– No, solo informacion sobre Barnett.

– Bueno, es un hombre extrano -contesto el hermano Angelo-. A Barnett le gustan el vino y las mujeres; sin embargo, a veces viene y trae dinero para el hospital. A veces ayuda con la distribucion de la comida. Algunos de los mendigos hablan muy bien de el; es un hombre generoso.

– ?Y no os parece extrano? -pregunto Corbett.

– Si me paro a pensarlo, si, supongo que si -contesto el hermano Angelo-. Pero, os lo repito, no ha hecho dano alguno y, ademas, ?quien soy yo para rechazar la ayuda de nadie? Bueno, eso es todo lo que se.

Corbett estaba dispuesto a marcharse.

– ?Senor escribano!

Corbett regreso. Los ojos de Angelo le miraban con mayor ternura.

– Sir Hugo, quiza pensais que solo soy un franciscano receloso. Sin embargo, he escuchado las confesiones de muchos hombres y, a veces, cuando los bendigo, puedo oler el peligro. Eso fue justamente lo que senti la ultima vez que vinisteis.

– ?En nosotros, hermano?

El franciscano sacudio la cabeza.

– No, no hablo del hedor del pecado, sino de algo mas peligroso. -Agarro con fuerza el hombro de Corbett-. Tened cuidado. -El hermano Angelo sonrio-. Conservad la fe en alto y guardaos las espaldas.

Capitulo IX

Corbett, todavia asustado por la advertencia fatal del fraile, regreso al castillo. Ranulfo y Maltote estaban entretenidos en uno de sus absurdos juegos de dados. Ranulfo le estaba ensenando a Maltote algunos trucos. Corbett se sento al lado de la ventana. Penso en Leighton y rezo en silencio para que Maeve se encontrara bien. Se sentia algo nervioso, por lo que se dirigio a la capilla del castillo, una camara estrecha y austera con un altar de madera al fondo. En un nicho situado a la izquierda habia una estatua de la Virgen con el Nino en brazos. La virgen Maria sonriente mostraba al nino Jesus a un mundo inconsciente. Corbett cogio un cirio y encendio una de las velas. Se arrodillo y rezo un padrenuestro, un ave maria y un gloria. Escucho como Ranulfo le llamaba y corrio a su encuentro. Bullock estaba a su lado, con Boletus dando saltos en el aire como una rana. El baile indico a Corbett que entrara en su camara privada.

– ?Callad! -le ordeno el baile a Boletus-. ?Callad y estaos quieto de una vez!

Ranulfo y Maltote acudieron tambien.

– Vuestra informacion es correcta, sir Hugo -la cara de Bullock esbozo una sonrisa de oreja a oreja-. ?Como me voy a divertir! David ap Thomas y sus hombres han salido sigilosamente de la ciudad. Han roto el toque de queda, han trepado una parte del muro y se han dirigido al bosque del sudoeste de la ciudad.

– ?Contadle el resto! ?Contadle el resto! -le instigo Boletus.

– No iban solos -continuo el baile, mirando al otro hombre-. Iba con ellos un chulo llamado Vardel y una docena de prostitutas de un burdel de la ciudad.

– Y se donde estan -exclamo Boletus orgulloso.

– Poneos las capas -ordeno Bullock-. Boletus, quiero cuatro de vuestros acompanantes, seis soldados, totalmente armados, y unos diez arqueros. Iremos a pie.

Al cabo de un rato un grupo de hombres armados, con Boletus corriendo al frente como un perro de caza, abandono el castillo. A medida que se adentraban en las calles estrechas, los mendigos y estafadores se apresuraban a esconderse en las callejuelas al entrever el brillo de las cotas de malla o escuchar el choque de las espadas. Las tabernas cerraron rapidamente sus puertas. Las prostitutas, con sus llamativas pelucas naranjas brillando como un faro en la oscuridad, los vieron acercarse y salieron huyendo. De vez en cuando se abria alguna que otra contraventana y alguien gritaba algun insulto. Bullock, evidentemente divertido, se volvia y les contestaba tambien a voces.

