– ?Quereis ver a un cura? -le pregunto.

Maltote hizo un esfuerzo para responder.

– El padre Luke me dio la bendicion antes de salir de Leighton, pero si pudiera recibir el ultimo sacramento…

Tripham entro en la estancia.

– Sir Hugo, siento molestaros en este momento, pero hay un mensajero del rey esperandoos en la residencia con nuevas de Woodstock. Ya he enviado a buscar al padre Vicente -anadio-. Esta de camino.

Corbett se acerco de nuevo a la cama. Apreto la mano de Maltote y le beso carinosamente en la frente. Luego se seco las lagrimas de la cara y se marcho susurrandole a Ranulfo que se quedara alli.

Al momento llego el padre Vicente; un monaguillo caminaba frente a el llevando una vela encendida y una campana. Sobre los hombros del cura colgaba una capa pluvial plateada con ribetes de oro con un agnusdei en el centro. Churchley salio de la habitacion pero Ranulfo se quedo. El servicio fue breve: el padre Vicente le dio la absolucion final a Maltote y administro el agua bendita de una pixide plateada. Luego se saco un frasco dorado del bolsillo y ungio con los santos oleos los ojos, la boca, las manos, el pecho y los pies de Maltote. El monaguillo permanecia de pie como una estatua de cera. El cura ni siquiera miro a Ranulfo, inmerso en la sombria liturgia de la muerte. Finalmente acabo su tarea. Despues se arrodillo ante la cama y recito el de profundis: «Desde las profundidades, oh Senor, os llamo».

Ranulfo se sorprendio a si mismo recitando aquellas palabras. Solo cuando termino y se volvio, el padre Vicente se dio cuenta de su presencia.

– Lo siento. -Agarro la mano de Ranulfo y volvio los ojos hacia la cama donde Maltote, una vez que los efectos del opiaceo habian empezado a desvanecerse, se retorcia de dolor-. ?Hay algo mas que pueda hacer?

Ranulfo pestaneo para despejar sus ojos de lagrimas. Se quito la bota y extrajo una moneda de oro que tenia escondida en la planta del pie.

– Celebrad algunas misas en su honor -le susurro Ranulfo-, hasta San Miguel.

El cura le devolvio la moneda, pero Ranulfo insistio en que la cogiera.

El padre Vicente, con el monaguillo haciendo sonar la campanilla, se dispuso a abandonar la sala y se marcho de la universidad. Llegaron Appleston y lady Mathilda, pero Ranulfo los echo a todos y cerro la puerta con pestillo. Se puso de rodillas al lado de la cama y cogio la mano de Maltote. El chico se volvio. El corazon de Ranulfo le dio un vuelco al ver la agonia que se reflejaba en los ojos azules de Maltote.

– ?Habra caballos en el cielo? -pregunto.

– ?No seais necio! -replico Ranulfo con voz ronca-. Claro que si.

Maltote abrio la boca para reir, pero el dolor era demasiado fuerte y su cuerpo se arqueo.

– Tengo miedo, Ranulfo. En Escocia… -balbuceo-. ?Os acordais de aquel arquero que tenia una lanza clavada en el estomago? Tardo dias en morir.

– Yo estoy aqui -replico Ranulfo.

Levanto las mantas. El estomago de Maltote se habia convertido en un charco rojo enorme; la sangre empapaba las sabanas y el colchon de abajo. Ranulfo cerro los ojos. Recordo una de las maximas de san Agustin en las que el filosofo recitaba el Evangelio: «Juzgad y tratad a los demas como os gustaria que os juzgaran y os trataran a vosotros mismos». Ranulfo se puso en pie, se encamino hacia la puerta e hizo senas a Churchley para que entrara.

– Vos sois medico, profesor Aylric -susurro Ranulfo-. Ire directamente al grano: he oido que los boticarios pueden destilar un polvo que concede el sueno eterno.

Churchley miro a Maltote, que se retorcia en la cama grunendo de dolor.

– No puedo hacerlo -afirmo.

– Yo si -replico Ranulfo-. No hay dignidad alguna en desangrarse hasta morir -Ranulfo se llevo la mano a la daga.

– No me amenaceis -espeto Churchley.

– Nunca lanzo amenazas, solo hago promesas -contesto Ranulfo. Se quito la bota, se saco otra moneda de oro y la puso en la mano del profesor-. Quiero que lo traigais de inmediato -ordeno-. Una pequena copa de vino y el polvo que necesito. Se que debeis de tenerlo.

Churchley estaba a punto de negarse, pero salio por la puerta. Ranulfo se arrodillo de nuevo al lado de la cama, sosteniendo la mano de Maltote, susurrandole algunas cosas como lo haria a un nino. Por fin volvio Churchley; en una mano llevaba una copa de peltre y en la otra, una bolsita.

