una tropa de lanceros y auxiliares. Amintas, tu le seguiras con una brigada de escuderos: se encargaran de establecer la cabecera de puente. Detras de vosotros ira la falange. ?Ptolomeo, eso es cosa tuya!

– Mi senor -protesto Amintas-. Tenemos que cruzar un rio. Es verdad que no es muy profundo y la corriente es debil, pero luego tendremos que escalar la ribera. Los persas nos lanzaran las jabalinas.

– ?Que las lancen! -exclamo Alejandro con una voz que sono helada por la furia reprimida-. Si crees que eres incapaz de hacerlo…

– No, no -respondio Amintas sacudiendo la cabeza y volviendose a calarse el yelmo.

Alejandro se inclino para golpearle carinosamente en la barbilla con el puno.

– Avanza hacia la derecha en linea oblicua -susurro-. No te desesperes, ni cedas. Ya sabes lo que tienes que hacer. Socrates ira primero, en linea recta. Amintas detras, levemente desviado a la derecha. Amintas, calmate un poco. Los persas no tienen soldados de infanteria y cuentan con pocos arqueros, pero cada uno lleva dos jabalinas. Despues de lanzarlas, tendran que desenvainar las espadas y bajar a nuestro encuentro.

En el rostro de Amintas cubierto parcialmente por las protecciones del yelmo, aparecio una sonrisa.

– No pueden cargar -anadio Alejandro-. Los caballos rodaran por la pendiente de fango. Los jinetes resbalaran. Esperad mi senal. Les haremos sentir todas las furias del infierno.

Alejandro cabalgo de regreso al pequeno altozano. Dio la senal al cornetin: un toque prolongado y agudo, que transmitia la orden de avanzar. El cornetin de Socrates respondio a la llamada. Se escucho el griterio salvaje de las huestes macedonias cuando Socrates entro en el agua a la cabeza de sus escuadrones. Alejandro observo como los jinetes y los caballos luchaban contra la corriente. Algunos persas, incapaces de controlar la excitacion, bajaron hasta el agua ansiosos por iniciar el combate con el enemigo. Los hombres de Socrates se desplegaron. El movimiento de una fuerza tan grande levanto una gran nube de espuma. Sono otra corneta. Amintas llevo a sus soldados de infanteria al agua. No siguieron la estela de Socrates, sino que formaron una cuna y avanzaron en linea oblicua hacia la derecha. El comandante persa advirtio la maniobra y comenzo a mover sus tropas para cerrarles el paso.

La linea de Socrates llego a la orilla opuesta, donde fue recibido por una lluvia de jabalinas. Cayeron caballos y jinetes; los animales relinchaban espantados y lanzaban coces en todas las direcciones, mientras los jinetes intentaban alejarse. Telamon vio como uno recibia el impacto de un casco. El hombre se desplomo en el agua, giro sobre si mismo y floto boca abajo; arrastrado por la corriente paso entre sus companeros, que luchaban por ganar mejor posicion.

Aqui y alla los hombres de Socrates conseguian escalar la ribera, donde se veian atacados por los persas como un mar de brillantes cimitarras dispuestos a hacerlos retroceder. En el aire resonaba el estrepito de las armas al chocar, los relinchos de los caballos, los gritos y los alaridos de los hombres. Un caballo, con su jinete decapitado pero sujeto de algun modo por las riendas, paso al galope por la orilla hasta que finalmente rodo por el fango, y la macabra carga salio disparada como un proyectil. Las aguas cristalinas del Granico se tineron de rojo. Los cadaveres se alejaban llevados por la corriente. Los soldados, con los rostros banados en sangre, pedian ayuda.

Alejandro observaba todo impasible. Las tropas de Amintas llegaron a la orilla opuesta, con los escudos unidos para formar una barrera en apariencia impenetrable. La caballeria persa les salio al encuentro. La lluvia de jabalinas tuvo un efecto catastrofico. Las filas de Amintas se dispersaron; los hombres, heridos o no, olvidaron toda disciplina y escaparon del terror que se les venia encima.

El rey no cambio de expresion. Uno de los jinetes de Socrates cruzo el rio y se acerco con los brazos y las manos cubiertos de sangre.

– Mi senor -jadeo-. ?No conseguimos alcanzar una posicion segura!

– Di a Socrates que se quede donde esta -le ordeno Alejandro en voz baja.

La brigada de los escuderos combatia ahora en el borde del agua, en evidente desventaja, dado que no conseguian establecerse en tierra firme. Algunos resbalan y caian, con lo que morian pisoteados por sus companeros. Otros se apartaban al ver que no prosperaban. Otros mas emprendedores consiguieron subir la ribera. Un pequeno grupo de escuderos se encontro rodeado. Las cimitarras subieron y bajaron en brillantes arcos y los cuerpos despedazados rodaron por la ladera de fango hasta la orilla. Una vez mas, Alejandro miro la linea de macedonios que aguardaba en silencio.

– ?Ahora el martillo! -murmuro.

