entrada. Un esclavo de pie junto a la cabeza agitaba una rama de mirto para mantener alejadas las moscas. Alrededor de las andas, se acuclillaban los demas exploradores. Todos vestian prendas negras en senal de duelo. Se habian cortado los cabellos casi al rape y llevaban los rostros blanqueados con yeso blanco y siniestros trazos de pintura. Ni siquiera amagaron levantarse cuando entro el rey y sus miradas acusadoras indicaban claramente que hacian a Alejandro responsable de la muerte de su companero.
Les recibio un hombre robusto, mejor vestido que los demas, con un quiton y una capa con un cordon blanco en la cintura. Tenia los ojos muy hundidos y las mejillas curtidas por los elementos; llevaba los cabellos blancos tan cortos como los de un soldado. Estrecho la mano de Telamon.
– Soy Critias -apunto mostrando sus ojos azul claro una mirada amistosa-. Tu debes ser Telamon; el rey dijo que vendrias.
Telamon no entendia por que Alejandro tenia que anunciar a todos su venida. Murmuro sus condolencias y miro el cadaver, envuelto en tiras de lino y cubierto por una mortaja improvisada. Alejandro pidio una copa de vino. Cogio la copa, se situo en la cabeza de las andas y levanto la copa como el sacerdote que hace una ofrenda ante el altar.
– He rezado -declaro con voz sonora- para que la sombra de este hombre no sea molestada en su viaje a traves del rio de la muerte. Yo proveere la torta de miel para satisfacer el hambre de Cerbero. Pagare por la barca de Caronte y yo, Alejandro de Macedonia, juro que buscare hacer justicia por su sangre. ?Lo juro en la presencia de la sacerdotisa de Atenea, y mi juramento es sagrado!
Alejandro desvio la mirada. Solo por un instante, Telamon vio su humor sardonico.
– Mi propio medico personal, Telamon, hijo de Margolis, un macedonio por nacimiento y crianza, investigara la causa de la muerte de este hombre.
Alejandro bajo la copa, bebio un buen trago y la paso al primero de los que velaban al difunto. Mientras la copa pasaba de mano en mano, Alejandro saco una bolsa y dejo caer monedas de plata que brillaron con la luz de la lampara de aceite. Coloco las monedas junto a la cabeza del muerto.
– ?Mi senor, tienes que venir ahora mismo! -exclamo un oficial que, sin hacer caso de la solemnidad del momento, habia descorrido la tela que cubria la entrada de la tienda.
Alejandro salio. Telamon, Critias y la sacerdotisa le siguieron. El rey se llevo al oficial aparte, con un brazo sobre los hombros, y escucho atentamente mientras el oficial le hablaba al oido. Alejandro chasqueo los dedos para reclamar la atencion de Telamon y se alejo a paso rapido. Regresaron al recinto real. La entrada de la tienda de Antigona estaba descubierta y a su alrededor se apinaban los soldados. Telamon siguio a Alejandro, que se abrio paso sin muchos miramientos. La muchacha que habian dejado sentada a la mesa estaba ahora tendida en el suelo hecha un ovillo. Perdicles y Leontes, sentados en sendos taburetes, la miraban.
– ?Esta muerta? -pregunto Alejandro.
– Envenenada -replico Leontes, que miro a Telamon rencorosamente.
Telamon no le hizo caso y se acerco, presuroso. Recogio la copa de vino. Estaba vacia. La muchacha estaba hecha un ovillo y, no obstante, incluso cuando le toco el brazo, Telamon comprendio que la rigidez no era natural. Giro el cadaver. El rostro estaba livido, con unas extranas manchas en los pomulos. Le busco el pulso, aunque fuera inutil. La piel fria y pegajosa y la rigidez de los musculos eran indicios de ello mas que suficientes. Miro con rencor los ojos entreabiertos y los parpados ligeramente enrojecidos como si la sangre quisiera reventar a traves de la piel. Los labios estaban casi blancos por la falta de sangre y la mandibula fuertemente apretada.
– ?Que ha provocado la muerte? -susurro Alejandro.
– Veneno -contesto Telamon poniendose de pie y frotandose el rostro-. Ha sido envenenada. La muerte de Socrates, alguna pocion como la cicuta virosa. Paralisis, rigidez de los miembros, incapacidad de respirar.
– Tu primer paciente aqui -murmuro Leontes.
Telamon cogio la copa y la olio.
