desbandada de los jinetes persas. Memnon se desespero al verse impotente; sus hombres estaban atrapados. Si escapaban, la caballeria macedonia los alcanzaria rapidamente y matarian a todos.
– ?La unica oportunidad que tienen es mantenerse firmes y negociar la rendicion! -afirmo el oficial empujando el caballo de su comandante con el suyo-. ?Mi senor, si te capturan te crucificaran!
Memnon contemplo el campo de batalla sin hacer caso de los persas que escapaban. Los mercenarios griegos, formados en un largo rectangulo erizado de lanzas, esperaban acontecimientos. Su oficial tenia razon. Eran mercenarios, combatian por una paga. Negociarian la rendicion. Alejandro los acogeria en su ejercito y permitiria que aquellos que se negaran a entregar las armas prestaran juramento de que nunca mas lucharian contra el y marcharan en libertad.
El rodio y sus oficiales se unieron a la retirada. Mientras cabalgaba, Memnon comenzo a pensar con mas claridad y la frustracion y la colera fueron reemplazadas por el deseo de venganza. Arsites habia caido en la trampa. Sospechaba que aquel fisico con cara de tonto, el tal Cleon, habia tenido mucho que ver en todo esto. El macedonio le habia suministrado informacion falsa al satrapa de Frigia y a sus comandantes. Alejandro habia hecho exactamente lo opuesto a lo que habian esperado: habia marchado al este y no al sur, y habia buscado una batalla cuanto antes, al tiempo que habia hecho creer que su ejercito estaba confuso y desmoralizado.
Llegaron a la caravana de abastecimientos persa. Memnon, como un hombre poseido por los demonios, fue de carro en carro con la espada en la mano en busca de Cleon, pero todos los seguidores del campamento habian escapado. Vio a Arsites y a su sequito junto a uno de los carros. Otro estruendoso griterio llego desde el campo de batalla. Miro en aquella direccion. Comprendio lo que acababa de ocurrir. Las huestes macedonias habian coronado la ribera. La derrota persa era total. La furia domino otra vez al rodio. Galopo hacia donde Arsites se despojaba rapidamente de sus atavios de guerra al tiempo que llamaba para que le trajeran caballos frescos. Memnon desmonto. Se le unieron griegos que habian sobrevivido a la batalla. Algunos de ellos estaban irreconocibles, cubiertos de sangre de pies a cabeza. El satrapa parecia un cervatillo asustado. El rodio se le acerco.
– ?Estupido bastardo! ?No solo te han derrotado, sino que te has dejado enganar! ?Donde esta Cleon? - pregunto sujetando por el hombro al persa, que intentaba apartarse sin lograrlo.
– ?Soy el representante del Rey de Reyes!
– ?Tu no eres nada! -grito Memnon atravesandole el estomago con la espada y revolviendole el arma en la herida con ferocidad.
El sequito de Arsites se aparto. Nadie abrio la boca ni levanto una mano para protestar. Memnon continuo girando la espada de un lado a otro hasta que la vida se extinguio en los ojos del persa. Solo entonces retiro la espada. El cadaver cayo al suelo y el rodio lo aparto de un puntapie. Monto en su caballo.
– ?El dia se ha acabado! -grito-. ?Rezad a los dioses para que haya otro!
La oscuridad se cernia rapidamente sobre el campo de batalla. El ejercito persa habia escapado. Alejandro se habia hecho con otro caballo. Palido y un tanto mareado, acepto la ovacion que le dedicaron sus companeros y oficiales. Telamon, distraido, miro a la impresionante falange de mercenarios griegos que mantenian la formacion a la espera de acontecimientos. Estaban completamente rodeados: los hombres de la falange macedonia al frente, los escuderos en los flancos, la caballeria a la retaguardia. Por todas partes se escuchaban los gritos y las suplicas de los heridos y los moribundos. Algunos soldados de la caballeria ligera ya habian comenzado a despojar a los muertos de sus pertenencias.
Alejandro se adelanto. Parecia haberse olvidado de los vitores y montaba con el cuerpo laso, mirando con los ojos hundidos a la tropa de Memnon.
– ?Alejandro de Macedonia! -grito una voz clara y firme desde las filas mercenarias-. ?Alejandro de Macedonia! ?Pedimos condiciones!
