barro en el ruedo, y quito las gruesas cascaras de cebada enganchadas en la lana. Miro malhumorado las crepidas cubiertas de fango tiradas en un rincon. Hizo rodar una cascara de cebada entre los dedos. Perdicles, un tanto agitado, vino a sentarse a su lado. El ateniense senalo a Cleon.

– No sabes cuanto te envidio. Tienes una tienda para ti solo. Yo tengo que compartirla con el. Nunca he visto a un hombre dormir durante tanto tiempo, como un bebe sin ninguna preocupacion en el mundo.

Cleon se volvio en el catre y los miro de soslayo.

– Te he escuchado. Si hubieses bebido el vino que bebi… -anadio desperezandose-. ?Ah, el sueno de Dionisio!

Telamon se limpio los dedos en la tunica.

– ?Por que estas aqui, Telamon? -pregunto Cleon con un cierto retintin-. ?Con tu maravillosa reputacion y tus extranas curas? ?Por que no te largas y nos dejas en paz? Por cierto, me han hablado de tu teoria de los vendajes -apunto sentandose en el catre.

– ?Por que estoy aqui? -replico Telamon vivamente, sin hacer caso de la burla sobre su capacidad como medico-. Es algo que comienzo a preguntarme. En realidad, no lo se.

Escucharon gritos a la entrada de la tienda. Entro un paje con la arrogancia de un general victorioso. Fingio un saludo y senalo a Telamon.

– Tu tienda esta preparada, tu equipaje esta guardado y el rey desea que te reunas con el para cenar. ?Sera mejor que vengas ahora!

– ?Como podria negarme?

Telamon se levanto y siguio al paje. Con toda intencion, camino como una mujer, ondulando las caderas y dejando que la tunica le marcara el culo. Cleon le grito algo sarcastico sobre tener amigos poderosos; Telamon no le hizo caso. En el exterior, el campamento se animaba. Se habian realizado las tareas de rutina: se habian instalado los piquetes, los destacamentos de patrulla habian sido despachados, y los centinelas y los guardias ocupaban sus puestos. Los sonoros relinchos de los caballos atados a las cuerdas se escuchaban por encima del estrepito de las pequenas herrerias donde los herreros, sudorosos y cubiertos del hollin de las fraguas, trabajaban hasta altas horas de la noche. El ejercito habia acabado de cenar y el aire llevaba los aromas y sabores de las diferentes comidas. Los soldados volvian a sus unidades para dormir o sentarse a charlar alrededor de las hogueras. Telamon escucho una mezcla de las diferentes lenguas: el deje parsimonioso de los mercenarios griegos, los tonos agudos de los jinetes tesalios… Se comunicaban las ordenes, los oficiales llamaban a sus hombres y sonaban las trompetas. Entraron en el recinto real. El paje senalo una tienda que parecia una caja con telas de colores sobre los cueros que hacian de pared.

– Esa es la tuya -anuncio con voz aspera-. Alli lo encontraras todo.

Desaparecio en la oscuridad. Un guardia se calentaba las manos en un brasero junto a la entrada. Le saludo con una sonrisa cuando el fisico paso a su lado y comenzo a rodear la tienda. Era muy parecida a la otra donde habian asesinado a la muchacha. Aparto la tela para mirar los cueros. Estaban muy apretados y los agujeros en los bordes estaban reforzados con anillas. La cuerda que pasaba por ellos mantenia bien sujeto el cuero a los postes, que eran por lo menos una docena por lado. Los nudos, parecidos a los que se utilizaban en los aparejos de un barco, estaban hechos por una mano experta. Telamon se puso en cuclillas. La base era similar, con mayores agujeros para aguantar el viento, bien atada a las estacas clavadas en el suelo. Telamon tiro de la parte baja; estaba tensa como la cuerda de un arco.

Nadie, razono, podria pasar por debajo, y se tardaria una eternidad en desatar la cuerda. Sin duda, alguien lo hubiese advertido. Luego el asesino tendria que cometer el crimen, marcharse y atar la cuerda con los mismos nudos que utilizan los montadores de tiendas.

– ?Todo esta en orden, senor? -pregunto el guardia, que estaba a su lado y le miraba dominado por la curiosidad.

– Si, todo esta en orden -contesto Telamon sonriendole en la oscuridad-. ?De donde eres, soldado?

– Mi padre tiene una granja en las afueras de Pella. Soy uno de los Companeros de a pie. Estare aqui durante cuatro horas. Despues vendra el relevo.

