del armario habia un espejo con bordes dorados. Solo la presencia de un armario con elementos medicos sugeria el verdadero proposito del cuarto, e incluso ese mueble era de madera blanca con puertas de vidrio.

Alvirah se quito las sandalias y las dejo, una junto a la otra, debajo de la camilla. Calzaba el 40 y no queria que el medico tropezara con ellos en medio del tratamiento. Se acosto en la camilla, se cubrio con la manta y cerro los ojos.

Los abrio un segundo despues, al oir entrar a la enfermera. Era Regina Owens, la asistenta principal, la misma que le habia hecho la ficha personal.

– No este tan afligida -le dijo la senorita Owens. A Alvirah le caia bien. Le recordaba a una de las mujeres a las que les limpiaba la casa. Tenia unos cuarenta anos, cabello corto y oscuro, ojos grandes y una sonrisa agradable.

La enfermera le alcanzo un vaso de agua y un par de pastillas.

– La haran sentirse bien y un poco sonolienta, y ni siquiera se dara cuenta cuando la esten embelleciendo.

Obedientemente, Alvirah se las puso en la boca y trago el agua.

– Me siento como un bebe -se disculpo.

– De ninguna manera. Se sorprenderia al saber cuantas personas tienen miedo de las agujas. -La senorita Owens se coloco detras de ella y comenzo a masajearle las sienes-. Esta tensa. Ahora, le pondre un pano frio en los ojos y usted se relajara y se dejara caer en un sueno. El doctor y yo regresaremos en media hora. Para entonces, es probable que ni se entere de que estamos aqui.

Alvirah sintio la presion de los dedos en las sienes.

– Eso me hace bien -murmuro.

– Ya lo creo. -Durante unos minutos, la senorita Owens continuo masajeandole las sienes y luego la nuca. La invadio un agradable sopor. Luego, sintio que le colocaban un pano frio sobre los ojos. Casi no oyo el ruido de la puerta cuando la senorita Owens salio.

Muchas ideas le daban vueltas por la cabeza, como hebras sueltas que no lograba unir.

«Una mariposa flotando en una nube…»

Comenzaba a recordar por que le resultaba familiar. Estaba casi ahi.

– ?Me oye, senora Meehan?

No se dio cuenta de que habia entrado el baron Von Schreiber. Su voz le parecia baja y ronca. Esperaba que el microfono pudiera captarla. Queria grabarlo todo.

– Si. -Su voz tambien sonaba lejana.

– No se asuste, sentira un leve pinchazo.

Tenia razon. Casi no sintio nada, solo una ligera sensacion como de picadura de un mosquito. ?Y pensar lo asustada que llego a sentirse! El doctor le habia dicho que le aplicaria el colageno en diez o doce puntos a ambos lados de la boca. ?Que estaba esperando?

Se le hacia dificil respirar. No podia respirar.

– ?Auxilio! -grito, pero las palabras no le salian. Abrio la boca tratando de respirar con desesperacion. Se estaba marchando. No podia mover ni el pecho ni los brazos. «Oh, Dios, ayudame, ayudame», penso.

Luego, sobrevino la oscuridad. En ese momento se abrio la puerta y la enfermera Owens le pregunto:

– Aqui estamos, senora Meehan. ?Esta preparada para su tratamiento de belleza?

9

«?Y eso que prueba?», se pregunto Elizabeth mientras se dirigia del edificio principal a la clinica. Si Helmut escribio la obra, debe de estar pasando un mal momento. El autor habia invertido un millon de dolares en la produccion. Era por eso que Min queria llamar a Suiza. Su canasta de huevos en una cuenta numerada era una broma permanente.

– Nunca estare arruinada -solia jactarse.

Min queria que absolvieran a Ted para poder poner los «Cypress Point» en todos sus nuevos hoteles. Helmut tenia una razon mucho mas importante. Si el era «Clayton Anderson», sabia que la canasta de huevos estaba vacia.

