probablemente hizo el asesino fue cerrar las contraventanas desde fuera con tanta fuerza que la barra simplemente cayo en su lugar. Por lo tanto, cuando vinisteis a la biblioteca visteis la barra bajada y supusisteis que la ventana tambien tenia echados los pestillos.

Churchley asintio. Entorno los ojos mientras estudiaba a Corbett de nuevo.

– Nadie penso en comprobar eso -exclamo.

– Sospecho -anadio Corbett- que el asesino cerro luego la ventana, por si acaso a alguien se le ocurria indagar; no debio de costarle mucho esfuerzo.

– Entonces, ?estais sugiriendo -pregunto Churchley- que el asesino engraso antes deliberadamente la barra de las contraventanas?

– En efecto, de manera que cuando tirara de ellas desde fuera se colocara en su sitio de nuevo. Observad.

Corbett se dirigio a la ventana, levanto la barra y abrio las contraventanas. A continuacion cerro un lado y luego cerro el otro de un golpe: tan pronto como las contraventanas se encontraron, la barra levantada cayo en su lugar.

– Puro como la logica -afirmo Appleston soltando una exhalacion.

– ?Alguno de los aqui presentes penso en mirar que era lo que Ascham estaba estudiando? -pregunto Corbett.

– Si, yo -respondio lady Mathilda dando un paso al frente, apoyada en su baston-. Yo lo hice, sir Hugo. Habia un libro, una hoja o un manuscrito sobre la mesa, pero cuando volvi a la manana siguiente habia desaparecido. -Hizo un gesto senalando la inmensidad de la estancia-. Y Dios sabe donde o que debia de ser.

Corbett estudio a cada uno de los profesores: ?cual de ellos seria el espia del rey? Seguramente un hombre de gran conocimiento e inteligencia habria notado algo extrano.

– ?Como sabeis…? -Churchley hizo una pausa y miro a Langton, a quien se le habia revuelto el estomago de repente e intentaba calmarselo con unas palmaditas-. ?Como sabeis -continuo- que Ascham se dirigio a la ventana?

– Porque hay algunas manchas de sangre en el suelo -replico Corbett-. Solo algunas gotas de cuando el cuadrillo le alcanzo en el pecho. Ascham debio de darse la vuelta y alejarse de la ventana, pero luego se derrumbo. Mientras yacia en el suelo, debio de ver el rollo de pergamino que el asesino habia lanzado a traves de la ventana, lo cogio y empezo a escribir con sus ultimas fuerzas el mensaje que -suspiro Corbett- parece que acusa directamente a Passerel.

– Y no teneis ninguna explicacion para eso, ?verdad? -pregunto Tripham con tono amenazador.

– No, yo…

La respuesta de Corbett se vio interrumpida por Langton, que se puso de repente en pie. Tenia el rostro palido y tenso. Dejo caer la copa y se llevo las manos al estomago. Se encamino hacia Corbett abriendo y cerrando la boca.

– ?Oh, Dios mio! -balbuceo-. Dios, tened piedad.

Se derrumbo sobre la mesa y luego cayo de rodillas, agarrandose con fuerza todavia el estomago. Corbett corrio a su lado. Langton empezo a sufrir convulsiones sobre el suelo; tenia el rostro morado y boqueaba intentando respirar. Corbett trato de hacerle volver en si. A su alrededor todo era confusion; los demas no hacian mas que empujarse y darse codazos. Langton tuvo su ultima convulsion, una fuerte sacudida. Suspiro y ladeo la cabeza: tenia los ojos abiertos y un hilillo de saliva empezo a caerle de la boca. Corbett coloco correctamente con cuidado la cabeza de Langton sobre el suelo. Intento cerrarle los ojos pero fue imposible. Levanto la vista hacia el circulo de caras que se miraban en busca de alguna pista o senal de satisfaccion por parte del asesino desconocido. Churchley se abrio paso a codazos. Se arrodillo junto al cadaver intentando encontrar el pulso en el cuello y la muneca de Langton.

– ?Que Dios se apiade de el! -susurro-. Esta muerto. Langton esta muerto.

El resto se retiro. Corbett vio como lady Mathilda se llevaba su copa a los labios.

– ?No bebais! -le grito-. Todos, vamos, bajad vuestras copas -dio una palmadita a Churchley en el hombro-. ?Era Langton un hombre con problemas de salud?

