– Todos hemos estado aqui -protesto Tripham-. Sir Hugo, en toda la manana nadie ha salido de la universidad. Nos hemos reunido en consejo en el recibidor para decidir que debiamos hacer con Ap Thomas y sus amigos.

Corbett oculto su sorpresa.

– ?Estais seguro, profesor Tripham?

– Podeis interrogar a los criados que nos han traido el vino y los dulces. Desde que nos levantamos esta manana y fuimos a la misa de nuestra capilla, nadie ha salido de Sparrow Hall. Y, sir Hugo, a mi entender, nadie salio de la universidad ayer por la noche cuando vuestro siervo fue asesinado.

– No quiero que amortajen a Maltote aqui -anadio Corbett, sin hacer caso de las voces de protesta-. Sera enviado a la abadia de Osney para que lo embalsamen.

– Norreys lo llevara -contesto Tripham-. Pero, sir Hugo, ?cuanto tiempo estareis aqui? ?Cuanto tiempo durara todo esto?

– ?Hasta cuando continuareis inmiscuyendoos en nuestras vidas privadas? -espeto Barnett.

– Hasta que encuentre la verdad -respondio Corbett con arrogancia-. ?Y que me decis de vos, Barnett, de vuestros secretos?

La sonrisa de sarcasmo desaparecio del rostro rechoncho y altivo de Barnett.

– ?Que secretos? -balbuceo.

– Vos sois un hombre mundano -continuo Corbett deseando haberse mordido la lengua-. Sin embargo, alimentais a los mendigos y todos os conocen en el hospital de San Osyth del hermano Angelo. ?Por que a un hombre como vos deberian importarle los desvalidos?

Barnett bajo la mirada hacia la superficie de la mesa.

– La razon por la que el profesor Barnett da limosna a los pobres -intervino Tripham- es seguramente asunto suyo.

– Estoy cansado -replico Barnett. Miro alrededor de la biblioteca-. Estoy cansado de todo esto. Cansado del Campanero, cansado de asistir a funerales de hombres como Ascham y Passerel, de dar clases a alumnos que ni siquiera entienden lo que les estais diciendo -miro a Corbett-. Estoy contento de que hayan arrestado a Ap Thomas -confeso en medio de las protestas de sus colegas-. Era un chico arrogante. No necesito responder a vuestras preguntas, senor escribano, pero lo hare. -Se puso en pie, apartando la mano que Churchley levantaba en senal de advertencia. Desabrocho los botones de su larga tunica y las hebillas de la camisa de debajo-. He dedicado toda mi vida a estudiar con gran interes. Me gusta el sabor del vino, la pasion oscura de una copa de clarete, y las mujeres jovenes, de pechos generosos y cintura delgada. -Continuo desabrochandose las hebillas-. Soy un hombre rico, Corbett, el unico hijo de un padre encantador. ?Habeis oido alguna vez la frase del Evangelio que dice: «Utilizad el dinero, por muy corrompido que este, para ayudar a los pobres de modo que, cuando murais, seais acogidos en la eternidad»?

Barnett se abrio la camisa y enseno a Corbett el cilicio que llevaba debajo. Se sento en un taburete; su habitual arrogancia habia desaparecido.

– Cuando muera -murmuro cabizbajo-, no quiero ir al infierno; ya he vivido en el infierno durante toda mi vida, Corbett. Quiero ir al cielo, asi que… doy dinero a los pobres, ayudo a los mendigos y llevo este cilicio para expiar todos mis pecados.

Corbett se inclino y le apreto la mano.

– Lo siento -murmuro-. Profesor Tripham, os he dicho todo lo que se: los soldados del castillo vigilaran todas las entradas de Sparrow Hall hasta que esto se acabe. -Se puso en pie-. Ahora, me gustaria presentarle mis ultimos respetos a mi amigo.

Tripham le condujo fuera de la habitacion hasta la camara mortuoria.

– Hicimos lo que pudimos -murmuro mientras abria la puerta-. Hemos lavado el cuerpo.

Corbett, seguido de Ranulfo, se quedo de pie junto a la cama con la mirada baja.

– Parece como si estuviera durmiendo -susurro Ranulfo contemplando el rostro joven y marfileno de Maltote.

