– No se de que zorro me hablas -replico Alejandro, que le guino un ojo a Telamon, que no dejaba de mirar con curiosidad la espectacular armadura.

Durante los ultimos dias, las sospechas de Telamon sobre lo que se tramaba habian ido en aumento. Lo habia discutido en varias ocasiones con Casandra y comenzaba a tener una teoria. Algunas veces, habia sorprendido a Alejandro espiandole de soslayo. Telamon tenia la sospecha de que Alejandro se barruntaba la verdad, pero el monarca se mostraba tan impetuoso, audaz e imperioso como siempre, quiza todavia mas. Con la armadura de oro y plata, la capa roja y el magnifico yelmo, Alejandro se convertiria en un objetivo claro para los persas. El rey se inclino para sujetar a Telamon por un brazo.

– ?Cabalgaras conmigo, Telamon, como hiciste en Mieza?

– ?Por eso me has traido aqui?

– Te echaba de menos, Telamon, siempre te he echado de menos. Siempre has sido muy sincero. No eres ladino como Seleuco ni desdenoso como Ptolomeo.

El rey no hizo caso de la agitacion y el bullicio del entorno: los hombres se armaban, musitaban plegarias, se despedian de los amigos y se intercambiaban mensajes para sus familias por si caian en el combate.

– ?Que le paso a mi padre? -pregunto Telamon-. Siempre he querido saberlo. ?Por que cambio?

– ?Tipico de ti preguntarmelo ahora! -bromeo Alejandro-. Veras, Telamon, la respuesta la tienes en lo que esta pasando ahora. Tu padre se harto de la sangre derramada, de la carniceria, de la locura de la batalla.

– Pero tu no, ?eh, mi senor?

Alejandro sacudio la cabeza. Empuno las riendas en una mano y con la otra acaricio la piel de leopardo que cubria los lomos del caballo. Las patas de la piel colgaban por los costados, con las garras al aire bien pulidas y afiladas.

– Yo no, Telamon -susurro Alejandro-. ?Para mi, la gloria y el fuego!

El rey clavo los talones en los ijares del caballo. Aristandro habia desaparecido. Con Cleito el Negro a su derecha y Telamon muy cerca por la izquierda, Alejandro recorrio las columnas para ordenarles que marcharan a paso redoblado. El ejercito se habia transformado. Escuadrones tras escuadrones de caballeria: los Companeros, los tesalios, los tracios, las diferentes brigadas y los regimientos de infanteria, arqueros cretenses y honderos. En el corazon del ejercito macedonio, los regimientos de escuderos y las falanges, con las enormes sarisas en alto. Todos marchaban a paso redoblado. En respuesta a los toques de corneta, los soldados se desplegaron para formar la linea de combate. Abandonaron el camino y comenzaron a cruzar los campos siempre en direccion al Granico. Telamon miro atras por un momento. Casandra viajaba en uno de los carros de la caravana. Le habia dado ordenes estrictas de lo que debia hacer si las cosas iban mal. La suerte estaba echada: el estaba con Alejandro y con Alejandro se quedaria, para vivir o morir con el rey.

Los macedonios llegaron a los canaverales de la orilla y ocuparon sus posiciones sin demoras. Parmenio, con algunos escuadrones de caballeria y una brigada mixta de escuderos y soldados de la falange, tenia a su mando el flanco izquierdo. Ptolomeo, Amintas y Socrates dirigian a las falanges y los escuderos en el centro. Alejandro, con los escuadrones reales de los Companeros, apoyado por dos batallones de escuderos y el mismo numero de falangistas, mandaba el flanco derecho.

Alejandro observo el despliegue desde un otero, rodeado por los cornetas y los mensajeros.

– ?Recordad como es! -ordeno senalando la linea-. ?A la izquierda, Parmenio! ?En el centro, Ptolomeo, Amintas y Socrates! ?Yo a la derecha! ?Nosotros somos el martillo, el centro es el yunque y la izquierda es el fuego! ?Caballeros, es hora de ir a inspeccionar el rio!

Alejandro, acompanado por los jefes de su estado mayor y su sequito, entre ellos Telamon, abandono el otero y cabalgo entre los sauces y los matorrales hasta la orilla. El Granico corria lentamente por su lecho de cantos rodados blancos y grises.

– ?Bien! ?Bien! -murmuro Alejandro-. ?No es muy profundo!

– ?Tiene treinta pasos de ancho! -exclamo uno de los generales.

