sonaron huecas. Era consciente del sol abrasador, de la llamada de un pajaro que volaba tan bajo que parecia estar a punto de chocar con la hierba alta, del zumbido de una abeja… Sus hombres lo miraban atentamente. Creian de verdad que hoy serian los vencedores. A Memnon se le hacia imposible decepcionarlos. Los latidos de su corazon y el nudo que tenia en la garganta le impidieron continuar con su discurso. Levanto la mano en un saludo y, escoltado por sus oficiales, cabalgo hacia la linea persa.
«No sabia que desconfiaran tanto de nosotros -murmuro para sus adentros-. De haberlo sabido…» Sofreno a su caballo y miro por encima del hombro a la falange, que ahora avanzaba lentamente. Contuvo el deseo de volver atras y de ordenar a sus hombres que dieran media vuelta y se marcharan lo mas lejos posible, pero era lo que esperaba Arsites: la prueba de que no se podia fiar de los griegos y de que Memnon no se merecia el favor del Rey de Reyes. Memnon estaria acabado y sus mercenarios se verian atacados por los macedonios y los persas. La suerte estaba echada. El general rodio cogio el yelmo que le ofrecia un edecan.
– Mi senor -pregunto el oficial-, ?que podemos hacer?
– ?Luchar y rezar! -replico Memnon. Se encasqueto el yelmo y, dando un golpe de talones en los costados del caballo, se alejo al galope.
La linea de batalla macedonia estaba formada ahora en la fangosa orilla del Granico. Los hombres contemplaban el agua fresca, se relamian los labios resecos y miraban con desconfianza la orilla opuesta. Lo unico que veian era la ribera de arcilla y los arboles que habia detras. Alejandro, rodeado de sus oficiales, observaba y esperaba. En algun lugar de la linea, un hombre comenzo a entonar un himno. El rey envio a un mensajero para que lo hiciera callar. Bebieron la ultima copa de vino. Alejandro ofrecio una libacion y contemplo como el vino desaparecia en el fango. Miro a Telamon, que ahora tambien llevaba el yelmo y la coraza y en bandolera el cinturon de la espada.
– ?No hay nada tan magnifico como un ejercito preparado para la batalla!
Telamon asintio. Alejandro, con los comandantes de la brigada real, ocupaba un pequeno monticulo. A su izquierda, se extendia todo el ejercito preparado para el combate: diez mil soldados de infanteria y cinco mil jinetes.
– Los persas tienen aproximadamente el mismo numero -le informo Alejandro como si hubiese leido los pensamientos del fisico-. Unos doce mil soldados de caballeria, y cinco mil mercenarios griegos. ?Quiero ver como maniobran! -exclamo levantando un puno, dominado por la excitacion.
Se escucho un murmullo entre la tropa. Telamon miro al otro lado del rio. El corazon le dio un brinco. La linea persa comenzaba a salir de entre los arboles, fila tras fila de jinetes vestidos de brillantes colores y con las armaduras iluminadas por los rayos del sol de finales de la tarde. La caballeria persa se fue extendiendo por la ribera oriental alrededor de los macedonios. Alejandro apenas si podia contener la excitacion.
– ?Mirad, mirad lo que hacen! -exclamo-. ?Intentan rodearnos! Baja y dile a Amintas, Ptolomeo y Parmenio que deben alargar nuestra linea -ordeno a uno de sus mensajeros-. Dile a Parmenio en particular que vigile a sus oponentes.
Se escucho una tremenda ovacion de las filas enemigas cuando un grupo de oficiales con una vestimenta multicolor hizo acto de presencia. Se abrieron paso entre las filas persas y galoparon a lo largo de la rivera. Se detuvieron cuando llegaron a la altura del lugar donde se encontraba el rey macedonio y miraron a Alejandro y su grupo.
– ?Es Arsites! -murmuro Alejandro-. Dicen que viste como una mujer, pero que lucha como un gato montes. Memnon esta con ellos… -apunto tras observar a los generales enemigos con sus ojos de aguila- benditos sean los dioses -exclamo con sus ojos brillando de entusiasmo-. ?No me lo puedo creer!
– ?Que has visto? -pregunto Telamon.
– ?Oh, Cleon, te daria un beso! -exclamo Alejandro-. ?No lo ves, Telamon? No se ve a los mercenarios griegos por ninguna parte. Los persas los han retenido en la retaguardia. Nunca situes a la infanteria detras de la caballeria -advirtio levantando una mano como si estuviera aleccionando a unos reclutas-. ?Tienen que estar en la vanguardia, apoyados por la caballeria; nunca detras!
Ahora todos los efectivos persas habian salido de entre los arboles: hileras tras hileras de hombres, un muro de color con los brillantes escudos, los relucientes yelmos y los caballos que caracoleaban como un reflejo de la excitacion de los jinetes. Se escuchaban los gritos de los oficiales, las llamadas de cornetas, el tintineo de los arreos y el escalofriante deslizar de las armas al ser desenvainadas.
