siempre repetido, de las rutinas de cada manana. Entonces, otro dia, ella empezo una pequena actuacion con el cuello. Movia la cabeza de un lado a otro para hacer crujir las vertebras y echaba cada tanto la nuca hacia atras como si tuviera un pinzamiento doloroso.

– Si, si -lo interrumpi, sin poder creerlo-. El truco del cuello. A mi tambien me lo hacia.

Pero Kloster apenas parecio escucharme y no se detuvo, como si estuviera ya demasiado sumido en su relato.

– Le pregunte, por supuesto, que le pasaba y me dio una explicacion que le crei a medias, sobre la postura y la tension de los brazos al escribir y la rigidez de los discos entre las vertebras. Aparentemente no la calmaban ni el ibuprofeno ni ningun otro desinflamante: me dijo que le habian recomendado yoga y masajes. Le pregunte donde era exactamente que le dolia. Se inclino sobre el teclado, puso una mano sobre el cuello y volco hacia adelante todo su pelo. Fue un gesto espontaneo, confiado. Vi su cuello largo y desnudo, tendido para mi, con los eslabones precisos de las vertebras. Puso un dedo en un lugar intermedio, apoye mis manos sobre sus hombros y deslice los pulgares a lo largo del cuello. Ella estaba rigida, quieta, palpitante: creo que tan perturbada como yo. Pero no dijo ni una palabra y senti que de a poco se iba abandonando al movimiento de mis dedos. Una ola de calor me subia por las manos desde sus hombros. Sentia que su cuello y todo en ella cedia y se disolvia bajo la presion de mis dedos. Creo que ella tambien sintio de pronto el peligro y la incomodidad de haberse abandonado por un instante. Se recompuso en su silla, se echo hacia atras el pelo con las dos manos, me agradecio como si de verdad la hubiera aliviado y me dijo que ya se sentia mucho mejor. Tenia la cara arrebatada y los dos fingimos que aquello habia sido algo intrascendente, que no merecia ningun comentario. Le pedi que preparara un cafe, se levanto sin mirarme y cuando volvio con la taza le segui dictando como si no hubiera ocurrido nada. Yo diria que ese fue el segundo movimiento de la progresion. Crei que alli se acabaria todo, y que ella no querria ir mas lejos. Pero a la vez esperaba cada dia el proximo paso. Me daba cuenta de que habia empezado a perder concentracion en mi novela y de que estaba cada vez mas pendiente ahora de las minimas senales que emitia su cuerpo. Tenia previsto en esa epoca un viaje a una residencia de escritores en Italia, estaria fuera un mes entero, y ya estaba arrepentido de haber aceptado. Desde que habia empezado a dictarle a Luciana, no podia ni siquiera imaginarme escribiendo otra vez solo, sentado frente a la pantalla. Claro esta, tampoco podia llevarmela. Creo que temia, sobre todo, que se interrumpiera ese acercamiento silencioso que habiamos tenido. El dia anterior a mi viaje ella, que no habia vuelto a quejarse, hizo crujir otra vez el cuello, como si el dolor nunca se hubiera retirado y ahora volviera intacto. Pase una mano por debajo de su pelo y la apoye en su cuello. Le pregunte si todavia le dolia y me hizo un gesto afirmativo, sin levantar los ojos. Empece a masajearle el cuello con una sola mano y ella inclino un poco la cabeza hacia adelante para dejar que mi mano avanzara hacia arriba. Pase mi otra mano a un costado del cuello para sostenerle la cabeza. Tenia puesta una blusa suelta, desprendida hasta el segundo boton, y cuando mis manos rodearon el cuello, en el desplazamiento de la tela, se solto un boton mas. Ella no hizo ningun ademan para prenderlo. Estabamos los dos inmoviles, como hipnotizados, y solo se movian mis manos sobre su cuello. Las corri en un momento hacia los hombros y me di cuenta de que no llevaba corpino. Me asome un poco y pude ver sus picos pequenos de nina, apenas embolsados en la tela de la blusa. Por alguna razon esa subita desnudez, tan imprevista, me detuvo. Fui yo el que retiro las manos esta vez, como si estuviera a un paso del abismo. Retrocedi y ella se recogio el pelo, lo retorcio con un gesto nervioso y me pregunto, todavia sin mirarme, si debia preparar cafe. Supongo que ese fue el momento decisivo de la progresion. Y lo deje pasar. Cuando regreso de la cocina tenia otra vez el boton prendido y de nuevo nada parecia haber ocurrido entre nosotros. Acordamos en que la volveria a llamar a mi regreso y le pague todo aquel mes que yo estaria afuera, con la esperanza de que no tomara otro trabajo. Nos despedimos como si fuera casi otro dia cualquiera. En Italia le compre un regalo, que nunca ni siquiera se lo di. Varias veces me contuve de enviarle una tarjeta. Paso aquel mes y cuando volvi, la llame de inmediato. Crei que todo volveria a ser como antes, que reestableceriamos donde habiamos dejado esa corriente subterranea, casi imperceptible, que llevaba en una unica direccion. Pero algo habia cambiado. Algo habia cambiado y todo habia cambiado. Cuando le pregunte que habia hecho durante ese tiempo me hablo de usted. Por la entonacion de su voz, por algo en el brillo de sus ojos, crei entender todo.

– ?Todo? -lo interrumpi sin poder contenerme-.

Fue mas bien nada. Apenas me dejo besarla una vez.

