busqueda de una salida. El sueno les rehuye y, cuanto mas rapido van, mas desesperados se vuelven y todo es cada vez peor.
– He escuchado hablar de esos casos -intervino Perdicles-. Lo llaman el sueno de Esculapio, el sueno del olvido.
– He visto a hombres dormir durante semanas, en ocasiones meses; eso es todo lo que hacen: duermen, comen y beben.
– ?Se curan? -pregunto Leontes, que ya no se mostraba tan arrogante.
– En la mayoria de los casos si, aunque debo admitir que uno o dos…
– El sueno es hermano de la muerte -senalo Antigona-. Nunca recuperaron la conciencia.
– Precisamente, mi senora. Ahora, ?puedo conseguir un poco de vino?
Antigona fue al fondo de la tienda. Trajo una copa con el escudo de la lechuza de Atenea y la lleno de vino. Lo probo y, con un guino a Telamon, se la entrego como si fuera la copa de un amante El fisico cato el vino y lo olio: era muy oscuro y fuerte.
– De los vinedos de Chios -le explico Antigona.
Telamon volvio a probar el vino. Decidio que, si tenia que verse involucrado en las enloquecidas campanas de Alejandro y habia muertos y heridos, habria que guardar este vino para aliviar el dolor y limpiar las heridas. Mientras los demas le observaban, vertio el polvo en el vino y lo removio con un bastoncillo de marfil que saco de la alforja. Cogio la copa e intento que la muchacha bebiera. Ella se nego.
– Dejame intentarlo -le pidio Antigona. Cogio la copa de la mano del fisico.
Telamon se aparto. Antigona probo el vino una vez mas para infundirle confianza a la muchacha. Lo intento de nuevo pero la paciente se echo hacia atras sacudiendo la cabeza. Otros lo intentaron sin tener exito. Telamon se inclino sobre la joven y le hizo volver el rostro suavemente.
– Cierra los ojos -le rogo-. Piensa que vuelves a tu hogar.
Una debil sonrisa aparecio en el rostro de la joven.
– Este vino te llevara a casa. Es un vino magico; hara que te sientas mejor.
Telamon cogio la copa de manos de Antigona y esta vez la muchacha bebio un trago. El fisico dejo la copa sobre la mesa.
– No podemos hacer nada mas -afirmo.
Alejandro estaba impaciente por marcharse. Antigona murmuro algo sobre un funeral. Telamon guardo el frasco en la alforja y abrocho las hebillas. Todos se dirigieron hacia la salida.
En la entrada, Telamon miro hacia atras. La muchacha sostenia la copa entre las manos y miraba el vino como si fuera el agua de Leteo, el rio del olvido.
– ?Lo bebera? -pregunto Alejandro.
– Lo bebera -manifesto Telamon-. Se quedara dormida con la cabeza apoyada en las manos, o quiza se vaya a la cama.
Echo una ojeada a la tienda y sonrio para sus adentros. Incluso aqui, en este campamento militar, resultaba obvio que este era un lugar de mujeres: mas limpio, mas pulcro, los pequenos detalles aqui y alla, el orden… Recordo la soleada camara de Analu en el templo de Isis y la sonrisa desaparecio de su rostro.
– ?Estara segura?
– Estara segura -asevero Alejandro-. Los cueros de la tienda estan estirados al maximo, ni siquiera una lombriz podria pasar. La entrada esta vigilada.
Se reunieron con los demas. Perdicles y los otros fisicos charlaban entre ellos. Levantaron las manos y se despidieron con grandes voces. Alejandro se volvio para hablar con Antigona. Ahora les rodeaban los guardias reales, fieros y siniestros con sus yelmos corintios de penachos trenzados con crines de caballo que colgaban de la punta de los yelmos hasta mas abajo de los omoplatos. En la oscuridad, parecian criaturas de la noche, con los rostros casi ocultos por los anchos protectores de la nariz y las mejillas. Permanecian en silencio; solo el ocasional tintineo de los metales delataba su presencia.
– ?Quiero que vengas con nosotros, Telamon! -le grito Alejandro-. Debo presentar mis respetos en el funeral.
– ?Que es toda esta historia del funeral? -pregunto Telamon, que se arrebujo en la capa para protegerse del frio aire nocturno.