– Alguien tuvo que entrar en la tienda despues de marcharnos nosotros.
– ?Eso es imposible! -protesto el capitan de la guardia-. Hable con el centinela. Mira a tu alrededor. ?Aqui no ha entrado nadie! El centinela escucho un movimiento, seguido de un estrepito. Cuando levanto la tela de la entrada, la muchacha estaba tendida tal como la has visto.
Telamon fue a inspeccionar la jarra de vino, pero no era mas que un disimulo, la manera de ocultar su desconcierto ante la rapidez y la astucia del asesino.
CAPlTULO II
«Le preguntaron a Alejandro: '?Donde, oh Rey, esta tu tesoro?'. 'Esta en las manos de mis amigos', respondio el.»
Quinto Curcio Rufo,
Estas seguro de que fue un veneno? -pregunto Perdicles.
Telamon se encontraba en la tienda de sus colegas y sacudio la cabeza, incredulo. Alejandro se habia marchado despues de mandar que se llevaran el cadaver y ordeno que prepararan la nueva tienda de Telamon muy cerca de la suya. Las dos companeras de Antigona, Selena y Aspasia, aceptaron lavar y vestir el cadaver para que lo llevaran junto con el cuerpo del guia a la gran pira funeraria construida en lo alto del acantilado. Telamon examino escrupulosamente el vino, la copa y la tapa de la mesa sin encontrar rastro alguno de los polvos letales. La copa habia sido vaciada; el olor del vino y del opiaceo eran tan fuertes que ocultaban todo lo demas. Miro a Perdicles. El ateniense le devolvio la mirada con una expresion de tristeza.
– No se puede considerar precisamente como un buen estreno, ?verdad? -murmuro Telamon-. Leontes tiene razon: mi primer paciente aqui muere en menos de una ahora. ?Pero como? -quiso saber levantandose para pasearse por el interior de la pequena tienda-. La sacerdotisa sirvio el vino. Vi como llenaba la copa. Otros la tocaron, pero, si hubiese habido algun polvo de un anillo oculto o escondido en la palma de la mano, hubiese sido visto. Sin embargo, esta muerta. ?Estas seguro de que nadie mas entro en la tienda despues de que nos marcharamos? -pregunto volviendose a su interlocutor.
Perdicles sacudio la cabeza.
– El rey en persona interrogo al centinela. La muchacha siguio sentada alli, bebio el vino, y murio misteriosamente. ?Cuanta cicuta hacia falta?
Telamon hizo una mueca.
– Los venenos son como los vinos: tienen fuerzas diferentes. En cualquier caso, solo unos pocos granos, no mas de los que caben en la punta de tu dedo, si se trataba de polvo puro. La cicuta, como bien sabes, paraliza los miembros. Las victimas no pueden respirar. Mueren asfixiadas muy rapidamente. Por supuesto -anadio con un tono de pena-, el opiaceo que le suministre solo sirvio para potenciar los efectos.
Se sento en un pequeno cofre de cuero que Perdicles habia calificado burlonamente como su «mejor silla».
– Bien podria ser un suicidio -senalo el ateniense.
– No -contesto Telamon, que, incapaz de estarse quieto, volvio a levantarse-. Antigona nos dio la respuesta a esa posibilidad. Sugirio que revisaran la tienda. Ademas, ?como una muchacha que era tan poca cosa podria tener la capacidad y el ingenio para encontrar dicho polvo y despues utilizarlo? Estaba aterrorizada, pero no era una suicida. ?Los hemos interrogado a todos! -exclamo Telamon dandose una palmada en el muslo-. Probe el vino. Despues, la victima permanecio en una tienda fuertemente vigilada, con las paredes de cuero bien atadas. Solo un fantasma hubiese podido atravesarlas.
– ?Alguna vez has diseccionado un cuerpo? -pregunto Perdicles.
– En varias ocasiones, en el sur de Italia. En este caso, no probaria nada. Solo confirmaria nuestro diagnostico. La pobre muchacha ha sufrido mas que suficiente. Alejandro tendra que dar explicaciones a la familia.
Telamon estaba furioso. Le habian hecho quedar como un tonto, ademas de amenazarlo de una manera tan ladina como sutil. Camino hacia el fondo de la tienda. Cleon dormia profundamente en su catre; roncaba como un cerdo. Telamon se sento en el otro catre. Aparto la gruesa capa de lana de Perdicles, que estaba manchada de