
– El ano que viene, seguro.
– Estamos contigo. -Esta vez fue la muchacha quien hablo con su sonrisa de modelo.
Ted le devolvio la sonrisa.
– Si pudiera tenerlos en el jurado… -Hizo un gesto de asentimiento con la mano y siguio caminando. La sonrisa desaparecio.
– Me pregunto si habra celebridades del tenis en Attica.
– No tiene que importarte. No tendra nada que ver contigo. -Craig se detuvo-. ?Esa no es Elizabeth?
Estaban casi frente a la casa principal. Desde el otro extremo observaron como la esbelta figura de Elizabeth bajaba la escalera de la terraza y se dirigia hacia la salida. El color miel del cabello, la posicion de la barbilla, la gracia de sus movimientos eran inconfundibles. Estaba frotandose los ojos y, luego, saco un par de gafas oscuras del bolsillo y se las puso.
– Pense que volvia a su casa esta manana -dijo Ted con tono impersonal-. Algo anda mal.
– ?Quieres averiguar que es?
– Es obvio que mi presencia solo empeorara mas las cosas. ?Por que no la sigues tu? Ella no cree que tu hayas matado a Leila.
– ?Ted, por favor, basta! Pondria las manos en el fuego por ti y lo sabes, pero ser un saco de arena no me hara funcionar mejor. Y tampoco veo en que puede servirte a ti.
Ted se encogio de hombros.
– Lo siento. Tienes razon. Ve si puedes ayudar a Elizabeth. Te vere en mi bungalow en una hora.
Craig la alcanzo en la entrada. Ella le explico rapidamente lo sucedido. Su reaccion la tranquilizo.
– ?Quieres decir que hace horas que Sammy pudo haber desaparecido y todavia no avisaron a la Policia?
– Lo haran en cuanto revisen el lugar y yo pense en buscar en caso de que tal vez… -Elizabeth no pudo terminar-. Recuerdas cuando tuvo el primer ataque. Se sintio tan desorientada y tan avergonzada…
Craig la rodeo con un brazo.
– Muy bien, tranquilizate. Caminemos un poco. -Cruzaron el camino para dirigirse al sendero que conducia al Cipres Solitario. El sol habia dispersado toda la niebla de la manana y el dia era brillante y calido. Las gaviotas volaban por encima de sus cabezas y regresaban a sus nidos en la costa rocosa. Las olas se estrellaban contra las piedras despidiendo espuma para luego regresar al mar. El Cipres Solitario, una atraccion turistica constante, ya estaba rodeado de camaras fotograficas.
Elizabeth comenzo a interrogar a las personas.
– Estamos buscando a una senora mayor… Puede estar enferma… Es pequena…
– Chaqueta y blusa color beige y una falda oscura.
– Parece mi madre -comento un turista de camiseta deportiva roja y camara al hombro.
– Podria ser la madre de cualquiera -comento Elizabeth.
Llamaron a las puertas de las casas ocultas tras los arboles del bosque. Las camareras, algunas molestas y otras amables, prometieron avisar si veian algo.
Fueron al «Pebble Beach Lodge.»
– Sammy desayuna aqui a veces, en su dia libre -dijo Elizabeth. Esperanzada, reviso los comedores, rogando hallar la figura pequena y erguida, y a una Sammy sorprendida por todo ese alboroto. Sin embargo, solo encontraron veraneantes, vestidos con costosos equipos deportivos, la mayoria aguardando la hora del recreo.
Elizabeth se volvio para partir y Craig la tomo de un brazo.
– Apuesto a que no desayunaste. -Le hizo senas al camarero.
Mientras tomaban el cafe, se estudiaron mutuamente.
– Si no hay senales de ella cuando regresemos, insistiremos en llamar a la Policia -le dijo el.
– Algo le ha sucedido.
– No puedes estar segura de eso. Dime exactamente cuando la viste y si menciono algo acerca de tener que salir.
Elizabeth dudo. No estaba segura de querer contarle a Craig lo de la carta que Sammy iba a copiar o de la que habian robado. Sentia, sin embargo, que la preocupacion de su rostro la tranquilizaba bastante y que si era necesario, utilizaria todo el poder de las Empresas Winters para hallar a Sammy. Su respuesta fue medida.
– Cuando Sammy me dejo, dijo que regresaria a la oficina por un rato.
– No puedo creer que tuviera tanto trabajo acumulado y que ello la obligara a trabajar de noche.
Elizabeth sonrio.
– No toda, hasta las nueve y media. -Para evitar mas preguntas, bebio lo que le quedaba del cafe.
»?Craig, no te molesta si regresamos? Puede ser que ya tengan noticias.
Pero no las habia. Y de acuerdo con el informe de las camareras, el jardinero y el chofer, se habia registrado cada centimetro de los alrededores. En ese momento, incluso Helmut estuvo de acuerdo en no aguardar hasta el mediodia, y en informar a la Policia sobre la desaparicion.
– No es suficiente -les dijo Elizabeth-. Quiero llamar a Scott Alshorne.
Aguardo a Scott junto al escritorio de Sammy.
– ?Quieres que me quede? -le pregunto Craig.
– No.
Echo un vistazo al cesto de papeles.
– ?Que es todo eso?
– La correspondencia de los admiradores de Leila. Dora se ocupaba de contestarla.
– No la mires, solo te deprimira. -Craig echo un vistazo hacia la oficina de Min y Helmut. Estaban sentados juntos en el sillon
Elizabeth le tomo la mano y la sostuvo un momento contra su mejilla. Sentia su fuerza a traves de sus gruesos