Se sujeto el yelmo y con un chasquido de los dedos pidio su escudo. Un paje con el rostro muy palido se lo alcanzo. Alejandro le dio las gracias, le dijo que no se preocupara y guio a sus escuadrones hasta la orilla.

Telamon lo siguio como en un sueno. El caballo que montaba habia sido escogido por el rey en persona: un animal fuerte y de paso seguro. El fisico se sentia incomodo con la coraza de cuero y el peso del escudo que aguantaba en el brazo izquierdo. Solo iba armado con la espada; no llevaba una lanza porque era mal jinete y necesitaba de las dos manos para no caerse. A su alrededor se arremolinaba la fuerza atacante de Alejandro: la real brigada de caballeria de los Companeros, apoyada por los escuderos y los lanceros.

En cuanto entro en el agua, Alejandro se movio deprisa. Avanzo en diagonal hacia la derecha, alejado de la linea persa. En el aire resonaban el batir de los cascos, los relinchos de los caballos y los gritos y los alaridos de los hombres. Alejandro cabalgaba como un hombre poseido. Cruzaron el rio y subieron la pendiente de la ribera. Un grupo de caballeria persa aparecio en lo alto. El rey cabalgo directamente hacia ellos. Las lanzas apuntaron a los rostros y los pechos. Telamon lo siguio. Hefestion aparecio repentinamente a la izquierda de Alejandro. A su derecha iba Cleito el Negro, una figura gigantesca e impresionante cubierta por una capa negra, con el escudo con la imagen de Medusa y su larga espada de hoja ancha.

El resto de la fuerza atacante se desplego en abanico. Se aseguraron el control de la ribera. Telamon atisbo a la derecha a los mercenarios griegos en una zona elevada, con las lanzas en alto. Justo enfrente tenia la linea persa, con el flanco expuesto al ataque de Alejandro. Los macedonios corearon el grito de guerra y se lanzaron como una tromba sobre el enemigo. Los persas ya habian visto el peligro. Un grupo de caballeria salio al encuentro de la amenaza macedonia.

Telamon se encontro de pronto metido en el corazon del combate. Apreto los muslos contra los flancos del caballo para no caer. Al estar tan cerca del rey, encontro muy poca oposicion, pero vio las pruebas del sangriento trabajo de Alejandro: los jinetes persas tumbados de los caballos, arrollados por la carga, con los cuerpos aplastados y rotos por los cascos. Aquellos que se enfrentaron a Alejandro y sus companeros en combates cuerpo a cuerpo fueron brutalmente aniquilados. La ferocidad y la energia de Alejandro y sus hombres acababan con cualquier resistencia. Atacaban a hombres y caballos por igual. Con un golpe de espada, Cleito decapito limpiamente a un persa, mientras otro todavia sentado en la montura miraba incredulo como los intestinos se le escapaban por el tajo abierto en el vientre. Otro jinete se le acerco. El caballo de Cleito lo rozo. El hombre paso como una exhalacion. Por su parte, el fisico se preparo para defenderse, pero la mano del persa que empunaba la espada habia desaparecido y un chorro de sangre brotaba del munon.

En cualquier caso, la superioridad numerica de la caballeria persa fue conteniendo el asalto macedonio. Alejandro y los demas que habia por delante de Telamon volvieron a trabarse en combates individuales; caballo y jinete contra caballo y jinete, que se empujaban y se golpeaban con verdadera desesperacion. De vez en cuando, algun persa conseguia pasar la barrera macedonia. Telamon salio al encuentro de uno. Se escucho el sonoro choque de los escudos, Telamon descargo un golpe con la espada y, mas por obra de la fortuna que por habilidad, acerto en la carne del cuello expuesta por debajo del yelmo.

Por fin consiguieron abrirse paso. Alejandro no se preocupaba en absoluto por lo que estaba pasando en la orilla del rio: su unico objetivo era alcanzar el centro persa. A pesar de la dureza del combate, la tactica de Alejandro estaba dando resultados. Cada vez era mayor el numero de jinetes persas que se alejaban del centro para atender a esta nueva amenaza y mayor tambien era el numero de soldados de infanteria macedonios que seguian apresuradamente los pasos de Alejandro. Un tremendo griterio llego desde el rio seguido por el grito de guerra macedonio: las falanges habian cruzado y ahora hacian retroceder a la caballeria persa con las temibles sarisas.

Telamon perdio toda nocion del espacio y el tiempo, atrapado en una pesadilla de mandobles, maldiciones, gritos, cuerpos que caian y cadaveres pisoteados. Escucho gritos de «?Lanzas abajo!» y «?Adelante!» acompanados por los toques de corneta. Cleito gritaba algo. Telamon miro al maestro de armas, se quito el yelmo y se enjugo el sudor del rostro. Habian rechazado el primer asalto de la caballeria persa, pero ahora una segunda oleada, dirigida por oficiales con regios atavios, se dirigia directamente contra Alejandro. El rey lanzo su grito de guerra y salio al encuentro del enemigo escoltado por sus companeros. Alejandro se enfrento con el jefe persa: con un solo golpe de

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