Llamo al hospital de Monterrey y pidio hablar con el doctor Whitley. Tenia que hacerle una pregunta.

– ?Crees que una inyeccion que le hizo salir sangre pudo haber sido dada por un medico?

– He visto dar muchas inyecciones mal, y por cirujanos de primera linea. Y si un medico aplico la inyeccion con la intencion de hacer dano, debes sumarle tambien que estaria nervioso.

– Gracias, John.

– De nada.

Estaba recalentando el cafe cuando sono el timbre. Atraveso la casa a grandes zancadas, abrio la puerta y encontro a Ted Winters.

Traia la ropa rasgada, el rostro sucio de barro y el cabello desordenado; tenia rasgunos que le cubrian los brazos y las piernas. Estuvo a punto de caer hacia delante si Scott no lo sostenia.

– Scott, tienes que ayudarme. Alguien tiene que ayudarme. Es una trampa, lo juro. Estuve tratando de hacerlo durante horas, pero no pude. No pude hacerlo.

– Calma… Calma… -Lo rodeo con un brazo y lo acompano hasta el sofa-, Estas a punto de desmayarte. -Le sirvio una generosa copa de conac-. Vamos, bebe esto.

Despues de unos cuantos sorbos, Ted se paso la mano por la cara, como si tratara de borrar el panico que habia mostrado. Su intento por sonreir fue un fracaso y se echo hacia atras, agotado. Parecia joven, vulnerable, no se parecia en nada al sofisticado director de una corporacion multimillonaria. Se desvanecieron veinticinco anos y Scott sintio que volvia a estar frente a aquel nino de nueve anos que solia salir a pescar con el.

– ?Comiste algo hoy? -le pregunto.

– No que recuerde.

– Entonces, bebe el conac despacio mientras te preparo un emparedado y un poco de cafe.

Aguardo a que Ted terminara de comer antes de decir:

– Muy bien, cuentamelo todo.

– Scott, no se que esta sucediendo, pero si estoy seguro de algo: no pude haber matado a Leila en la forma que dicen. No me importa cuantos testigos haya… Hay algo que no encaja.

Se inclino hacia delante con expresion de suplica.

– Scott, ?recuerdas el terror que sentia mi madre por la altura?

– Y tenia sus razones. Ese hijo de puta de tu padre…

Ted lo interrumpio.

– Estaba disgustado porque veia que yo estaba adquiriendo la misma fobia. Un dia, cuando tenia alrededor de ocho anos, la hizo que se asomara por el balcon de nuestro apartamento en el ultimo piso. Ella comenzo a llorar. Me dijo: «Ven Teddy» e intentamos entrar. Pero el la levanto y ese hijo de puta la sostuvo sobre la baranda en el vacio. Eran treinta y ocho pisos de altura. Ella gritaba, suplicaba. Yo estaba aferrado a el. No la bajo hasta que se desmayo. Luego, la tiro al suelo y me dijo: «Si alguna vez veo que te asusta estar aqui afuera, te hare lo mismo.»

Ted trago saliva y se le quebro la voz.

– Este nuevo testigo afirma que me vio hacerle eso a Leila. Hoy intente caminar por los acantilados de Point Sur. ?Y no pude hacerlo! No podia lograr que mis piernas se movieran.

– Las personas suelen hacer cosas extranas cuando estan bajo una presion.

– No, no. Si hubiese matado a Leila lo habria hecho de otra forma. Decir que ebrio o sobrio la sostuve por encima de la balaustrada… Syd jura que le dije que mi padre arrojo a Leila por la terraza; puede que el conociera esa historia sobre mi padre. Puede ser que todos esten mintiendome. Scott, tengo que recordar lo que sucedio aquella noche.

Con compasion, Scott estudio a Ted, el cansancio de sus hombros caidos, la fatiga que emanaba de todo su cuerpo. Habia estado caminando todo el dia, obligandose a llegar al borde del acantilado, luchando contra su propio demonio para llegar a la verdad.