Elizabeth decidio que le obligaria a decirle la verdad.

La recepcion de la clinica estaba en silencio, pero la recepcionista no estaba en su escritorio. Del otro lado del pasillo, Elizabeth oyo pasos y voces. Corrio hacia el lugar de donde provenian los sonidos. Se iban abriendo puertas en el corredor a medida que los pacientes terminaban sus tratamientos.

Al final del corredor habia una puerta abierta. Era la de la sala C, donde la senora Meehan iba a recibir su tratamiento. Y de alli provenian los ruidos. «?Algo habia salido mal?», penso Elizabeth. Invadida por la angustia, hizo a un lado a una enfermera que intentaba cerrarle el paso y se introdujo en la sala.

– ?No puede entrar alli! -dijo la enfermera temblando.

Elizabeth la hizo a un lado.

Helmut estaba inclinado sobre la camilla de tratamientos. Le estaba comprimiendo el pecho a Alvirah Meehan. Esta tenia colocada una mascara de oxigeno. El ruido del pulmon artificial dominaba el lugar. Le habian sacado la manta y quitado el vestido, que yacia arrugado debajo de ella con ese incongruente broche mirando hacia arriba. Mientras Elizabeth observaba, demasiado horrorizada como para hablar, una enfermera le entrego a Helmut una aguja. Este la puso en una jeringa y luego la aplico en el brazo de Alvirah. Un enfermero siguio comprimiendole el pecho.

A la distancia, Elizabeth sintio la sirena de una ambulancia que se acercaba.

Eran las cuatro y cuarto de la tarde cuando Scott fue informado de que Alvirah Meehan, la ganadora de cuarenta millones de dolares a la loteria, se hallaba en el hospital de Monterrey y de que podria ser la victima de un intento de homicidio. El patrullero que le aviso habia respondido a la llamada de emergencia y acompanado la ambulancia a «Cypress Point». Los asistentes sospechaban que se trataba de alguna mala jugada y el medico de guardia estaba de acuerdo con ellos. El doctor Von Schreiber sostenia que todavia no le habian puesto ninguna inyeccion de colageno, pero una gota de sangre en su rostro indicaba que habia recibido una inyeccion hacia muy poco.

?Alvirah Meehan! Scott se froto los ojos cansados. La mujer era inteligente. Recordo sus comentarios durante la cena. Era como el nino de la fabula El Traje Nuevo del Emperador que dice: «?El Emperador esta desnudo!»

?Por que querria alguien herir a Alvirah Meehan? Pensar que habian querido matarla le parecia increible.

– Voy para alla -dijo antes de colgar el telefono.

La sala de espera del hospital era agradable y abierta, con plantas y una fuente, muy parecida al vestibulo de un hotel pequeno. Cada vez que la veia, recordaba las horas que habia pasado en ella cuando Jeanie estaba internada…

Le informaron que los medicos estaban atendiendo a la senora Meehan, y que el doctor Whitley lo recibiria en poco tiempo. Elizabeth llego mientras el esperaba.

– ?Como esta?

– No lo se.

– No tendria que haberse dado esas inyecciones. Estaba muy asustada. Tuvo un ataque cardiaco, ?verdad?

– Aun no lo sabemos. ?Como llegaste hasta aqui?

– Min. Vinimos en su coche. Ahora esta aparcando. Helmut ha venido en la ambulancia con la senora Meehan. Esto no puede ser verdad. -Elizabeth habia levantado el tono de voz y las demas personas de la sala la observaban.

Scott hizo que se sentase en el sofa, a su lado.

– Elizabeth, controlate. Solo hace unos dias que conoces a la senora Meehan. No puedes dejar que esto te afecte asi.

– ?Donde esta Helmut? -Min acababa de llegar y su voz era tan inexpresiva como si no le quedara emocion alguna. Ella tambien parecia no creer en lo que estaba sucediendo. Se acerco al sofa y se dejo caer en una silla

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