– Mi senora Antigona -dijo Alejandro, mientras caminaba hundiendo los talones de las sandalias en la tierra empapada por la lluvia-, me trajo exploradores del otro lado del Helesponto. Cuando lleguemos a Troya, marcharemos a lo largo de la costa, para mantener el contacto con nuestras naves. ?Has cruzado el Helesponto?
Telamon asintio. Recordo las llanuras azotadas por el viento, los sombrios bosques de abetos y robles, los caudalosos rios, la tierra surcada por profundas canadas…
– Un lugar propicio para las emboscadas -senalo.
– Mi padre decia lo mismo -afirmo Alejandro mirando al cielo-. Iremos por la costa, Telamon, y despues atacaremos tierra adentro. No quiero que me tiendan una emboscada.
Cogio la mano de la sacerdotisa. Detras de Antigona, sus dos acolitas eran como dos estatuas cubiertas con velos.
– Mi senora me trajo a unos exploradores liderados por Critias, un antiguo soldado del ejercito persa. El conoce la disposicion del terreno, la ubicacion de los pozos de agua, donde se pueden vadear los rios, las gargantas y canadas que pueden ocultar al enemigo… Critias dibujara los mapas y sus hombres nos guiaran. Seran nuestros ojos y oidos.
– ?Que pasa con el funeral? -insistio Telamon.
– La senora Antigona llego con los exploradores hace unos dias. Ayer, a ultima hora de la tarde, el cadaver de uno de ellos fue encontrado entre las rocas al pie del acantilado empapado por las olas.
– ?Un accidente? -pregunto Telamon, que no alcanzaba a ver el rostro de Alejandro en la oscuridad, pero intuia su incertidumbre.
– No, una daga le atraveso las costillas y llego hasta su corazon. Estaba muerto antes de caer sobre las rocas.
Alejandro se alejo bruscamente. Antigona se acerco a Telamon cuando este comenzaba a seguir al rey.
– El rey tiene gran confianza en ti, fisico -afirmo la sacerdotisa, que caminaba con elegancia y la mano apoyada en el brazo del hombre.
A Telamon le agradaba el contacto. Antigona le recordaba a Analu: la serenidad, la risa en los ojos, el lenguaje directo y la franqueza.
– ?Te conozco? -le pregunto.
– Quiza si, Telamon. En una ocasion, llego a nuestro templo un viajero que venia de tierras muy lejanas del este, mas alla del Hindu Kush. Era un brahman, uno de sus hombres santos. Afirmaba que todos estabamos atrapados en la rueda de la vida y que renaciamos una y otra vez.
– ?Las ensenanzas de Pitagoras?
– Algo parecido -asintio Antigona clavandole suavemente las unas en la muneca-. Quiza nos conocimos antes, Telamon. Ellos dicen que, cuando regresamos, las almas son las mismas, aunque las relaciones sean diferentes. ?Quiza, la ultima vez, fui tu hermana! -exclamo echandose a reir suavemente-. ?Tu madre? ?Tal vez incluso tu amante? -le sugirio susurrandole al oido.
Por primera vez desde su llegada a Sestos, Telamon se echo a reir. Alejandro le miro por encima del hombro, pero siguio caminando. En el cercado real, reinaba la tranquilidad. Cuando lo dejaron atras, se encontraron con los olores del campamento: el humo de las hogueras, de la turba que ardia, el hedor del cuero mojado y la bosta de los caballos. La noticia de la llegada del rey se propago rapidamente. Los soldados se apartaron de las hogueras para brindar por el con sus tazas, pero el cerco de guardaespaldas los mantuvieron apartados. Caminaron entre las hileras de tiendas y se detuvieron ante una. Telamon advirtio que era una donde habitualmente dormia un destacamento de ocho soldados. Un brasero improvisado ardia frente a la entrada. A cada lado, las teas chisporroteaban al viento. De una cuerda sujeta encima de la entrada, colgaba un odre de agua, el simbolo del duelo, para que los visitantes que venian a presentar sus respetos al difunto pudieran, al salir, limpiarse de la polucion.
La tienda estaba vigilada. Un centinela descubrio la entrada para permitir la entrada de Alejandro. Las andas ocupaban el centro de la tienda. El cadaver yacia rodeaba por un circulo de ramas de vid, con los pies hacia la