del joven gales.

– Estoy seguro -declaro el escribano- de que ninguno de vuestros amigos se movera o podria resbalarseme la mano. Pero vos, senor, si lo deseais podeis sacar vuestra daga.

– Era solo un juego -anadio Ap Thomas con el cuello tenso y la barbilla en punta-. Pense que estabais bromeando.

– Pues ya veis que no.

– Desde luego -concedio Ap Thomas.

– ?Bien! -Sonrio-. La proxima vez, cuando os encontreis con mi amo y os salude, dedicadle la mejor de vuestras sonrisas. Y no quiero volver a oir esos graznidos, ?esta claro? -Paseo la mirada a su alrededor y escucho un rapido murmullo de asentimiento-. ?Bien! -Ranulfo envaino su espada, salio con tranquilidad del refectorio y subio las escaleras.

Maltote ya estaba en la cama, roncando como un cerdito. En la puerta de al lado, Corbett estaba arrodillado en el suelo, con el rosario enredado entre sus dedos, los ojos cerrados, los labios moviendose pero sin pronunciar palabra.

– Buenas noches, amo.

Corbett abrio los ojos y sonrio.

– Buenas noches, Ranulfo. No hablaremos aqui -anadio-, Dios sabe lo que pueden oir estas paredes. Pero si manana, despues de misa.

Ranulfo regreso a su celda. Se aseguro de que Maltote estuviera comodo y se dirigio a la ventana para abrirla. Se quedo mirando a traves de la estrecha hendidura hacia el cielo estrellado. Estaba contento de estar de nuevo al servicio del rey, lejos de Leighton y de sus campos y bosques solitarios. Pero, lo mas importante, por fin se le abririan las puertas y la ambicion de Ranulfo de subir por esa escalera resbaladiza y llena de peldanos de los ascensos brillaba con mas fuerza que nunca. Era demasiado orgulloso para presentar sus quejas a Corbett; le estaba demasiado agradecido para dejar a su amo y a lady Maeve e ir en busca de su propia fortuna. Pero la llegada del rey a Leighton lo habia cambiado todo. Justo antes de que el rey se marchara, cuando Corbett se encontraba por ahi, el rey Eduardo tiro de la manga a Ranulfo. Lo llevo hacia una esquina bien alejada mientras le hablaba en voz alta sobre la historia de cierto obispo que ambos conocian. Una vez estuvieron fuera de la vista de todos, en un pasillo estrecho y silencioso, el rey cambio su estado de humor.

– Ranulfo, ?sir Hugo esta bien?

– Si, su majestad, y tan fiel como siempre, pero esta preocupado por lady Maeve y quiza no tenga el estomago de otros hombres para la guerra y las muertes.

El rey cogio a Ranulfo por los hombros y clavo los dedos en su piel.

– Pero vos, Ranulfo, sois diferente, ?me equivoco, mi escribano del Sello Verde?

– Cada hombre recorre su camino, majestad.

– Oh, si, Ranulfo, y a veces camina solo. Si Corbett no vuelve de forma permanente a mis servicios -anadio-, entonces lo hareis vos. -El rey sonrio-. Veo la ambicion en vuestros ojos, Ranulfo-atte-Newgate; arde como una llama. Ahora sabeis frances y latin, ?verdad? Sois un experto en redactar y sellar correspondencia. Un hombre de movimiento rapido, buen ojo y manejo de la espada a quien no le importa atrapar y matar a los enemigos del rey.

– Lo que vuestra majestad piensa, vuestra majestad debe creer.

Los dedos del rey se relajaron; paso un brazo sobre los hombros de Ranulfo, atrayendolo hacia si.

– Corbett es un buen hombre -susurro el rey Eduardo-, fiel y honesto, con una gran pasion por las leyes. Ira a Oxford, Ranulfo, y atrapara al Campanero. Pero se que vos, sin embargo, teneis una mision especial.

– No os entiendo, majestad.

– No quiero que traigais al Campanero para que sea juzgado en un tribunal delante del estrado real en Westminster. No quiero que se forme un pulpito a su costa que me aleccione a mi y a mi gente sobre el bueno de De Montfort. -Las palabras le salieron a tropel. Los ojos del rey no se apartaban de los de Ranulfo.

– Sigo sin entender, majestad.

– ?Majestad, majestad! -repitio en tono de burla el rey-. Lo que vuestra majestad desea, Ranulfo-atte-Newgate es que cuando Corbett atrape al Campanero, vos le mateis. ?Lo entendeis? Llevad a cabo esa justa ejecucion en representacion de vuestro rey.

Luego el rey Eduardo se desembarazo de el con educacion y se reunio con sus companeros. Aquel encuentro no habia hecho mas que alimentar la ambicion de Ranulfo; sin embargo, estaba preocupado: habia algo que el rey no menciono. Ranulfo golpeo la empunadura de su daga: el Campanero parecia tener intenciones de enfrentar a la Corona y a Sparrow Hall. ?Y que mejor manera de hacerlo que matando al principal escribano del rey? Ranulfo cerro la ventana. Se quito las botas y se tumbo en la cama. Estuvo un rato pensativo antes de volverse y apagar la vela; tenia en mente a Ap Thomas y a los estudiantes del refectorio. Una noche, pronto, penso, debia descubrir por que Ap Thomas y sus amigos tenian briznas de hierba humeda en sus botas y calzas. Alli no habia ningun jardin y las calles de Oxford estaban llenas de lodo. ?Habria estado Ap Thomas en otra parte, en el campo donde aquellos horribles cadaveres fueron encontrados? ?Y que habia de aquellos amuletos que llevaban los estudiantes alrededor del cuello…?

* * *

Corbett se arrodillo en una capilla lateral de la iglesia de San Miguel consagrada a los Angeles Guardianes. En el altar el cura celebraba una misa solitaria al amanecer. Corbett se volvio sobre sus hombros y sonrio. Maltote estaba apoyado contra un pilar con los ojos cerrados y la boca babeando; todavia no se habia recuperado de la fiesta de la noche anterior. Ranulfo estaba sentado sobre sus talones, tambien con los ojos cerrados; Corbett se pregunto a que dios le estaria rezando su criado. Ranulfo nunca hablaba de religion, pero iba sin rechistar a misa y a los sacramentos. La mirada de Corbett se poso ahora en las paredes de la iglesia. Las escenas de caza que habia pintadas le mantenian intrigado: a la izquierda, demonios con grandes redes cazaban almas en un bosque mitico, mientras debajo los angeles, con las espadas desenvainadas, intentaban rescatar a los virtuosos de sus trampas. En otra pared, el artista, con trazos de colores muy llamativos y energicos, habia pintado el mundo al reves: a un conejo como el cazador y a un hombre como la presa. A Corbett le intereso particularmente una liebre enorme, de color marron bermejo, con la barriga blanca como la nieve, que caminaba de pie sobre sus patas traseras con una red colgando sobre sus hombros en la que llevaba atrapadas almas desventuradas.

Una vez terminada la misa, Corbett hizo una pregunta al padre Vicente.

– ?Oh! -sonrio el padre-. ?Asi que os gustan nuestras pinturas?

Se quito la casulla, doblandola con cuidado antes de colocarla en los escalones del altar.

– Entonces son originales -dijo Corbett.

– Si, yo mismo las pinte -respondio el padre Vicente con orgullo-. Me temo que no soy muy buen pintor, pero cuando era joven, fui cazador montero, un guardabosque al servicio del rey en Woodstock. -El padre acabo de despojarse y soplo las velas del altar-. Asi que vos sois el escribano del rey, ?no es cierto? -pregunto-. ?Cuantas visitas hemos tenido! Pero vos no habeis venido a contemplar mis obras; habeis venido por el pobre Passerel, ?verdad?

El padre les hizo bajar las escaleras y senalo la entrada de la reja que separaba la nave del coro.

– Aqui es donde cayo el pobre hombre, muerto como el gusano que era, con el rostro completamente hinchado y el cuerpo retorciendose de dolor. -Dio unas palmaditas en el hombro de Corbett y senalo a Maltote-. Puede sentarse en uno de los taburetes si lo desea. Parece que todavia no se ha despertado.

Maltote obedecio de buena gana mientras el padre Vicente llevo a Ranulfo y a Corbett fuera del santuario. Los condujo detras del altar.

– Aqui es donde deje a Passerel. Le traje una jarra de vino y un plato de comida, despues se metio en el santuario. No me dijo mucho, asi que me marche. Le dije a toda la cuadrilla de estudiantes que le perseguian que, si no se marchaban del campo santo, los excomulgaria alli mismo. Deje la puerta lateral abierta y me fui a la cama.

– ?Manteneos despierto! -grito una voz-. ?Manteneos despierto y alerta! Satan es como un leon rugiendo que deambula buscando a quien puede comerse.

Ranulfo se volvio y se llevo la mano a la daga ante aquella voz que retumbo por toda la iglesia como una campana.

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