Kloster esta vez si me miro, detenidamente. Tomo un par de sorbos de su cafe y volvio a estudiarme por sobre el borde de la taza, como si no supiera hasta donde podia confiar en mi y quisiera asegurarse de que le estaba diciendo la verdad.

– No parecia asi por la manera en que ella hablaba. O mejor dicho, por lo que insinuaba. Por supuesto yo no tenia manera de preguntarle directamente, pero por algo que dijo, el mensaje era clarisimo y algo humillante. Me quiso dar a entender que usted habia tenido en aquel unico mes la rapidez que era necesaria. Como sea, no lograba dictarle una sola linea, estaba demasiado furioso y obsesionado con la sensacion de que la habia perdido. Sentada en su silla la sentia ahora como una extrana, de la que en verdad no conocia nada. No lograba volver a concentrarme en mi novela. Me di cuenta, con amargura, de que si el mecanismo de secretarias y estenografas habia funcionado para Henry James, habia sido por su indiferencia a la atraccion de las mujeres. El gran Desatinador no es el Mal -ni el infinito, como creia nuestro Poeta-, sino el sexo. Yo tambien habia subestimado a Luciana. Y ahora estaba abyectamente pendiente de ella, como si fuera otra vez un adolescente obnubilado de esperma. Me despreciaba a mi mismo. No podia creer que a esa edad me hubiera vuelto a ocurrir. Pasaron asi unos dias cada vez mas tensos: no conseguia dictarle una palabra, como si la barrera silenciosa que habia levantado contra mi se hubiera cerrado tambien al curso de mi novela. No podia avanzar un centimetro con ella y lo que mas temia ahora es que tampoco ya pudiera avanzar sin ella. Lo que habia imaginado como un mecanismo perfecto, se habia convertido en una perfecta pesadilla. Mi novela mas ambiciosa, la obra que habia concebido durante anos en silencio y para la que habia ensayado como prolegomenos todos mis libros anteriores, estaba detenida, interrumpida, a la espera de una vibracion, de una nota de ese cuerpo inmovil, clausurado. Pero una manana por fin me sobrepuse y recobre el impulso. Algo de mi amor propio. Empece a dictarle una de las escenas mas crueles de la novela, la primera matanza metodica de los asesinos cainitas, y me encontre de pronto llevado en vilo por mis propias palabras, que parecian a su vez llegar dictadas por otra voz dentro de mi, una voz poderosa, libre y salvaje. Yo, que tantas veces me habia reido de las poses romanticas, de los escritores que se vanaglorian de las ordenes que les dictan sus personajes, de las fabulas sobre la inspiracion. Yo, que siempre habia escrito a lo sumo frase por frase, en medio de vacilaciones, arrepentimientos, calculos infinitesimales, estaba ahora arrastrado por esa marea de violencia vociferante y primitiva, que no dejaba tiempo ni espacio para dudas, que hablaba por mi en un rapto feroz pero bienvenido. Le dictaba a una velocidad desconocida, las frases se agolpaban y precipitaban una tras otra, pero Luciana podia seguir de todos modos el ritmo y no me interrumpio ni una sola vez. Parecia estar poseida por la misma velocidad, como si fuera una pianista virtuosa a la que todavia no le habia dado la oportunidad de exhibirse. Eso duro quiza un par de horas, aunque me parecia que el tiempo se habia borrado, que estaba en un limbo fuera de toda medida humana. Mire por sobre el hombro de Luciana y vi que el texto habia avanzado casi diez paginas, mas de lo que escribia en una semana entera. Me envolvio una oleada de buen humor y la vi por primera vez en esos dias de manera distinta. Quiza yo habia exagerado y me habia apresurado a sacar conclusiones. Quiza ella solo habia querido punzarme y lo habia mencionado a usted como parte de una tactica adolescente para poner a prueba mis celos. Le hice un par de chistes y rio con la misma despreocupacion de antes. Lei mal los signos de mi propio entusiasmo, de esa repentina euforia. Le pedi que hiciera un cafe y al incorporarse de la silla ella arqueo hacia atras la espalda, se llevo una mano al cuello y volvio a hacer aquel crujido por el que tanto habia esperado. Estaba muy cerca de mi y crei que era su manera de poner a prueba una vieja contrasena, de darme una indicacion. Una segunda oportunidad. Apoye las dos manos sobre sus hombros, la hice girar hacia mi y la atraje de la espalda para besarla. Pero me habia confundido, de una manera fatal. Ella se resistio, me empujo hacia atras, y aunque la solte de inmediato dio un grito agudo, como si temiera que de verdad fuera a atacarla. Quedamos por un instante en silencio. Tenia la cara desencajada y temblaba. Yo todavia no podia entender que habia ocurrido. Ni siquiera le habia tocado los labios. Se asomo mi hija a la puerta.

Pense en ese momento que el grito quiza tambien lo habia escuchado mi mujer. Logre tranquilizar a Pauli y cuando cerro la puerta del estudio nos quedamos otra vez solos. Cruzo delante de mi para alzar su bol-sito. Me miraba como si me viera por primera vez, entre horrorizada y asqueada, como si yo hubiera cometido un crimen imperdonable. Me dijo con una furia apenas contenida que jamas volveria a pisar mi casa. Algo en su tono de indignacion moral me sublevo, pero logre controlarme. Solo le recorde que ella me habia dado todas las senales. Aquello la indigno todavia mas: cuales senales, cuales senales, me repetia y empezo otra vez a alzar la voz. Se

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