Telamon miro a las lineas macedonias, que rivalizaban en colorido con las persas, con los cascos de colores de los escuderos, la vestimenta de los hombres de las falanges, los tesalios y los tracios. Echo una ojeada por encima del hombro. Aristandro acababa de llegar a pie rodeado por el coro. Los celtas iban armados con grandes escudos ovales; algunos llevaban espadas, otros hachas de doble filo.
– ?Que tranquilo esta todo! -comento uno de los oficiales de Alejandro en voz baja.
Los persas, desplegados en una larga linea de jinetes, miraban en silencio a los macedonios. El unico movimiento que se percibia en la linea macedonia era el de las muias en el extremo del flanco izquierdo, que arrastraban las siniestras maquinas de guerra: catapultas, hondas y mandrones.
La brisa procedente del rio despejo las nubes de polvo. Era una serena tarde de primavera, alumbrada por el sol de poniente. Las aguas del Granico corrian lentamente sobre el lecho de piedra. En lo alto, revoloteaban bandadas de pajaros. El olor de los girasoles y las flores silvestres pisoteadas por los cascos de los caballos y las recias sandalias de los combatientes inundaba con su perfume la ribera.
Ahora ya no habia entusiasmo ni tension: solo una impresionante quietud, como si los ejercitos enfrentados se estuvieran preguntando si comenzaria o no el sangriento combate. De pronto se escucharon unos gritos, los insultos proferidos por algunos de los soldados de la falange de Alejandro situada en el centro. Al otro lado del rio, un jinete persa se acerco lentamente hasta que los cascos de su caballo se sumergieron en el agua.
– ?Que estais haciendo? -pregunto a voz en cuello-. ?Por que pretendeis entrar en los territorios del rey de reyes? ?Teneis su permiso? ?Habeis traido los tributos? ?Que sois? ?Hombres disfrazados de mujeres? Os traigo un mensaje. ?Si deponeis las armas, os daremos un par de azotes en el culo y os dejaremos volver a casa!
El persa volvio ligeramente la cabeza como si quisiera escuchar mejor la respuesta. Uno de los hombres de la falange macedonia corrio hasta la orilla. Le volvio la espalda al enemigo, se levanto la falda y solto una sonora ventosidad, para gran diversion de sus camaradas. Algunos cogieron piedras y las lanzaron a traves del rio.
– ?Ha llegado la hora! -anuncio Alejandro-. ?Seguidme!
Se encasqueto el yelmo, desenvaino la espada y bajo al galope hasta la orilla para despues recorrer el frente macedonio. Telamon y los demas no pudieron hacer otra cosa que seguirlo. El fisico se sintio mas tranquilo al ponerse en movimiento y disfrutar del frescor de la brisa del rio. Alejandro galopaba en la vanguardia, la espada en alto, resplandeciente como un dios en la soberbia armadura que habia sido de Aquiles. No montaba a
El grito resono en todo el valle. Telamon era consciente de los ojos que los miraban, de los rostros ocultos detras de las viseras de los yelmos, del olor a cuero, a sudor agrio; del miedo y el coraje en tantos rostros y ojos. Pasaron por delante de los escuderos, que golpeaban las armas para saludar a su rey. Llegaron al centro de la linea y desfilaron delante de Ptolomeo, que los observo pasar con una expresion cinica y relajada. Socrates casi no les hizo caso, ocupado como estaba en recuperar el control de su caballo. Amintas, jefe de la brigada de elite de los escuderos, vocifero el grito de guerra, ansioso por descargar la tension y el entusiasmo acumulado. Finalmente, llegaron al ala izquierda del ejercito macedonio, que estaba al mando de Parmenio, un veterano de muchas campanas. El tambien estaba desconcertado por el error de los persas y afirmaba que era imposible ser tan estupido.
– Los mercenarios tendrian que estar alli, mi senor -observo senalando el centro del frente persa-. ?Quien sabe? ?Quiza decidieron dejarles en casa para una mejor ocasion?
Alejandro, sin embargo, ahora solo se interesaba en su plan de batalla. Sujeto la muneca de Parmenio.
– Tienes mis ordenes. Manten la formacion -ordeno senalando la hilera de catapultas y mandrones-. Cuando comience el ataque, no las utilices. No fuerces a la derecha persa a que se mueva.
– ?Lo consideras prudente?
Alejandro, que ya estaba haciendo girar a su caballo, le respondio con un gesto. Galopo una vez mas a lo largo de la linea y se detuvo en el centro.
– ?Socrates, tu primero! Dos escuadrones de caballeria. Diles que levanten toda la espuma que puedan. Lleva a