la mirabas, la desnudabas con los ojos. Todos erais iguales: Ted, Syd, hasta ese estupido de Craig. Pero tu eras el peor. Amor. Odio. Todo en uno. Y en toda su vida, nunca te esforzaste por nadie. Quiero la verdad. ?Por que fuiste a verla aquella noche? -Lo solto, de repente, agotada.
Helmut se puso de pie de un salto. Con la mano rozo la taza de te que cayo al suelo manchando la mesa y la alfombra.
– Minna, esto no es posible. No permitire que me trates como un microbio bajo el microscopio. -Miro con desprecio el te derramado-. Manda a alguien a limpiar esto -ordeno-. Tengo que ir a la clinica. La senora Meehan tiene que venir para las inyecciones de colageno. -Su tono de voz se hizo sarcastico-. Animate, querida. Como sabes, es otra buena entrada para la caja.
– Vi a esa desagradable mujer hace una hora -le dijo Min-. Ya has hecho otra conquista. Estaba hablando de lo inteligente que eres y de como vas a hacerla sentir como una mariposa flotando en una nube. Si oigo que repite esa frase estupida una vez mas…
Min no pudo terminar. A Helmut empezaron a temblarle las rodillas y Min lo sostuvo antes de que cayera al suelo.
– ?Dime que te pasa! -le grito-. ?Que has hecho!
7
Cuando Elizabeth salio de la oficina de Min, corrio hasta su bungalow, furiosa consigo misma por permitir que Bartlett la enojara. El diria cualquier cosa, haria lo que fuera para desacreditar su testimonio y ella estaba en sus manos.
Para distraerse, abrio el libreto de la obra de Leila. Pero no podia concentrarse en las palabras.
«?Eran verdad las acusaciones de Bartlett? ?Ted habia tratado de seducirla?»
Recorrio algunas paginas del libreto y decidio dejarlo para mas tarde. Luego, su mirada se detuvo en las anotaciones de Leila en el margen. Sorprendida, se hundio en el sofa y volvio a la primera pagina.
Leyo rapidamente la obra y luego permanecio un largo rato sumida en sus pensamientos. Por fin, busco lapiz y papel y comenzo a releerla, pero esta vez lentamente, tomando sus propias notas.
A las dos y media, dejo el lapiz. Habia llenado varias hojas de la libreta con sus notas. Se dio cuenta de que no habia almorzado y que le dolia mucho la cabeza. Algunas de las anotaciones de Leila en el margen eran indescifrables, pero al fin pudo descifrarlas todas.
Clayton Anderson. El autor de
Llamo al edificio principal. La telefonista le dijo que la baronesa Von Schreiber estaba en su apartamento y que no queria que la molestaran.
– Ire para alla -le dijo Elizabeth-. Dile a la baronesa que tengo que verla.
Min estaba en la cama. Parecia enferma. Su voz carecia del tono autoritario habitual.
– ?Y bien, Elizabeth?
«Me teme», penso Elizabeth.
– ?Para que me has hecho venir, Min?
– Porque, te lo creas o no, estaba preocupada por ti, porque te aprecio.
– Te creo. ?Alguna otra razon?
– Porque me consterna la idea de que Ted se pase el resto de su vida en la carcel. A veces, la gente hace cosas terribles debido a la furia, porque esta fuera de control, cosas que jamas haria si no hubiese perdido la capacidad de imponerse un freno. Creo que eso fue lo que sucedio. Se que eso le sucedio a Ted.
– ?Que quieres decir con eso de que «sabes»?
– Nada… Nada. -Min cerro los ojos-. Elizabeth, haz lo que debas hacer. Pero te lo advierto. Tendras que vivir con la idea de haber destruido a Ted por el resto de tu vida. Algun dia, volveras a enfrentarte a Leila. Y creo que ella no te lo agradecera. Ya sabes como se sentia ella despues de excederse. Arrepentida. Amorosa. Generosa. Todo eso.
– Min, ?no hay otra razon por la que quieres que Ted sea absuelto? Tiene que ver con este lugar, ?no es asi?
– ?A que te refieres?
– Me refiero a que antes de que Leila muriera, Ted pensaba poner un «Cypress Point» en cada uno de sus nuevos hoteles. ?Que paso con ese plan?
– Ted no siguio ningun plan para abrir nuevos hoteles desde la acusacion.
– Exacto. De modo que existen dos razones para querer la absolucion de Ted. Min, ?quien es Clayton Anderson?
– No tengo la menor idea. Elizabeth, estoy muy cansada. Tal vez podamos seguir hablando luego.
– Min, vamos. No estas tan cansada. -El tono duro de su voz hizo que Min abriera los ojos y se enderezara sobre las almohadas. «Tenia razon -penso Elizabeth-. No esta tan enferma como asustada»-. Min, acabo de leer y releer la obra que estaba haciendo Leila. La vi junto a todos vosotros en el preestreno, pero no le preste atencion. Estaba muy preocupada por Leila. Min, el que escribio la obra es alguien que conocia muy bien a Leila. Es por eso que era perfecta para ella. Alguien utilizo incluso la expresion de Helmut en ella: «Una mariposa flotando sobre una nube.» Leila tambien lo advirtio. Hizo una anotacion al margen: «Decirle al baron que alguien le esta robando la idea.» Min…
Se miraron y ambas tuvieron el mismo pensamiento.
– Fue Helmut quien escribio la publicidad para este lugar -murmuro Elizabeth-. El escribe los boletines diarios. Tal vez, ese rico profesor universitario no exista. Min, ?fue Helmut quien escribio la obra?
– No… lo… se. -Min salio de la cama. Llevaba una tunica de seda que de repente parecia demasiado grande para ella, como si se estuviera consumiendo por dentro-. Elizabeth, ?me disculpas? Tengo que hacer una llamada a Suiza.
8
Con una inquietud nada familiar, Alvirah recorrio el sendero bordeado por setos que conducia a la sala de tratamientos C. Las instrucciones que le habia dado la enfermera fueron confirmadas por la nota que recibio con la bandeja del desayuno esa manana. Estas eran tranquilizadoras, pero, aun asi, ahora que habia llegado el momento, Alvirah sentia un poco de temor.
Para asegurar una total intimidad, la nota decia que los pacientes accedian a las salas de tratamiento por puertas externas individuales. Alvirah tenia cita a las tres de la tarde en la sala C, donde podria acostarse sola en la camilla. Como Alvirah Meehan sentia un especial temor por las agujas, le darian un «Valium» mas fuerte que le permitiria descansar hasta las tres y media, hora en la que el doctor Von Schreiber le aplicaria el tratamiento. Permaneceria descansando media hora mas, para permitir que desaparecieran los efectos del sedante.
Los setos floridos tenian una altura de un metro ochenta, y caminar entre ellos la hizo sentir como una muchachita en una morada campestre. El dia era calido, pero alli la vegetacion mantenia la humedad y las azaleas le recordaban las que adornaban la fachada de su casa. Habian estado realmente hermosas la primavera pasada.
Llego a la puerta de la sala de tratamientos. Estaba pintada de azul claro y una letra C dorada le confirmo que estaba en el lugar indicado. Con vacilacion, giro el pomo y entro en la sala.
El lugar parecia el tocador de una mujer. Estaba empapelado con motivos florales y la alfombra era de un verde claro: habia un tocador pequeno y un sillon. La camilla estaba preparada como una cama, con sabanas que hacian juego con el empapelado de la pared, una manta de color rosa claro y una almohada con puntilla. Sobre la puerta