Salieron de la ciudad por un postigo, siguiendo un camino polvoriento y arido que pasaba por delante de una hilera de casas con sus respectivos huertos. La noche los envolvio con su manto oscuro. Pronto dejaron atras todos los ruidos y voces de la ciudad. Hacia una noche fria, el cielo estaba estrellado y apenas se oia nada a no ser por el vuelo de una lechuza dando caza a su presa en algun seto o agujero. Algunos soldados empezaron a quejarse, pero Bullock se volvio con el puno en alto y callaron de inmediato. Al final abandonaron la carretera y siguieron un sendero que se adentraba en el bosque. Los arboles los rodeaban por todas partes. La maleza y los animales del bosque empezaron a cobrar vida: el canto de un buho, el chillido de un halcon precipitandose sobre el suelo. Corbett y Ranulfo, con Maltote pisandoles los talones, intentaban seguir el paso apresurado de Bullock. El bosque se hizo mas espeso; las ramas se extendian como dedos puntiagudos hacia el cielo intentando alcanzar la luna fantasmal. Boletus se rezago dando saltos mientras se acercaba moviendose escandalosamente. Levanto una mano y le susurro a Bullock que ordenara a los soldados que se separaran. La linea de hombres se deshizo lentamente. Corbett olio algo en el aire, madera quemada unida al desagradable hedor de carne ardiendo. Levanto la vista y vislumbro la llama de una hoguera entre los arboles. El aire tambien trajo consigo el sonido lejano de un tambor. A medida que se iban acercando, los arboles eran cada vez menos espesos y el suelo hacia bajada. Por fin vieron al fondo un claro. Corbett miraba fascinado mientras Bullock susurraba algunas quejas a sus hombres, que empezaron a reirse y hacer gestos obscenos. El claro estaba lleno de figuras bailando desnudas. Se habian encendido cuatro hogueras y alrededor de ellas se movian ritmicamente hombres y mujeres desvestidos. Los musicos no estaban a la vista, aunque Corbett entrevio a un grupo cocinando carne sobre otra hoguera donde terminaba el claro.

– Es como un baile de mascaras -musito Ranulfo.

– Por el amor de Dios, ?que es esto?

Una figura enmascarada y encapuchada se acerco vestida con un traje gris en el que habia pintado uno ojo humano enorme.

– Amo -dijo Ranulfo, que tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa-. No creo que esto sea lo que pensamos.

Al lado de Corbett, Bullock se puso en pie y desenvaino su espada.

– ?Me trae sin cuidado! -anadio-. Tengo hambre: tienen vino ahi abajo y algunas de esas damas parecen muy atractivas.

Bullock empezo a correr hacia aquel lugar con sus hombres a las espaldas. Llegaron al claro antes de que la danza se terminara.

Corbett, que habia indicado con senas a Ranulfo y a Maltote que se mantuvieran al margen, se dio cuenta de que Bullock habia infravalorado a sus rivales. Los bailarines podrian estar borrachos y ser cogidos por sorpresa, pero iban muy bien armados. Desenvainaron las espadas y las dagas, empezaron los desafios y el claro se convirtio en un campo de batalla. Incluso las damas participaron: Corbett vio a una mujer corpulenta con una barra en la mano que lanzo al suelo de inmediato a dos hombres de Bullock.

– Supongo que sera mejor que ayudemos -musito Ranulfo.

Corbett asintio de mala gana. Cuando llegaron al claro, la figura enmascarada se habia arrodillado en el suelo y se habia quitado la mascara de satiro que llevaba puesta. David ap Thomas levanto la mirada hacia Corbett.

– ?Vos, maldito cuervo metomentodo! -grito mientras intentaba quitarse de encima a dos arqueros que le ataban los pulgares detras de la espalda.

A su alrededor el ruido de las peleas empezo a desvanecerse. Habia aproximadamente catorce estudiantes y dos prostitutas; el resto, incluyendo al chulo de Vardel, habian decidido que la discrecion era mejor que el valor y huyeron a esconderse en el bosque. Algunos de los hombres de Bullock empezaron a quejarse de los cortes y magulladuras. Sin embargo, eso no les impidio servirse algunos trozos de carne a la brasa y beber con avaricia de las jarras de vino. Una vez terminaron, condujeron a los prisioneros en fila por el camino del bosque.

Bullock era un apresador cruel. A la mayoria se le habia permitido ponerse algo de ropa, pero las botas y el resto de calzado lo metieron en una bolsa, con lo que la noche se lleno de maldiciones, juramentos y toda una retahila de blasfemias por parte de las mujeres de la ciudad. Los soldados les hacian avanzar a empujones y les contestaban tambien con reproches. Ap Thomas protestaba en voz alta.

– ?No hay ninguna ley que prohiba esto! -chillo.

– ?Que es exactamente lo que estabais haciendo? -pregunto Corbett.

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