– ?Les dijiste esto cuando comenzaron a interrogarte sobre la muerte de Leila?

– No, hubiera parecido ridiculo. Construyo hoteles donde hacemos que la gente quiera tener un balcon. Siempre logre evitar asomarme sin hacer un problema de ello.

Estaba oscureciendo. Gotas de sudor corrian por las mejillas de Ted. Scott encendio una luz. La habitacion sobrecargada de muebles, los almohadones que Jeanie habia bordado, la mecedora, la libreria de pino, todo cobro vida. Ted no parecio darse cuenta, estaba en un mundo aparte, atrapado por el testimonio de otras personas, a punto de ser confinado a prision durante veinte o treinta anos. «Tiene razon -decidio Scott-. Lo unico que desea es volver a aquella noche.»

– ?Quieres someterte a una prueba de hipnosis o de sodio pentotal? -le pregunto.

– Cualquiera…, o ambos…

No importa. Scott se acerco al telefono y volvio a llamar a John Whitley al hospital.

– ?Nunca te vas a casa? -le pregunto.

– Si, de vez en cuando. De hecho, estaba por salir.

– Me temo que no podras, John. Tenemos otra emergencia…

10

Craig y Bartlett caminaron juntos hasta el salon comedor. Habian preferido saltar la hora del coctel y vieron a los ultimos huespedes que abandonaban la terraza ante el gong que anunciaba la cena. Habia comenzado a soplar la brisa fresca del oceano y los liquenes que pendian de los gigantescos pinos en el extremo norte de la propiedad se balanceaban en un movimiento ritmico y solemne, acentuado por las luces esparcidas por todo el predio.

– No me gusta -comento Bartlett-. Elizabeth Lange esta planeando algo extrano si nos pide cenar con nosotros. Te aseguro que al fiscal de distrito no le gustara nada que su principal testigo comparta la mesa con el enemigo.

– Ex principal testigo -le recordo Craig.

– Sigue siendolo. Esa mujer, Ross, es una loca. El otro testigo es un ladron. No me molestara ser quien interrogue a esos dos en el estrado.

Craig se detuvo y lo tomo del brazo.

– ?Quieres decir que Ted todavia tiene una oportunidad?

– Diablos, claro que no. Es culpable. Y no es tan buen mentiroso como para ayudarse a si mismo.

Habia un anuncio en el vestibulo. Esa noche habria un recital de flauta y arpa. Barden leyo el nombre de los artistas.

– Son de primera. Los oi el ano pasado en el «Carnegie Hall». ?Alguna vez vas alli?

– A veces.

– ?Que tipo de musica te gusta?

– Las fugas de Bach. Y supongo que esto te sorprende.

– La verdad, no pense en nada -contesto Bartlett cortante.

«Dios -penso-, no veo el momento de terminar con este caso. Un cliente culpable que no sabe como mentir y un segundon resentido que nunca se sobrepondra a su complejo de inferioridad.»

Min, el baron, Syd, Cheryl y Elizabeth ya estaban sentados a la mesa. Solo Elizabeth parecia estar perfectamente relajada. Fue ella quien asumio el papel de anfitriona en lugar de Min. Habia dos lugares vacios a cada lado de ella. Cuando los vio aproximarse, extendio los brazos en gesto de bienvenida.

– Reserve estos asientos para ustedes.

«?Y esto que diablos significa?», se pregunto Bartlett con amargura.

Elizabeth observo como el camarero llenaba las copas con un vino sin alcohol.

– Min, tengo que confesarte que en cuanto llegue a casa tomare algo bueno y fuerte -le dijo.

– Tendrias que hacer como todos los demas -sugirio Syd-. ?Donde esta tu maletin secreto?

– Su contenido es mucho mas interesante que el licor -le respondio Elizabeth. Ella dirigio la conversacion durante toda la cena recordando la epoca en que habian estado todos juntos en «Cypress Point».

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