El monarca levanto una mano para llamar a un corneta, al que susurro unas ordenes al oido. El hombre se llevo la corneta a los labios y toco una nota aguda.
– ?Escuchadme! -grito el corneta-. ?Quien esta al mando?
– ?Omerta!
– ?Omerta de Tebas! -murmuro Alejandro.
El corneta repitio la pregunta.
– ?Omerta de Tebas, macedonio!
– ?Donde esta Memnon? -pregunto el corneta,
– ?Muerto o profugo! ?Cuales son los terminos que ofreceis?
– ?Ninguno! -respondio el corneta-. ?Rendicion incondicional!
Se escucho la sonora protesta de las filas mercenarias.
Ptolomeo se acerco al rey.
– ?Mi senor, han pedido condiciones!
– ?Dadles mi respuesta! -replico Alejandro con un tono que no admitia discusion, al tiempo que volvia la cabeza para que la brisa le refrescara el rostro.
– ?Sois griegos que luchais contra los griegos, en abierto desafio a las leyes griegas! -grito el corneta-. ?Deponed las armas!
Alejandro dio la senal. Se escucho un toque de corneta que fue repetido por las demas. Telamon observo, con la boca seca, como avanzaba la falange macedonia con las sarisas en posicion. El propio Alejandro dirigio la carga de caballeria contra las filas enemigas. Los macedonios acortaron distancias y comenzo la masacre.
Telamon, paralizado por el miedo, permanecio sentado en su caballo mientras, una vez mas, en el frio aire del ocaso resonaban el estrepito del combate y los espantosos ayes de los hombres que morian. Las filas de mercenarios griegos iban cayendo poco a poco.
– Ya he visto suficiente -susurro Telamon dando media vuelta y regresando al rio.
Las consecuencias de la batalla se veian por todas partes. En algunos lugares, los muertos se apilaban, mezclados los persas con los macedonios. La sangre formaba charcos. En el fango aparecian dispersos una multitud de miembros amputados. Una cabeza, con los ojos abiertos y la lengua sujeta entre los dientes, estaba enganchada como una pelota entre las ramas de un arbusto. Los caballos heridos se revolcaban en el fango, en un intento inutil por levantarse. Los heridos que aun podian caminar se alejaban tambaleantes, cubiertos de sangre de pies a cabeza. Un persa estaba sentado con la espalda apoyada en el tronco de un arbol; tenia abierto el tronco desde el cuello hasta las ingles, con todas las visceras fuera. Sin embargo, sus ojos todavia parpadeaban y movia los labios; un extrano sonido como un gorgoteo salia del fondo de su garganta. Un arquero cretense en busca de botin se acerco, degollo al moribundo y comenzo a robarle todo lo que tenia, sin preocuparse en lo mas minimo de la presencia de Telamon. Aqui y alla se veian puntos de luz en movimiento; eran las antorchas que llevaban los soldados que recorrian el campo de batalla en busca de los companeros caidos o sencillamente dedicados al pillaje. Los mercenarios de Alejandro se entregaban a su sangriento negocio. Habian comenzado el traslado de los heridos griegos; los curanderos y los seguidores del ejercito se ocupaban de ellos. En cambio, a los heridos persas solo les quedaba esperar que los remataran de una punalada misericordiosa.
Telamon escucho un grito que procedia de un grupo de arbustos en lo alto de la ribera. Desmonto y camino hacia el lugar con el caballo sujeto de las riendas. Un grupo de jinetes tesalios habia capturado a un joven persa; lo habian desnudado y ahora lo tenian boca abajo en el suelo, con las piernas separadas, dispuestos a sodomizarlo y a cometer otras muchas obscenidades. El persa se resistia mientras uno de los tesalios se arrodillaba delante de su rostro, con la falda levantada y el pene erecto.
– ?Alto! -grito.
Los tesalios se levantaron de un salto y desenvainaron las espadas.
– ?Soy Telamon! ?Fisico de Alejandro! -exclamo mostrando el sello real.
Los tesalios se alejaron. El persa se levanto. Era un adolescente que no podia tener mas de dieciseis veranos. El fisico cogio una capa y se la arrojo.
– ?Vistete! -le ordeno senalando el caballo-. ?Monta mi caballo y escapa de este lugar abominable!
No espero la respuesta del muchacho. Se alejo otra vez hacia el rio y bajo el talud. Se encontro con un grupo