– Tambien es el lugar donde Agamenon encendio la primera hoguera para comunicar a su esposa Clitemnestra que Troya habia caido. No sabia que esta estaba planeando su asesinato. Por cierto -apunto Casandra dejando ir un suspiro-, ?crees que los persas nos estaran esperando al otro lado de los acantilados?
El fisico sacudio la cabeza. Observo el movimiento de los remos al ritmo del tambor del comitre. Se sujeto con fuerza mientras la nave ganaba velocidad.
– Los persas no saldran a nuestro encuentro. Quieren que nos trague la inmensidad de su pais, como un pajaro que se traga a un insecto.
– ?Sera asi?
– Quiza nos toque hacer como Jenofonte -contesto Telamon-. Marcharemos hacia atras y adelante.
– ?Como lo haremos para regresar a casa?
Casandra no estaba en absoluto preocupada, pero intentaba inquietar a este fisico imperterrito. Se sentia fascinada por el. Un hombre que ocultaba sus sentimientos; un fisico que salvaba vidas; un exiliado protegido y amigo de un rey, alguien que, a pesar de su aparente frialdad, demostraba en ocasiones una inmensa bondad.
– No creo que regresemos a casa nunca mas.
Una gaviota cruzo la proa en vuelo rasante. Telamon recordo una historia que le habia contado su padre sobre como las gaviotas eran las almas de los marineros muertos.
– Si Alejandro derrota a los persas, continuara la marcha hasta los confines del mundo -anadio.
– ?Y si es derrotado? -quiso saber la pelirroja.
– Las naves persas vigilaran estas aguas y aquellos de nosotros que hayan conseguido escapar tendran que seguir el ejemplo de Leandro y cruzar a nado al otro lado para salvar sus vidas -declaro haciendo una pausa-. En cualquier caso, encontraremos que no hay persas en Troya y Alejandro podra entretenerse a placer interpretando a Aquiles.
El fisico se alejo. Antigona estaba sentada a la sombra de una toldilla de cuero instalada a popa. La sacerdotisa parecia tranquila y sosegada, un tanto palida, con las manos cruzadas sobre el regazo y los ojos cerrados, al parecer ensimismada en sus plegarias. Telamon miro la nave mas cercana, con la proa en forma de grifo, que hendia las olas a una velocidad considerable. Alejandro habia montado en colera cuando le comunicaron la muerte de Selena. El asesinato de una sierva de Atenea era un mal presagio; habian mantenido en secreto el crimen y habian incinerado el cadaver aquella misma noche. Tanto Aristandro como Telamon habian sido objeto de una muy severa reprimenda por su falta de progresos en las investigaciones.
Alejandro los habia llamado y, con el entrecejo fruncido, habia escuchado sus explicaciones. Ptolomeo, junto con los otros dos fisicos, Perdicles y Nikias, acompanaban al rey. Los tres parecieron disfrutar con el mal trago de Telamon.
«?Que es esto? -habia gritado el monarca, con el rostro rojo de furia-. ?Este asesino es un agente de Nemesis? ?Es capaz de volar por mi campamento y tocar con sus negras alas a quien desee? ?Estas tu detras de estas muertes, Aristandro?»
Los habia acusado y criticado hasta que su colera se apaciguo. Luego habia levantado las manos en una ultima muestra de reproche y se habia marchado. Si su intencion habia sido la de espantar a Aristandro, lo habia conseguido. El custodio de los secretos del rey habia proclamado su inocencia a voz en cuello, pero, tal como habia confesado a Telamon en un aparte, no habia encontrado ninguna logica, ni la mas minima explicacion, a la muerte de Selena. Antigona se habia mostrado profundamente conmovida pero habia recuperado la compostura. El centinela que habia montado guardia a la entrada de la tienda aquella noche habia negado vehementemente cualquier responsabilidad en los acontecimientos.
«La senora sacerdotisa se marcho -les habia explicado-. De vez en cuando, levante la solapa para asomar la cabeza. La joven doncella dormia profundamente de espaldas a mi. No aprecie nada que me llamara la atencion. Nadie se acerco a la tienda.»
Telamon habia estudiado la escena del crimen. La tienda solo tenia una entrada y, como habia ocurrido en los otros asesinatos, era imposible que el asesino hubiese podido pasar por debajo o entre las piezas de la tienda. Selena habia sido brutal y expertamente asesinada; la daga se habia deslizado con gran exactitud a traves de las costillas para atravesarle el corazon. El cadaver se habia enfriado y la sangre se habia coagulado. Telamon habia calculado que la muchacha llevaba muerta al menos una hora, o incluso mas, cuando la encontraron. El centinela habia relatado el descubrimiento del cuerpo. La senora Antigona habia llegado a la tienda. El habia levantado la tela de la entrada y ambos habian visto el cuerpo tumbado en el suelo. Las prendas de Selena estaban empapadas en sangre, lo mismo que las sabanas de lino y el jergon de paja. No habia ninguna senal de lucha, de que la victima hubiese ofrecido resistencia. Solo el horror de la muerte, la boca abierta llena de sangre, los parpados entreabiertos, la daga y, debajo de la cama, el ya habitual trozo de pergamino con el mensaje con las palabras un tanto cambiadas: «El toro esta preparado para el sacrificio, el matarife aguarda, todo esta preparado».