– Solo unas gotitas -susurro Churchley.

Le entrego ambas cosas a Ranulfo y salio de la habitacion.

Ranulfo cerro la puerta con pestillo. Abrio la bolsa, derramo la mitad del contenido en el vino y luego mezclo ambas sustancias. Se acerco a la cama y enderezo a Maltote por los hombros.

– No digais nada -murmuro Ranulfo-, solo bebed.

Le acerco la copa a los labios. Maltote tomo un sorbo, tosio y lo vomito en el acto. Ranulfo volvio a acercarle la copa y esta vez su amigo se la bebio entera. Ranulfo lo recosto de nuevo sobre la cama. Maltote esbozo una debil sonrisa.

– Ya se lo que habeis hecho -le susurro-; yo habria hecho lo mismo. Ranulfo… -hizo una pausa y apreto los labios-. Pase por delante de un grupo de estudiantes… Estaban discutiendo… Uno de ellos pregunto si existia una inteligencia divina.

– La gente sin inteligencia siempre pregunta lo mismo -replico Ranulfo afablemente.

Se inclino y acaricio la mejilla de Maltote. Los ojos del joven empezaban a ponerse vidriosos; la piel del rostro, flacida. Maltote cogio la mano de Ranulfo y la sostuvo. Se estremecio y cerro los ojos, ladeo la cabeza y la mandibula se le desencajo. Ranulfo se inclino sobre el y le tomo el pulso en el cuello, pero habia desaparecido. Volvio la cara de Maltote, le beso en la frente y luego cubrio todo su cuerpo con la manta.

– Que Dios te bendiga, Maltote -rezo-. Que los angeles te acojan en el paraiso. Espero que exista una inteligencia divina -anadio con amargura-, porque aqui no hay mas que bastardos.

Ranulfo permanecio un rato arrodillado al lado de la cama e intento rezar, pero le fue imposible concentrarse. No dejaba de pensar en Maltote acariciando a sus caballos y en la incapacidad total de su amigo para manejar un arma sin hacerse dano. Lloro durante un rato y se dio cuenta de que era la primera vez que lo hacia desde que los oficiales de la ciudad habian transportado el cuerpo sin vida de su madre hasta el cementerio en Chaterhouse. Ranulfo se seco las lagrimas. Vertio el resto de vino sobre las esteras, se guardo la bolsita con el polvo en el zurron y salio de la habitacion.

Ranulfo le entrego la copa a Churchley.

– Ha muerto. Ahora escuchad -chasqueo los dedos en direccion a Tripham-. Hablo en nombre de sir Hugo Corbett y del rey. No quiero que entierren a Maltote aqui, en este maldito pozo negro. Quiero que embalsamen su cuerpo, lo coloquen en un buen ataud y lo envien al feudo de Leighton. Lady Maeve se hara cargo de el.

– Eso costara dinero -replico Tripham.

– ?Al diablo con el dinero! -respondio Ranulfo con acritud-. Enviadme la factura; os pagare lo que sea. Dejad ahora que el cuerpo descanse: sir Hugo querra rendirle su ultimo homenaje.

Ranulfo salio de la universidad y cruzo la calle. Corbett se encontraba en el patio hablando con un jinete vestido con un traje real. El tipo estaba lleno de barro y polvo de la cabeza a los pies. Corbett echo una ojeada a Ranulfo y se despidio del mensajero, diciendole que Norreys le daria algo de comer y cuidaria de su caballo.

– Maltote ha muerto, ?verdad?

Ranulfo asintio. Corbett se seco las lagrimas.

– Que Dios lo acoja en su gloria. -Lanzo las cartas a las manos de Ranulfo-. Te vere en mi cuarto.

Corbett atraveso la universidad. Sospechaba lo que habia hecho Ranulfo y en el fondo estaba de acuerdo con el. Durante unos minutos se arrodillo al lado del cadaver y rezo su propio requiem bajo la mirada de Tripham y Churchley, que esperaban en la puerta. Corbett se santiguo y se levanto. Puso una mano en el crucifijo que habia sobre la cama y la otra sobre la frente de Maltote.

– Os juro por Dios -declaro-, aqui, en presencia de Cristo, que quienquiera que haya hecho esto sera juzgado y sufrira el brazo mas fuerte de la ley.

– Vuestro criado ya nos ha dado ordenes de lo que debemos hacer con el cadaver -interrumpio Tripham aterrorizado por el rostro palido y cenizo del mayor escribano del rey.

– Haced lo que os haya pedido -ordeno Corbett.

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