– Es solo Magdalena, nuestra anacoreta -se disculpo el padre Vicente.

Corbett fijo su atencion en las extranas estructuras de cajas construidas sobre la puerta principal. Le recordo a un nido que Maeve habia configurado y colocado en los arboles durante el invierno para que los pajaros pudieran resguardarse.

– ?No sabeis nada acerca de la muerte de Passerel? -pregunto.

– Nada de nada.

– ?Y no pudo Magdalena avisaros de lo que pasaba?

– ?Oh! Esta medio loca -susurro el padre-. Como ya le he dicho, le di de comer a Passerel y me fui a dormir. La puerta lateral estaba abierta por si deseaba salir y hacer de vientre.

– ?Y no dijo nada? -insistio Corbett-. Nada que explicase por que habia huido tan despavoridamente de Sparrow Hall.

– No, solo estaba asustado. El pobre hombre -contesto el padre Vicente-. Pero no hacia mas que lloriquear diciendo que era inocente.

Corbett miro por encima del hombro a Ranulfo, que intentaba despertar a Maltote.

– ?Maltote! -le ordeno-. ?Volved a Sparrow Hall y esperadnos alli!

Maltote no necesito que se lo dijeran dos veces; se dirigio a la puerta principal de la iglesia y salio por ella.

– Me gustaria conocer a la anacoreta -dijo Corbett-. Segun tengo entendido no solo vio la sombra del asesino de Passerel, sino que, hace muchos anos, maldijo al fundador de Sparrow Hall, a Henry Braose.

– ?Ah! Asi que os han contado la leyenda.

El padre Vicente los condujo al otro extremo de la iglesia y se detuvo ante la celda de la anacoreta.

– ?Magdalena! -la llamo-. Magdalena, tenemos visita del escribano del rey. Desea hablar con vos.

– Aqui estoy -respondio una voz-, al servicio del rey de reyes.

– Magdalena, soy sir Hugo Corbett, el escribano del rey. No deseo causaros ningun dano. Debo haceros unas preguntas, pero preferiria no violar vuestra intimidad entrando en la celda. Antes de que me vaya, quisiera pediros un favor, ?podriais encender unas velas y rezar por mi alma?

Corbett vio como la cortina de piel que cubria la ventanilla se corria despacio. Entrevio a una mujer de cabellos grises, una figura desgarbada que andaba arrastrando los pies por la estrecha galeria y, a continuacion, escucho unos pasos de sandalias sobre escalones de piedra. Magdalena entro en la iglesia. Andaba medio encorvada; su cabello, canoso y sucio, le llegaba hasta la cintura. Los ojos le brillaban, pero Corbett se quedo petrificado al ver la manera tan llamativa en la que llevaba pintada la cara: tenia la mejilla derecha de color negro; la izquierda, de blanco. En las manos llevaba un espejito de mano agrietado. Se acerco y se sento en la base de un pilar. Magdalena se miro al espejo; sus dedos delgados y huesudos agarraban con fuerza el rosario que llevaba alrededor de su muneca izquierda. Movia los labios sin pronunciar palabra como si recitara una oracion. Levanto la vista y sus ojos penetrantes estudiaron a Corbett.

– Bueno, escribano de rostro oscuro, ?que quereis de la pobre Magdalena? -Miro a Ranulfo-. Vos y vuestro hombre de guerra, ?por que perturbais mi reposo?

– Porque tengo entendido que veis cosas.

Corbett se agacho a su lado y saco una moneda de plata de su zurron.

– Magdalena ve muchas cosas en la oscuridad de la noche -contesto-. He visto demonios salidos del mismo infierno y la gloria de la luz de Dios iluminando el santuario. Soy la pobre pecadora del Senor. -Se golpeo la cara con el espejo-. Hubo un tiempo en el que fui buena. Ahora me pinto la cara de blanco y negro y no me separo de este espejo. El negro es la insignia de la muerte; el blanco, el color de mi mortaja.

– ?Y que otras cosas veis? -pregunto Corbett. Senalo hacia su celda-. Os arrodillais encima de la puerta de la iglesia, ?habeis visto al Campanero?

– Le he oido -contesto-. La noche en la que colgo sus proclamas en la puerta, respirando con dificultad, faltandole el aire. Ahora bien, digo yo, si hay un hombre al que persiguen los demonios, pues ya le esta bien - anadio; su tono de voz se volvio cantarin-. Sparrow Hall es un lugar maldito, construido sobre arena. -Elevo la voz-. Vendran las lluvias, soplara el viento y esa casa se derrumbara y merecida sera su caida.

– ?De que maldicion hablais? -pregunto Corbett.