Telamon le dio las gracias, levanto la puerta y entro. La tienda estaba dividida con una tela en sala de estar y dormitorio. Telamon agradecio las atenciones de Alejandro: alfombras de lana cubrian el suelo; la cama de campana tenia un colchon de plumas y almohada; sillas, cofres y taburetes completaban el mobiliario. Habia cuatro lamparas de aceite, una de ellas encendida, e incluso una jarra de vino sellada y una copa de ceramica. Oyo un ruido y se volvio. El paje se habia plantado en la entrada, con una cinta roja que le sujetaba los cabellos negros rizados.

– ?Que quieres?

– Servirte, amo -respondio el paje mirandolo con el mayor descaro.

Telamon se acerco a sus alforjas, que estaban junto a un cofre. Se agacho para mirar las hebillas. Estaban flojas; alguien habia revisado sus cosas. El fisico miro al muchacho.

– ?Largate, chico! ?No me gustan las personas que tienen las manos mas largas que su inteligencia! Ya me buscare mi propio ayudante.

El paje salio disparado. Telamon escucho las carcajadas del guardia. Se sento en el borde de la cama. ?Por que Alejandro le habia traido aqui? ?Que demonios queria de el? Sin embargo, la pregunta mas importante era: ?por que habia venido? Se levanto, echo en la copa un poco de vino y lo uso para enjuagarse la boca. Volvio a la cama y se quedo dormido. Lo despertaron bruscamente y, cuando abrio los ojos, se encontro mirando el rostro astuto y los ojos llorosos de Aristandro.

– Ah -advirtio Telamon frotandose los ojos-. El custodio de los secretos del rey, el vidente…

Aristandro hizo un gesto a los sirvientes que le acompanaban.

– ?Agua fresca! ?Levantate! ?Tienes que cambiarte y estar en el pabellon real en menos de una hora!

Aristandro se marcho. Telamon le observo mientras se iba. ?Aristandro habia ordenado que revisaran sus pertenencias? Exhalo un suspiro, se levanto, se lavo las manos y la cara, se froto el pelo y la barba con aceite y se vistio con sus mejores tunica y capa. Se calzo las crepidas, pero se llevo las zapatillas. Un paje, que le esperaba en el exterior, lo acompano al pabellon real.

El banquete ya habia comenzado y los invitados estaban sentados en cojines, con mesas bajas colocadas al alcance de la mano. El pabellon era largo y estaba mal iluminado, pero en el aire dominaba el olor de un perfume muy fuerte que se mezclaba con el olor menos agradable de las lamparas de aceite. Alejandro presidia el banquete desde un divan situado en la cabecera del pabellon. Detras de el, en las sombras, dos oficiales montaban guardia.

– Bienvenido, fisico -le dijo Alejandro saludandolo con la copa. ?Un brindis por Telamon! -exclamo mirando a sus companeros.

El brindis fue coreado por una multitud de voces aguardentosas. Esta era una de las famosas bacanales de Alejandro. Solo los mas intimos y queridos eran invitados a emborracharse en compania del rey. Esta vez, sin embargo, se habia hecho una excepcion. A la izquierda de Alejandro, la sacerdotisa Antigona, sentada como una reina, bebia a sorbos de su copa. Guino disimuladamente un ojo al fisico para comunicar que ella era la unica persona sobria entre los presentes. A su lado, se encontraba Hefestion, y luego Ptolomeo con su amante, una prostituta griega que insistia en tenirse los cabellos de un color rojo oscuro. Seleuco, ya muy borracho, gritaba a Nearco y Aristandro. El maestro de esgrima del rey, el antiguo tutor de Telamon en la academia militar, tambien estaba presente: Cleito el Negro, con sus muy marcadas facciones oscuras y el cabello corto. La cicatriz de la espada que le habia arrebatado el ojo derecho le desfiguraba el rostro. Alejandro amaba profundamente al maestro de esgrima, el guardaespaldas personal del rey. La hermana de Cleito el Negro habia sido el ama de cria del monarca.

– ?No has cambiado en absoluto, Telamon! -exclamo Cleito al tiempo que centelleaba su unico ojo.

– ?Tu sigues siendo tan feo y peligroso como siempre! -le grito Telamon.

Cleito, que siempre llevaba la capa negra forrada con una piel de oso, echo la cabeza hacia atras y solto una estrepitosa carcajada. Despues se limpio los labios con el dorso de la mano.

– Llegas tarde, Telamon -se burlo-. Todavia tenemos miedo a las espadas, ?no?

– ?Si, tan asustado como tu, la verdad sea dicha!

Ptolomeo se rio sonoramente. Cleito el Negro fulmino al fisico con la mirada.

– ?To…to…da…vi…a tar…ta…mudeas, Telamon?

– Solo cuando me encuentro con alguien tan feo como tu.

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