Telamon echo un vistazo al rio y el alma se le cayo a los pies. En el otro lado, la ribera de arcilla era muy empinada y, mas atras, habia arboles y matorrales que impedirian cualquier asalto.

– ?Esperaremos! ?Esperaremos! -ordeno Alejandro-. ?Esperaremos a ver los errores que cometera Arsites!

* * *

El alto mando persa estaba sumido en la confusion. Los exploradores habian vuelto con la noticia de la rapida marcha y desplegamiento de las tropas de Alejandro. Ellos carecian de dicha rapidez: Arsites todavia estaba dando sus ordenes, y estas tardaban en llegar a las diferentes unidades debido a la mala comunicacion. La caballeria estaba formada en una larga linea de ocho en fondo, dirigida por los comandantes y jefes locales. La linea se extendia a lo largo de unos seis estadios: un arco multicolor de hombres, armas, estandartes y caballos. En el aire resonaban las ordenes y los toques de cornetas. De vez en cuando, el viento les traia el eco de las voces y las llamadas de corneta del enemigo desde el otro lado del rio.

Memnon, montado en su caballo, miraba a Arsites con una expresion de absoluta incredulidad. El rostro del satrapa estaba oculto por el yelmo con los gruesos protectores de las orejas y las mejillas.

– ?Mi senor, esto es una locura! -exclamo Memnon-. Alejandro se mueve a gran velocidad. Suponias que su intencion era acampar aqui para pasar la noche y no lo ha hecho -apunto senalando el sol, que comenzaba su descenso por el oeste-. Ahora estaremos totalmente…

– ?Ostento el mando supremo! -le interrumpio Arsites-. La caballeria persa avanzara entre los arboles para controlar la margen oriental del Granico. Alejandro tendra que cruzarlo y fracasara en el intento.

– ?Pero hay que contar con mis griegos…! -protesto Memnon, al tiempo que cogia la brida del caballo del satrapa.

El persa tiro furioso de las riendas y el caballo intento recular. Los ayudantes del satrapa miraron airados al rodio y acercaron las manos a las cimitarras.

– Es algo sin precedentes -suplico Memnon-. Mis griegos tendrian que estar en el centro para formar una falange de lanceros. Ellos contendran a los macedonios.

– Tienes mis ordenes -replico Arsites friamente-. Avanzaremos entre los arboles. Tu llevaras a tu brigada al terreno elevado detras de la linea persa. ?De ninguna manera ocuparan el lugar de honor!

– ?No es una cuestion de honor! -grito Memnon-. Cuando los macedonios suban por la ribera…

– Se encontraran con una lluvia de jabalinas -le corto Arsites-. ?Se acabo la discusion!

El satrapa se alejo al trote. Se dieron las ultimas ordenes. Sonaron las cornetas, los estandartes bajaron en respuesta a la llamada y la linea persa se adentro entre los arboles camino de la ribera.

Un oficial persa cabalgo de regreso hasta donde estaba Memnon, que seguia contemplando estupefacto a la falange de mercenarios griegos dispuestos en orden de combate, un cuadrado de lanzas, escudos y yelmos.

– Mi senor Arsites te envia sus saludos -dijo el oficial-. Te ruego que te unas a el en el lugar de honor, en el centro de la linea.

– Estare alli.

El oficial se alejo al galope. Memnon tiro de las riendas de su caballo y fue al trote hasta donde Omerta y sus oficiales permanecian a la cabeza de sus hombres.

– ?Tienes tus ordenes!

Memnon miro a Omerta y su segundo le devolvio la mirada, con sus ojos como dos ascuas a traves de las rendijas de yelmo corintio con un gran penacho.

– ?Esto es una locura! -comento Omerta por lo bajo. -Es porque no confian en nosotros -replico el rodio-. Omerta, ten cuidado, manten la posicion. Si la linea persa se rompe, solo retirate cuando te lo ordenen. No te muevas sin una orden directa del satrapa; de lo contrario, podrian sospechar una traicion.

Omerta levanto la lanza en un saludo a su general. Memnon le respondio estirando el brazo y miro la cerrada formacion de los mercenarios.

– ?Teneis vuestra posicion! -grito-. ?Nos hemos enfrentado antes a los macedonios y los vencimos!

Una estruendosa ovacion dio replica a sus palabras mientras eran repetidas de fila en fila.

– ?Ocupad vuestros puestos y esperad nuevas ordenes! -anadio Memnon-. ?No os movais hacia adelante ni atras!

Las lagrimas asomaron a sus ojos. Intento dar a su voz un tono de firmeza, pero sus palabras de aliento

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