– Tapamos la herida -dijo Tripham a sus espaldas-. Sir Hugo, ?sabiais que tenia una herida horrible en la espinilla?

– Si, si -contesto Corbett con la mente en otro sitio-. Profesor Tripham, ?podria dejarnos a solas un momento?

El vicerregente cerro la puerta. Corbett se arrodillo al lado de la cama. Las lagrimas le caian mientras rezaba en silencio.

Capitulo XI

Corbett y Ranulfo regresaron a sus aposentos, cruzandose con Norreys en las escaleras. Este les ofrecio algo de comida y bebida, pero se negaron a tomar nada. Ranulfo dijo que queria ir a dar una vuelta, por lo que Corbett se retiro a su cuarto y se sento: estaba profundamente consternado por la muerte de Maltote e intento distraerse. Cogio las proclamas que Simon le habia dado en Leighton y las ojeo. Todas eran parecidas: la forma de la campana en la parte superior atravesada por el clavo con el que habian sido colgadas, los trazos claros, propios de la pluma de un escribano, las frases llenas de odio hacia el rey. Al pie de cada proclama decia lo mismo: «Entregada en mano en Sparrow Hall, el Campanero».

Corbett las aparto de su vista. Se limpio las lagrimas de la cara, cogio la carta de Maeve de su bolsa de cancilleria y empezo a releer con detenimiento las frases. Una de ellas le llamo la atencion. Maeve se quejaba de que el tio Morgan se empenaba en contar a Eleanor las historias de cadaveres decapitados y de cabezas colgando de las ramas de los arboles.

– ?Eso es! -afirmo Corbett soltando un suspiro.

Dejo la carta sobre la mesa y recordo la ropa que habia examinado en el castillo: ni hierba, ni tierra, ni una hoja o un poco de barro.

– Si no fueron asesinados alli…

Se levanto y se acerco a la ventana. Echaba de menos a Maltote mas de lo que podia admitir y sabia que Ranulfo ya nunca seria el mismo. Penso en el cadaver de su joven amigo y en las palabras de Tripham sobre la herida de su tobillo. Mientras Corbett contemplaba un enorme carro que habia en el patio, se le hizo un nudo en el estomago. Lanzo un grito de desesperacion y golpeo con el puno la contraventana abierta. Se encamino hacia la puerta y la abrio de golpe.

– ?Ranulfo! ?Ranulfo!

Las palabras resonaron como el toque de difuntos en aquel pasillo desierto. Era temprano: los estudiantes, todavia conmocionados por la captura de Ap Morgan, se habian dispersado hacia sus aulas y salas de lectura. La inquietud de Corbett crecio. Se sintio solo, vulnerable de repente. No habia ninguna ventana en la galeria, a parte de una pequena aspillera al final, por lo que apenas habia luz. Corbett se dirigio a la entrada. ?Habia alguien mas alli?, se pregunto. Tenia la certeza de que no estaba solo. Se saco la daga y miro a su alrededor, pues le parecio escuchar a alguien rozar la pared detras de el. ?Seria una rata? ?O habria alguien escondido en la oscuridad?

– ?Ranulfo! ?Ranulfo! -grito. Suspiro al oir en la escalera unos pasos que subian a toda prisa-. ?Ten cuidado!

Ranulfo se acerco, corriendo a traves del pasillo, con la daga en la mano.

– ?Que pasa, amo?

Corbett miro sobre sus hombros.

– No lo se -susurro-, mas no estamos solos. -Zarandeo el brazo de su sirviente-. Sin embargo, dejaremos la caza para otro momento y, sobre todo, para otro lugar.

Corbett empujo a Ranulfo dentro de su camara.

– Ponte el talabarte -le ordeno mientras el hacia otro tanto-. Coged una ballesta y unos cuantos cuadrillos.

– ?Donde vamos? ?Que vamos a hacer?

– ?Os habeis dado cuenta -pregunto Corbett- de que, desde que estamos en Oxford, ninguno de los cadaveres decapitados se ha encontrado en una callejuela solitaria? Ya se donde matan a esos pobres mendigos. -Corbett senalo con un dedo el suelo.

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