feudos de De Montfort. El gran conde, o eso me dijo ella, se enamoro de ella. Yo soy su hijo.

– ?Y os sentis orgulloso de ello? -pregunto Corbett. Estudio su rostro cuadrado y bronceado, las arrugas alrededor de sus ojos, y se pregunto si aquel hombre, de algun modo, se pareceria a su padre-. Os he hecho una pregunta.

– Por supuesto que si -replico Appleston, tocandose la herida de la comisura de la boca-. Ni un solo dia dejo de rezar por el reposo del alma de mi padre.

– Concedo -replico Corbett-. Fue un gran hombre, pero tambien un traidor de la Corona.

– Voluntas principis habet vigorem legis -fue la respuesta de Appleston.

– No, no lo creo -respondio Corbett-. Solo porque el rey desee algo no significa que lo convierta en ley. No soy un teorico, profesor Appleston, pero conozco los Evangelios: un hombre no puede tener dos senores; un reino no puede tener dos reyes.

– ?Y si hubiera ganado De Montfort? -pregunto Appleston.

– Si De Montfort hubiera ganado -replico Corbett- y los comunes, junto con los lores seculares y espirituales, le hubieran ofrecido la corona, entonces yo, como muchos otros, no habriamos tenido otro remedio que arrodillarnos. Lo que me preocupa, profesor Appleston, no es De Montfort, sino el Campanero.

– Yo no soy un traidor -contesto el profesor-. Aunque he estudiado los escritos de mi padre desde que era un nino.

– ?Y como es -pregunto Corbett- que a un miembro de la familia de De Montfort se le concede beneficio en Sparrow Hall, una escuela fundada por el enemigo de De Montfort?

– Porque todos se sienten culpables.

Era la voz del profesor Alfred Tripham, que entro en la biblioteca con un infolio bajo el brazo.

– Acabo de volver de los colegios -explico-. El profesor Churchley me dijo que quizas os encontraria aqui.

Corbett hizo una reverencia.

– Caminais tan sigilosamente como un gato, profesor Alfred.

Tripham se encogio de hombros.

– La curiosidad, senor Hugo, siempre tiene un paso sigiloso.

– ?Hablabais de culpabilidad? -pregunto Corbett.

– Ah, si. -Tripham dejo el infolio sobre la mesa-. Ese pinchazo a la conciencia, ?eh, sir Hugo? -Miro alrededor de la biblioteca-. En algun sitio, entre esos papeles, hay una copia de la voluntad de Henry Braose, pero estoy demasiado ocupado para buscarla. -Se sento en un taburete enfrente de Appleston-. En sus ultimos anos, Braose se volvio melancolico. A menudo sonaba con la ultima batalla en Evesham y en como los caballeros profanaron el cuerpo de De Montfort. Braose creia que debia reparar aquel mal de algun modo. Celebro cientos de misas por el alma del conde. Cuando Leonard solicito el puesto…

– Lo supo inmediatamente -interrumpio Appleston-. Echo un vistazo a mi cara, se puso palido y se sento. Dijo que estaba viendo a un fantasma. Le conte la verdad -continuo Appleston-. ?Que ganaria negandolo? Si no se lo hubiera dicho, alguien lo habria hecho por mi.

– ?Y os ofrecieron el puesto? -pregunto Corbett.

– Si, si, con una condicion. Debia conservar el nombre de mi madre.

– Todos guardamos algun secreto. -Tripham entrelazo los dedos-. Tengo entendido, sir Hugo, que habeis estado buscando entre las posesiones de Ascham. -Sonrio ligeramente-. No sois ningun necio, Corbett. Estoy seguro de que sabeis que ya se han llevado algunas cosas.

Corbett le devolvio la mirada.

– Debeis de preguntaros -continuo Tripham- por que Ascham era tan querido entre los estudiantes como Ap Thomas y sus seguidores. ?Que podria tener un viejo archivista, un bibliotecario, en comun con un grupo de fanaticos rebeldes?

– Nada parece lo que deberia ser -replico Corbett.

– Y lo mismo podria decirse de Ascham -espeto Tripham-. Era un erudito venerable y jovial, pero, como muchos de nosotros -aparto la mirada- sentia debilidad por los jovencitos, por una cintura estrecha y unos muslos firmes mas que por los ojos o el pecho generoso de una dama.

