– ?Aqui? -exclamo Ranulfo.
– Si, aqui, en la residencia. ?En las bodegas de abajo! Acuerdate, Ranulfo, de que estos edificios pertenecieron en su tiempo a un vendedor de vino. ?Has visitado alguna vez las casas de esos comerciantes en Londres?
– Tienen bodegas enormes y galerias interminables -intervino Ranulfo-. Algunas en Cheapside podrian alojar a toda una aldea.
– ?Recuerdas la leyenda -anadio Corbett- de la mujer que vivio en las bodegas con su hijo, cuando Braose fundo esta residencia? Me apuesto lo que sea a que nuestro noble fundador tuvo que echarlos.
Ranulfo le miro nervioso.
– Ire con vos.
– No, no -ordeno Corbett-, pero vigilaras la entrada de la bodega. Si alguien viene detras de mi, siguele. ?No, no! -Corbett sacudio la cabeza-. Maltote no murio en vano, Ranulfo. -Paseo la mirada por la estancia-. Un viejo cura me dijo una vez que, durante un espacio de tiempo, el muerto todavia esta entre nosotros. -Sonrio-. Mis descubrimientos se deben siempre a la logica o la intuicion, pero este se lo debo a Maltote. Cuenta hasta cien -le ordeno-; luego sigueme.
Corbett se marcho escaleras abajo. Cuando llego a la planta principal fue en busca de la oficina de Norreys. El hombre estaba escribiendo en un libro mayor y Corbett se dio cuenta de que, si alguien habia subido al piso de arriba, no habia podido ser el.
– Sir Hugo, ?puedo ayudaros? -Norreys se puso en pie, limpiandose los dedos manchados de tinta.
– Si, desearia ver las bodegas, profesor Norreys.
El hombre hizo un mohin.
– ?Que esperais encontrar ahi abajo? ?Al Campanero?
– Quiza -respondio Corbett.
– No hay nada ahi; solo barriles y existencias, pero…
Norreys cogio una vela de sebo de una caja y, con las llaves tintineando en su cinturon, condujo a Corbett a traves de la galeria. Se detuvo para encender la vela y luego abrio la puerta de las bodegas.
– Puedo ir yo solo -afirmo Corbett.
Bajo los escalones que llevaban a las bodegas, que estaban oscuras, frias y llenas de humedad.
– Hay antorchas en los candelabros de la pared -grito Norreys desde arriba.
Cuando llego abajo Corbett busco una y la encendio mientras Norreys cerraba la puerta tras de si. Corbett avanzo con cuidado en la oscuridad. De vez en cuando se paraba a encender otra antorcha y a mirar a su alrededor. La pared de su izquierda era de ladrillo macizo, pero en la de la derecha habia pequenas cavernas y camaras. Algunas estaban vacias; otras contenian algunas curiosidades, mesas y bancos rotos. Doblo una esquina y tosio ante la atmosfera tan rancia que habia alli abajo. Corbett encendio mas antorchas y se quedo maravillado del submundo que aparecio ante sus ojos.
– Debe de ir hasta el final de la calle -murmuro.
Continuamente se detenia para adentrarse en una de las camaras o se agachaba y miraba en las cavernas. Estaba contento de haber encendido aquellas antorchas: asi sabria encontrar el camino de vuelta. Estuvo merodeando durante un rato antes de regresar siguiendo la hilera de antorchas encendidas. Descubrio otro pasadizo muy estrecho. Fue hasta el fondo, pero la salida estaba bloqueada. Corbett se acordo de aquellos mendigos: sabia que habian muerto alli. Podia sentir aquel silencio mortal, diabolico. Escucho un ruido al final del pasillo y se agacho, examinando la pared de ladrillo y el suelo con detenimiento. No vio nada a excepcion de unos charcos de agua. Corbett metio la mano con cuidado en uno de ellos y cogio pequenos trozos de grava que froto entre las yemas de los dedos. Levanto la vela y miro hacia el techo abovedado, pero no pudo encontrar ni rastro de algun escape o de alguna filtracion de agua. Cerro los ojos y sonrio. ?Habia encontrado al asesino!
Regreso al pasillo, donde las antorchas seguian encendidas haciendo bailar a las sombras. Corbett queria salir de alli. Sintio como si el lugar se cerrara en torno a el. Su corazon empezo a latir con fuerza y la boca se le seco. Doblo una esquina y se detuvo. El pasillo estaba totalmente oscuro; alguien habia apagado las antorchas que quedaban. Corbett escucho un chasquido e inmediatamente retrocedio, justo en el momento en el que un cuadrillo cruzo silbando el aire y se fue a estrellar contra la pared de ladrillo. Corbett se dio la vuelta y empezo a correr.