Telamon, acompanado por Aristandro, habia interrogado a fondo a Antigona y al centinela: sus declaraciones habian coincidido. Selena dormia cuando Antigona se marcho de la tienda. Nadie mas se habia acercado al lugar. Cuando regreso la sacerdotisa, habia encontrado el cadaver tumbado en el suelo. El centinela habia sido incapaz de recordar cuando habia mirado en el interior por ultima vez.
«Me daba reparo hacerlo -habia manifestado sonriendo nervioso-. Quiero decir que ella era una doncella del templo. No queria que me acusaran de espiarla.»
Telamon se froto los ojos y salio de su ensimismamiento; se seco el rocio del mar que le empapaba el rostro. Ayer habia visto algo que le tenia intrigado. No obstante, notaba un gran cansancio mental. Era incapaz de recordar los detalles. Era como mirar un manuscrito; leia las palabras, pero no conseguia entender el significado. Se sobresalto al escuchar el grito de aviso del vigia a proa. Los acantilados de Roeteo estaban a la vista: alli se encontraba la famosa ensenada de los aqueos. Alejandro se puso al timon y la nave insignia se enfilo como una flecha hacia la costa. Los encargados de las sondas situados a proa lanzaron los cabos lastrados con piedras para saber a que profundidad estaba el fondo; se dieron nuevas ordenes. Cesaron los golpes bajo cubierta. Ahora solo se utilizaba una bancada de remeros y las otras embarcaciones permanecian a la espera. Telamon percibio la excitacion: esto era Asia, la fabulosa Troya, ?el tesoro de Persia!
Alejandro, ayudado por el timonel, guio la nave. El comitre Domenicus transmitio la orden del capitan y se levantaron los remos; cuando la quilla del trirreme rozo el fondo de arena y piedras, se produjo una sacudida y la nave comenzo a perder velocidad. El rey cedio el puesto al timonel y cruzo la cubierta a la carrera. Hefestion le esperaba en la proa, jabalina en mano. Alejandro cogio el venablo y lo lanzo con todas sus fuerzas. La jabalina trazo un arco muy alto y se clavo en la arena de la playa, en medio de las ovaciones de la tripulacion, que fueron repetidas por las tripulaciones de las demas naves.
– ?Acepto Asia como un regalo de los dioses! -grito Alejandro-. ?La recompensa ganada con mi lanza!
Nuevos gritos rubricaron esta afirmacion. Ahora la quilla se hundia cada vez mas, y la proa salio del agua y abrio un profundo surco en la arena. La nave se detuvo completamente, con solo la popa en el agua y las olas imprimiendole un leve balanceo. Alejandro, vestido con su uniforme de batalla, desenvaino la espada, salto desde la proa y camino como un heroe en son de conquista a traves de la playa para reclamar su jabalina. La recogio y emprendio el camino de regreso, con los brazos en alto, la jabalina en una mano, la espada en la otra y, en definitiva, con toda la apariencia de lo que queria ser: el nuevo Aquiles, el dios de la Guerra, el capitan general de Grecia, que habia venido a reclamar lo que era suyo. Estos gestos tan teatrales provocaron nuevas manifestaciones de entusiasmo. El estrepito de las armas resonaba por toda la pequena ensenada y ahuyentaba las aves marinas. Los capitanes de Alejandro observaban atentamente lo alto de los acantilados, pero nadie salio a su encuentro: ningun escuadron de caballeria ni compania de infanteria alguna, ni sombra del revuelo de una capa persa ni el resplandor de un estandarte. ?La costa estaba desierta! El resto de la flota se acerco. Bajaron los mastiles y recogieron los remos. Dos barcos naufragaron cuando sus cascos se abrieron al chocar contra unos escollos sumergidos, pero no hubo perdidas: los hombres, los animales y la carga fueron transportados a tierra sin problemas.
Se enviaron exploradores. Se trajeron los cuencos con el fuego y se encendieron las hogueras. Algunos soldados emprendedores habian aprovechado el viaje para pescar y ahora asaban el pescado en las brasas. Alejandro permitio a los hombres que se recuperaran del mareo mientras preparaban los trirremes para que se hicieran a la mar en cuanto cambiara el viento. Se escucho un toque de corneta y los alguaciles recorrieron el campamento para comunicar que los exploradores habian regresado sin ver al enemigo.
– Ha sido una faena limpia -comento Ptolomeo, que precedia a Alejandro en la subida por el sinuoso sendero que llevaba a lo alto de los acantilados-. ?Los dioses sean alabados! ?Hasta un grupo de mujeres, armadas con