habia sobre la mesa. Levanto la tapa y sostuvo el tarro a la luz de las velas. Corbett vio que el bote estaba medido en medias onzas.

– ?Veis? -explico Churchley-. Hay ocho onzas y media. -Abrio un librote de piel de ternero que habia sobre la mesa-. A veces lo receto -continuo- en pequenas dosis para el dolor de estomago y le he dado a veces a Norreys un poco para que lo utilice como un fuerte astringente. Pero, como veis, todavia hay ocho onzas y media.

Corbett cogio el tarro y lo olio.

– Tened cuidado -le advirtio Churchley-. Los expertos en hierbas dicen que debe utilizarse con mucha prudencia.

Corbett escudrino el interior y noto que el polvo que habia encima parecia mas fino que el de debajo. Churchley le dio una cuchara de cuerno y Corbett extrajo un poco de la fina sustancia semejante a la creta. Churchley dejo de protestar y le miro en silencio; su rostro se volvio taciturno.

– Estais pensando lo mismo que yo -musito Corbett. Cogio un poco del polvo que habia en la cuchara-. Profesor Churchley, os aseguro que no soy un experto en medicina -Corbett olio la sustancia-, pero creo que esto es creta molida o harina, pero nada mortal.

Churchley le arranco la cuchara de las manos y, armandose de valor, se unto la yema de un dedo con aquel polvo y se la llevo a la lengua. A continuacion cogio un trapo y se limpio la boca.

– ?Es harina molida! -exclamo.

– ?Quien guarda las llaves? -pregunto Corbett.

– Bueno, yo -replico Churchley airado-. Pero, sir Hugo, ?no estareis sospechando de mi? -Se retiro de la luz de las velas, como si quiera esconderse en las sombras-. Podrian haber utilizado otras llaves -explico-. Y esto es Sparrow Hall; aqui no atrancamos ni cerramos con llave ni nuestros aposentos. Aunque Ascham era en eso una excepcion. Cualquiera pudo entrar en mi camara y coger las llaves. La residencia a menudo se queda desierta. -Las palabras le salieron en tropel.

– Alguien vino aqui -replico Corbett dejando la cuchara sobre la mesa- y se llevo una cantidad suficiente para matar al pobre Langton. Alguien que conoce vuestro sistema, profesor Churchley.

– Todo el mundo lo conoce -balbuceo el hombre.

– Y luego relleno el tarro con ese polvo -explico Corbett.

– ?Pero quien?

Corbett se limpio los dedos en su abrigo.

– No lo se, profesor Churchley. -Se paseo por la habitacion-. Pero Dios sabe que mas faltara. -Se acerco a Churchley y vio el miedo en sus ojos-. Me pregunto que mas podrian haber cogido, profesor. -Corbett se giro y se encamino hacia la puerta-. Si fuera profesor de Sparrow Hall -le dijo volviendose sobre sus hombros- yo tendria mucho cuidado con lo que como y bebo.

Capitulo VIII

Un Churchley con aire preocupado cerro la puerta del almacen y siguio a Corbett a traves de la galeria.

– Sir Hugo -gimio-, ?estais diciendo que todos corremos peligro?

– Si, asi es. Os recomiendo encarecidamente que reviseis con detalle si faltan algunas otras sustancias.

Corbett se detuvo al final de las escaleras.

– ?Quien ha ocupado el cargo de administrador despues de la muerte de Passerel?

– Yo.

– ?Es posible echar una ojeada a las pertenencias de Ascham y Passerel?

Churchley hizo un mohin.

– Lo necesito -insistio Corbett-. Dios sabe, profesor, que nuestras vidas estan en peligro. Podria encontrar alguna pista.

Churchley, grunendo por lo bajo y ansioso por volver a sus hierbas, condujo a Corbett al piso de abajo. Atravesaron el pequeno comedor hasta llegar a la parte trasera del edificio. Abrio con llave una puerta y condujo a Corbett a otro almacen, una larga estancia abovedada llena de barriles, con fajos de pergaminos, tinta y vitela dispuestos en unas estanterias. Al fondo de la habitacion se acumulaban baldes con carbon y toneles de malmsey, vino y cerveza.

Churchley llevo a Corbett hacia una esquina, donde abrio dos grandes arcas.

