– Bien -manifesto Olimpia dirigiendose de nuevo a Telamon.

– Dime lo que sabes del cadaver.

– Era uno de vuestros sirvientes, mi senora. Trabajaba en el palacio.

– ?Por supuesto!

– Diria que era zapatero.

Olimpia sonrio.

– Lo descubri por las manos -prosiguio Telamon-. Olian a cuero y tanino. Tenia unas pequenas durezas en los dedos donde sujetaba la aguja. Tenia la columna un tanto curvada de inclinarse sobre su banco de trabajo. Los musculos de las munecas y los brazos estaban bien desarrollados, pero la barriga y la delgadez de las piernas indicaban que era un hombre que habitual-mente estaba sentado.

– ?Muy bien! -exclamo Olimpia.

– El cadaver estaba ligeramente hinchado -apunto Telamon; se animaba cada vez mas-. Ya habia comenzado la putrefaccion.

– ?Que me dices de la causa de la muerte?

– ?Veneno!

Olimpia echo la cabeza hacia atras y solto una estruendosa carcajada.

– ?No pensaras acusarme!

Telamon la miro tranquilamente. «No -penso-, no hare tal cosa.» ?Olimpia, la Reina Bruja! ?Senora del veneno! Se pregunto cuantas pociones, elixires y antidotos habria en sus cofres secretos. Recordo la historia de como el hermanastro de Alejandro habia nacido sano y robusto y fue un serio rival para su hijo hasta que Olimpia decidio servirle una comida especial. El chico se habia recuperado, pero condenado a vagar por el palacio, convertido en un idiota que solo servia como una poderosa advertencia a cualquiera que pensara en desafiar los derechos de Olimpia y su amado hijo.

– Rastree el veneno -afirmo Telamon-. La pierna derecha estaba hinchada: la sangre se habia convertido en pus.

– ?Como murio? -insistio Olimpia.

– Habia escuchado hablar de algo similar. Una aguja clavada en la pierna. La herida era muy pequena y se cerro inmediatamente. El pobre zapatero creyo que estaba a salvo, pero la aguja estaba infectada y le enveneno la sangre. Seguramente sufrio dolores de cabeza, rigidez en las mandibulas, fiebre muy alta, delirios. La muerte no debio tardar mucho en llegar.

– ?Que hubieras hecho tu?

– Mi senora, hubiera abierto la herida, sacado la aguja y, despues, hubiese hecho una incision en la pierna.

– ?Para que?

– Para volcar una mezcla de miel, sal y vino. Cuanto mas fuerte el vino, mejor. No el vino ligero de Olimpo o Atenas, sino el vino mas fuerte que pudiera encontrar: un vino recio, rojo oscuro. Tal infusion hubiese limpiado la herida.

– ?Como? -quiso saber Olimpia inclinandose hacia adelante. Su curiosidad era sincera.

– No lo se, ni tampoco lo sabe nadie. El vino, la miel y la sal tienen unas propiedades que purifican la carne y eliminan el pus.

– Habre de recordarlo. Por lo tanto, ?no crees que la produccion de pus es buena? Hipocrates lo creia, y tambien mis fisicos.

– Estan equivocados -respondio Telamon, muy seguro de si mismo-. Hay que limpiar el pus y no permitir que se asiente en el cuerpo. Siempre hay que drenar las heridas.

– ?Tu puedes hacerlo? -pregunto Olimpia.

– Es posible. Lo he visto hacer en Egipto, no solo con las heridas, mi senora, sino incluso con el pus en un pulmon.

– ?Que me dices del vendaje?

– De lino limpio, y nunca demasiado apretado. Esto permite que la herida respire. Aprietas el vendaje y la putrefaccion queda encerrada dentro.

– ?Que hubieras hecho si eso no funcionara? -Entonces, mi senora, hubiese amputado la pierna, unos cinco dedos por encima de la rodilla. Hubiese dado a beber al hombre un vino fuerte mezclado con un opiaceo; eso previene las convulsiones y los temblores.

– Se hubiera desangrado hasta morir.

– En Italia, mi senora, vi como lo hacia un cirujano con la pierna de un soldado. Habia sido alcanzado por una flecha envenenada en una emboscada. Utilizaron unas lanas muy pequenas para cortar el flujo de sangre; luego cauterizaron y vendaron el munon.

– A mi hijo le parecera muy interesante -susurro Olimpia casi para si misma.

– ?Tu hijo, mi senora? Ha marchado rumbo a Asia; sus ejercitos estan acampados en el Helesponto.

Olimpia aplaudio la respuesta.

– Eres un muchacho muy espabilado, Telamon. Tu te uniras a el.

Telamon contuvo su enfado.

– El ejercito se reune en Sestos -anadio ella-. Te reuniras alli con mi hijo.

– ?Quiero o debo, mi senora? Naci libre. ?Soy un macedonio!

Olimpia se levanto. Se froto las manos. Bajo de la tarima y camino hacia el joven. Se agacho, no como una reina, sino como una madre que suplica por su hijo.

– Confio en ti, Telamon; el oro y la gloria no te interesan. Mi hijo esta rodeado de traidores, asesinos, espias.

– ?Incluidos los tuyos?

– Incluidos los mios.

– No soy tu espia.

– No, Telamon. No se te puede comprar, sobornar o vender. He leido tu tratado sobre los venenos. Sientes afecto por Alejandro. Tu lo protegeras, no porque yo te lo pido, sino porque quieres hacerlo.

– ?Alejandro ha preguntado por mi?

– Lo sabe todo de ti, Telamon -afirmo Olimpia-. Insistio en que te unieras a el. ?A que otro lugar puedes ir? - pregunto al tiempo que sus ojos y su voz se mostraban suplicantes-. ?No te gusta Macedonia! ?Atenas quiza? Ningun macedonio es bienvenido alli. ?El imperio persa? ?Asia, Egipto, el norte de Africa? Pero alli hay ordenes de arresto que llevan tu nombre, Telamon. Aquel oficial persa era una persona muy importante. Piensa en las oportunidades -le apremio-, para curar, para aprender…

– ?Que pasara si no voy?

Olimpia se irguio para caminar lentamente hacia el.

– No te puedo garantizar nada, Telamon -sentencio antes de hacer una pausa y contemplar las gruesas vigas que sostenian el techo-. Aqui fue donde se ahorco mi rival Euridice.

– ?Me estas amenazando?

– No, Telamon, te lo aseguro. Si te unes a mi hijo, tu madre, la viuda de tu hermano, que se que te gusta, y su vivaz chiquillo estaran siempre seguros. Seran mis amigos y yo sere su protectora.

– ?Contra que?

Olimpia extendio las manos.

– Accidentes, ocurrencias desafortunadas.

Telamon exhalo un suspiro y tiro de una hebra suelta de su capa. Tendria que pedir a su madre que se ocupara de arreglarla. El miedo habia pasado; la amenaza estaba clara. Telamon se levanto y camino hacia la puerta. El oficial de guardia desenvaino la espada. Olimpia debio haberle hecho un gesto, porque volvio a envainarla.

– ?Donde vas, Telamon? Ya ves cuanto te quiero. Ningun hombre me vuelve la espalda.

Telamon se volvio.

– Mi senora, voy a preparar mi equipaje. El viaje a Sestos es un viaje muy largo.

Olimpia sonrio. Se acerco a la mesa para buscar entre las joyas. Cogio una bolsa de monedas y se la arrojo a Telamon, quien la cogio con destreza.

– ?Eso es para tu viaje, fisico!

Telamon desato el cordon, puso la bolsa boca abajo y vacio las monedas de oro sobre el suelo, donde

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату