Los gritos estridentes que cortaban el aire de la calle ahogaron cualquier respuesta por parte de Corbett. «?Guisantes calientes!» «?Trozos de carbon!» «?Escobas nuevas!» «?Escobas verdes!» «?Pan y comida, por el amor de Dios, para los pobres prisioneros del Bocardo!» Los mendigos se enganchaban como pulgas haciendo sonar sus platillos vacios. Los verduleros ofrecian manzanas relucientes de los huertos de la ciudad y, en el mercado de enfrente, los pregoneros luchaban encarnizadamente por ver quien gritaba mas alto o daba mas nuevas. Incluso las prostitutas y sus chulos se paseaban en busca de clientes. Por todas partes habia estudiantes, algunos vestidos con trajes de seda, otros con harapos, que se paseaban en grupos, con la mirada alerta, sin apartar las manos de las empunaduras de sus dagas.

Corbett se detuvo en la taberna Las Chicas Alegres y le dijo a Ranulfo que entrara y reservara una habitacion que mas tarde podrian utilizar. Despues, siguieron abriendose camino hasta Carfax y bajaron por un callejon estrecho y sucio que los condujo al hospital de San Osyth, un edificio destartalado de tres plantas que se alzaba protegido por un muro. La puerta estaba abarrotada de mendigos. En el patio de guijarros, un hermano lego de mirada cansada, vestido con un habito marron atado por un cordel sucio alrededor de la cintura, distribuia pan de centeno seco entre unos cuantos. Los demas hacian cola delante de una mesa donde otros dos hermanos servian platos de carne y verduras humeantes. Corbett y Ranulfo siguieron adelante.

– Nunca habia visto un lugar como este -dijo Ranulfo-, ni siquiera en Londres.

Corbett se limito a asentir. Deberia de haber por lo menos un centenar de mendigos alli, algunos de ellos jovenes y vigorosos, aunque la mayoria eran viejos encorvados vestidos con harapos. Muchos habian sido soldados y todavia sufrian terribles heridas de guerra: uno tenia el rostro escaldado porque le habia caido encima agua hirviendo, a otro le faltaba un ojo y tenia la cuenca totalmente cerrada, un buen numero tenia las piernas retorcidas o encorvadas y muchos caminaban con la ayuda de unas muletas. Corbett se quedo sorprendido por algo que ya habia visto en otros hospitales: a pesar de la edad, las heridas y la pobreza, aquellos hombres estaban resueltos a seguir viviendo, a arrancar lo poco que les quedara de vida. De algun modo, concluyo, la muerte de aquellos hombres era mucho mas cruel que los asesinatos acaecidos en Sparrow Hall. Estos eran inocentes: hombres que, a pesar de su situacion sobrecogedora, seguian luchando.

– ?Puedo ayudaros en algo?

Corbett se volvio. La voz era dulce y agradable, aunque procedia de un hombre alto y fornido. Vestia un habito marron de franciscano, llevaba la cabeza bien tonsurada, pero su rostro parecia el de un sapo bonachon, con unos ojos brillantes y unos labios gruesos siempre sonrientes.

– Siento ser tan feo -declaro el franciscano. Dio una palmadita a Corbett en los hombros; su mano parecia la zarpa de un oso-. Puedo ver lo que habeis pensado en vuestros ojos, senor. Soy feo para los hombres, pero quiza Dios me vea de otro modo.

– Busco al guarda -dijo Corbett-. Ningun hombre que trabaje entre los pobres puede ser feo.

El fraile estrecho la mano de Corbett.

– Deberiais ser un maldito franciscano -gruno-. Pero ?quien demonios sois de todos modos?

Corbett se lo explico.

– Bueno, yo soy el hermano Angelo -se presento el fraile-. Tambien soy el guarda. Este es mi feudo, mi palacio. -Levanto la vista, entornando los ojos ante el sol cegador-. Alimentamos a doscientos mendigos cada dia - continuo-, pero vos no estais aqui para ayudarnos, ?verdad, Corbett?, y por supuesto tampoco nos habreis traido oro de parte del rey.

Le indico a Corbett que subiera las escaleras hacia el hospital y le condujo a su celda, una camara estrecha y de paredes blanqueadas. Corbett y Ranulfo se sentaron en la cama mientras que el padre Angelo lo hizo en un taburete a su lado.

– Estais aqui por lo del Campanero, ?me equivoco? Habeis oido todo lo que se dice sobre ese loco bastardo y las muertes de Sparrow Hall.

– El rey tambien ha oido hablar de las muertes ocurridas aqui en San Osyth, y -anadio Corbett con rapidez al ver como sonreia el franciscano- de los cadaveres encontrados en los bosques de las afueras de la ciudad.

– Sabemos muy poco sobre eso -confeso el hermano Angelo-. Mirad a vuestro alrededor, senor escribano: estos son hombres pobres, decrepitos, mendigos viejos. ?Que ser sobre la faz de esta tierra podria ser cruel con ellos? No tiene ninguna justificacion -anadio-, no puedo ayudarle.

– ?No habeis oido rumores? -pregunto Corbett.

El hermano Angelo sacudio la cabeza.

– Nada, excepto las absurdas conjeturas de Godric -anadio-. Pero como veis, Corbett, aqui los hombres van y vienen como quieren. Piden limosna en las calles de la ciudad. Estan indefensos, son presa facil del odio o de la maldad de cualquiera.

– ?Os acordais de Brakespeare? -pregunto Corbett-. Era un soldado, un antiguo oficial del ejercito del rey.

– Hay tantos -se disculpo el hermano Angelo sacudiendo la cabeza. Echo un vistazo a Ranulfo-. Vos pareceis un hombre de guerra. -Senalo la espada, la daga y las botas de piel de Ranulfo-. Caminais como un pavo real. -Se inclino y toco la piel de los nudillos de Ranulfo-. Salid fuera, joven, y ved vuestro futuro. Ellos tambien caminaban altivos bajo el sol hace no mucho. Pero vamos, os ayudare a encontrar al viejo Godric.

Los condujo afuera, bajaron por un pasillo de paredes blanqueadas, subieron algunas escaleras y entraron en un largo dormitorio. La habitacion era austera; sin embargo, habian fregado bien las paredes y el suelo, y olia a jabon y a hierbas de suave fragancia. A cada lado de la pared habia una hilera de camas con un taburete en un lado y una mesa toscamente labrada al otro. La mayoria de los ocupantes estaban dormidos o medio amodorrados. Los hermanos legos se movian de un lado para otro, lavando las caras y las manos de los enfermos para prepararlos para la primera comida del dia.

Ranulfo se quedo atras.

– Yo nunca sere un mendigo -susurro-, amo: sere rico o dejare que me cuelguen.

– ?Vamos!

El hermano Angelo les hizo senales para que se acercaran a la cama en la que yacia un hombre apoyado contra el cabezal: era calvo, tenia un rostro cenizo lleno de arrugas y parecia cansado aunque tenia unos ojos muy vivos.

– Este es Godric -explico el hermano Angelo-, un miembro muy antiguo de mi parroquia. Un hombre que ha mendigado en Londres, Canterbury, Dover e incluso en Berwick durante la marcha escocesa. Muy bien, Godric. -El hermano Angelo le dio unas palmaditas en la calva-. Decidles a nuestros visitantes lo que habeis visto.

Godric volvio la cabeza.

– He estado en los bosques -susurro.

– ?Que bosques? -pregunto Corbett.

– ?Oh! En los del norte, los del sur y los del este de la ciudad -contesto Godric.

– ?Y que habeis visto, buen hombre?

– Dios es mi testigo -respondio el mendigo-: he visto el fuego del infierno, al demonio y a toda su tropa bailando a la luz de la luna. Escuchad lo que os voy a decir -cogio la mano de Corbett-: el diablo ha llegado a Oxford.

Capitulo VII

Corbett extendio su mano sobre la del mendigo:

– ?Que demonios? -pregunto.

– Fuera, en los bosques -replico Godric-, bailando alrededor de las hogueras de Beltane. [3] Vestian con pieles de cabra, ya lo creo.

– ?Y visteis sangre? -pregunto Corbett.

– Oh, si, en sus manos y caras -continuo Godric-. Vereis, senor, cuando joven, fui cazador furtivo. Podia salir y cazar conejos y atrapar un buen faisan en un abrir y cerrar de ojos. Desde principios de esta primavera probe suerte y dos veces vi bailar a los demonios.

– ?Cuantos habia?

– Por lo menos trece. El numero maldito -respondio desafiante.

– ?Y se lo habeis dicho a alguien mas? -insistio Corbett.

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