– Las pertenencias de Ascham y Passerel estan aqui -declaro-. No tenian familia o nadie con el que nos pudieramos poner en contacto. Una vez sus voluntades sean aprobadas por la cancilleria, supongo que todas estas cosas pasaran a manos del colegio.

Corbett sacudio la cabeza y se arrodillo al lado de las arcas. Sonrio al recordar su propia experiencia como escribano de la cancilleria de la corte, cuando tenia que viajar hacia algun feudo o abadia para aprobar la voluntad de un fallecido u ordenar la entrega de ciertas cantidades de dinero o de bienes. Empezo a estudiar las pertenencias. Churchley murmuro algo acerca de que tenia otros deberes y dejo a Corbett solo en sus quehaceres. Los pasos de Churchley se perdieron a lo lejos, y Corbett se dio cuenta de lo silenciosa que se habia quedado la universidad. Tuvo que hacer un esfuerzo por controlar el miedo y corrio a cerrar y atrancar la puerta antes de regresar a sus tareas. Luego se puso a revisar ambas arcas, rebuscando entre ropa, cinturones, talabartes, un pequeno libro de horas forrado de piel, tazas, copas de madera de arce, platos de peltre y copas con remates dorados que los dos hombres habian coleccionado a lo largo de los anos. Corbett tenia suficiente experiencia para darse cuenta de que lo que no aparecia en la lista de Passerel o Ascham ya se lo habrian llevado. Tambien estaba seguro de que el Campanero ya habria rebuscado entre las posesiones de los dos hombres muertos para asegurarse de que no quedaba nada que pudiera resultar sospechoso. Corbett no encontro nada de interes en las pertenencias de Ascham y estaba a punto de abandonar su busqueda entre las cosas de Passerel cuando encontro una pequena bolsa con documentos. La abrio y esparcio sobre el suelo los fragmentos y trozos de pergamino que contenia. Algunos estaban en blanco y en otros figuraban varias listas de provisiones o articulos objeto de negocios. Habia un rollo con los gastos que Passerel habia realizado en su viaje a Dover. Otro contenia los salarios de los criados de la universidad y la residencia. Unos cuantos estaban cubiertos por algunos dibujos: uno llamo especialmente la atencion de Corbett. Passerel habia escrito varias veces la palabra passera.

– ?Que es esto? -se pregunto Corbett, recordando el mensaje que Ascham habia dejado antes de morir.

?Estaba Passerel haciendo algun juego de palabras con su nombre? ?Acaso significaba algo passera? Corbett volvio a meter todos los pergaminos en su sitio, ordeno ambas arcas y echo los cerrojos. Volvio al vestibulo y cruzo el pasillo hacia la biblioteca. La puerta estaba medio abierta. Corbett la empujo y entro cautelosamente dentro de la estancia. El hombre sentado en la mesa de espaldas a el estaba tan enfrascado en lo que leia que no se dio cuenta de la presencia de Corbett hasta que lo tuvo delante de sus narices; entonces se echo hacia atras la capucha y movio las manos rapidamente para esconder lo que estaba leyendo.

– Vaya, profesor Appleston -sonrio Corbett a modo de disculpa-. No queria alarmaros.

– Sir Hugo, estaba… bueno… bien… ?Recordais lo que dijo Abelardo?

– No, creo que no.

– Dijo que no hay un lugar mejor para perder el alma que un libro.

Corbett levanto la mano.

– En ese caso, profesor Appleston, ?podria ver lo que estais leyendo con tanta atencion?

Appleston suspiro y le entrego el libro. Corbett lo abrio; las hojas de pergamino tiesas crujian a medida que las iba pasando.

– No hay ninguna necesidad de hacerse el inquisidor -declaro Appleston.

Corbett siguio pasando las hojas.

– Siempre me han interesado las teorias de De Montfort: Quod omnes tanget ab omnibus approbetur.

– «Lo que concierne a todos debe ser aprobado por todos» -tradujo Corbett-. ?Y a que se debe el interes?

– Oh, podria mentiros -replico Appleston- y deciros que estoy interesado en la teoria politica, pero estoy seguro de que los espias de la corte o los chismosos de la ciudad ya os habran dicho la verdad. -Se levanto y echo los hombros hacia atras-. Me llamo Appleston, que era el apellido de mi madre. Era la hija de un soldado de uno de los

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