Estas medidas eran otros tantos preparativos para su intriga, y la hubiera continuado al dia siguiente, valiendose de la policia para sus embrollos, de no haber sido por la invitacion que le hice al venir a mi despacho. Decidi aguardar a que se produjesen acontecimientos. No se porque desdeno mi invitacion y no quiero, aventurar mi hipotesis acerca de ello. Aquella misma noche, el senor Goodwin fue a buscarla y la trajo al despacho. La senorita le habia causado profunda impresion y a mi tambien me parecio mujer de calidad excepcional. Sin duda alguna, su opinion de nosotros fue menos halagadora. Concibio la idea de que eramos mas faciles de enganar que la policia, y al dia siguiente, sabado, despues de haber remitido el talon de la consigna al senor O’Neill y de haberle telefoneado, con el nombre de Dorothy Unger, me mando un telegrama firmado por Breslow donde se insinuaba la idea de que no seria ninguna tonteria vigilar los pasos del senor O’Neill. Agradecimos la estimacion que hacia de nosotros. El senor Goodwin se situo en la puerta de O’Neill a primera hora del domingo, como se proponia la senorita Gunther. Cuando el salio, fue seguido y ya saben ustedes lo que ocurrio luego.

– No comprendo -dijo Skinner- por que razon O’Neill se dejo burlar con tanta facilidad por la llamada de Dorothy Unger. ?Tan tonto es?

– Su pregunta llega mas alla de mis investigaciones -dijo Wolfe-. El senor O’Neill es un hombre testarudo y espeso, lo cual puede explicar su conducta; sabemos que sintio una irresistible tentacion de enterarse de lo que decian los cilindros, tanto porque podia haber matado al senor Boone o por cualquier otra razon que falta aun aclarar. Presumiblemente la senorita Gunther sabia lo que podia esperarse de el. De todos modos, su conspiracion tuvo un exito moderado. Nos mantuvo en aquel callejon sin salida durante un dia o dos, removio el asunto de los cilindros y de la caja de cuero y supuso la complicacion de otra figura de la A.I.N. sin que, empero, se produjese el indeseable resultado, indeseable para ella, de que O’Neill quedase estimagtizado como criminal. Esta consecuencia quedaba pendiente para el momento que mejor conviniese a los designios de ella.

– Lo sabe usted con mucho detalle -dijo sarcastico Skinner-. ?Por que no la llamo a su despacho, o le telefoneo para ensenarle usted los deberes del ciudadano?

– Hubiera sido poco util, porque habia muerto.

– Entonces, ?no lo supo usted hasta despues de su asesinato?

– Claro que no, ?Como lo iba a saber de esta forma? Parte de ello, si, pero no importa gran cosa. Pero cuando llego la noticia de Washington, de que en su piso habian encontrado nueve de los cilindros dictados por Boone en la tarde de su muerte, nueve, no diez, descubri enteramente el enredo. No quedaba otra explicacion plausible. Todos los interrogantes vinieron a resultar inocuos e inutiles, excepto el de «?Donde esta el decimo cilindro»?

– Siempre que empieza usted a hablar -dijo Hombert- acaba saliendo a colacion ese maldito cilindro.

– Trate usted de empezar a hablar con sentido comun dejando a untado el cilindro -dijo Wolfe.

– Y ?si lo echo al rio? -pregunto Skinner.

– No hizo tal. Ya le he explicado por que no. Porque se proponia valerse de el, cuando llegase la ocasion, para hacer castigar al asesino.

– Y ?si estuviera usted cometiendo su primera y unica equivocacion y ella efectivamente lo hubiera echado al rio?

– Draguen los rios. Todos los rios que estuvieron a su alcance.

– No diga tonterias. Conteste a mi pregunta.

– En tal caso nos habrian tomado el pelo y jamas detendriamos al asesino -dijo Wolfe encogiendose de hombros.

– ?Quiere usted decir, pues, que en calidad de investigador perito aconseja usted abandonar todas las sendas de pesquisa exceptuando la busqueda de ese cilindro? -pregunto Skinner.

– No lo creo asi -dijo meditativo Wolfe-. Y menos contando como cuentan ustedes, con un millar o mas de hombres bajo sus ordenes. Claro esta que no me encuentro informado de lo que se ha hecho y lo que se ha dejado de hacer, pero se como deberia conducirse el caso y me pregunto si no se habran pasado por alto detalles de bulto, conociendo como conozco al senor Cramer. Por ejemplo, en cuanto al pedazo de tuberia de hierro, supongo que se habra hecho todo lo posible por averiguar de donde procedia. La cuestion de las llegadas a mi casa en la noche del lunes ha sido, como es natural, analizada con el mayor detenimiento. Se ha consultado a los moradores de todas las casas de mi manzana y a los de la acera de enfrente, con la debil esperanza, improbable en aquella quieta vecindad, de que alguien viese u oyese algo. La cuestion de quien tuvo ocasion de estar a solas con el muerto en la noche del banquete del Waldorf debe de haber tenido ocupada a una docena de agentes durante una semana, si es que no siguen atareados con ella. Las investigaciones tocantes a las relaciones tanto ostensibles como clandestinas, la verificacion de la coartada del senor Dexter… En fin, estos y tantos mas detalles tienen que haber sido considerados experta y detenidamente un millar de veces. Y ?en que situacion se encuentran ustedes? - pregunto Wolfe-. Perdidos en una cienaga de trivialidades y desconciertos hasta el punto de acudir a remedios tan, frivolos como sustituir al senor Cramer por un bufon como el senor Ash o elaborar una orden para mi detencion. Durante un largo espacio de tiempo me he familiarizado con los metodos y hazanas de la policia de Nueva York, pero jamas supuse que llegase el dia en que el inspector jefe de la Brigada de Homicidios creyese resolver un caso encerrandome en una celda, atacando mi persona, esposandome y amenazandome.