Evito el estrecho pasadizo sin salida. En un momento dado Corbett se detuvo, desenvaino su daga y se agazapo para recuperar el aliento. Se volvio y vio la silueta de una figura a contraluz. Se humedecio los labios. Su atacante no podia ver con tanta claridad y se escucho un segundo cuadrillo volar hacia un falso objetivo en la oscuridad. Corbett se levanto y corrio tan rapido como pudo antes de que su asaltante tuviera tiempo de insertar otro cuadrillo y tensar la cuerda. El hombre le vio acercarse corriendo. A la luz parpadeante de las velas, Corbett vio como aquellos dedos volvian a tirar de la cuerda, pero acto seguido se abalanzo sobre el y ambos cayeron rodando al suelo, dandose patadas y codazos mutuamente. Corbett agarro la pequena ballesta y la lanzo contra la pared. Su asaltante pudo escapar. Corbett intento levantarse, pero se encontro con la punta de la espada de aquel hombre en la barbilla. La figura, medio inclinada, se echo hacia atras la capucha.
Era el profesor Richard Norreys.
Corbett se reclino contra la pared. Se llevo la mano a la daga de su cinturon, pero la vaina estaba vacia.
Norreys se agacho, presionando la punta de su espada contra la piel suave de la garganta del escribano, que hizo una mueca de dolor y echo la cabeza hacia atras.
– No os esforceis. -Norreys se limpio el sudor de la cara con una mano mientras con la otra sostenia firmemente la espada-. Bueno, bueno, bueno -se mofo Norreys.
Se acerco a la luz de las velas: sus ojos tenian una mirada dulce y sonadora. Corbett apenas podia controlar el miedo. Decidio no intentar nada. Norreys estaba tan loco como una cabra: si luchaba o se resistia le atravesaria la garganta con la espada, se sentaria a su lado y se quedaria mirando hasta que muriera.
– ?Por que? -Corbett intento apartar la cabeza. No dejaba de mirar al fondo del pasillo, detras de Norreys. «?Por el amor de Dios! -penso-, ?donde estara Ranulfo?»
– ?Por que que? -pregunto Norreys.
– ?Por que las muertes?
– Es un juego, ?entendeis? -replico Norreys-. Vos estuvisteis en Gales, sir Hugo, ya sabeis como era. Yo era un especulador, un espia. Solia salir por la noche con otros, a traves de esos valles cubiertos de niebla. Nada -la voz de Norreys se convirtio en un suspiro-, nada se movia, solo se escuchaba el murmullo de las hojas y el canto de algun buho. Pero siempre estaban ahi, ?verdad? Los malditos galeses, arrastrandose como gusanos por el suelo. -El rostro de Norreys se lleno de rabia-. ?En silencio, en silencio! -exclamo mientras abria unos ojos como platos-. Soliamos ir en grupos de cinco o seis. Eran buenos hombres, sir Hugo, arqueros, con mujeres y retonos esperandoles en casa. Siempre perdiamos a uno; a veces, a dos o a tres. ?Siempre igual! Primero encontrabamos el cadaver, luego buscabamos la cabeza. A veces los muy bastardos jugaban con nosotros. Cogian la cabeza y la colgaban de la cabellera en un arbol mientras la mecia el viento. -Norreys hizo una pausa y cogio la espada con las dos manos-. Pensais que estoy loco, que he perdido el juicio, que estoy poseido por el demonio. Pero os dire una cosa, senor escribano -anadio a toda prisa-: cuando el ejercito del rey se desplego en Shrewsbury, empece a tener suenos. Siempre los mismos. Siempre la oscuridad, los campos de fuego entre los arboles, pasos que me seguian de cerca por todos lados. Y siempre esas cabezas, siempre esas cabezas. A veces, durante el dia, veia alguna cosa, la hoja de una rama, una manzana colgando… -Norreys suspiro- y volvia a tener suenos. Entonces vine aqui. - Sonrio-. ?Lo veis, sir Hugo? Soy un hombre instruido, poseo la educacion de un escribano, de un estudiante de caligrafia. Tambien fui un buen soldado, por eso el rey me concedio una sinecura aqui.
– ?Sois vos el Campanero? -pregunto Corbett.
– ?El Campanero! -se rio Norreys-. ?Me importa un comino De Montfort o esos gordinflones del otro lado de la calle! Fui feliz aqui y los suenos eran cada vez menos frecuentes… mas vinieron los galeses. -Cerro los ojos, pero de repente los abrio al tiempo que Corbett intentaba moverse-. No, no, sir Hugo, teneis que escucharme. Como yo tenia que hacerlo con aquellas voces. ?Os acordais, sir Hugo, de como gritaban los galeses en la oscuridad? Sabian nuestros nombres y mientras les dabamos caza ellos nos daban caza a nosotros. Y si cogian a uno de nuestra compania decian: «?Richard se ha ido!» «?Henry se ha ido!» «?Decidle a la mujer de John que es viuda!» -La voz de Norreys resono por todo el techo abovedado. Miro a su alrededor-. Tengo que marcharme pronto -susurro-, los estudiantes estan a punto de volver de sus facultades. Entonces empezaran a llamar a mi puerta por una cosa u otra.
– ?Y los mendigos? -pregunto Corbett rapidamente.
– Fue un accidente -explico Norreys sacudiendo la cabeza-. Pura casualidad, sir Hugo. Vino un mendigo, queria