Me miro sorprendido, abrio la boca, la volvio a cerrar y se traslado a otra silla. Me sente donde me correspondia. Cramer estaba diciendo:

– Pueden ustedes hacerlo si creen que les va a salir bien, pero ya conocen ustedes las leyes. Nuestra jurisdiccion se extiende a la residencia del muerto, supuesto que esta sea el lugar del crimen, pero nada mas. Podemos…

– La ley no dice esto -dijo el fiscal.

– Querra usted decir que no lo dice categoricamente, pero es una costumbre aceptada y vale en los Tribunales, lo cual la convierte en Ley para mi. Querian ustedes mi opinion y aqui la tienen. No quiero hacerme responsable de la ocupacion continuada del piso donde residia la senorita Gunther, y menos aun por parte de mis hombres, de los que no puedo prescindir. El arrendatario del piso es Kates. En el han estado trabajando tres buenos investigadores durante hora y inedia, y no han encontrado nada.

No tengo inconveniente en que se queden alli toda la noche; o por lo menos hasta que soltemos a Kates, pero es usted -dijo mirando al comisario de policia- o usted -Anadio dirigiendose al fiscal del distrito- quien ha de dar la orden de que continue la ocupacion del piso y de que Kates se quede en la calle.

– Yo me pronunciaria en contra de esto -dijo Travis, del F.B.I.

– Tenga usted presente -respondio secamente el fiscal- que este es un asunto local.

A partir de este punto continuaron en su debate. Yo empece a darme golpecitos en la pierna izquierda con el pie derecho y viceversa. Wolfe estaba arrellanado en su silla con los ojos cerrados y me satisfizo observar que su opinion acerca de la alta estrategia que estabamos desarrollando era la misma que la mia. ?El comisario de policia, el fiscal del distrito y el F.B.I., sin mencionar al jefe de la brigada de homicidios, ocupados en discutir donde dormiria Alger Kates! Estaba pensando en meter baza en la conversacion para acabarla de enmaranar, cuando sono el telefono.

Era una llamada de Washington para Travis y acudio a mi mesa para ponerse al aparato. Los demas dejaron de hablar y se pusieron a mirarle. El no hacia otra cosa que escuchar. Cuando hubo terminado, colgo el telefono y se volvio para anunciar:

– La noticia tiene alguna relacion con lo que venimos hablando. Nuestros hombres y los de la policia de Washington han terminado el registro del piso de la senorita Gunther en la capital. En una sombrerera puesta en un armario de pared han encontrado nueve cilindros de «Stenophone»…

– ?Maldicion! -salto Wolfe-. ?Nueve?

Todos se quedaron mirandole.

– Nueve -dijo secamente Travis, evidentemente molesto porque Wolfe le robase la escena-. Nueve cilindros de «Stenophone». Los de la policia estaban acompanados de un funcionario de la O.R.P. y ahora se encuentran en esta oficina pasandolos y copiandolos. -Y mirando friamente a Wolfe, pregunto-: ?Que tiene de malo el que haya nueve?

– Para usted, por lo visto, nada. Para mi es igual que sean nueve o ninguno. Necesito diez.

– ?Que lastima! Perdone usted. La proxima vez les dire que encuentren diez. -Y despues de hacer polvo a Wolfe, se volvio a los demas y les dijo-: Volveran a llamar en cuanto encuentren alguna informacion util para nosotros.

– Entonces no llamaran nunca -declaro Wolfe y volvio a cerrar los ojos y a inhibirse de la conversacion.

No cabia dudar de que se encontraba de mal humor y los motivos eran evidentes. Habria bastado ya para ello la intolerable insolencia de cometer un asesinato en su puerta. Pero ademas su casa estaba llena de arriba abajo de huespedes no invitados y el se sentia absolutamente impotente contra ellos. Aquella situacion no podia ser mas opuesta a su sistema, a sus ideas y a su personalidad. Dandome cuenta de que se encontraba de mal talante y de que le convenia continuar alli para informarse poco o mucho de lo que ocurriera, supuesto que tenia cierto interes en el desenlace, fui a la cocina a buscar cerveza para el.

En la cocina estaba Fritz con una docena de policias que tomaban cafe. Les dije:

– No es frecuente que los miembros de las clases menos dotadas tengan ocasion de tomar cafe preparado por Fritz Brenner.