– Esto es una pequena exageracion. Este lugar no es una celda y no creo…

– Se proponia hacerlo -aseguro melancolicamente Wolfe-. Y lo habria hecho con toda naturalidad. Me han pedido ustedes consejo. Yo, en su caso, continuaria todas las investigaciones comenzadas ya e iniciaria otras que puedan ofrecer resultados, porque diga lo que diga el cilindro, si es que lo llegan a encontrar, les hara falta a ustedes toda clase de informaciones y aseveraciones complementarias. Les sugiero que intenten lo siguiente: ?Conocian ustedes a la senorita Gunther? ?Si? Bien. Sientense, cierren los ojos e imaginense que son ustedes la senorita Gunther y que estan sentados en la tarde del jueves en su oficina de la O.R.P. de Washington. Tienen en la mano el cilindro y el problema estriba en que hacer con el. Quieren ustedes preservarlo de cualquier dano, quieren ustedes tenerlo facilmente al alcance para cuando lo necesiten apresuradamente y estar seguros de que por mucho que la gente lo busque no lo encontrara. No se puede ocultarlo en la oficina. Hay que pensar en algo mas eficaz, algo mas depurado. La persona que es capaz de preparar la treta de los nueve cilindros sera tambien capaz de inventar algo notable en este otro sentido. ?Quiza ante un asesinato, ante un caso de extrema gravedad y de la maxima importancia? ?Se podra confiar en persona alguna hasta este extremo? Estan ustedes dispuestos a marcharse, a ir a su piso primeramente y luego a tomar el avion de Nueva York algunos dias. ?Llevan ustedes el cilindro consigo o lo dejan en Washington? De ser asi, ?donde? ?Donde? Este es el problema, caballeros. Resuelvanlo de la misma manera que lo resolvio la senorita Gunther y habran terminado sus quebraderos de cabeza. Estoy gastando mil dolares diarios para tratar de saber como lo resolvio ella. -Al decir esto. Wolfe doblaba la cantidad, que ademas no salia de su bolsillo, pero por lo menos algo habia de cierto en ello-. Vamos, Archie -me dijo-, quiero ir a casa.

No querian dejarle partir, ni aun entonces, lo cual era la mejor demostracion del lamentable estado en que se encontraban. Wolfe les tranquilizo generosamente con unas pocas frases mas, construidas academicamente con la correspondiente dotacion de sujetos, predicados y oraciones subordinadas, ninguna de las cuales significaba un ardite, y luego salio de la habitacion llevandome en retaguardia. Observe que aplazo la salida hasta despues que hubo entrado un empleado que dejo unos papeles en la mesa de Hombert, lo cual ocurrio en el momento en que Wolfe le aconsejaba a el y a Skinner que se figurasen que eran la senorita Gunther.

Al regresar a casa, se sento en el asiento posterior del coche, en gracia a su teoria de que cuando el coche chocaba con algun objeto tenaz, las probabilidades de salir con bien, aun siendo pocas, eran mayores estando en el asiento posterior que en el delantero. Mientras nos habiamos dirigido a la jefatura de policia, le habia trazado, a peticion suya, un esquema de mi sesion con Nina Boone y ahora, al volver a casa, estaba completando las lagunas de este. No pude decir si contenia bocado alimenticio alguno, porque le daba la espalda y no podia ver su cara por el espejo retrovisor y ademas porque las emociones que suscitaba en el el ir en un vehiculo eran tan intensas que no le dejaban lugar para reaccionar por minucia alguna.

Cuando llegamos a casa y Fritz nos abrio la puerta y yo recogi el sombrero y el gaban de Wolfe, me parecio que estaba casi de buen humor. -Habia frustrado una tentativa de violencia contra el, estaba en casa y eran las seis, hora de tomar la cerveza. Pero Fritz destruyo en el acto su bienestar anunciandole que en el despacho le esperaba una visita. Wolfe le dirigio un grunido y pregunto ferozmente:

– ?Quien es?

– La viuda del senor Cheney Boone.

– ?Cielo santo, aquella histerica!

Opinion esta absolutamente injusta, porque la senora Boone habia estado en casa solo dos veces, de la

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