– Tenia algun problema de estomago -contesto el tipo-, pero nada serio. Le recete alguna medicina. No se si el…

Corbett desato el zurron que llevaba la victima atado al cinturon. Saco un trozo de pergamino y se lo entrego a Churchley. Miro si habia algo mas, pero, aparte de algunas monedas y una pluma rota, no encontro nada.

– Esto es para vos -Churchley le devolvio el pergamino-. Lleva vuestro nombre.

Corbett cogio el trozo de vitela. Tendria unas cuatro pulgadas de largo; las esquinas estaban bien dobladas y estaba sellado con una gota de cera roja. Efectivamente llevaba su nombre, «sir Hugo Corbett», pero reconocio el mismo tipo de caligrafia de escribano que habia visto en las proclamas del Campanero. Se levanto, dejando que los demas se agruparan alrededor del cadaver de Langton. Rompio el sello. Las palabras que habia dentro parecian anunciar a voces un desafio:

El Campanero da la bienvenida a Corbett, el cuervo del rey, su perro faldero. El Campanero se pregunta que hace el cuervo en Oxford. El cuervo debe tener cuidado de donde picotea y por donde vuela. Que el maldito rastreador de carrona se de por advertido. No os quedeis revoloteando demasiado tiempo por los campos de Oxford o podria doblaros vuestro pico, romperos las garras, cortaros las alas y enviaros cadaver de vuelta a su majestad.

El Campanero

Corbett escondio su temor y paso el pergamino a los demas. Ranulfo maldijo por lo bajo. Maltote, que apenas sabia leer, pregunto que era aquello. Lady Mathilda se llevo los dedos a los labios; al resto de profesores parecia que se le habia pasado el efecto del vino.

– Esto es traicion -musito Ranulfo-. Es una traicion contra el escribano del rey y contra la propia Corona.

– Es un asesinato -replico Corbett-, un terrible asesinato. Traed las copas, vamos, todos.

Se apresuraron a reunir todas las copas sobre la mesa delante de el: era dificil distinguir cual era la de Langton. Corbett y Ranulfo, ayudados por Churchley, olieron con cuidado cada una. Todas tenian la deliciosa fragancia del vino dulce excepto una: Corbett la levanto a la altura de su nariz y aprecio un olor agrio y fuerte.

– ?Que es esto? -Le paso la copa a Churchley para que la oliera.

– Es arsenico blanco -concluyo finalmente-. Solo el arsenico tiene este olor, en especial el arsenico blanco: tiene un efecto mortal.

– ?Y no ha podido notarlo Langton?

– Quiza -contesto Churchley-. Pero, si su paladar todavia conservaba el gusto de lo que habiamos comido y bebido, pudo no darse cuenta.

– Pero ?como llego hasta aqui? -exclamo Barnett-. Profesor Alfred -cogio a Tripham por el brazo-, ?nos van a envenenar en nuestras propias camas?

Lady Mathilda chasqueo los dedos e hizo algunas senas a Moth, que, en medio de todo, habia permanecido en silencio cerca de la puerta. Le dijo algo con aquellos signos tan extranos y Moth salio corriendo. Al rato volvio acompanado de los dos criados medio adormecidos que habian estado arreglando la biblioteca y habian bajado el vino. De algun modo la noticia de la muerte de Langton ya se habia extendido y los dos hombres entraron asustados como ratones en la biblioteca. Tripham los interrogo, pero sus balbuceos no arrojaron ninguna luz sobre lo que habia pasado.

– Profesor Tripham -declaro uno de ellos-, llenamos las copas de vino y las pusimos sobre una bandeja.

Corbett les dijo que podian marcharse.

– ?Alguno de los presentes vio a alguien juguetear con las copas o moverlas de sitio? -pregunto al resto.

– No -respondio Barnett en nombre de todos-. Yo estuve al lado de Langton todo el tiempo. -La voz se le quebro cuando se dio cuenta de las implicaciones que podia tener lo que acababa de decir-. Yo no hice nada - balbuceo-. Nunca hubiera hecho tal cosa.

– ?Tuvo Langton todo el rato la copa en su mano? -pregunto de nuevo Corbett.

Churchley hizo algunos aspavientos con las manos.

– Como todos -agrego-. Probablemente la dejo sobre la mesa y luego la volvio a coger.

– Pero lo que no puedo entender -declaro Barnettes- es por que Langton llevaba un mensaje del Campanero para vos, sir Hugo.

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