– ?Vaya, ya esta aqui el caballero Goodwin! -grito uno-. Vamos a reir… ?Una, dos y tres!

Mientras estallaban las carcajadas, dispuse seis botellas y otros tantos vasos en una bandeja y sali seguido de Fritz. Fritz cerro la puerta de la cocina, me cogio de la manga y dijo:

– Archie, es terrible. Quiero decir que esto debe de ser terrible para usted. El senor Wolfe me dijo esta manana, cuando le subi el desayuno, que se habia enamorado usted apasionadamente de la senorita Gunther y que ella le traia cogido de la nariz. Era una senorita muy hermosa, muy hermosa. Es terrible eso que ha sucedido.

– ?Vayase al demonio! -respondi. Di un paso hacia delante, y luego anadi-: Le ocupara a usted una semana el limpiar la casa.

En el despacho estaban todos en la misma disposicion que cuando lea deje. Servi la cerveza, dejando tres botellas para Wolfe, y volvi a la cocina y cogi para mi un emparedado y Un vaso de leche y regrese con ellos a mi mesa. El consejo de estrategas continuaba su curso y Wolfe seguia en su actitud distante a pesar de la cerveza. El bocadillo me abrio el apetito y volvi a coger dos mas de la cocina.

Las deliberaciones del Consejo se veian entorpecidas por continuas interrupciones, tanto telefonicas como personales. Una de las llamadas fue desde Washington para Travis, y cuando hubo terminado de escucharla su cara no mostraba la menor expresion triunfal. Despues de haber escuchado los nueve cilindros, no aparecia en ellos ningun punto de apoyo para nosotros. Era evidente que Boone los habia dictado en Washington el martes por la tarde, pero no lo era tanto que pudiesen prestarnos ayuda alguna para descubrir al asesino. La O.R.P. de Washington trataba de retener la copia de los cilindros, pero el F.B.I. le prometio a Travis que le mandaria un ejemplar, y el convino en dejarsela examinar a Cramer.

– De esta manera -exclamo Travis, agresivo- queda demostrado que la senorita Gunther nos mentia a este respecto. Los retuvo en su poder durante todo este tiempo.

– ?Nueve! -gruno Wolfe-. ?Bah!

Esta fue su unica aportacion al debate de los cilindros.

Eran las tres y cinco de la, madrugada del martes cuando el especialista Philips entro en la oficina con unos objetos en la mano. En la derecha traia un gaban y en la izquierda, una bufanda de seda. Su cara demostraba palmariamente que habia descubierto algo, porque en definitiva tambien un nombre de ciencia es capaz de tener sentimientos. Nos miro a Wolfe y a mi y pregunto:

– ?Quiere usted que le de el informe aqui, inspector?

– Diga, ?que pasa? -dijo impaciente Cramer.

– Esta bufanda estaba en el bolsillo de la derecha del gaban. Estaba doblada de la misma manera que lo esta ahora. Al desdoblar uno de los pliegues quedan abiertos unos sesenta centimetros cuadrados de su superficie. En esta superficie hay quince o veinte particulas de una materia que en nuestra opinion procede de aquella pieza de tubo. Tal es nuestra opinion… Las pruebas de laboratorio…

– Cierto -dijo Cramer con los ojos brillantes-. Pueden ustedes seguir experimentando hasta el desayuno. Han traido ustedes un microscopio y ya saben ustedes lo que quiero. ?Hay bastante para proceder?

– Si, senor… Nos aseguramos antes…

– ?De quien es ese gaban?

– La etiqueta dice Alger Kates.

– Si -confirme-, es el abrigo de Kates.

Capitulo XXII

Como aquella reunion era un Consejo de estrategas, se abstuvieron muy bien de enviar a buscar en el acto a Kates. Primero tenian que decidir que estrategia adoptarian, si rodearle y sorprenderle, o hacerle resbalar suavemente hacia la confesion. Lo que en realidad tenian que decidir es quien se encargaria del trabajo, y el metodo dependia primordialmente de ello. La cuestion estribaba, como siempre cuando se cuenta con una pieza de conviccion de semejante categoria, en ver que empleo puede darsele para abrumar al acusado y provocar su conteston. Apenas habian empezado a discutirlo cuando Travis intervino:

– Con tantas autoridades reunidas y encontrandome yo sin caracter oficial aqui, dudo de hacer una

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