– Hace anos, rostro oscuro -pellizco a Corbett en un lado de la boca-. Teneis los ojos hundidos, pero vuestra mirada es sincera. No deberiais estar aqui conmigo, sino con vuestra mujer e hijo. -Se dio cuenta de la cara de sorpresa que puso Corbett-. Puedo ver que perteneceis a una dama -continuo-. Mi marido se parecia a vos. Era un hombre fino; fue a luchar al lado del gran De Montfort. Nunca volvio a casa: cortaron en mil pedazos su cuerpo, como tajadas de carne de un carnicero. Solo mi hijo y yo nos quedamos en la casa. Vivimos en la bodega y en los pasadizos, oscuros pero seguros. -Soplo el hilillo de espuma que le caia de la boca, apretujando su rosario contra el espejo-. Pero luego llego Braose, arrogante como el solo, siempre tan altivo como si fuera alguien sagrado. El y la emperifollada arpia de su hermana me echaron a la calle. Mi hijo murio mas tarde y yo los maldije por ello. - Magdalena golpeo las cuentas del rosario-. Ahora el Campanero ha vuelto proclamando que con el llegaran la muerte y la destruccion.

– Pero vos no sabeis quien es el Campanero, ?verdad? -pregunto Corbett.

– Un demonio enviado del infierno, un diablillo que no ha hecho mas que empezar su juego.

– ?Y visteis morir al pobre Passerel?

Magdalena levanto la cabeza. Tenia una mirada malvada.

– Estaba arrodillada frente a mi ventana -contesto-, con la mirada fija en la luz del Senor. -Senalo hacia el santuario-. Oi como alguien abria la puerta y una oscura figura entro como un ladron en la noche. Si, asi es como paso. Salio de la nada, como una trampa. Passerel, aquel hombre estupido, se bebio el vino y murio en su pecado ante el Todopoderoso. ?Oh! -Cerro los ojos-. ?Que cosa mas terrible es para un alma pecadora caer en las manos de Dios!

– ?Como era aquella figura? -interrogo Corbett.

Magdalena estudiaba ahora la moneda de plata que Corbett sostenia en la mano.

– No pude ver nada -respondio en tono de hastio-; llevaba una capucha y una cogulla, no vi mas que una sombra. -Se puso en pie de un respingo-. Ya os he dicho bastante.

Corbett le dio la moneda y la anacoreta se volvio hacia las escaleras. El padre Vicente los condujo fuera de la iglesia.

– ?Que paso con la jarra y la copa? -pregunto Corbett.

– Las tire -contesto el padre-. No eran gran cosa, de esas que podeis encontrar en cualquier taberna.

Corbett le dio las gracias. Bajaron por el camino del cementerio y salieron por la puerta.

– ?Podemos comer algo? -pregunto Ranulfo esperanzado.

Corbett sacudio la cabeza.

– No, primero debemos ir a San Osyth.

– No descubriremos nada alli -protesto Ranulfo.

– O quiza si -sonrio Corbett.

Le preguntaron como llegar hasta el hospital a un vendedor ambulante, bajaron por una calle y se adentraron en Broad Street. Parecia que iba a hacer un buen dia. Las vias estaban abarrotadas: habia carros a rebosar de mercancias, barriles y toneles que entorpecian el paso y un ruido estridente que transportaba el aire procedente de las tiendas y tenderetes que abrian para otro dia de trabajo. Se oia el repiquetear de los martillos en un sitio, las anillas de las cubas y las tinas se enarcaban en otro; de las tiendas de comida procedia ruido de vasos y platos. Hombres, mujeres y ninos se movian de un lado para otro de las calles, se apelotonaban, empujaban y daban codazos los unos a los otros. Las casas a ambos lados de las vias estaban abiertas, los contrafuertes que sostenian sus paredes inclinadas hacian aun mas dificil el transito de las calles. Carreteros y vendedores ambulantes se peleaban e insultaban. Los porteadores, empapados de sudor bajo el peso de sus cargas, intentaban abrirse camino golpeando a la multitud con sus varillas blancas de sauce. Gordos mercaderes, agarrando bien sus bolsas de dinero, se movian de las tiendas a los tenderetes. Los vendedores ambulantes, con sus bandejas colgando de una cuerda alrededor del cuello, intentaban engatusar a todo el mundo, incluyendo a Corbett y a Ranulfo. Hubo un momento en el que aquel se vio obligado a hacer un alto y se llevo a Ranulfo a un lado, hacia la entrada de una tienda. Un aprendiz, pensando que querian comprar, les empezo a tirar de la manga hasta que se vieron forzados a continuar.

– ?Siempre es asi? -pregunto Ranulfo.

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