– Eso no es extrano -declaro Corbett.

– En Oxford, desde luego que no -Tripham se froto la mejilla-. Ascham tambien procedia de una marca galesa, o mas bien de Oswestry, en Shropshire. Asi que se formo en la tradicion pagana y galesa. Utilizo todos sus conocimientos para establecer una buena relacion con muchos de nuestros jovenes.

– Por lo que, evidentemente, su muerte resulto un golpe para muchos de los que se alojan en la residencia.

– Por eso descargaron toda su rabia contra el pobre Passerel -explico Churchley-; fue una cabeza de turco.

– ?Cabeza de turco?

Tripham se metio las manos por debajo de las mangas y se reclino sobre la mesa.

– Sabemos que Passerel era inocente -declaro-. Ascham debio de ser asesinado cuando Passerel se encontraba a millas de distancia de Sparrow Hall. Y bueno -exclamo poniendose en pie-, por lo que se refiere al pobre Appleston, seguramente no se considera ninguna traicion estudiar las teorias de De Montfort. Despues de todo - sonrio levemente-, el mismo rey ha tomado algunas como propias. -Hizo una mueca a Appleston-. Venga, vayamos a cenar juntos; estoy seguro de que sir Hugo tiene otros asuntos de que encargarse.

– Ah, una cosa, profesor Tripham.

– ?Si, sir Hugo?

– Hablasteis de secretos. ?Cual es el vuestro?

– Oh, es muy sencillo, senor escribano. No me gustaba en absoluto sir Henry Braose, ni su arrogancia ni sus dudas escrupulosas justo antes de morir. Tampoco me gusta su irascible hermana, a la que nunca se le debio permitir permanecer en esta universidad.

– ?Y Barnett?

– Preguntadselo vos mismo -espeto Tripham-. Barnett tiene sus propios demonios.

Tripham abrio la puerta, le indico a Appleston que saliera y la cerraron tras de si.

Corbett suspiro y miro alrededor de la biblioteca. Recordo el motivo por el que habia venido y recorrio las estanterias en busca de un diccionario de latin. Por fin encontro uno cerca de la mesa del bibliotecario. Lo saco, se sento y encontro la entrada que buscaba, pero gruno decepcionado. Passera era una palabra latina para designar gorrion. ?Que habria intentado escribir Ascham? ?Estaba su muerte relacionada directamente con Sparrow Hall? ?O quizas el administrador habia grabado simplemente un pasaje en alusion a su nombre? Corbett se apoyo la barbilla en las manos. Su vista alcanzo una pequena caja de utensilios de escritura que el bibliotecario debio de utilizar en su tiempo. La saco y estudio su contenido de oropel: un pano de cendal, probablemente para borrar, plumas, tinta, piedra pomez y unos pequenos dediles que seguramente Ascham habria utilizado para pasar paginas. En una estanteria de piedra cerca del escritorio, Corbett entrevio un libro forrado de piel. Lo cogio y lo abrio: era un registro de las obras que habian sido prestadas de las estanterias. Corbett busco el nombre de Ascham pero no encontro nada: tal vez el archivista no tenia necesidad de coger prestados los libros de la estancia en la que trabajaba todo el dia.

Corbett cerro el libro, lo dejo a un lado y se marcho de la universidad.

La calle se habia llenado de universitarios rodeados de parasitos que se dirigian a las ultimas clases del dia. Corbett entrevio a Barnett: el pomposo maestro estaba al final de una calle hablando animadamente con el mendigo que Corbett se habia encontrado anteriormente. El escribano retrocedio y se oculto en la entrada de una puerta para observar como Barnett le entregaba una moneda. El mendigo se puso a dar saltos de alegria. Barnett se inclino y susurro algo al oido del viejo; el tipo asintio y se marcho empujando su carretilla. Corbett espero a que el profesor cruzara la calle para aparecer de repente bloqueandole el paso. Barnett parecio no prestarle atencion, pero Corbett se mantuvo en sus trece.

– ?Estais bien, profesor?

– Perfectamente, escribano.

– Pues no parece que os encontreis muy bien.

– No me gusta que me espien y me obliguen a hablar.

– Profesor Barnett -Corbett abrio las manos-, yo solo os he visto realizar vuestras buenas obras, ayudar a los

Вы читаете La caza del Diablo
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×